Una Diada menguante: el independentismo llega roto y sin fuelle a su cita reivindicativa
Un recorrido corto y cómodo intenta disimular una participación discreta en la manifestación soberanista del 11 de septiembre, en la que no estará el 'president' Aragonès (ERC)
El independentismo llega a un 11 de septiembre dividido, debilitado, desmovilizado y con fuertes tensiones entre los partidos. Es, con mucho, la peor situación en que se encuentra el soberanismo desde que comenzara a crecer la burbuja en 2012. La Diada de 2022 será recordada por ser la primera a la que las fuerzas soberanistas llegan con una guerra declarada entre ellos, especialmente entre los dos socios de Govern: ERC y JxCAT. Pero también entre la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y ERC. Las interferencias de la entidad ciudadana para influenciar en los republicanos son apoyadas entre bambalinas por JxCAT, lo que añade más incertidumbre a la situación, máxime cuando los sectores más duros de Junts pugnan por romper el gobierno de Pere Aragonès y abogan por convocar nuevas elecciones a la espera de poder arañar más votos, confiando en el desgaste de Esquerra.
Los enfrentamientos entre soberanistas han provocado que dirigentes tan señalados como Pere Aragonès, Oriol Junqueras, Ernest Maragall o Gabriel Rufián anunciasen su intención de no participar en la marcha de 2022, como anticipó El Confidencial, lo que no había ocurrido jamás en toda la historia de la Diada. Pero es un termómetro para conocer la situación interna del soberanismo.
A las tensiones entre los políticos hay que sumar, además, una acuciante desmovilización popular que alarma a los dirigentes independentistas y que hace a una parte de estos abrazar posicionamientos radicales para despertar de nuevo el interés del ciudadano por la separación de España. El apoyo popular a la independencia ha disminuido, pero el núcleo duro del soberanismo se ha ensanchado, al tiempo que se ha dinamitado el amplio centro democrático que había ocupado Convergència. En 2022, ese centro amplio está copado por ERC, un partido más estable que Junts, quien se ha escorado hacia el extremismo ideológico con tics populistas e incluso supremacistas.
Cronograma de las diadas
Desde 2012, año en que empezó el 'suflé' independentista, la movilización popular ha ido fluctuando, pero en los últimos años ha caído en picado. El apoyo en las calles al soberanismo no ha dejado de bajar en estos últimos años. También el apoyo en las urnas, aunque los más entusiastas hablan de que hay un 52% de la población a favor de la separación de España. Es su consuelo, porque el apoyo democrático en las urnas nunca había sido tan bajo: los partidos independentistas con representación en el Parlament copan el 48,01% del voto, aunque bien es cierto que, en 2017, tenían el 47,5%. Pero, en realidad, en 2017 obtuvieron 2.079.340 sufragios, frente a los 1.360.696 votos cosechados en febrero de 2021. El bajón ha sido tremendo y neutraliza la euforia del 52%. ¿Alguien puede creerse que el 52% de los catalanes está a favor de la independencia con menos de 1,4 millones de votos? Esa es, precisamente, la lectura que realiza el independentismo serio y de ahí la máxima de ERC, que habla de ensanchar primero la base a favor del soberanismo para luego forzar los cambios oportunos y avanzar hacia la independencia.
Una curva descendente
El bajón del apoyo ciudadano se notó también en las movilizaciones populares. En 2012, según los organizadores, acudieron a la manifestación de la Diada 1.500.000 personas, una cifra muy exagerada que los expertos independientes rebajan a la tercera parte. No cabe duda, sin embargo, de que fue una manifestación grande, en comparación con los 10.000 manifestantes del año anterior. Y, ante ella, a Artur Mas se le nubló la vista, consideró que si se ponía al frente de ese clamor lo seguirían sin rechistar y que lograría una cómoda mayoría absoluta en unas elecciones anticipadas. Convocó, pues, los comicios, pero bajó de 62 a 50 escaños. Fue el principio del fin de Convergència. La corrupción y las veleidades independentistas de su cúpula finiquitaron un proyecto político que había sido clave en la transición española.
En 2014, se produjo la mayor manifestación de la historia: la ANC afirmó que congregó a 2 millones de personas, aunque la Delegación del Gobierno las rebajó a 520.000 personas. La sectorial de inteligencia de la propia ANC elaboró un informe en el que, plano en mano, cifraba la asistencia en menos de 900.000 personas. Para mantener el mito de los 2 millones, la ANC ocultó el informe, lo encerró en un cajón y se olvidó de él.
A partir de ahí, hubo algunas fluctuaciones: 1.400.000 en 2015 (según los organizadores, 520.000 según la Delegación del Gobierno, que realiza los cálculos mediante un plano y ubicando en el mismo la masa de asistentes); 870.000 en 2016 (370.000 según la Delegación del Gobierno); un millón en 2017 (350.000 según la Delegación del Gobierno, ubicados en 200.000 metros cuadrados); un millón en 2018, 600.000 en 2019; y 400.000 en 2021 (108.000 según la Guardia Urbana).
Es, pues, una curva descendente, en la que no influyeron los sucesivos hitos que se produjeron los últimos años: ni el intento de consulta del 9 de noviembre de 2014, ni el referéndum del 2017, por ejemplo, influyeron en una mayor movilización. Es más: el 11 de septiembre de 2017, a solo tres semanas del referéndum ilegal, la asistencia fue de solo 350.000 personas, según Delegación del Gobierno, y un millón, según la ANC. Hacía dos años, el presidente de la Generalitat (entonces, Carles Puigdemont), asistía a la manifestación callejera, rompiendo la neutralidad institucional que habían mantenido todos sus antecesores, para insuflar más contenido político al acto. Pero ni por esas. Y en 2019, con una sentencia del 1-O a punto de hacerse pública, la asistencia fue aún menor: 600.000 manifestantes, según el Govern y "cientos de miles de personas" según la ANC. Un desastre total.
Ahora, el soberanismo quiere recuperar fuelle. Necesita un revulsivo para mover la calle. JxCAT, la ANC y Òmnium Cultural confían en utilizar el 1 de octubre, quinto aniversario del referéndum, pare generar una mayor tensión en las calles, pero nadie sabe si lo podrán conseguir. La 'mani' del 11 de septiembre es el prólogo de la escalada que el soberanismo más radical pretende emprender de cara a este otoño.
Rememorar la 'batalla de Urquinaona'
La verdadera batalla está en las movilizaciones que se puedan materializar en Barcelona. En algunas plataformas, se ha intentado impulsar una estrategia de movilización apelando a lo que se conoce como 'batalla de Urquinaona', es decir, rememorando los violentos episodios que tuvieron lugar en esta céntrica plaza en el otoño de 2019, tras conocerse la sentencia del 1-O. Plataformas extremistas minoritarias planean concentrar efectivos en Urquinaona y luego avanzar hacia la zona de la Estación de Francia por Via Laietana, en una acción paralela a la manifestación oficial de la ANC. De ese modo, aprovecharían para vituperar a las 'fuerzas de ocupación' ante la sede de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona, ubicada en esa calle. Los Mossos d'Esquadra han previsto un dispositivo para intentar minimizar los supuestos daños que esos colectivos violentos puedan hacer tanto en comercios como en mobiliario público. Los prolegómenos del radicalismo son siempre testados en los actos del día 10 por la noche, en el Fossar de les Moreres, junto al Born, donde los colectivos más extremistas rinden homenaje a los defensores de Barcelona muertos en la guerra de sucesión. En ese lugar fueron abucheados en 2021 Pere Aragonès y Oriol Junqueras.
Pero nadie duda de que esos grupúsculos son muy minoritarios. Lo importante, y por lo que se mide el clamor popular, es por la manifestación de la tarde de este domingo. Y las previsiones no son muy halagüeñas. El recorrido de la manifestación de este año es cómodo, corto y puede disimular una asistencia discreta. La ANC anunció que ha contratado a 150 autocares para que militantes de comarcas puedan asistir a la manifestación. Pero eso es solo un puñado de activistas: a lo sumo, unos cuantos miles de militantes que suponen una gota en lo que debería ser la manifestación multitudinaria que representa la vuelta 'a la normalidad'. Una nimiedad respecto a los más de 1.000 autocares que la ANC fletaba cada 11-S desde el 2012 hasta el 2019.
En 2020, debido a la pandemia, no hubo manifestación, pero en 2021 se convocó una marcha desde la plaza Urquinaona por Via Laietana hasta un escenario ubicado frente a la Estación de Francia, en la avenida Marquès de l'Argentera. Era un recorrido de solo un par de kilómetros por una calle estrecha, pensado para disimular la baja asistencia provocada en parte por el miedo a los contagios y, en parte, por la propia desmovilización del independentismo. Se decidió partir desde la plaza Urquinaona, precisamente, para homenajear a la citada 'batalla de Urquinaona'. En 2022, el campo se abre un poco más: el recorrido será un poco menor, aunque la anchura de la calle es ligeramente más amplia. Pero es también un espacio en el que disimular una participación discreta a la que una parte del independentismo ha renunciado ya, vista la patrimonialización que van haciendo de la tradicional manifestación los sectores más radicales. Desde el bando constitucionalista se habla sin disimulo de 'secuestro de la Diada'.
Pero a la ANC ya le conviene que sea así, con lo que justifica su labor de proselitismo sobre la independencia y su propia razón de ser. No hay que olvidar que su objetivo es conseguir la separación de España por medios "pacíficos y democráticos". Además, fiel a su tradición, ha programado también actos en algunas de sus oficinas diseminadas por medio mundo: los más folclóricos son los de Bruselas, donde contrató a un grupo de rumba catalana para actuar en una fortaleza medieval, para más tarde realizar un acto ante la figura del Maneken Pis y terminar con un vermut gratuito en un local de la capital belga. En París, Londres, México y Estados Unidos realizará diversos actos para conmemorar la jornada.
El independentismo llega a un 11 de septiembre dividido, debilitado, desmovilizado y con fuertes tensiones entre los partidos. Es, con mucho, la peor situación en que se encuentra el soberanismo desde que comenzara a crecer la burbuja en 2012. La Diada de 2022 será recordada por ser la primera a la que las fuerzas soberanistas llegan con una guerra declarada entre ellos, especialmente entre los dos socios de Govern: ERC y JxCAT. Pero también entre la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y ERC. Las interferencias de la entidad ciudadana para influenciar en los republicanos son apoyadas entre bambalinas por JxCAT, lo que añade más incertidumbre a la situación, máxime cuando los sectores más duros de Junts pugnan por romper el gobierno de Pere Aragonès y abogan por convocar nuevas elecciones a la espera de poder arañar más votos, confiando en el desgaste de Esquerra.
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