Aragonès se queda solo en su llamada a la unidad del independentismo
El presidente esbozó su plan en una conferencia el pasado lunes, pero no ha concitado el apoyo de ninguna otra fuerza soberanista. No quiso aplazar el evento para no dar una muestra de debilidad, pero al final ha proyectado una imagen de soledad
El presidente catalán, Pere Aragonès, se ha quedado solo en su oferta para volver a tejer un frente de unidad en el independentismo. La propuesta fue formalizada el pasado lunes en una conferencia solemne, pero la CUP ni siquiera asistió al acto, acusándole de pasividad. La ANC también renunció a la unidad de acción con la Generalitat, con lo que se pierde la principal fuerza de movilización del movimiento. JxCAT, por su parte, ha hecho una enmienda a la totalidad a su discurso. Carles Puigdemont y su entorno de Waterloo se han sentido ofendidos, marginados y amenazados, si bien no se sabe en qué orden. Incluso el PDeCAT se ha desmarcado de la iniciativa de aunar fuerzas en el Congreso de los Diputados, donde este partido todavía cuenta con cuatro diputados.
Es decir, nadie excepto ERC, el propio partido de Aragonès, ha respaldado la propuesta. La iniciativa fue planteada con buen tacto y mejor intención, pero ha naufragado.
La idea táctica es la siguiente: ERC ha sido uno de los socios clave de Pedro Sánchez en el Congreso. Pero como ha demostrado la votación de la reforma laboral no le otorga fuerza suficiente a los republicanos para derribarlo. Sin esa amenaza, el Gobierno central puede dilatar cuanto quiera una nueva reunión de la mesa de diálogo, de manera que Pere Aragonès pierde su mejor baza.
Cuando Aragonès plantea en su conferencia reunirse con diputados catalanes en Madrid y Bruselas para “traducir estos consensos en acciones políticas concretas” está hablando de sumar a los 13 diputados que encabeza Gabriel Rufián en el Congreso, los cuatro de JxCAT, los cuatro del PDeCAT y los dos de la CUP. En total, sumarían 23 y eso colocaría al Ejecutivo de Sánchez, al menos en teoría, en una situación de mayor debilidad.
Pero nadie está dispuesto a jugar a ese juego. Ni en Madrid ni menos en Bruselas, donde Carles Puigdemont es eurodiputado. Aragonès planteó una solución antes de poner las bases para que la misma fuese posible.
En realidad, tenía que haber aplazado su conferencia. Pero no lo hizo. Como explican fuentes de su entorno en Palau, se hubiera enviado una señal de debilidad. Cierto, pero ahora se emite una señal de soledad.
Dos socios que no se hablan
El actual Gobierno de coalición en Cataluña lo integran dos socios que no se hablan. Las grandes decisiones no pasan por el Consell Executiu. Los tres órganos creados para hacer un seguimiento del pacto no son operativos y están convirtiendo en demasiado farragoso el marco de actuación de la Generalitat. El secretario general de JxCAT, Jordi Sànchez, se lamentó de que no se le hubiese comentado de manera previa la conferencia del presidente catalán. Pero el problema es más profundo.
En la Generalitat hay dos socios que no se hablan. Igual que Puigdemont presenta, por su cuenta y riesgo, un Ministerio de Exteriores Libre de Cataluña dependiente del Consell per la República. Y aunque asegura que habrá “complementariedad” entre este nuevo ente en Bélgica y la conselleria de Exteriores de la Generalitat, nadie en el Ejecutivo catalán lo respalda.
Ante lo difícil de un acuerdo las decisiones se toman al margen del Consell Executiu
Del mismo modo, lo que ERC ha presentado como grandes decisiones estos últimos días se han tomado al margen del Consell Executiu, donde ambos socios coinciden cada martes. Así ha pasado con el avance del curso escolar, que fue presentado por Pere Aragonès en persona. El curso no empezará el 12 de septiembre –cada año lo hacía después de la Diada– sino el 5 del mismo mes. Y se ha avanzado que durante ese período los colegios harán horario intensivo, lo que ha levantado en armas a la comunidad educativa.
Corte de la Meridiana
Lo mismo pasó con el final de la autorización del corte de la Meridiana. Lo decidió la conselleria de Interior por su cuenta. Tras lo cual, la presidenta del Parlament, Laura Borràs, se plantó en la vía para desobedecer, esta vez sí, aunque no a la Junta Electoral Central, sino a la propia Generalitat donde su partido es un socio paritario.
Pueden parecer cuestiones menores. De hecho lo son. Pero el independentismo está aferradas a ellas. Buena parte del movimiento se muestra convencido, por ejemplo, de que su futuro depende de cortar una vía de acceso a Barcelona cada noche como la Meridiana, de manera estéril por una treintena de jubilados y solo perjudicando a los vecinos del barrio, la mayoría de clase obrera y castellanohablantes, por cierto. En este clima, el llamamiento de Aragonès a dejar atrás las diferencias y remar juntos en la misma dirección en un marco de realismo político tenía toda la lógica. Pero, por una u otra razón, esta visión no se ha impuesto. Otra muestra: Puigdemont ayer mismo desde Bruselas reivindicando que el Consell per la República es el “Gobierno legítimo de Cataluña”. Pero si eso fuera cierto, la Generalitat que preside Aragonès quedaría en falso.
El presidente catalán, Pere Aragonès, se ha quedado solo en su oferta para volver a tejer un frente de unidad en el independentismo. La propuesta fue formalizada el pasado lunes en una conferencia solemne, pero la CUP ni siquiera asistió al acto, acusándole de pasividad. La ANC también renunció a la unidad de acción con la Generalitat, con lo que se pierde la principal fuerza de movilización del movimiento. JxCAT, por su parte, ha hecho una enmienda a la totalidad a su discurso. Carles Puigdemont y su entorno de Waterloo se han sentido ofendidos, marginados y amenazados, si bien no se sabe en qué orden. Incluso el PDeCAT se ha desmarcado de la iniciativa de aunar fuerzas en el Congreso de los Diputados, donde este partido todavía cuenta con cuatro diputados.