La 'guerra del mar', todos contra los pilotos de motos acuáticas: "Los odiamos profundamente"
Clubes náuticos, asociaciones de pesca y buceo, surfistas y vecinos impulsan iniciativas en la costa andaluza para que se incremente el control sobre estos “artefactos” que pueden alcanzar “80 o 90” nudos (160 km/h)
La brecha está abierta y normalizar las relaciones dependerá de que “respeten las normas básicas de navegación” y exista “un mayor control de las autoridades”. “En un lado, estamos los veleristas, buzos, practicantes de remo y 'paddle surf', los pescadores… Y en el otro, los pilotos de las motos acuáticas”. “Los odiamos profundamente”, manifiesta un capitán de barco para resumir un conflicto cronificado en las costas andaluzas y cuya intensidad crece verano tras verano. Es la ‘guerra del mar’. Y en el centro de la diana, esos “artefactos” capaces de alcanzar “80 o 90 nudos” (en torno a 160 kilómetros por hora) y que en muchas ocasiones están al mando de personas inexpertas. Individuos “inimputables” cuyo comportamiento “peligroso” es un factor de riesgo y que ha unido en un malestar común a numerosos colectivos que reclaman a las autoridades que tomen cartas en el asunto porque la situación actual “es una locura”.
Juan Manuel González Morgado es vicepresidente de la Asociación de Clubes Náuticos de Andalucía (ACNA) y máximo responsable del Club Deportivo Náutico Punta Umbría (Huelva). Lo tiene claro. Las motos de agua “son un dolor de cabeza” y “no hay presidente de un club que no tenga problemas” con ellas. “La mayoría se están deshaciendo de ellas”, como hizo él, y ahora “solo” se las autoriza a “socios de confianza” que “saben comportarse”.
El enfado nace del “constante” incumplimiento de las normas de navegación que estableció el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana para estos artefactos, como no adentrarse en la franja de 200 metros que acota las zonas de baño, “no acercarse a menos de 50 metros de otra embarcación” o ser utilizadas exclusivamente en horario diurno. Una actitud de “impunidad” que deja una larga lista de episodios graves. Antonio Zaragoza, al frente del Club Deportivo Pesca de Benalmádena, “podría empezar y no acabar en un día”. La más reciente, la de un piloto que pasó a pocos metros de una chica que practicaba ‘paddle surf’ y a la que acabó tirando. Aunque todos los consultados recuerdan, con mayor o menor exactitud, el caso de una moto que terminó “subida” en un barco. “Este año, gracias a Dios, no ha ocurrido nada, pero el pasado hubo alguno que se empotró contra una embarcación”, apunta González Morgado.
Para José Antonio Estela, miembro de la comisión directiva de la ACNA y tesorero del Club Náutico Marítimo de Benalmádena (Málaga), estamos ante un problema de “falta de vigilancia” y, sobre todo, de “educación” a la hora de interactuar con el medio marino. Esa es la única explicación que se puede encontrar a “perseguir manadas de delfines a toda velocidad simplemente para hacerse un selfi” o, como recuerda Zaragoza, reventar la reciente procesión marinera de la Virgen del Carmen en el municipio benalmadense, donde “molestaron por su actitud y su estado” y estuvieron zigzagueando entre el resto de las embarcaciones que cumplían con respeto la tradición.
En el fondo subyace la difícil coexistencia entre la velocidad y una unión casi espiritual con el mar
En la raíz del conflicto, explica Estela, subyace una distinta relación con el mar. Una que describe una conexión casi espiritual; y otra marcada por la velocidad y las emociones. “En un lado estamos los veleristas, buzos, practicantes de remo y 'paddle surf', los pescadores…; y en el otro, los pilotos de las motos acuáticas”, divide el capitán de barco, que no duda en decir que “los odiamos profundamente” porque convierten el litoral en “pistas de carreras”.
“En el mar no hay señales de tráfico, no hay límites de velocidad, no hay radares…”, recuerda el directivo del Club Náutico Marítimo de Benalmádena, que incide en que la seguridad depende, en parte, del compromiso y el respeto entre los distintos navegantes. El problema, sostiene, es que para ponerse a los mandos de una de estas motos de agua únicamente hace falta un “titulín” que se obtiene con unas cuantas horas de clase. “Nadie comprueba que sabe desenvolverse en el mar. Para ellos es derecha, izquierda y acelerar”, añade el marinero.
Recogida de firmas
La falta de vigilancia facilita los actos incívicos. Unos dispositivos de control bastante laxos que son consecuencia del reparto de competencias entre los distintos servicios marítimos. Los pilotos de motos acuáticas “han descubierto que en el mar manda mucha gente, pero realmente no lo hace nadie”. “Tenemos a la Guardia Civil, Inspección Pesquera, Salvamento Marítimo o Aduanas, pero no un cuerpo de guardacostas”, reclama una de las fuentes consultadas, que ejemplifica la falta de efectivos: “Hace 21 años que navego, y nunca me pidieron la documentación”. Paradójicamente, “es tierra de nadie”.
La proliferación de este tipo de artefactos —“en Fuengirola (Málaga) han pasado de una decena a más de 80 en poco tiempo”— ha motivado importantes movilizaciones ciudadanas. La Asociación Amigos del Mar Costa Tropical ha reunido más de 1.600 firmas para limitar su utilización en la costa granadina e impedir sus incursiones en zonas de especial interés medioambiental como La Herradura o la reserva de Maro-Cerro Gordo. En su manifiesto denuncian que “las motos de agua se han convertido en una importante molestia pública que afecta negativamente a miles de personas, desde Velilla hasta Cantarriján”. “Están teniendo un impacto negativo significativo en los residentes, visitantes y negocios locales debido a la contaminación acústica y conductas incívicas de sus usuarios”, recalca este colectivo, que solicitó la acción de los responsables municipales. “Ninguna autoridad tiene el tiempo, el personal o el presupuesto para controlar lo que hacen las motos acuáticas”, asumen sus componentes, pero “el municipio tiene la autoridad y la competencia para controlar lo que sucede en sus playas y quién tiene acceso a sus rampas para botes y a los canales náuticos”.
Antonio Zaragoza afirma que es una realidad incontestable que “se ha multiplicado su número”, aunque sostiene que eso no tiene que ser un motivo para pedir la prohibición de estos aparatos. “Cada vez hay más coches en las carreteras, pero mientras la gente cumpla la normativa, no tiene que ser ningún problema”, contesta para marcar la senda de una coexistencia en paz. “Solo tienen que cumplir la ley”, añade.
Parece que este es el único camino para apaciguar los ánimos en la costa sur y que las motos de agua dejen de ser “lo peor que ha pasado a los que nos gusta el mar”. Porque, como recuerda Estela, algunas de las concesiones con las que se hicieron empresas que explotan servicio de alquiler tenían una duración de 25 años. Y no hay muchas posibilidades de que renuncien a ellas.
La brecha está abierta y normalizar las relaciones dependerá de que “respeten las normas básicas de navegación” y exista “un mayor control de las autoridades”. “En un lado, estamos los veleristas, buzos, practicantes de remo y 'paddle surf', los pescadores… Y en el otro, los pilotos de las motos acuáticas”. “Los odiamos profundamente”, manifiesta un capitán de barco para resumir un conflicto cronificado en las costas andaluzas y cuya intensidad crece verano tras verano. Es la ‘guerra del mar’. Y en el centro de la diana, esos “artefactos” capaces de alcanzar “80 o 90 nudos” (en torno a 160 kilómetros por hora) y que en muchas ocasiones están al mando de personas inexpertas. Individuos “inimputables” cuyo comportamiento “peligroso” es un factor de riesgo y que ha unido en un malestar común a numerosos colectivos que reclaman a las autoridades que tomen cartas en el asunto porque la situación actual “es una locura”.