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El poder de la mezcla: la baza de Ayuso para sacar partido de la presión del PSOE
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El poder de la mezcla: la baza de Ayuso para sacar partido de la presión del PSOE

La pelea cruenta de las últimas semanas en el campo político ha creado una brecha profunda en muchos ámbitos. Ayuso y Sánchez pueden salir bien librados de esa tensión

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (Europa Press/Jesús Hellín)
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (Europa Press/Jesús Hellín)
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El enfrentamiento entre el PSOE y el PP, muy cruento, y que tiene como figuras principales a Isabel Díaz Ayuso y a Óscar Puente, generará diversos y profundos efectos. El más subrayado es el incremento de la polarización, esa subida brusca y mantenida de la tensión que encrespa a un lado y al otro y que contribuye a que la vida política sea mucho más agria. Además, y por diversos motivos, la pelea ha ido girando cada vez más hacia lo personal, lo que contribuye a que sea más difícil aún pisar el freno. Las acusaciones cruzadas han alcanzado también al ámbito periodístico. La brecha va ampliándose y haciéndose más profunda. Sin embargo, las consecuencias más significativas de este río sin puentes van más allá de las voces estridentes y de los insultos indisimulados.

La convicción generalizada entre la derecha es que Sánchez no sobrevivirá a esta etapa. Koldo, Ábalos y la corrupción se suman a las citas electorales, al frente judicial contra la amnistía y a los difíciles equilibrios del gobierno de coalición: demasiados problemas acumulados como para mantenerse en el poder más allá de un puñado de meses.

La convicción generalizada entre la izquierda es que a Díaz Ayuso estos escándalos le han cerrado todas las puertas para liderar el PP. Lo que ocurra en Madrid está lejos de concretarse, queda mucho para las elecciones, pero la pérdida de capital simbólico que supone este maremágnum deja a la presidenta madrileña muy tocada para emprender aventuras políticas mayores. En el mismo sentido, en el ámbito progresista, se cree que el partido quedará debilitado, ya que Feijóo no sabe cómo separarse de esa política de confrontación directa que Ayuso practica contra el Gobierno de España, lo que provocará que los populares no sean percibidos como una alternativa real.

Quién tiene razón en ese diagnóstico (incluso si la tienen las dos partes a la vez), será algo que sabremos dentro de un tiempo. Sea cual sea el momento, está lejos, en parte porque la época es enormemente veloz y lo que hoy es importante en un mes ha perdido toda fuerza. Y en parte porque los acontecimientos internacionales que se sucederán este año nos pueden conducir hacia un mundo muy diferente del actual.

Dos efectos al mismo tiempo

De momento, lo que puede constatarse es un problema sobre el que no suele ponerse el acento: la bronca continua conduce al electorado hacia un momento antipolítico. Si la tensión sigue en aumento, se darán dos efectos simultáneos: una parte de la sociedad apoyará a los suyos con más ahínco y percibirá a los rivales como más nefastos todavía a la hora de gobernar España, y la otra se hartará y pensará que lo mejor es que se vayan todos.

Hay una parte de la población que se irrita mucho con estas peleas en primera instancia, pero que a las semanas está ya cansada de ellas

Esta derivada, más relevante de lo que parece, es fácilmente perceptible una vez que se abandona la M-30. Como tantas otras cosas que concitan el interés informativo, y sobre las que se producen noticias en masa, generan un ruido saturador que solo alcanza a ámbitos concretos de la sociedad. Hay una parte de la población que se irrita con todas estas peleas y que reacciona con indignación en primera instancia, pero que a las pocas semanas está ya tan cansada y harta que prefiere defenderse del ruido ignorándolo.

Es cierto que el efecto polarizador tiende a concentrar voto, porque no solamente activa a los votantes fieles, sino que aleja a los partidos pequeños. Sumar se vuelve invisible en esta pelea y Vox pierde espacio, porque para confrontar con Sánchez de manera directa ya está Ayuso. En ese sentido, los partidos que ocupan el segundo lugar en cada espacio pueden vivir momentos complicados en cuanto a su recorrido general.

Al contrario que en la década pasada, no hay un partido antisistema en España que pueda aprovechar ese clima antipolítico

Pero, más allá de los concienciados, el resto de la sociedad pierde interés y mira con disgusto todas estas cosas. Esa sensación de que el establishment institucional está alejado de ella y de que todo el mundo en la política está dedicado a sacar partido personal, se abre camino.

La cuestión es que, al contrario que en la década pasada, no hay un partido en España que pueda aprovechar ese clima antipolítico. Podemos creció precisamente porque esa saturación estaba presente en la sociedad y la única formación antisistema, que prometía algo diferente y que respondía más ampliamente al humor social, era la de Iglesias. La casta y demás conceptos funcionaron porque ese clima había calado en los huesos de los votantes. Ciudadanos se aprovechó también de ese impulso. Pero ahora no hay ninguna formación que pueda representar ese papel, porque Vox es un partido antiizquierda, pero no antisistema. Los únicos elementos diferenciadores están en su filiación anti-Bruselas, y eso, hoy por hoy, carece de un peso significativo en la política nacional.

En ese contexto, es fácil pensar que las siguientes elecciones, las vascas y las catalanas, esquiven esa dinámica antipolítica mediante el refugio en lo local: lo que se vote en ellas estará determinado por las dinámicas regionales y no por el ruido madrileño. Euskadi tiene sus propios problemas que arreglar, y ni PSOE ni PP estarán, según las encuestas, entre los dos partidos más votados; Cataluña vive años muy complejos que tiene que empezar a solventar en estos comicios. Es poco probable, salvo alguna noticia inesperada, que esas dinámicas locales se vean perturbadas por el aumento de la tensión entre Ayuso y Puente y por las brechas comunicativas abiertas.

La mezcla

Así las cosas, es fácil pensar que, en realidad, la polarización conduce hacia un escenario en el que los dos partidos principales tienden a concentrar el voto que se desplazó hacia los partidos de su extremo ideológico. Con la polarización de la década pasada, que nació en la antipolítica, se forjó el camino para que nacieran nuevos partidos que compitieran con los tradicionales; con esta, ocurre justo al revés, y son las formaciones mayoritarias las que recuperan parte del terreno perdido.

El otro cambio respecto de anteriores tiempos son los efectos sobre los líderes políticos. Si estuviéramos en los años 10 de este siglo, cabría afirmar que Díaz Ayuso, con la tesitura que debe afrontar, habría perdido la ocasión de encabezar su partido. Por motivos obvios: estas luchas generan deterioro que suele ser aprovechado por los rivales internos. Feijóo es ahora el líder, pero si marchara en un futuro relativamente cercano, barones como Moreno Bonilla estarían mejor situados que la presidenta madrileña en la línea sucesoria.

Hay líderes a los que estar en el centro de la polémica no les ha perjudicado; al contrario, lo han aprovechado para avanzar mucho más

Sin embargo, estamos, y hay que insistir en ello, en un momento con elevados componentes antipolíticos. Y quien mejor se desenvuelve en esos ambientes, entre las figuras visibles de los partidos nacionales, es Díaz Ayuso. Ha habido en los últimos años un buen número de políticos que han resistido a escándalos y acusaciones varias, desde Boris Johnson hasta Giorgia Meloni, pasando por Donald Trump, a los que estar en el centro de la polémica no les ha venido mal, sino que les ha reforzado. Algunos de ellos han crecido electoralmente gracias a ese carácter. Si las dinámicas internacionales conducen a una radicalización generalizada, Ayuso es la que mejor ha entendido en el PP la clase de perfil que es necesario.

Recordemos que la fórmula dominante en las derechas occidentales ha sido la mezcla. Puede tratarse de un líder antisistema al frente de un partido sistémico, como ocurrió con Trump y el partido republicano, o con Johnson y los tories; o utilizar la fórmula inversa, y ser el líder sistémico de un partido antisistema, como ha sucedido con Giorgia Meloni. Si este es el camino que los tiempos próximos imponen a las derechas, dar por acabadas las aspiraciones nacionales de Díaz Ayuso sería demasiado atrevido.

El enfrentamiento entre el PSOE y el PP, muy cruento, y que tiene como figuras principales a Isabel Díaz Ayuso y a Óscar Puente, generará diversos y profundos efectos. El más subrayado es el incremento de la polarización, esa subida brusca y mantenida de la tensión que encrespa a un lado y al otro y que contribuye a que la vida política sea mucho más agria. Además, y por diversos motivos, la pelea ha ido girando cada vez más hacia lo personal, lo que contribuye a que sea más difícil aún pisar el freno. Las acusaciones cruzadas han alcanzado también al ámbito periodístico. La brecha va ampliándose y haciéndose más profunda. Sin embargo, las consecuencias más significativas de este río sin puentes van más allá de las voces estridentes y de los insultos indisimulados.

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