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La sorprendente marcha atrás de Garzón: cómo los suyos le negaron el trabajo
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La sorprendente marcha atrás de Garzón: cómo los suyos le negaron el trabajo

La renuncia del exministro tiene una explicación: Sumar e IU se volvieron contra él. La dinámica típica de las organizaciones surgidas del 15-M continúa bien viva

Foto: El exministro de Consumo Alberto Garzón. (Europa Press/Mateo Lanzuela)
El exministro de Consumo Alberto Garzón. (Europa Press/Mateo Lanzuela)
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Las aguas en la izquierda han vuelto a agitarse con motivo del anuncio del fichaje de Alberto Garzón por Acento, la consultora de Pepe Blanco y Alfonso Alonso. La posterior y casi inmediata renuncia del exministro, anunciada por él mismo a través de un comunicado sosegado (resumen: mejor mártir que malvado) suscitó todo tipo de reacciones, en especial en su espacio ideológico.

El ministro Óscar Puente resumió el sentir de muchos votantes de ese ámbito político cuando ha señalado que, si se entra en política, “hay que cobrar poco, pedir perdón todo el día y soportar insultos e intromisiones en la vida privada. Si eres de izquierdas, a más a más, padeces todo tipo de bulos y calumnias. Y después debes buscar trabajo en algo que no tenga la menor relación con lo que has hecho”.

También hubo quienes defendían la decisión primera de Garzón porque no encontraban ningún problema en que una empresa de relaciones públicas incorporase a su plantilla a una persona que contaba con un conocimiento, una agenda y una visión que le parecía útil. Otros preferían señalar el perjuicio que se causaba a lo público, ya que hay mucha gente válida que no quiere entrar en política por los salarios comparativamente bajos (ganan más donde están) y porque la exposición pública pasa demasiada factura; este tipo de polémicas tienden a alejarlos aún más.

También ha habido quienes han alabado la retirada de Garzón y han señalado que una persona de izquierdas puede trabajar para determinadas empresas, pero no para otras, y que, por tanto, estaba éticamente obligado a renunciar. Por supuesto, también ha aparecido Pablo Iglesias a cobrarse viejas cuitas. Desde la derecha, en general, las respuestas han sido despectivas y satíricas, resaltando la hipocresía de los izquierdistas cuando se trata de ganarse la vida.

Es lo personal, no lo político

Sin embargo, todos estos argumentos suelen incidir en el problema de fondo, en los vínculos entre la política y la empresa y la clase de lazos que deben tener y cuáles deben evitar, que son completamente secundarios en este caso. Lo relevante es lo personal, y quien mejor lo ha señalado ha sido Monedero: “Todos los liderazgos en la izquierda son rehenes de lo que dijeron cuando ganaban votos ahondando en ese imaginario”. No se trata de Garzón, sino de su generación, que escogió un marco político muy difícil de defender a la larga. El exministro ayudó a construirlo, ahora le ha pasado factura.

La renuncia es sintomática por lo que revela de una generación políticamente desastrosa

Sin embargo, no deja de ser sorprendente su marcha atrás. La reacción negativa ante el anuncio del fichaje era previsible, y cualquiera en su lugar sería consciente de las críticas que iba a recibir, y de que correligionarios y viejos amigos aprovecharían para saldar viejas. De modo que había dos opciones: o fichaba por Acento y soportaba el chaparrón, o renunciaba a la oferta. Garzón eligió las dos opciones. Y este hecho es sintomático, no por lo que diga de Garzón, que es libre de tomar la decisión que estime oportuna, sino por lo que revela de una generación políticamente desastrosa.

Los errores estratégicos

Lo que le ha ocurrido a Garzón tiene un contexto sin el cual no puede entenderse su destino final. El malestar que se expresó en el 15-M arraigaba en unas circunstancias complicadas para España, que estaba sufriendo una crisis económica profunda, en medio de tensiones europeas e internacionales. Los grupos de izquierda canalizaron el descontento que se manifestó en las plazas españolas y aquella energía finalizó en un sentimiento antipartidos, en la demanda de más democracia y más participación. Parecía que la solución a los problemas españoles era que la escena política se liberase de los corsés y de las estructuras partidistas y se promoviese una mayor transparencia en la vida pública: si se conseguía ese objetivo, todo aquello que indignaba a los ciudadanos (los problemas económicos, la corrupción, la sensación de ineficacia) encontraría una resolución. Fue un error de diagnóstico que llevó a otros mayores.

Varios años después, en 2014, el 15-M cuajó en un partido político, Podemos, que recogió la indignación popular y los deseos de cambio con un discurso populista que partía de un concepto, la casta, y de una actitud transformadora. La sustanciación de esa posición en un programa fue la lucha contra el régimen del 78, la reivindicación de la memoria histórica, la lucha contra la corrupción del sistema, la puesta en cuestión de la monarquía y la exigencia de un proyecto constituyente. Fue un error, y más aún porque triunfó: el Rey abdicó, surgieron nuevos partidos, se cambiaron las cúpulas de los existentes, la corrupción fue a juicio y la memoria histórica al Parlamento. Los problemas españoles, sin embargo, se fueron agravando.

Eran una máquina de combate que peleaba constantemente y que buscaba más enemigos

Ese éxito animó a Podemos a convertirse en un partido a la contra. Se opusieron primero a las viejas izquierdas y luego a los viejos partidos. Cuando ese discurso se agotó, redujeron la mirada y dijeron que lo importante era sacar al PP del Gobierno. Cuando Sánchez consiguió ese objetivo, combatieron a los fascismos, a los machismos o a las extremas derechas. Y finalmente regresaron a su posición inicial y se convirtieron en una formación que luchaba contra las izquierdas, encarnadas en Yolanda Díaz.

En todo ese trayecto, carecieron de una idea de país, de una comprensión de cuáles eran los elementos estructurales que definían la vida política. No tenían ni idea de geopolítica, ya que lo huyeron de lo internacional para alejarse de los vínculos con Venezuela que siempre les achacaban. Tampoco tenían gran conocimiento de la economía real, y en las cuestiones europeas dejaron de entrar en cuanto Tsipras dio marcha atrás. Eran una máquina de combate que peleaba constantemente, que encontraba nuevos enemigos, pero que no tocaban ni una sola de las cuestiones estructurales, es decir, las relevantes. Por decirlo de otra manera, suplían la falta de visión política con la lucha agresiva y continua contra los rivales que se les ponían a mano.

El precio que ha pagado Garzón

Todo este trayecto no pudo hacerse sin contar con un aparato continuo de afeamiento. Su campo de batalla fueron las redes, mientras estas aseguraron el recorrido, y allí libraban sus peleas. Eran un partido que señalaba, que recriminaba comportamientos personales y que siempre encontraba nuevos enemigos: desde los fascistas hasta las terf, desde los rojipardos hasta los traidores internos.

Garzón es una metáfora del destino final de la generación política del 15-M: renuncias a un puesto para no tener que soportar a los tuyos

Ese es el ambiente en el que se ha movido Garzón, y esa es la máquina que se le ha aplicado cuando ha querido fichar por Acento. El resultado de ese posicionamiento político es desastroso. Podemos entró en el gobierno en su cota de voto más baja y salió de él siendo la fuerza que nadie quería dentro un nuevo partido que le montó su sucesora. Además, el voto que obtuvo Sumar en las generales siguió cayendo, y las izquierdas más fuertes son BNG, Bildu, ERC y Más Madrid, todas formaciones locales. La figura de referencia, Yolanda Díaz, carece de una estructura sólida y está sostenida por su presencia en el Gobierno y su relación con Pedro Sánchez. Nada hace pensar en una recuperación de ese espacio.

Lo subrayaba Ismael Serrano: “Con estos mimbres es difícil reconstruir un espacio de izquierdas ilusionante: los rencores personales, los reproches, el señalamiento, ocupan la mayor parte del discurso. En todas partes”.

En ese contexto, Garzón es una metáfora del destino final de la generación política del 15-M: tienes que renunciar a un puesto para ganarte la vida para no soportar las recriminaciones de los tuyos. Es paradójico: cuando se trata de otros partidos, las críticas vienen de los rivales políticos. Aquí vienen de tu espacio. Y Garzón los hace caso, quizá porque estuvo allí y formó parte de eso, quizá porque prefiere ser mártir que malvado. O quizá porque no ha querido librar otra batalla más contra Iglesias. O más propiamente contra Enrique Santiago y Yolanda Díaz. En realidad, fueron Sumar e IU los que dejaron a Garzón a los pies de los caballos. El exministro esperaba que las organizaciones de las que forma parte se desvinculasen del asunto y no hicieran valoración alguna sobre su incorporación a Acento. Pero, en el instante en que supo que emitirían comunicados en contra de la decisión y que se volverían contra él, Garzón decidió dar marcha atrás.

Las aguas en la izquierda han vuelto a agitarse con motivo del anuncio del fichaje de Alberto Garzón por Acento, la consultora de Pepe Blanco y Alfonso Alonso. La posterior y casi inmediata renuncia del exministro, anunciada por él mismo a través de un comunicado sosegado (resumen: mejor mártir que malvado) suscitó todo tipo de reacciones, en especial en su espacio ideológico.

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