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Por qué había gente que jaleaba a los narcos desde la playa de Barbate
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Por qué había gente que jaleaba a los narcos desde la playa de Barbate

Es fácil que surjan las narcosociedades, pero resulta mucho más complicado combatirlas. En parte, porque se necesitan muchos medios que no se proporcionan y también por el clima social que crean en la zona

Foto: Uno de los detenidos en Barbate. (EFE/Román Ríos)
Uno de los detenidos en Barbate. (EFE/Román Ríos)
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Las narcosociedades parecen lejanas, algo que ocurre en otras zonas del mundo, con El Salvador de Bukele como mejor ejemplo. Sin embargo, no son infrecuentes en Europa. Desde algunas banlieues francesas hasta Róterdam, por donde pasa entre el 50 y el 80% de la cocaína, las localidades penetradas por el tráfico o la producción de drogas generan problemas notables. En Países Bajos, la princesa heredera al trono y el ex primer ministro Mark Rutte fueron amenazados por los narcos, lo que indica el grado de atrevimiento que han alcanzado. También en España tenemos experiencias al respecto, desde los traficantes gallegos hasta el blanqueo en la Costa del Sol, pero el trágico suceso de Barbate señala hasta qué punto los cambios producidos en ese ámbito son preocupantes. Y más cuando hemos pasado de ser un país de tránsito a un país productor.

Sin embargo, ese mayor arrojo en el narcotráfico no es un elemento ocasional, sino que tiende a ser consecuencia obligada. Una vez que tales grupos se implantan en un territorio, dejan de ser meras asociaciones de criminales que operan al margen de la ley, como puede ocurrir con las bandas que asaltan viviendas, y pierden su carácter oculto. Dada su actividad regular y su implantación local, los narcotraficantes terminan siendo conocidos en los lugares en los que operan. Como elemento de seguridad, y porque necesitan establecer vías libres de interferencias para continuar con su actividad, tratan de ganar influencia en todas las instituciones que pueden obstaculizar o impedir su negocio ilegal.

"Dais charlas a los niños sobre las virtudes de la ley, pero cuando tienen 16, 17 o 18 años no podéis darles un trabajo y entonces acuden a mí"

Por decirlo rápido, estos grupos necesitan de la ausencia del Estado para que sus transacciones sean lo más rentables posible. De esa manera se aseguran la impunidad y evitan incautaciones de material y que su mano de obra sea arrestada, así como la pérdida de prestigio frente a otras mafias. Por lo tanto, en la medida en que van haciéndose grandes en la localidad, y poseen poder y recursos, tratan de infiltrarse en las fuerzas de seguridad, en los tribunales y en el poder político local para que trabajen a su favor.

Una forma de ganarse la vida

Su presencia en las instituciones está condenada a fracasar si no existe aceptación en las poblaciones en cuyo territorio operan. La búsqueda de legitimidad entre ellas es un primer elemento. Lo expresaba nítidamente un mafioso italiano durante un interrogatorio: “Estáis haciendo un buen trabajo, vais a las escuelas, dais charlas a los niños sobre las virtudes de la ley y la legalidad, mientras tienen 13 y 14 años, pero cuando tienen 16, 17 o 18 no podéis darles un trabajo y entonces acuden a mí”.

Suelen implantarse, por tanto, en poblaciones deterioradas, donde siempre encuentran a personas dispuestas a ganarse un sueldo o un sobresueldo, ya sea llevando a cabo el traslado o la producción de la droga, u ofreciendo la infraestructura necesaria. La situación de necesidad de estos entornos convive con los deseos de llevar una vida económicamente holgada y de gozar de bienes a los que no tienen acceso: este tipo de delincuencia ofrece satisfacer ambas cosas.

La mítica del forajido

Cuando las organizaciones están lo suficientemente extendidas, hay parte de esa población que se considera parte de la empresa. Uno de sus argumentos, explícito o implícito, es que si hay gente que ha comenzado a ganar dinero en localidades empobrecidas es gracias a que la actividad ilegal les ha provisto de recursos y de bienestar material. Ahí reside un primer elemento de hostilidad hacia las fuerzas de seguridad: ponen en peligro sus ingresos.

La vida para las fuerzas que combaten el narco es complicada, ya que la desconfianza impregna las relaciones entre ellas

Además, estas organizaciones también juegan con una cierta mítica del forajido, del fuera de la ley que logra imponer sus normas, que resulta atractiva para quienes salen beneficiados con esa actividad. Por eso disfrutan cuando las fuerzas de seguridad son derrotadas, lo que explica que jalearan en Barbate a la lancha rápida que se pavoneaba delante de la Guardia Civil, con el trágico resultado que conocemos.

La vida para las fuerzas que combaten el narco en esas poblaciones es complicada, ya que, como señala Fàtima Llambrich en Brots de narcosocietat, la desconfianza impregna las relaciones entre ellas. Se tiene cuidado con lo que se dice y delante de quién se dice, porque nadie sabe quién en el juzgado o entre las mismas fuerzas de seguridad puede estar trabajando para el enemigo. Además, deben manejar una cierta hostilidad cotidiana, porque no son bien acogidos por esa parte de los habitantes de la localidad que salen ganando con el narcotráfico.

La ausencia real del Estado

Esa soledad y esa desconfianza son expresiones de la ausencia real del Estado, que es la causa última de que estas organizaciones se desarrollen. Es mucho más fácil evitar que se implanten que detenerlas una vez establecidas. Para combatirlas se necesitan abundantes dotaciones presupuestarias, gran cantidad de medios y un número significativo de fuerzas de seguridad que investiguen, frustren las operaciones, encuentren las pruebas para imputar a los responsables, y no solo a los ejecutores materiales de las mismas, y detengan las infiltraciones de esas bandas en las instituciones. Es una lucha complicada, además, por todos los riesgos físicos que comportan para quienes la llevan a cabo.

Foto: Los detenidos por la muerte de dos agentes de la Guardia Civil llegan a los juzgados en Barbate. (Europa Press/Francisco J. Olmo)
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Dado que los Estados han estado muy pendientes de los ajustes presupuestarios y que todavía están muy pendientes de los déficits primarios, han tendido y tienden a ahorrar en lugar de a asegurar las dotaciones precisas para los servicios públicos. Ocurre en muchos ámbitos, y en algunos casos los efectos son enormemente preocupantes. El resultado en la lucha contra el narcotráfico es desalentador: fuerzas de seguridad infradotadas y con salarios escasos, que se ven a menudo impotentes para llevar a cabo su tarea con eficacia y que se juegan la vida con demasiada frecuencia.

Las sociedades en las que las instituciones están solo nominalmente presentes producen efectos devastadores porque suponen el imperio de la ley del más fuerte. Si quieren saber hasta qué punto, lean la historia de Giuseppe Grassonelli. Contiene una gran moraleja.

Las narcosociedades parecen lejanas, algo que ocurre en otras zonas del mundo, con El Salvador de Bukele como mejor ejemplo. Sin embargo, no son infrecuentes en Europa. Desde algunas banlieues francesas hasta Róterdam, por donde pasa entre el 50 y el 80% de la cocaína, las localidades penetradas por el tráfico o la producción de drogas generan problemas notables. En Países Bajos, la princesa heredera al trono y el ex primer ministro Mark Rutte fueron amenazados por los narcos, lo que indica el grado de atrevimiento que han alcanzado. También en España tenemos experiencias al respecto, desde los traficantes gallegos hasta el blanqueo en la Costa del Sol, pero el trágico suceso de Barbate señala hasta qué punto los cambios producidos en ese ámbito son preocupantes. Y más cuando hemos pasado de ser un país de tránsito a un país productor.

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