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"Soy hijo de españoles, he pasado mi vida en las 'banlieues' y esto es lo que ha ocurrido"
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entrevista con alberto arricruz

"Soy hijo de españoles, he pasado mi vida en las 'banlieues' y esto es lo que ha ocurrido"

La historia de cómo el urbanismo popular construido para dar una vivienda digna a la clase obrera acabó convertido en una fábrica de adolescentes nihilistas que queman coches por Navidad

Foto: Alberto Arricruz de niño junto a sus hermanos en Cité Notre-Dame. (Cedida)
Alberto Arricruz de niño junto a sus hermanos en Cité Notre-Dame. (Cedida)
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Toda la vida de Alberto Arricruz (1962) ha transcurrido en las banlieues. Sus padres, inmigrantes sevillanos en París, se mudaron a Cité Notre-Dame cuando era un niño. Creció pateando las calles y luego siguió trabajando en tareas sociales como funcionario, en instituciones sanitarias, en la Cruz Roja, con personas discapacitadas... Le molesta que todo el mundo tenga ahora una opinión sobre lo que ocurre en estos barrios sin haberlos pisado. Su experiencia biográfica está enriquecida con horas de lecturas, conversaciones, debates y reuniones de trabajo. Esfuerzos para diagnosticar los problemas y encontrar soluciones.

PREGUNTA. Vamos a empezar hablando de tu infancia. ¿Cómo eran estos barrios cuando llegaste?

RESPUESTA. Mis padres eran inmigrantes, sevillanos, y se conocieron en París en los años 50. La inmigración española era predominante en Francia entonces. Hasta mitad de los años 70, éramos los más numerosos. Llegamos a ser 600.000 o 700.000. Cuando yo era chico, mi padre trabajaba en una fábrica, porque en aquella época París estaba llena de fábricas que han desaparecido. Mi madre era portera y limpiaba en un edificio de cierto nivel. Nosotros vivíamos en la portería. Cinco personas en un cuarto, sin servicios. Teníamos que ir a los baños municipales.

Ahora hablamos de guetos, pero fueron una solución a la situación de la vivienda

P. ¿Y después os trasladasteis a una banlieue?

R. En aquellos años se construyeron grandes barriadas. Ahora hablamos de guetos de inmigrantes, pero se idearon como una solución a la pésima situación de la vivienda que había en Francia en general. Mi familia se trasladó a Le Blanc-Mesnil y pasamos de vivir en una portería a ocupar un piso con un cuarto para mis padres, un cuarto para los hijos, un comedor, una cocina y aseos. Con unos niveles de confort importantes, con una plaza de aparcamiento... Y rodeados de servicios públicos. La escuela estaba al lado. Fueron tiempos de desarrollo impetuoso de la construcción. Durante los años 50, los 60, y hasta mediados de los 70, se construyeron muchos edificios residenciales así. Decenas de miles de hectáreas de ciudades nuevas. Las alcaldías estaban en manos de comunistas elegidos en las urnas que se ocupaban de estas cosas. Ellos eran también hijos de obreros y pelearon para tener un urbanismo de calidad, educación, servicios médicos, etcétera.

Foto: Un bombero francés intenta extinguir el fuego de un coche ardiendo. (Reuters/Pascal Rossignol)

P. En origen era vivienda pública en la que entraba a vivir gente que, como vosotros, vivían hacinados en París, ¿no?

R. Fue una época de desarrollo urbanístico. Se llevó el agua corriente, la electricidad, los servicios de transporte, etcétera. En aquella época, París perdió un millón de habitantes. La ciudad pasó de tres a dos millones. Desapareció la clase obrera de París, así como el comercio que la abastecía y la picaresca de las novelas y las películas. Esto yo lo veo importante porque ahora se habla de estas barriadas como algo muy negativo, casi como un experimento de expulsión de la clase obrera, pero en su día se trataba de darle a la gente humilde viviendas mejores y condiciones mejores. Mira, yo he trabajado con el alcalde de Bobigny (50.000 habitantes) y él mismo vivió en una chabola antes de que construyeran las torres de veinte o veinticinco pisos en la que le dieron un apartamento a su familia. Mis padres también vivían en una torre de doce pisos, pero había parques y servicios alrededor. Era una arquitectura política. La barriada se llamaba Carlos Marx. Yo vivía en la Avenida de la División Leclerc, cerca de la calle Yuri Gagarin… Para los que fuimos alojados ahí, se trataba de un salto cualitativo muy importante. Algunos problemas que se ven hoy ya estaban cuando llegamos. Por ejemplo, el transporte. Mi padre pasó de tener el trabajo a cuatro paradas de metro, a tener que coger un autobús, un tren, y luego el metro. Ese movimiento pendular de millones de personas entrando y saliendo tiene mucho que ver con todo lo que ocurre.

Cuando vives ahí, París no está lejos, pero se tarda en llegar. La vida es diferente

P. Estabais cerca de París, pero el trayecto para llegar era muy largo. ¿Eso aísla? ¿Crea barreras?

R. Además de las horas de transporte, el aislamiento es significativo para la gente que no tiene trabajo, que no sabe qué hacer con su vida, que no se mueve de allí. Cuando vives ahí, París no está lejos, pero se tarda mucho en llegar. La vida es totalmente diferente. No hay nada que hacer, te aburres, ves el tiempo pasar. Nosotros de adolescentes ya sufríamos ese aburrimiento. Te cuento una anécdota. Mis padres compraron una casa en Sevilla por aquellos años, un pisito en Mairena del Aljarafe, que es una barriada parecida a Le Blanc-Mesnil. Íbamos en verano y hacía un calor insoportable, pero recuerdo haber contado los bares porque me llamaba mucho la atención. Había 45 bares en ese barrio sevillano. Y recuerdo haber pensado que si hubiese 45 bares en Le Blanc-Mesnil, aquello habría sido un caos. Nosotros solo teníamos dos bares y siempre había peleas. En Francia no puedes abrir 45 bares en una barriada porque allí solo van los hombres por la noche a emborracharse y enfadarse. Ese tipo de vida, esa forma de vivir, se mantiene aunque la emigración cambie de color. Esta sensación de vivir lejos de París aunque estés cerca, de aburrirte todas las tardes, de no tener nada que hacer, ya existía cuando yo era adolescente. Pero no había llegado aún la droga y el resto de problemas. Eso lo fuimos viendo después. Piensa que mis padres estuvieron 56 años allí. Hace tres años murió mi madre, y sacamos a mi padre del piso. Pero hasta entonces hemos seguido yendo mucho. Y por trabajo sigo visitando la zona a menudo.

placeholder Edificio en Cité Notre-Dame en el que residía Alberto Arricruz. (Cedida)
Edificio en Cité Notre-Dame en el que residía Alberto Arricruz. (Cedida)

P. ¿Ha cambiado mucho la composición étnica de estos barrios desde que tú eras un adolescente?

R. Ha cambiado muchas veces. Al principio, la mayoría éramos españoles, polacos, argelinos y franceses de provincias, que entonces eran también como inmigrantes. Después empezaron a venir franceses de colonias más lejanas, de las Islas Antillas, negros de Guadalupe y Martinica… Y luego aparecieron personas de muchos otros sitios. Ahora, por ejemplo, están llegando de Pakistán. Creo que otro de los problemas de estas barriadas es precisamente que la población cambia todo el rato y de forma masiva. Cada diez años desaparece la mitad de la población. Los que prosperan, se marchan. Y llegan otros. Estamos hablando de lugares donde viven millones de personas que se van renovando. Los únicos que se quedan son personas mayores como mis padres. De hecho, hay una cantidad de población fija que son personas mayores y muchos viven asustados.

Muchos tienen dos y hasta tres trabajos para superar las dificultades económicas

P. Eso rompe la imagen de guetos estancos que solemos dibujar.

R. Por eso es tan imprecisa la idea de la barriada de población magrebí, o africana, que lleva décadas encerrada en un gueto sin servicios públicos ni perspectivas. Eso no es verdad. Los servicios públicos están en dificultades, pero siguen funcionando a pesar del acoso y los problemas. Fíjate que estamos hablando de jóvenes que queman la escuela del barrio, que queman la biblioteca del barrio, que queman el centro de salud del barrio. ¡Eso significa que hay una escuela, una biblioteca y un centro de salud! Lo de que no existen servicios públicos en estos barrios es una mentira muy gorda. Existen y cuando no los hay, es porque los han quemado, o han acosado a los vecinos para que no los utilicen. En algunos sitios ya no entran los bomberos ni las ambulancias. Durante un tiempo se jugaba a hacer falsas llamadas para apedrearlos por diversión. Ahora, los médicos y enfermeros que acuden a cuidar a ancianos dependientes, que son cada vez más numerosos, no ponen símbolos de la Cruz Roja en sus coches, ni nada identificable, para evitar que los destrocen. Esta es la realidad. No es una realidad unívoca y desmiente el discurso del racismo institucional y de que la gente no se puede integrar. Al revés, la inmensa mayoría de la población se integra, trabaja… Tanto trabaja que muchos tienen dos y tres trabajos para superar las dificultades económicas y el coste de la vida. La mayoría trabajan como mulas y, cuando pueden marcharse, se marchan a otros lugares más tranquilos, donde no hay delincuentes actuando impunemente. Déjame que te dé un dato: el número de personas que responden que "hay demasiados trabajadores inmigrantes en Francia" ha caído del 31 por ciento en 2014 al 21 por ciento en 2022.

P. El mito de que los inmigrantes viven en las banlieues y los franceses de pura cepa en el resto del país…

R. Mira, casi toda la población de origen migrante de Francia, los hijos de inmigrantes, ya no viven en esas barriadas. Están repartidos por toda la geografía y en su mayoría están integrados. Ahora ya apenas hay industria, porque se ha ido a China, de manera que trabajan en tiendas, oficinas, comercios… Pero la población francesa, sobre todo en grandes ciudades, es una población muy mestiza. Solo hace falta ir a una boda, o a la salida de una escuela, para ver que la asimilación se está produciendo de forma masiva. En las familias hay mucho mestizaje. La Francia de hoy no tiene nada que ver con la Francia de los años 60 y los años 70, donde realmente había una segregación racial muy potente. Sigue habiendo racismo entre una parte de la población, pero es un problema que ha disminuido mucho. Un apunte sobre este tema que creo que es importante: cuando nosotros nacimos en París, y hasta mediados de los años 80, la ciudad tenía mucho empleo industrial. Ahora esas zonas están llenas de solares vacíos, de fábricas inmensas que se cerraron. Se está construyendo en barrios que fueron suelo industrial y que ahora alojan ciudades ultramodernas que no tienen nada que ver con París. Podrían ser Singapur. Y eso se levanta encima del suelo que ocupaban las fábricas.

Foto: Antidisturbios hacen frente a los disturbios en Nanterre. (EFE/Mohammed Badra)

P. ¿Por qué dices que es tan relevante ese detalle?

R. Tiene connotaciones sociales. Sigue habiendo empleo, pero es un empleo diferente. Cuando yo era adolescente, los chavales que no sabían qué hacer con su puta vida, los que no iban bien en la escuela y se comportaban como imbéciles, siempre podían irse a trabajar a la fábrica. Allí cabía todo el mundo. Ahora ya no hay lugares donde quepa todo el mundo. Si eres un chaval que se comporta como un estúpido y tus padres no te hacen caso, no puedes encontrar trabajo en una fábrica. Tienes que tener al menos un currículo vitae para encontrar trabajo, tienes que saber hacer algo, tienes que pasar alguna prueba. Yo he entrevistado a muchos de estos chavales para ayudarles y hay una enorme diferencia entre chicas y chicos. Las chicas normalmente se esfuerzan y tienen el afán de prosperar y mejorar. Pero muchos chicos son incapaces de hablar unos minutos sin acabar insultándote.

Son chavales que no saben qué hacer con sus vidas y sus modelos son Mbappé o Benzema

P. ¿Y se quedan en los márgenes de la sociedad?

R. Hay un montón de chavales sin trabajo, y una parte de la juventud está excluida, pero yo no puedo decir que esto sea por racismo. Antes había una válvula de seguridad para enderezarlos, que era el empleo industrial. El trabajo en la fábrica era como el trabajo en el campo, un sitio al que podía ir todo el mundo. Pero eso ha desaparecido. Así que son chavales que realmente no saben qué hacer y sus modelos son personas como Kylian Mbappé o Karim Benzema, que juegan al futbol bien y se compran un Lamborghini. Ellos aspiran a eso, a comprarse el último iPhone y divertirse. Si te fijas, cuando se van a atracar tiendas, roban las marcas que han visto anunciar a Karim Benzema o Kylian Mbappé.

P. ¿Qué sucede en las barriadas donde viven descendientes de inmigrantes de las colonias francesas de Indochina, de Camboya, de Vietnam…?

R. En esas barriadas no han quemado ni un solo coche. No es porque los asiáticos sean ricos. Tienen las mismas dificultades, viven bajo las mismas condiciones, pero el comportamiento de la comunidad asiática es diferente. Y no, no ha desaparecido para nada la vinculación con sus países. Pero hay un rasgo comunitario muy potente. De todos modos no se pueden sacar conclusiones relacionadas con la religión porque, si te pones a mirar las diferentes comunidades de adolescentes que queman coches, te vas a encontrar a muchos que proceden de países musulmanes de África, pero también de países cristianos, como Camerún o Costa de Marfil. Desde hace varios años, hay una población eritrea importante. Y, como te decía, hay una comunidad muy visible, cada vez más, de origen pakistaní.

placeholder  Alberto Arricruz, en una conferencia. (Cedida)
Alberto Arricruz, en una conferencia. (Cedida)

P. ¿Y son problemáticos?

R. Vienen de zonas donde el islamismo radical es muy potente, pero ellos no creo que hayan participado en los disturbios. Habría que comprobarlo porque quizá haya alguno, pero realmente no lo creo. De hecho, son muy apreciados por la patronal de la construcción y la restauración. Ahora los están contratando sin documentación para las obras de los Juegos Olímpicos porque no hay suficientes trabajadores. También están muy cotizados en las cocinas porque saben cocinar recetas sofisticadas. Es una paradoja que esta población que viene de un país radicalmente diferente a Europa, de un país con mucha prédica islamista y muy retrógrado, no esté dando los mismos problemas. Francia es mucho más diferente de Pakistán que de Argelia, que fue territorio francés.

P. ¿Son de primera generación?

R. Ya estamos en la segunda generación de pakistaníes. Muchos empiezan a coger negocios, igual que ocurre en Barcelona. Cientos de bares de toda la vida ahora los llevan los pakistaníes. Hay creperías famosas que dirigen ellos después de haber trabajado en sus cocinas. Y funcionan muy bien. Pasa algo parecido con la emigración china. En definitiva, la forma en la que se integran es muy diferente. Incluso en estas barridas periféricas.

P. ¿Qué crees tú que marca la diferencia?

R. Por una parte, estoy convencido de que hay algo muy específico de Francia, que es su relación no resuelta con la época colonial. En el caso de Argelia hay una reivindicación por parte de los hijos de los argelinos. También sucede un poco con los procedentes de Senegal, de Malí, y de otros países africanos colonizados. Hay una reivindicación identitaria y de revancha contra Francia. Luego hay patrones que se dan en más sitios. En Londres, en 2011, hubo unas revueltas que no tuvieron ningún componente religioso. Y también creo que sería interesante hacer comparaciones con países como Brasil, Salvador, Honduras… donde el problema de la violencia es gravísimo, donde hay barriadas y guetos, y donde una parte de la población joven está metida en comportamientos delincuentes ultraviolentos. Situaciones mucho peores a las nuestras, sin que tenga nada que ver con la inmigración. Yo creo que hay que dejar de mirar la evolución de estos problemas sociales como problemas raciales o migratorios. Son anteojeras que impiden ver por qué la sociedad está evolucionando así. Te doy otro dato: en las últimas revueltas se calcula que han participado entre 8.000 y 12.000 personas. Muy pocos comparados con los millones de descendientes de extranjeros que hay en Francia.

Los que quemaban coches en 2005 ya son padres. Los del 92, ya son abuelos

P. Hay quien propone comparaciones entre los magrebíes de Francia y la comunidad afroamericana en Estados Unidos. Más allá de las diferencias étnicas, hay una herida que no se ha cerrado.

R. Sí. No olvidemos que la gente que sale a quemar coches es gente muy joven. Es muy curioso porque ese tipo de revueltas violentas llevan más de 30 años produciéndose. Hay estallidos grandes y pequeños. Y siempre es población de 14, 18, 20 años como mucho. Los que quemaban coches en 2005 hoy son padres. Los que montaban el pollo en el 92 , hoy son abuelos. El patrón es que hay una parte de la juventud que en un momento dado actúa de esta forma. Un factor sin duda es la adolescencia. Con 14 años tienes un lío tremendo en la cabeza…

P. ¿Vosotros cuando erais adolescentes os sentíais también así?

Yo llegué a adolescente en los años 70 y nosotros teníamos un problema identitario también. Aunque habíamos nacido en Francia, nos reivindicamos fuertemente como españoles. Hasta el punto de que, por ejemplo, mis hermanos rechazaron la nacionalidad francesa a los 18 años porque se sentían españoles. Luego tardaron años en recuperarla. Yo no la rechacé porque soy el pequeño, e incluso fui a la mili francesa, pero no me sentía francés. Eso es algo que he ido aceptando poco a poco. Hoy parece increíble, pero cuando éramos jóvenes nos reivindicamos españoles y rechazábamos ser franceses. Y las diferencias entre España y Francia son escasas. Hoy no le veo ningún sentido, pero eso es lo que ocurría en mi corazón adolescente.

Hoy parece increíble, pero nosotros cuando éramos jóvenes rechazábamos ser franceses

P. ¿Qué hubiese pasado si te hubiesen reforzado ese sentimiento de rechazo?

R. Los mensajes que recibes por supuesto son un factor clave. Ahora esos chavales están siendo bombardeados por mensajes, por ideologías. Es un discurso que determina tu comportamiento, que te lleva a rechazar la identidad francesa y a sentirte una víctima. Yo lo veo como un contagio social, ideológico, y tiene poco que ver con la exclusión de las barriadas o con el racismo. Desde finales de los años 80, se han invertido miles de millones de euros en estos barrios. Se ha privilegiado la reconstrucción para mejorar sus dotaciones. Las empresas de construcción se han forrado. También se ha inyectado dinero a espuertas en asociaciones destinadas a acompañar socialmente a los jóvenes. Eso se ha transformado en parte de un negocio. Existe en Francia un negocio de la exclusión. Un negocio que no tiene razón de ser si no hay excluidos. Millones de euros, miles de empleos. Algunas de esas asociaciones están montadas por los propios macarras del barrio que reproducen su comportamiento mafioso con dinero público y forman una red de clientelismo económico.

Si el jefe de los traficantes del barrio te dice que se acabó la protesta, se acabó

P. Nos acercamos a otro de los grandes problemas: el tráfico de drogas.

R. ¿Sabes cuándo se han parado estas últimas revueltas? Una amiga, jueza de instrucción en la región parisina, dice que la cosa se empezó a calmar cuando empezaron a llegar señales de que los jefes de la droga se estaban hartando. Les estaba afectando al negocio. Si el jefe de los traficantes del barrio te dice que se acabó, se acabó. En 2015 se vio algo equivalente. Yo entonces trabajaba en un departamento en la provincia de París y se tuvo que decretar el estado de emergencia por primera vez desde 1945. Pero en ese barrio se acabó enseguida. ¿Por qué? Porque la primera noche quemaron el cochazo de un jefe de la mafia y sus hombres cogieron a varios chavales y les dieron una paliza que casi los matan. Ahí se acabó para ellos. Mientras el resto de banlieues ardían, allí pasamos tres semanas tranquilas.

P. Entiendo que lo frenen cuando les afecta al negocio, ¿pero por qué permiten que se desate el caos?

R. Bueno, les permite quemar las cámaras de vigilancia, destrozar servicios públicos, expulsar a los funcionarios y la policía y amedrentar cada vez más a la población. La mayoría de la población de esos barrios es víctima de esa gente, de las redes de traficantes, etcétera. Estas revueltas permiten mantener la impunidad de los matones de barrios. Luego se les va de las manos y hay que dar marcha atrás. Estos días, incluso los alcaldes de extrema izquierda, y los verdes, los mismos que empezaron con el discurso a lo George Floyd, han ido pidiendo que se multipliquen por dos los efectivos policiales. Su discurso ha cambiado de la noche a la mañana.

En 1992 se atracaron por primera vez unos grandes almacenes durante una revuelta

P. ¿Cómo empieza una revuelta? El gobierno francés ahora lo achaca a las redes sociales, pero cuando no había redes sociales también había revueltas. El saqueo de Los Ángeles de 1992, la mayor revuelta racial de la historia de EEUU, se hizo sin teléfonos móviles ni Internet.

R. En 1992 tampoco había nada de eso y hubo revueltas. Lo que hay es un contagio social tras una reacción espontánea. Unos empiezan y otros les siguen. Esta forma de protesta, vamos a decirlo así, consiste en quemar coches, quemar edificios públicos y atracar grandes almacenes. Esto se empezó a producir en 1992, cuando se atracaron por primera vez grandes almacenes en el centro de París. Desde entonces, nunca ha habido manifestaciones de jóvenes sin que haya atracos y destrucción. Cada Navidad se repite el juego de quemar coches. Porque es Navidad y ya es una tradición. La policía francesa ha dejado de publicar la estadística de los coches quemados en Navidad, pero cada año se queman centenares. En los vídeos que graban ellos mismos se ve que están eufóricos, que es como una fiesta. Circula un video en el que un idiota se prende fuego a sí mismo con un cóctel molotov. ¿Qué hacen sus amigos? Se mueren de risa. Están de fiesta.

P. Vamos a otro de los grandes problemas que suele salir en estos análisis. La penetración del islamismo.

R. En un momento dado, el estado francés decidió que había que mandar imanes a las barriadas para contener a la juventud salvaje. De la misma manera que en su día se mandaron curas para apaciguar a los inmigrantes españoles, o de la misma manera que se hacía en las colonias. Francia llegó a acuerdos con países musulmanes para intentar mantener a sus ovejas bajo control. Esto es algo que se lleva haciendo muchos años. En los años 50 y 60, las grandes fábricas automovilísticas francesas iban directamente a los pueblos del Atlas a buscar mano de obra. Luego se hizo la política de reagrupación familiar para no dejarlos solos. Trasplantas esas comunidades a Francia y de pronto decides que hay que darles una continuidad cultural. ¿Quién manda y costea a esos imanes? El estado argelino, el estado turco, el estado marroquí.

El 70 por ciento de los franceses de origen extranjero se siente ya francés

P. Y luego los países del Golfo...

R. Países como Arabia Saudí y Qatar, que tienen más dinero, han firmado acuerdos y han empezado a introducir su Islam ultrarrigorista, que no tiene nada que ver con el de sus países de origen. El Islam del Estado Islámico no tiene nada que ver en origen con Marruecos o Argelia. En cierta manera, se ha inventado en Europa, en estos experimentos para controlar a la población. Es una visión en el fondo muy racista, porque se parte de la base de que son unos salvajes que solo pueden vertebrar su vida social mediante la religión. Esta división de tipo étnico y religioso, en cierta medida, la ha provocado el propio estado francés. Y no solo importan imanes. Invierten mucho dinero y muchos programas de ayuda. ¿Por qué se abren tantos negocios halal? ¿A los argelinos de tercera generación les preocupa comer halal? En principio no, pero si quieren recibir ciertas ayudas económicas tienen que poner esa etiqueta.

P. ¿Se han introducido imanes y se ha retirado el Estado?

R. Tampoco es un proceso en blanco y negro, porque el Estado ha seguido funcionando. Las escuelas han seguido funcionando, los maestros han seguido interviniendo, los servicios públicos han seguido acudiendo, la integración se ha producido masivamente a pesar de todo. Si tú coges encuestas, el 70 por ciento de los franceses de origen inmigrante se siente francés, apoya al estado francés y quiere vivir con normalidad aquí. Si sales de estas barriadas y te vas a la Francia rural, te encuentras una realidad muy diferente. Está tan normalizada esa convivencia que ahí tienes a Éric Zemmour, uno de los líderes de la extrema derecha, que es bereber, de origen argelino. Zemmour significa olivo en bereber.

Foto: Eric Zemmour. (Reuters)

P. Volvamos un segundo a la banlieue. Se ha repetido estos días que muchos de esos chavales vienen de familias desestructuradas, son hijos de madres solteras. ¿Eso es verdad?

R. Sí, sí. En estos barrios hay una destrucción progresiva de la integración social. Aunque el sistema aguanta, llevamos cuatro décadas destrozando los servicios públicos poco a poco, degradando la Justicia, etcétera. La policía ha desaparecido de barriadas enteras y se opera con impunidad total. Y la escuela ha ido retrocediendo. Si un profesor tiene que plantar cara y se siente abandonado, intimidado, se está jugando su integridad física. La escuela pública se ha degradado mucho y han ganado protagonismo las escuelas concertadas y privadas. Muchos inmigrantes tienen tres trabajos para llevar a sus hijos a esas escuelas porque creen que es la única manera de ayudarlos. No estamos todavía como en Estados Unidos, poniendo detectores de armas en la entrada, pero hay un nivel de violencia importante. Insisto en lo que decía antes. El discurso ideológico les repite que son víctimas. Y eso en la cabeza adolescente es mortal. Es un cóctel explosivo y acaba explotando. Hay una batalla entre esos dos mundos, pero se está perdiendo, está retrocediendo el Estado. Y ojo, no solo se trata de los musulmanes. Están ganando mucho terreno los evangélicos, que son un problema igual de grande.

La sociedad tiene que decirles que son franceses, no víctimas o monstruos

P. Vamos a ir acabando. ¿Qué soluciones le ves a todo esto?

R. Es complicado porque se está dejando a la extrema derecha el monopolio de describir la realidad. Cuando la extrema derecha dice que está harta de golfos que queman coches y que se necesita más policía, la población responde. La izquierda ha abandonado el debate desde hace ya algunos años y eso es muy peligroso. Es muy grave porque en Francia la gente lleva 40 años teniendo que soportar generaciones de chavales que se comportan como bestias, que acosan a la gente en el transporte público, que hacen concursos de derrapes con motos en las puertas de los colegios, que atemorizan a los vecinos, que se mean en sus puertas. En Francia hoy es casi obligatorio poner seguridad privada en cualquier evento, incluso en una feria del libro. Pero cuando le das a la extrema derecha el monopolio de describir la realidad, le regalas también el monopolio de las soluciones. Ellos aplican su ideología sobre una realidad que nadie más está aceptando. Y eso es muy peligroso. En mi opinión, la solución pasa por más servicios públicos, por una policía mejor organizada y preparada. Y luego hay que trabajar con esos jóvenes para que acepten ser franceses. Lo que yo acabé aceptando, aunque tardé años porque hay que madurar para entenderlo. Lo importante es que se deje madurar a la gente en lugar de hacerles sentir víctimas, en lugar de incidir en su color de piel, o en su religión, en lugar de decirles que se les trata mal porque son negros o musulmanes. La sociedad tiene que decirles que son franceses, no víctimas o monstruos.

Toda la vida de Alberto Arricruz (1962) ha transcurrido en las banlieues. Sus padres, inmigrantes sevillanos en París, se mudaron a Cité Notre-Dame cuando era un niño. Creció pateando las calles y luego siguió trabajando en tareas sociales como funcionario, en instituciones sanitarias, en la Cruz Roja, con personas discapacitadas... Le molesta que todo el mundo tenga ahora una opinión sobre lo que ocurre en estos barrios sin haberlos pisado. Su experiencia biográfica está enriquecida con horas de lecturas, conversaciones, debates y reuniones de trabajo. Esfuerzos para diagnosticar los problemas y encontrar soluciones.

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