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"¿Quién nos protege de la policía?": las protestas de Francia, por sus protagonistas
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Los de las barricadas

"¿Quién nos protege de la policía?": las protestas de Francia, por sus protagonistas

Más de una semana después del reguero de disturbios por la muerte del joven argelino de 17 años, Nahel. Así se viven las protestas desde la visión racial de los afectados

Foto: Un bombero francés intenta extinguir el fuego de un coche ardiendo. (Reuters/Pascal Rossignol)
Un bombero francés intenta extinguir el fuego de un coche ardiendo. (Reuters/Pascal Rossignol)

"Francia nos mira con cautela o lástima", asegura Samy desde su casa en el barrio de Neuhof, en Estrasburgo. "En este país puedo existir como un potencial terrorista islámico o como superviviente de alguna guerra africana. Tengo 52 años y nací en Argelia. Allá, era ingeniero, aunque aquí trabajo como reponedor en un supermercado. Soy ciudadano francés, pero de los que inspiran lástima o miedo". Él fue detenido en una de las protestas desencadenadas por la muerte de Nahel Merzouk, un joven de 17 años de ascendencia norteafricana que se convirtió en la tercera víctima de la violencia policial en Francia durante controles de tráfico en 2023. En 2022, se contabilizaron 13 víctimas de tiroteos de este tipo, tres en 2021 y dos en 2020.

Foto: Agentes montan guardia durante los disturbios tras la muerte de Nahel. (Reuters/Nacho Doce)

Samy describe los acontecimientos de los últimos días más allá de lo espectacular de los coches ardiendo, más allá del cielo rojo de París. "Cuando se habla del resentimiento que tenemos hacia la policía, se tiende a trivializar nuestras razones. De pronto, un puñado de analistas, políticos e instituciones tratan de ponerle nombre a un tipo de violencia que no entienden, tratan de encontrar causas que son incapaces de ver más allá de lo superficial. Lo fácil es llamarnos vándalos, acusarnos de pertenecer a culturas violentas o de carecer de civismo. Esa infantilización, ese racismo camuflado, ese cubrir violencias institucionales con palabras conciliadoras son en parte la causa de la violencia", explica Samy.

La dimensión política de estas protestas es evidente. No se trata de una reacción contra un caso de violencia policial puntual, sino de protestas contra las instituciones, contra el sistema. Francia mantiene su discurso oficial, orgullosa de su multiculturalismo y de sus políticas de integración. Pero los manifestantes denuncian que la educación, el trabajo, la vivienda y el acceso a los servicios sanitarios reflejan un sesgo discriminatorio hacia los inmigrantes y sus descendientes. Señalan a unos suburbios —o banlieues— marcados por la pobreza, el desempleo y el abandono estatal.

Foto: Foto de archivo de las protestas por el asesinato de Nahel. (Reuters/Nacho Doce)

"Los inmigrantes somos vistos como un problema, no como seres humanos. El sistema nos ve a través de un prisma de prejuicios y estereotipos", dice Farida, trabajadora social en Estrasburgo. Se refiere al racismo institucionalizado, una forma más sutil y arraigada de discriminación, donde el sistema en sí perpetúa patrones de desigualdad. "Dicen en los medios que la violencia es inaceptable", añade Farida. "Y tienen razón. Pero también la que sufrimos nosotros lo es".

"Cuando queremos dialogar, no nos escuchan. Cuando nos quejamos por vías oficiales, se nos ignora. Denunciamos violencias que siempre acaban por ser justificadas de algún modo. Entonces, volvemos a quejarnos. Denunciamos que la mayoría de las víctimas policiales desde 2017 son de origen africano o árabe. Hablamos del racismo sistémico", continúa Farida.

¿Seguimos callando?

La violencia engendra violencia, aseveran los manifestantes, que denuncian sufrir una violencia invisible para la mayoría. Una estructural, institucional, cultural. "Es el tipo de violencia que los franceses blancos toleran, porque no la ven, no la sufren, no la reconocen", explica Taha, imán de una pequeña mezquita a las afueras de Estrasburgo. "La violencia reaccionaria les afecta, pero se niegan a reconocer que esta nace de la injusticia, del racismo, de la frustración de vivir como ciudadanos de segunda, de tener que vivir con miedo a la policía, a las instituciones, a nuestro propio país. No saben que las veces que hemos denunciado amenazas o ataques contra nuestra mezquita hemos recibido indiferencia como respuesta. Que las visitas de la policía han sido siempre para controlar que no estemos propagando ideas extremistas", agrega.

Foto: Una imagen de 'Atenea', de Romain Gravras. (Netflix)

Los musulmanes franceses experimentan la doble presión de las narrativas de la extrema derecha y las acusaciones de fundamentalismo islámico. Las estrategias para combatir el extremismo islámico, aunque necesarias, tienden a la acusación generalizada. "En Francia, hay dos clases sociales: la que tiene derecho a la presunción de inocencia y la que sufre la presunción de criminalidad. Adivina a cuál pertenecemos los negros o los musulmanes", critica Taha. Los árabes son objeto de una vigilancia adicional en lugares públicos.

Los insultos racistas o comentarios despectivos también forman parte de su realidad diaria, tan omnipresentes que han llegado a ser casi invisibles para quienes no son sus destinatarios. "Se nos recuerda constantemente que somos los otros, incluso si hemos nacido en Francia", cuenta Imane, estudiante de Farmacia. "En el instituto, me prohibieron ir con un bañador que me cubría todo el cuerpo a clases de natación. Sin embargo, a una de mis compañeras, no musulmana, que tenía un problema de dismorfia corporal, se lo permitieron porque estaba bajo tratamiento psicológico. En el comedor del colegio, no comer cerdo por razones religiosas estaba mal visto y me hacían sentir que estaba provocando una molestia a las cocineras. Por otro lado, mis compañeros vegetarianos eran cool", recuerda.

Foto: Personas corren seguidas por agentes de policía durante los disturbios tras la muerte de Nahel. (Reuters/Nacho Doce)

Francia tiende a justificar estas actitudes tachándolas de actos aislados, pero ignorar el problema solo continúa alimentando el resentimiento de una gran parte de la población francesa que denuncia que no se le está permitiendo ser tal. Mientras el presidente Emmanuel Macron responsabiliza a los videojuegos violentos de las protestas, muchos jóvenes manifestantes hablan del fracaso de la clase política a la hora de abordar un problema sistémico y arraigado en el tejido social del país.

"Si nos quejamos, somos unos desagradecidos. Si protestamos, somos unos vándalos"

"Si nos quejamos, somos unos desagradecidos. Si protestamos, somos unos vándalos", dice Samy. "Los actos violentos durante las protestas han estado fuera de control. No es justificable. Pero tampoco es justificable la violencia que no se ve. La que mina la dignidad y la moral. Pedimos que la atención que se le ha dado a la violencia directa en las calles sea la misma que se le dé a la violencia silenciosa, la que sufrimos nosotros. A mí me detuvieron porque en la protesta insulté a un policía que acababa de decirme: 'El único moro bueno es el moro muerto'. Nadie me creyó. Yo acabé detenido. ¿Entiendes el problema?".

"¿Quién nos protege de la policía?", concluye.

"Francia nos mira con cautela o lástima", asegura Samy desde su casa en el barrio de Neuhof, en Estrasburgo. "En este país puedo existir como un potencial terrorista islámico o como superviviente de alguna guerra africana. Tengo 52 años y nací en Argelia. Allá, era ingeniero, aunque aquí trabajo como reponedor en un supermercado. Soy ciudadano francés, pero de los que inspiran lástima o miedo". Él fue detenido en una de las protestas desencadenadas por la muerte de Nahel Merzouk, un joven de 17 años de ascendencia norteafricana que se convirtió en la tercera víctima de la violencia policial en Francia durante controles de tráfico en 2023. En 2022, se contabilizaron 13 víctimas de tiroteos de este tipo, tres en 2021 y dos en 2020.

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