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Macron se conmovió con esta película sobre las 'banlieues': la Francia que quema su bandera
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Macron se conmovió con esta película sobre las 'banlieues': la Francia que quema su bandera

El cine francés ha desarrollado desde los ochenta un género muy idiosincrásico, los 'banlieue-films', que retratan la desafección de una parte de la sociedad francesa descendiente de la inmigración, que no siente su bandera

Foto: Una imagen de 'Atenea', de Romain Gravras. (Netflix)
Una imagen de 'Atenea', de Romain Gravras. (Netflix)

Antes del prodigioso plano secuencia que armó Romain Gavras para arrancar su Atenea, disponible en Netflix, su historia comienza en un suburbio ficticio francés, el que da título a la película, donde la policía mata a un chaval de ascendencia magrebí, asesinato que provoca una guerra civil entre el Estado, la Francia caucásica de toda la vida y la nueva Francia de los desheredados, de los que tienen el pasaporte, pero no el sentimiento de pertenencia. En un vídeo (real) que ha circulado por las redes sociales los últimos días, una profesora de instituto pregunta a sus alumnos (descendientes de inmigrantes de las antiguas colonias) si se consideran franceses. La mayoría contestan que no, que antes que franceses se sienten negros, o argelinos, o de donde sea que proceden sus padres. "¿Para ser francés tienes que ser blanco?", pregunta la docente. "Sí", contestan varios. Y se quejan de que siempre se les ha considerado ciudadanos de segunda. También admiten que en sus casas se habla el idioma familiar de origen, se come la comida típica del país de origen y se decoran las casas como en el país de origen.

Uno de los guionistas de Atenea es Ladj Ly, director y también guionista de Los miserables, Premio del Jurado de Cannes en 2019, en la que una travesura de unos chavales de otra banlieue (el nombre que reciben estos barrios suburbiales de las grandes ciudades francesas) y el subsecuente encontronazo con la policía se embrolla de tal manera a causa de los prejuicios, los malentendidos y las rencillas identitarias, que acaba, de nuevo, en una guerra campal entre los jóvenes de ascendencia africana y un grupo de la Brigada Anticriminal. Los miserables comienza con una secuencia con miles de personas envueltas en banderas de Francia para celebrar la victoria de su Selección, y entre esos miles de personas, los mismos chicos que más adelante se cuestionarán su pertenencia a un país que los acepta, pero no los quiere.

placeholder Secuencia de inicio de 'Los miserables'. (Caramel Films)
Secuencia de inicio de 'Los miserables'. (Caramel Films)

Porque apartar en guetos que tienen sus propias leyes, sus propios lenguajes (como el verlan que reivindica ahora la música urbana), sus propias culturas y sus propias estructuras de poder no puede llamarse integración. Ly acaba de rodar Les indésirables, su nuevo y prometedor largometraje, aún no estrenado en ningún festival, pero cuya historia también tiene lugar en uno de estos barrios marginales y en la que señala la corrupción asimilada de la misma vieja política que señala a los inmigrantes como la fuente de todos los males.

El caso de la muerte de Nahel M., el menor de edad francés de origen magrebí abatido por la policía en un control, parece un eco de lo que ya viene avisando el cine francés desde mediados de los ochenta. A su vez, estas películas se nutren de hechos reales en un bucle infinito del que solo se puede extraer una cosa: Francia se enfrenta a la desafección de un gran porcentaje de su población (más del 12% de la población es extranjera, a lo que hay que sumar a los descendientes de inmigrantes nacidos en territorio galo) y al auge de la ultraderecha xenófoba, en un más que aventurable choque de trenes.

Lo interesante de Ly es que, por fin, un director sabe de lo que habla cuando trata los conflictos identitarios, de clase y de raza que bullen latentes bajo la muy libre, muy igualitaria y muy fraternal sociedad francesa, como el magma de un volcán dormido. Ly, que ahora ha cumplido cuarenta y cinco años, nació en Roubaix (luego volveremos a hablar de esta ciudad al norte de Francia, en la frontera con Bélgica) en una familia maliense que después se trasladó a la banlieue de Bosquets en Montfermeil (Seine-Saint-Denis). En España, lo más parecido que tenemos a una banlieue es San Cristóbal de Los Ángeles, en Madrid, el barrio con mayor población inmigrante de España y que ha inspirado recientemente Asedio, el thriller dirigido por Miguel Ángel Vivas. Ly es una anomalía en la alfombra roja de Cannes: un tipo de clase humilde, autodidacta —aprendió a filmar con sus amigos del colectivo Kourtrajmé— acaba no solo compitiendo por la Palma de Oro, sino por el Oscar, mezclado en la misma habitación con los dueños del parque inmobiliario de Beverly Hills.

placeholder Un fotograma de 'Atenea', de Romain Gavras. (Netflix)
Un fotograma de 'Atenea', de Romain Gavras. (Netflix)

Por eso, tanto en Atenea como en Los miserables y en Les indéseables, Ly no señala culpables, sino un cúmulo de situaciones superpuestas que abocan a un conflicto ciego, en cuyo medio mediano se encuentran aquellos que participan de la Francia oficial, que sienten como propio su país, pero que también respetan su herencia y comprenden el problema de fondo que empaña la convivencia —más que la desigualdad, la reivindicación de una falsa igualdad—, como es el caso de Gwada (Djebril Zonga), el policía negro y musulmán de Los miserables, o de Abdel (Dali Benssalah), el soldado magrebí hermano del chico asesinado en Atenea, quien además se enfrenta a su otro hermano, Karim (Sami Slimane), líder de la revuelta violenta. Dos hermanos, uno a cada lado del sistema, enfrentados.

En Atenea, los rebeldes proclaman una y otra vez: "Nosotros somos ahora la policía" —es decir, la nueva ley—, mientras se visten con uniformes falsos y esconden el rostro bajo verdugos. En el caos es difícil distinguir quiénes son unos y quiénes son otros. Gavras los equipara, tanto en motivos como en métodos. Frente a la brutalidad, los agredidos responden con brutalidad, y se convierten en agresores. En Los miserables, acompañamos al brigada Stéphane Ruiz (Damien Bonnard), cuyo apellido delata un pedigrí poco francés, en su primer día de patrulla por la banlieue de Bosquets en Montfermeil. Uno de sus compañeros es claramente un abusón, que persigue a los jóvenes del barrio por minucias simplemente para demostrar su poder sobre ellos. La policía allí no representa, por tanto, la seguridad, sino la amenaza. Cuentan los periódicos franceses que cuando Macron vio la película por primera vez en 2019 quedó muy "conmovido", tanto que trasladó a su equipo de gobierno la necesidad de "mejorar las condiciones de vida en las banlieues". Tal es la desconexión de cierta parte de la sociedad gala y sus dirigentes con su propio país que descubren la realidad en la que viven millones de sus conciudadanos a través de una película. "La realidad de los suburbios es 10 veces más cruel que en mi película", contestó Ly en una entrevista para la revista Elle.

El "error garrafal" al que se refiere Ly es el de la detención de Abdoulaye Fofana

En la misma entrevista, describió sus problemas con la autoridad: "He tenido una relación muy complicada con la policía durante mucho tiempo. Cada vez que intervenían en el barrio, yo tenía mi cámara y los filmaba. Duró años, hasta que un día de 2008 filmé un error garrafal que publiqué en internet y los policías involucrados fueron condenados. Me convertí en su obsesión. Cuarenta denuncias en mi haber, otras tantas custodias policiales. Con el tiempo, me hice amigo de algunos. Tengo un amigo del instituto, viene a cenar conmigo. Cuando descubres su vida, te das cuenta de que es miseria. Viven en viviendas públicas, tienen sueldos pésimos, están todos deprimidos. En definitiva, en el barrio, ¡tenemos una vida mejor que ellos!". Por eso, sus películas señalan a ambos lados como víctimas de un poder corrupto que azuza el enfrentamiento. El "error garrafal" al que se refiere Ly es el de la detención de Abdoulaye Fofana, un estudiante negro de veinte años, por parte de una patrulla de los BAC (Brigada Anticrimen). Después de que alguien atacase a los policías con fuegos artificiales y piedras, los agentes entraron en el apartamento de los padres de Fofana mientras veía un partido de fútbol, lo golpearon brutalmente y se lo llevaron. La cámara de Ly lo grabó todo y las imágenes llegaron a la revista digital Rue89 y, además de provocar un debate nacional, sirvieron para que los agentes cumpliesen cuatro meses de prisión condicional y pagasen 3.600 euros por daños y perjuicios.

placeholder Una imagen de 'El odio', clásico de los 'banlieue-films'. (Filmin)
Una imagen de 'El odio', clásico de los 'banlieue-films'. (Filmin)

Pero antes de la aparición de Ladj Ly, el cine francés ya venía anunciando que el polvorín se estaba calentando. La mayor parte de las colonias francesas africanas se independizaron en 1960 y hasta mediados de los setenta se produjeron varias olas migratorias, especialmente desde el norte de África. De los jóvenes hijos de inmigrantes nacidos una generación más tarde habla El odio (1995), clásico del cine de autor europeo dirigido por Mathieu Kassovitz y que hizo despegar la carrera de Vincent Cassel. Kassovitz se inspiró para su película en un suceso real ocurrido dos años antes y que, al igual que la muerte de Nahel M., incendió la sociedad francesa: "El 4 de abril [de 1993], en Chambéry, muere Eric Simonté, de 18 años, de un balazo en la cabeza. Llevaba las esposas puestas. El día 6, Makoiné M'Bowole, un zaireño de 17 años, muere, también de un tiro en la cabeza, cuando llevaba más de 12 horas detenido en una comisaría de París y el Juzgado de Guardia había decretado su libertad provisional tres horas antes. También el día 6, en Arcachon, en la costa atlántica, Pascal Tais, de 32 años, fallece en comisaría. Primero se dijo oficialmente que debido a una sobredosis, luego, tras la autopsia, que de hemorragia interna provocada por el bazo reventado. Tais tenía, además, dos costillas rotas", explicó El País en una noticia de la época. "El pasado viernes muere en Tourcoing, cerca de la frontera belga, Rachid Ardjouini, 17 años, argelino. Otra vez una bala en la cabeza. En este caso, la agonía ha durado dos días. El disparo lo efectuó un policía borracho cuando el norteafricano estaba tendido en el suelo".

No solo fue la muerte de cuatro jóvenes de barrios desfavorecidos en enfrentamientos con la policía ([todos iban desarmados y la resistencia fue meramente verbal) la que prendió la mecha unos disturbios que concentraron a cientos de jóvenes en las calles de París, sino también las declaraciones de los entonces ministro de Interior, Charles Pasqua condenado después por formar parte de una red de tráfico de armas—, y primer ministro, Jacques Chirac, alentando la mano dura de las fuerzas del orden: "Cubriré a la policía si, por desgracia, se produce algún incidente. El rearme moral es prioritario". La moralidad del tráfico de armas, para otro día. El odio, que sigue a sus tres protagonistas a lo largo de un día de disturbios, consiguió once nominaciones a los Premios César —de los que ganó tres— y compitió por la Palma de Oro en Cannes —ganó el premio a mejor dirección—. La película de Kassovitz no fue la primera, pero sí la que marcó tendencia, de un género que Cahiers du Cinéma, la biblia del cine de autor, bautizó como banlieue-film.

En los ochenta, títulos como Interdit aux moins de 13 ans (Prohibido a menores de 13 años, 1982), de Jean-Louis Bertuccelli, o De bruit et de fureur (De ruido y furia, 1988), de Jean-Claude Brisseau, también se rodaron en suburbios parisinos como el de Aubervilliers —donde hoy existen asentamientos temporales en condiciones indignas— y tienen como protagonistas a adolescentes sin muchas perspectivas de futuro ni supervisión adulta, que abandonan los estudios y coleccionan delitos y enfrentamientos con la policía que, como era de esperar, acaban mal.

placeholder Un momento de 'Hexagone', de Malik Chibane. (Mubi)
Un momento de 'Hexagone', de Malik Chibane. (Mubi)

Directores como Malik Chibane, de ascendencia magrebí, han sido cronistas de la periferia parisina: su ópera prima, Hexagone (1994), plantea esta dicotomía identitaria que sigue atravesando hoy a estos jóvenes que, como la bola de tenis de Match Point, tienen las mismas probabilidades de caer en el lado de la integración como en el de la exclusión.

Más de 30 años después, el conflicto no ha desaparecido, sino que se ha agravado. Tras ocho días de enfrentamientos callejeros, París sigue ardiendo por dentro y por fuera. El próximo sábado se han convocado marchas ciudadanas para denunciar políticas "discriminatorias" y pedir "una profunda reforma de la policía, sus técnicas de intervención y su armamento".

El cine replica la realidad y, a su vez, la transforma. Habrá que ver hasta qué punto los finales de ficción y realidad se imitan

La realidad social de estos casos y el cine se han retroalimentado hasta el punto que el abogado de la familia de Nahel M., Yassine Bouzrou, interpretó al abogado de la película de Atenea. También fue el abogado de Fofana en 2008 y desde entonces se ha especializado en casos de violencia policial, participando en más de 150 juicios de este tipo. Entrevistado esta semana por Le Monde, Bouzrou critica que la Fiscalía, después de que la muerte de Nahel M. trascendiese a los medios, se preocupase más por "empezar a criminalizar a la víctima" que por investigar al policía responsable. "Se llama echar aceite al fuego". También apunta a un supuesto sentimiento de impunidad de las autoridades francesas en este tipo de encontronazos.

El cine replica la realidad y, a su vez, la transforma. Habrá que ver hasta qué punto los finales —siempre bastante pesimistas— de ficción y realidad se imitan. De momento, la imagen de París, cuna de revoluciones, envuelta en llamas simboliza el fracaso del sistema, de la fraternité y la égalité de una bandera que ya no envuelve a todos.

Antes del prodigioso plano secuencia que armó Romain Gavras para arrancar su Atenea, disponible en Netflix, su historia comienza en un suburbio ficticio francés, el que da título a la película, donde la policía mata a un chaval de ascendencia magrebí, asesinato que provoca una guerra civil entre el Estado, la Francia caucásica de toda la vida y la nueva Francia de los desheredados, de los que tienen el pasaporte, pero no el sentimiento de pertenencia. En un vídeo (real) que ha circulado por las redes sociales los últimos días, una profesora de instituto pregunta a sus alumnos (descendientes de inmigrantes de las antiguas colonias) si se consideran franceses. La mayoría contestan que no, que antes que franceses se sienten negros, o argelinos, o de donde sea que proceden sus padres. "¿Para ser francés tienes que ser blanco?", pregunta la docente. "Sí", contestan varios. Y se quejan de que siempre se les ha considerado ciudadanos de segunda. También admiten que en sus casas se habla el idioma familiar de origen, se come la comida típica del país de origen y se decoran las casas como en el país de origen.

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