Quemar escuelas y atentar contra alcaldes: ¿por qué en Francia atacan sus símbolos durante las protestas?
Escuelas, ayuntamientos, comisarías o policías. Los elementos más significativos del Estado francés están en la diana de las protestas, tras años en que la marginalidad en los suburbios ha crecido ante la pasividad gubernamental
Solo la madrugada del sábado, saquearon 59 comisarías y puestos policiales. Se atacaron y quemaron más de una veintena de ayuntamientos, y cerca de una treintena de escuelas.
"Una noche de violencia insoportable contra los símbolos de la República: ayuntamientos, escuelas, comisarías incendiadas o atacadas", afirmaba el ministro del Interior, Gerald Darmanin, tras la segunda noche de disturbios. Unos altercados que se ensañan con lugares que representan los valores de la República: democracia, educación, seguridad y, sobre todo, libertad, pero ¿por qué?
Alcaldes y ayuntamientos, en la diana
Desde hace 10 años, los alcaldes y los ayuntamientos se han convertido en el centro de presiones y ataques de distintos grupos, ocasionando una ola de dimisiones. El abandono de la administración central, los recortes y las presiones de los ciudadanos de a pie han provocado que, entre 2014 y 2018, hayan dimitido más de 1.000 alcaldes en Francia, especialmente, en zonas rurales del norte y el este.
El último caso que despertó debate en Francia, antes de estas revueltas por la muerte de Nahel, fue el del alcalde de Saint-Brévin-des-Pins, Yannick Morez. El pasado mes de mayo, a Morez, un grupo de radicales le quemaban su casa tras apoyar el proyecto de un centro de acogida de solicitantes de asilo en el pueblo.
Con estos precedentes, los ayuntamientos y alcaldes se han convertido en la diana de cualquier protesta. "Atacar a los ayuntamientos supone atacar a Macron. A la República. A las política", nos cuenta Pierre, un vecino de Saint Ouen.
La última víctima, Vicent Jeanbrun, alcalde de Hay-les-Roses. La pasada noche, 1 de julio, varios individuos empotraron un coche contra su casa y le prendieron fuego, dejando a su mujer herida. Jeanbrun ha dejado claro que continuará en el cargo y que este ataque a la institución no le hará retroceder un paso atrás.
"La pasada noche, 1 de julio, varios individuos empotraron un coche contra su casa y le prendieron fuego, dejando a su mujer herida"
El caso de Jeanbrun no es el único, ni el contexto del caso Nahel la excepción, pero sí un factor más para analizar estas revueltas. Ya lo avisaron hace un mes una treintena de alcaldes en un artículo premonitorio en Le Monde: "Les banlieues [los suburbios] están al borde de la asfixia". Una bomba de relojería que, según los alcaldes, solo puede solucionarse con un "plan de emergencia para los suburbios" por parte del Gobierno.
Ese plan Borloo que, en 2018, Macron echó para atrás después de años de trabajo. "Estamos en contra de estos ataques, pero una de las soluciones es poner más medios en las barriadas. Cada vez tenemos menos espacios de reunión: plazas, zonas verdes, deportivas…", cuenta Marie, vecina del alcalde Jeanbrun.
Escuelas y bibliotecas
"La escuela no. Por favor, no toquéis la escuela", gritaba una profesora de Villerurbane mientras corría para parar a los violentos que atacaban la escuela. Las escuelas en Francia son más que un lugar en el que aprender. Son un símbolo de la República, donde no hay religión ni tinte político. Un espacio neutro, libre, donde el objetivo es que los jóvenes del país tengan la oportunidad de crecer.
Para Macron, las escuelas son un arma para parar las desigualdades, la violencia y la delincuencia entre los jóvenes de las barriadas obreras. Por eso, el presidente hace unas semanas, en su visita a Marsella, proponía reducir las vacaciones de los jóvenes, alargar las horas no lectivas para que los jóvenes puedan desarrollar ideas culturales y deportivas, y así reducir la brecha educativa entre jóvenes.
"Quemando escuelas como anoche no haces justicia para Nahel. A Nahel le haces justicia dejando a la Justicia trabajar y dejando que la Justicia condene al policía en todo caso", afirmaba Olivier Veran, portavoz del Gobierno estos últimos días. Solo la noche del jueves, se quemaron alrededor de 30 escuelas en toda Francia y una de las imágenes que más ha sacudido al país es ver la biblioteca Alcázar de Marsella en llamas.
Comisarías, el símbolo de la violencia policial
En les banlieue no hay un ápice de confianza hacia las fuerzas del orden. "Es normal. Las humillaciones son constantes y la discriminación en cada gesto se nota", nos cuenta Rémy, sentado en un café del Distrito 18. El caso de Théo, en 2017, aumentó esa brecha entre la policía y los ciudadanos de las barriadas. Este joven de 22 años, animador social, volvía de pasar un rato con unos amigos y fue agredido y violado con un porra de uno de los agentes. Aún no hay condena firme por aquello. El próximo 9 de enero de 2024, la prefectura se pronunciará por aquello.
Desde que empezó la revuelta por Nahel, las comisarias y los propios policías han sido el principal blanco y así lo han hecho saber los sindicatos policiales: "Hay emboscadas a los policías y la intención de un cuerpo a cuerpo con ellos". La violencia policial no es un debate de calle. Es un hecho. Un problema que han denunciado organismos internacionales, como Amnistía Internacional y la ONU. Este último pide al Gobierno "abordar el problema del racismo dentro de los cuerpos policiales".
No hay duda de que estas revueltas van más allá de la muerte de Nahel. Son ataques a los símbolos de una República que empieza por una crisis social, pero se expande como el gas abarcando la política y la economía del país.
Solo la madrugada del sábado, saquearon 59 comisarías y puestos policiales. Se atacaron y quemaron más de una veintena de ayuntamientos, y cerca de una treintena de escuelas.
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