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En España no hay edadismo, al contrario: los sénior retienen los mejores empleos
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¿Discriminación a los mayores?

En España no hay edadismo, al contrario: los sénior retienen los mejores empleos

A partir de los 50 años se multiplica el temor de los trabajadores por ser expulsados del mercado laboral, pero los datos muestran que nunca tuvieron tanto trabajo, ni con tan buenos cargos

Foto: Un trabajador en una oficina de empleo. (Europa Press/Gustavo Valiente)
Un trabajador en una oficina de empleo. (Europa Press/Gustavo Valiente)
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La última polémica que ha importado España es la del edadismo. Cada vez hay más trabajadores sénior que protestan por sufrir discriminación laboral por cuestión de su edad. Y, si no son más, sí que hacen más ruido. Ha cundido el miedo entre los ocupados más veteranos de que sus puestos de trabajo están en peligro y de que nadie más querrá contratarles. Se quedarán apartados hasta que se jubilen, discriminados por una sociedad que prefiere a los jóvenes. Curiosamente, los jóvenes también se sienten discriminados por los trabajadores sénior, a quienes acusan de acaparar los puestos de responsabilidad. Les llaman la generación tapón.

La mejor forma para escapar de los tópicos es acudir a las estadísticas. El boom del empleo que ha vivido España en los últimos años no ha conseguido evitar que se mantenga una bolsa de parados mayores de 60 años de más de 200.000 personas. El número de parados mayores de 60 años ha aumentado de forma significativa en comparación con los niveles previos a la pandemia, argumento que muchos han utilizado para justificar la existencia de discriminación por la edad. Pero se olvidan de la otra cara de la moneda: el empleo. El número de ocupados sénior también está en máximos históricos después de experimentar un gran crecimiento en los últimos años. España tiene, por primera vez, más de 1,5 millones de trabajadores de entre 60 y 64 años.

Si se compara con los datos previos a la pandemia, el número de ocupados sénior ha aumentado en casi 400.000 personas, mientras que el de desempleados ha crecido en menos de 40.000 personas. Lo que está ocurriendo es sencillo: los trabajadores sénior son los de la generación del baby boom. Se trata de los tramos de edad más anchos de la pirámide poblacional de España, lo que implica que haya más parados, pero también más ocupados. Estos datos absolutos dicen poco.

Para entender lo que está ocurriendo con el edadismo hay que utilizar la perspectiva del tamaño que tiene cada generación. Y aquí los datos son incontestables: las tasas de ocupación de los trabajadores sénior están en máximos históricos y también el porcentaje de puestos de responsabilidad que ocupan. Es difícil argumentar que existe discriminación hacia los trabajadores más veteranos, más allá de que en algunos casos concretos sí se produzca.

Máximos de ocupación

Las tasas de ocupación de las edades sénior marcan máximo tras máximo. Esto es, el porcentaje de la población que trabaja a partir de los 50 años nunca fue tan alta. En concreto, casi el 70% de las personas mayores de 55 a 59 años están ocupadas, casi 14 puntos más que en plena burbuja inmobiliaria. Y en el tramo de edad superior, de 60 a 64 años, la ocupación alcanza el 50% tras escalar 17 puntos en apenas quince años.

Una parte de esta mejora se debe a la incorporación de la mujer al mercado laboral y al retraso de la edad de jubilación. Pero es posible aislar estos dos efectos observando la evolución del empleo masculino en la franja de edad previa a la jubilación. Y la mejora también es evidente. Un hombre de entre 50 y 54 años tiene las mismas probabilidades de estar ocupado que un joven de 30 a 34 años. En concreto, el 80% de los hombres de estos grupos de edad está trabajando.

En el siguiente grupo de edad, desde los 55 hasta los 59, tampoco se ha producido expulsión alguna de trabajadores. Al contrario. El 76% de los hombres está ocupado, el dato más alto de toda la serie histórica. De hecho, sus probabilidades de tener un trabajo son superiores a las de los jóvenes de 25 a 29 años.

Este aumento de la ocupación se debe a que cada vez hay más trabajadores sénior que quieren seguir activos. Pero también a que el mercado laboral está absorbiendo esta oferta de mano de obra veterana. Esto provoca que las tasas de paro sigan siendo muy bajas en estas edades. Entre los 50 y los 54 años, más del 90% de los hombres activos tienen un trabajo, una cifra que no se alcanza entre los jóvenes.

Las tasas de paro entre los trabajadores sénior no solo son muy bajas, es que han seguido cayendo en los últimos años hasta el nivel más bajo desde la burbuja inmobiliaria. La tasa de paro entre los hombres de 50 y los 54 años es de solo el 8%, cifra que en España se considera prácticamente de pleno empleo. Y el desempleo entre los 55 y los 59 años es del 9,4%. Las tasas suben ligeramente en el caso de las mujeres, pero aun así, también se han reducido intensamente en los últimos años.

Los niveles de desempleo de los sénior son siempre inferiores a los del total del país y mucho mejores que los de los jóvenes. No existe, por tanto, una expulsión generalizada de los trabajadores de más edad. Al contrario, el mercado laboral está absorbiendo el tránsito de la generación del baby boom por sus últimos años de actividad antes de la jubilación. En generaciones tan numerosas, es normal que existan algunos grupos sociales expulsados del mercado laboral, pero en ningún caso se trata de una situación generalizada.

Además, las tasas de paro entre los mayores se concentran en la población sin formación. Los trabajadores sin cualificación se concentran en sectores que requieren más esfuerzo físico, desde la agricultura hasta la hostelería, el comercio o la construcción. Para ellos el envejecimiento sí que es un factor diferencial, porque es imposible que puedan competir físicamente con la mano de obra joven. Esto explica que el paro sea un verdadero problema para los trabajadores más veteranos sin cualificación, con tasas que llegan a superar el 40%. Por el contrario, el paro entre los sénior con alta cualificación es muy bajo, de casi pleno empleo.

Los mejores puestos

Una de las causas que pueden explicar que en España no se esté expulsando a los sénior del mercado laboral es que son estos quienes ocupan los puestos de responsabilidad en las empresas. A finales de 2023 se produjo el sorpasso y, por primera vez, son mayoría las personas de 50 a 60 años en los cargos de directores y gerentes de las empresas, según los datos de la EPA.

En concreto, hay 293.000 trabajadores de entre 50 y 59 años en cargos de responsabilidad en las empresas, 21.000 más que los del rango de edad inferior, de 40 a 49 años. En la última década, el número de jefes sénior ha aumentado en más de un 50%, mientras que los del tramo de edad anterior se han reducido en casi 20.000 personas, un 7% menos.

Este cambio no se produce porque las empresas estén nombrando a muchos directores sénior, sino a que van envejeciendo los que ya tienen contratados. Los jefes que hace una década tenían cuarenta años, ahora tienen más de cincuenta y siguen en sus puestos. Este hecho es muy importante, porque confirma que la generación del baby boom sigue ocupando los mejores puestos del país.

También se ha disparado el porcentaje de directores y gerentes de empresas mayores de 60 años hasta suponer casi el 15% del total. Si se suman todos los mayores de 50 años copan casi la mitad de los puestos de alta responsabilidad, una cifra nunca antes vista en las series históricas.

Por el contrario, para los jóvenes es mucho más difícil acceder a los cargos más altos. El porcentaje de directores y gerentes con menos de 40 años no alcanza el 20%. Esta distribución de las responsabilidades podría ser la causa de que no exista edadismo en España.

El miedo al paro

A pesar de todos estos datos, el temor de los trabajadores más veteranos a perder el empleo es una realidad. Y tienen un motivo muy racional para ello: el que se queda sin trabajo tiene muy difícil reengancharse. Y, en el caso de que consiga otro trabajo, es muy probable que no recupere el sueldo que tenía antes de ser despedido.

Algo más del 40% de los parados que tiene más de 50 años lleva más de dos años buscando un empleo. Es más del doble que entre los treintañeros. El paro de larga duración tiene rostro de trabajador veterano, expulsado de un sector al que ha dado la vida porque su salario es muy alto, sus habilidades se han quedado obsoletas o, sencillamente, ya no es productivo.

A esas edades, quedarse en el paro desbarata los planes económicos de los trabajadores. Tras toda una vida cotizando, la base reguladora para el cálculo de la pensión se reduce drásticamente justo en el último momento y sin margen para que el trabajador pueda evitarlo. Esta tacha en la vida laboral provoca que la jubilación vaya a ser menor durante el resto de su vida. La última reforma de las pensiones introdujo una modificación para que los trabajadores puedan descartar los dos peores años de los últimos 29 de cotización. Pero esto elimina la posibilidad de eliminar otros años malos y, si su estancia en el paro es larga, el impacto es inevitable.

En definitiva, para los trabajadores sénior quedarse en el paro conlleva muchos más riesgos que para los jóvenes. Aunque las probabilidades que tienen de perder su empleo son menores, quienes se quedan fuera del mercado laboral ven cómo su proyección de ingresos futuros va bajando cada mes que están en el paro. Razón suficiente para que sean quienes más temen al despido.

La última polémica que ha importado España es la del edadismo. Cada vez hay más trabajadores sénior que protestan por sufrir discriminación laboral por cuestión de su edad. Y, si no son más, sí que hacen más ruido. Ha cundido el miedo entre los ocupados más veteranos de que sus puestos de trabajo están en peligro y de que nadie más querrá contratarles. Se quedarán apartados hasta que se jubilen, discriminados por una sociedad que prefiere a los jóvenes. Curiosamente, los jóvenes también se sienten discriminados por los trabajadores sénior, a quienes acusan de acaparar los puestos de responsabilidad. Les llaman la generación tapón.

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