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2024, el año que marcará el inicio de una nueva normalidad energética
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EL PARADIGMA POS-PUTIN SE CONSOLIDA

2024, el año que marcará el inicio de una nueva normalidad energética

Los precios del gas se han estabilizado en niveles asumibles y los expertos no prevén sorpresas para este año, pero todavía tardarán en regresar a los valores previos a la crisis

Foto: Una torreta eléctrica. (EFE/Eliseo Trigo)
Una torreta eléctrica. (EFE/Eliseo Trigo)
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Si en la Nochevieja de 2021 algún experto hubiera dicho que los precios de la energía batirían todos los récords históricos durante el año que estaba a punto de comenzar, pocos lo creerían. Si en la de 2022 hubiera pronosticado que la tranquilidad regresaría con la llegada de 2023, tampoco cosecharía demasiados seguidores. Los mercados energéticos han tenido un comportamiento inesperado durante el último bienio, caracterizado por una guerra que agravó la que estaba llamada a ser una crisis puntual tras la salida del covid, primero, y por una inusitada capacidad de adaptación a la nueva realidad, que no ha sido tan dramática como se esperaba, después. Por eso, vaticinar qué nos deparará 2024 resulta arriesgado, o cuando menos incierto. Sin embargo, la estabilidad de los últimos meses lo pone, esta vez, algo más sencillo.

Ni la contienda entre Israel y Hamás, ni la incertidumbre sobre el tránsito a través del mar Rojo han puesto patas arriba los mercados energéticos, como algunos esperaban. Tampoco las sucesivas extensiones de los recortes en la producción de petróleo, pactadas entre Rusia y Arabia Saudí, que no dejan de ser otro factor geopolítico, ajeno a la dinámica del libre mercado. Ni mucho menos el chantaje energético del Kremlin, ya asumido como estructural y, por tanto, sin capacidad de surtir efecto sobre las cotizaciones. Tanto el crudo como el gas y la electricidad están en niveles más elevados que antes de la crisis energética, pero eso no significa que todavía nos encontremos inmersos en un periodo excepcional. Como ocurrió después de la pandemia, tras la espiral de los últimos dos años ha llegado una nueva normalidad con algunas diferencias con la anterior, pero, al menos, una serie de características reconocibles. Por fin, se ha acabado el caos.

Crisis significa cambio, y la que se ha vivido en los mercados energéticos deja varias novedades. La principal, desde el punto de vista europeo, es la diversificación de los proveedores, especialmente en el ámbito gasístico: de depender de Rusia —y Argelia, en el caso de España— a través de infraestructuras faraónicas se ha pasado a un sistema mucho más flexible, caracterizado por los contratos de suministro de gas natural licuado (GNL) con decenas de países (especialmente Estados Unidos y Qatar) y la inflación de barcos metaneros que se venden al mejor postor en el mercado spot. Sin embargo, esto deja una segunda consecuencia, que también se notará en el mercado eléctrico: la línea base de precios es más elevada.

Ignacio Gistau, consultor energético con una amplia trayectoria en el sector gasístico, advierte de que este constituye el factor clave que impide hablar de un regreso al escenario previo a la crisis energética: "Se ha estabilizado todo, pero al doble que antes de la crisis". Efectivamente, el hecho de que la volatilidad haya cesado —al menos a los niveles de los últimos dos años— no significa que las rebajas estén de vuelta, ni tampoco que lo vayan a estar en el corto o medio plazo. Por una razón muy sencilla: más allá de los vaivenes, esos precios mínimos, de los que parte el mercado en una situación tranquila, son mucho más elevados que los que marcaban los contratos a precio de saldo que caracterizaron las primeras dos décadas del siglo XXI, especialmente en el ámbito gasístico, con su correspondiente influencia en el eléctrico.

El gas se ha abaratado pese a las disrupciones de la oferta: está a la tercera parte que hace un año

El GNL que llega ahora a Europa incurre en costes de licuefacción, transporte y regasificación, tiene más competidores —China, sin ir más lejos— y, pese a las últimas inversiones, representa una oferta mucho menor que la que había en el mercado antes de que el presidente ruso, Vladímir Putin, empezase a cerrar el grifo a Occidente. La demanda, mientras tanto, no se ha recuperado tras la destrucción provocada por los récords de precios de estos años, debido a dos factores: una cierta sustitución por otras fuentes de energía y la ralentización económica en Europa, especialmente en Alemania —que se asoma a la recesión— y China. Gracias a este escenario, y a unas temperaturas más suaves de lo habitual, los precios se han ido relajando pese a las disrupciones en la oferta: los futuros a un mes del TTF, de referencia en el continente, se sitúan en 33 euros, la tercera parte que hace un año.

Es un dato alentador, sobre todo si se tiene en cuenta que ya acumulan dos meses por debajo de los 50 euros. Sin embargo, no dista mucho del que había hace dos años, durante los primeros compases de la crisis energética, y duplica o hasta triplica los que eran habituales durante la década pasada, antes del estallido de la pandemia. Además, sigue contaminando el precio de la electricidad en la mayoría de tramos horarios: la casación media acabará el año por debajo de los 90 euros el megavatio hora (MWh), algo más de la mitad que en el nefasto 2022, pero el doble de lo habitual en la década pasada (según Funcas, la fundación de las antiguas cajas de ahorros, la media entre 2012 y 2020 fue de 46 euros).

Así seguirá siendo durante los próximos años, al menos hasta que las energías verdes aumenten su peso en el mix y, sobre todo, se desarrollen la regulación y la infraestructura necesarias para el almacenamiento. No hay que olvidar que, pese a los cantos de sirena entonados por España, las bases del mercado marginalista se han mantenido en la reforma eléctrica acordada a escala europea: la fuente que colma la demanda, que suelen ser los ciclos combinados de gas, continuará marcando el precio y la remuneración que reciben las demás tecnologías.

A largo plazo, se camina hacia una electricidad más barata que la que había antes de la crisis

¿Cuál es esta línea base para 2024? Gistau la sitúa en unos 30 o 35 euros el megavatio hora (mWh) para el gas y unos 90 para la electricidad. Javier Revuelta, analista de la consultora Afry, cree que la media para el mercado eléctrico puede ser incluso más baja, de unos 75-80 euros, y en primavera se puede situar en torno a los 50. Pese a que a los precios actuales del gas los ciclos combinados producen a cerca de 100 euros, ya solo marcan la casación las dos terceras partes del tiempo, cuando hasta hace no mucho lo hacían prácticamente todo el rato. En los momentos en que la solar, la hidráulica y la eólica se bastan para colmar la demanda, los precios se desploman, y esto hace bajar la media.

En manos de las renovables

El mayor despliegue de las renovables, que se ha acelerado gracias a la crisis energética, hace que cada vez haya más tramos horarios en los que marcan el precio, en ocasiones incluso cercano a cero. Esto permite abaratar el pool "casi sin intervención del mercado", recuerda Revuelta, en referencia a las medidas excepcionales que el Gobierno ha retirado, como la excepción ibérica o la minoración de las tecnologías inframarginales, que con las condiciones actuales del mercado llevaban muchos meses sin tener apenas incidencia. Se vio el pasado noviembre, cuando los precios cayeron abruptamente gracias a la mayor generación eólica, pero este efecto resulta especialmente notable durante los meses de mayor radiación solar, gracias al tirón de la fotovoltaica.

La tendencia, por tanto, es doble. A largo plazo, se camina hacia una electricidad más barata que la que había antes de la crisis; a corto, en cambio, los mayores costes derivados de las nuevas formas de aprovisionamiento de gas tras el cierre del grifo ruso todavía condicionan la situación. Los futuros del hidrocarburo, sin embargo, siguen dando buenas noticias: para el invierno del año que viene, rozan los 37 euros, en el caso del TTF. Se hallan, por tanto, ligeramente por encima de los del invierno actual, cuyos niveles han cogido a todo el mundo por sorpresa. "Nadie hace dos meses había previsto una bajada tan grande para el año que viene: entonces hubiera dicho que 2024 y 2025 todavía serían caros, y ahora digo que solo serán un poquito caros", describe Revuelta.

Foto: Unos operarios instalan placas solares. (Reuters/Mike Blake)

El buen estado de las reservas de gas, que, cerca del ecuador del invierno, todavía se encuentran al 87% de su capacidad —son cifras de GIE-AGSI, la base de datos de los gestores del sistema europeos—, también aporta tranquilidad respecto a la evolución de los próximos meses: todo parece indicar que, como ocurrió el año pasado, acabarán la temporada de vaciado a unos niveles aceptables, lo que mantendrá los precios a raya en verano, ya que no será necesario comprar tanto gas para rellenarlas de cara al siguiente invierno, a diferencia de lo que ocurrió durante los récords de 2022.

La calma también ha regresado a los precios de los combustibles, favorecida por la caída del petróleo durante los últimos meses. La ralentización de la economía mundial ha hecho de contrapeso a la incertidumbre geopolítica, y el mercado del crudo se ha recuperado del susto que vivió a la vuelta del verano. Entonces, el barril de Brent rozó los 100 dólares, mientras que ahora apenas supera los 75. En ese contexto, el gasoil y la gasolina están en mínimos anuales, aunque todavía por encima de los valores que eran habituales antes de la crisis. He aquí el mejor resumen de la situación: el regreso de la normalidad no implica volver al punto de partida.

Como con el resto de mercados, los del gas, la electricidad y el petróleo han consolidado durante la crisis inflacionista un suelo más elevado, que será muy difícil de revertir. Todo dependerá de cómo evolucione la transición energética de los próximos años. De momento, tiene un carácter inflacionario, apunta Revuelta, pero a medida que se vaya consolidando ocurrirá lo contrario. Natalia Collado, experta del laboratorio de ideas EsadeEcPol, concluye: "Estamos en el momento de dejar atrás la crisis energética, que ha sido un catalizador para la transición. Con más renovables, reduciremos nuestra dependencia. Debemos seguir en esta dirección, dar más estabilidad regulatoria y volver a unas bases menos volátiles". Si el objetivo de los gobiernos durante el último bienio había sido mitigar los efectos de la espiral de precios, a partir de ahora deberá ser sentar las bases para que no se vuelva a producir otra. Ya no hay Putin que valga.

Si en la Nochevieja de 2021 algún experto hubiera dicho que los precios de la energía batirían todos los récords históricos durante el año que estaba a punto de comenzar, pocos lo creerían. Si en la de 2022 hubiera pronosticado que la tranquilidad regresaría con la llegada de 2023, tampoco cosecharía demasiados seguidores. Los mercados energéticos han tenido un comportamiento inesperado durante el último bienio, caracterizado por una guerra que agravó la que estaba llamada a ser una crisis puntual tras la salida del covid, primero, y por una inusitada capacidad de adaptación a la nueva realidad, que no ha sido tan dramática como se esperaba, después. Por eso, vaticinar qué nos deparará 2024 resulta arriesgado, o cuando menos incierto. Sin embargo, la estabilidad de los últimos meses lo pone, esta vez, algo más sencillo.

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