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¿8,50€ el litro de aceite de oliva virgen extra? Por qué los alimentos no acaban de bajar
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LA CULPA NO ES DE LOS SUPERMERCADOS

¿8,50€ el litro de aceite de oliva virgen extra? Por qué los alimentos no acaban de bajar

Los precios de los mercados internacionales llevan un año a la baja, pero el abaratamiento no se refleja en la cesta de la compra. La sequía tiene gran parte de la culpa

Foto: Una persona compra aceite de oliva en un supermercado.
Una persona compra aceite de oliva en un supermercado.
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Ya es tradición en los periódicos españoles que los titulares sobre los buenos datos del índice de precios de consumo (IPC) se acompañen de un "pero" referido al precio de los alimentos. Aunque España cuenta con una de las inflaciones más bajas del continente (2,3%), la de los comestibles sigue una trayectoria muy similar a la de la eurozona, y se encuentra enquistada desde hace meses. Los récords del pasado invierno han quedado atrás, pero la tasa de variación interanual todavía avanza a un ritmo de doble dígito: los productos alimentarios son un 10,8% más caros que en julio de 2022, tras el alza de medio punto conocido este viernes. ¿Por qué la tan esperada bajada de precios del súper no llega nunca?

En primer lugar, hay que establecer una precisión muy importante. No todos los alimentos se están encareciendo. Es más, uno de cada tres ya se está abaratando. El Instituto Nacional de Estadística establece una cesta de la compra con 60 comestibles distintos. De ellos, 20 disminuyeron su precio en julio, entre ellos el pan (-0,3%), la pizza (-2,9%), las legumbres y hortalizas frescas (-3,9%) o las patatas (-3,4%). Se trata de una tendencia similar a la de los meses anteriores, cuando se han ido incorporando progresivamente más y más productos a la lista de las caídas de precios. No se trata, por tanto, de un fenómeno coyuntural, sino de un repliegue que se va consolidando, con algunos altibajos en función de los artículos concretos.

¿Pero qué pasa con los otros dos tercios? Ahí está la cuestión que trae de cabeza a millones de españoles desde hace más de un año. Aunque quizá no tanto como sugieren esos titulares. Como ocurre con el dato general de inflación, los economistas suelen emplear el registro interanual, es decir, el que compara los precios con los del mismo mes del año pasado. Se considera que así se reducen los sesgos esporádicos que pueden alterar los datos mensuales, muy condicionados por la estacionalidad, especialmente en un mercado tan ligado al clima como el alimentario. Sin embargo, las cifras interanuales pueden dar lugar a equívoco: si los comestibles están un 10,8% más caros que en julio de 2022, ese incremento se ha podido concentrar en el verano pasado, por ejemplo, y a partir de ahí simplemente mantenerse, y la cifra seguiría siendo la misma.

Para situar el problema en su justa medida, resulta útil ver cómo han ido evolucionando mes a mes los precios. Si se construye un índice con base 100 en julio del año pasado, se puede apreciar cómo la mayor pendiente de la curva se produjo durante el otoño y el invierno, cuando los incrementos llegaron a superar el 2%. Sin embargo, con la llegada de la primavera se produjo una notable moderación del ritmo de encarecimiento de los comestibles, que no superó el 0,4% durante tres meses consecutivos. En julio, en cambio, ha habido un nuevo repunte, hasta el 0,8%.

La subida del último mes coincide con la del índice de los precios de los alimentos de la FAO. Sin embargo, se trata de una mera coincidencia. Este indicador, que mide la evolución del precio de una cesta básica de comestibles en los mercados internacionales, ha consolidado durante el último año una tendencia claramente bajista, tras los máximos alcanzados al inicio de la guerra de Ucrania. ¿Cómo es posible, entonces, que lo que pagan los consumidores en el supermercado siga aumentando pese a la caída constante de la cotización de los alimentos?

La respuesta es muy simple, pero no tiene nada que ver con las explicaciones simplistas lanzadas incluso desde el propio Ejecutivo que atribuyen toda la culpa a la voracidad de las compañías distribuidoras. El propio Gobierno —con la colaboración del Banco de España— corroboró en el primer informe del recién creado Observatorio de Márgenes Empresariales que estos todavía estaban por debajo de los niveles previos a la pandemia en el caso de los supermercados. Además, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia señaló esta semana que las cadenas no se habían comido la rebaja del IVA a los productos básicos.

El consenso de los expertos apunta a una traslación tardía desde los mercados hasta la mesa como explicación del decalaje. Al igual que los diferentes agentes de la cadena alimentaria no imputaron inmediatamente el incremento de los costes de producción o distribución derivados de la crisis energética a sus precios, tampoco lo están haciendo ahora con el abaratamiento. Los stocks de determinados productos más duraderos, que se compraron a un precio mucho más caro, tampoco se rebajan automáticamente si la cotización del mismo ha bajado, o los agentes estarían incurriendo en pérdidas. El propio Banco de España ya empleaba el argumento del decalaje temporal a finales del año pasado, mientras algunos echaban las campanas al vuelo al ver cómo evolucionaban las cotizaciones.

Pero una cosa son unos meses de demora y otra el año que ha pasado desde que los mercados de alimentos empezaron su proceso de normalización. En ese tiempo, los precios han seguido subiendo, y aunque la tasa interanual ya se halla lejos del récord del 16,6% registrado en febrero, todavía no se vislumbra un escenario de caídas. Como ocurre con la gasolina, algunos especulan con la teoría del cohete y la pluma. Según este razonamiento, los precios en el punto de venta suben rápidamente cuando lo hacen en los mercados internacionales, pero no bajan tan rápido cuando las cotizaciones caen. Sin embargo, la mayoría de los expertos señalan otras dos especificidades que hacen que en Europa el abaratamiento esté siendo especialmente complicado.

Foto: Trigo seco en una plantación en Córdoba. (EFE/Salas)

En un reciente informe, el regulador ya apuntaba a la guerra de Ucrania y la sequía como los factores de incertidumbre de cara a los próximos meses, es decir, los que podrían aguar el abaratamiento bosquejado por el índice de la FAO. El segundo de ellos resulta especialmente sensible en nuestro país, que vive la mayor escasez de lluvias desde hace tres décadas. Ya en 2022, la cosecha por hectárea se hundió un 18%, mientas que los ingresos por trabajador, una medida de la productividad del campo, cayeron un 3,5%, según un estudio de CaixaBank Research. Aunque todavía no hay datos públicos para este año, un informe del Ministerio de Agricultura citado esta semana por El Economista constata que el fenómeno se ha agravado en los últimos meses. Un dato: de acuerdo con Eurostat, España sufrió durante el primer trimestre el mayor incremento en todo el continente de los precios agrícolas en origen.

Productos como el aceite de oliva se han visto muy afectados por los fenómenos meteorológicos de los últimos meses, y han vivido la peor cosecha en un siglo. Como consecuencia, su precio se ha disparado un 38,8% desde hace un año, y ya hay algunas grandes superficies que venden la botella de marca blanca a 8,5 euros. Llegados a este punto, quizá la mejor cábala que se pueda hacer es mirar al cielo y predecir cuándo va a volver a llover.

Ya es tradición en los periódicos españoles que los titulares sobre los buenos datos del índice de precios de consumo (IPC) se acompañen de un "pero" referido al precio de los alimentos. Aunque España cuenta con una de las inflaciones más bajas del continente (2,3%), la de los comestibles sigue una trayectoria muy similar a la de la eurozona, y se encuentra enquistada desde hace meses. Los récords del pasado invierno han quedado atrás, pero la tasa de variación interanual todavía avanza a un ritmo de doble dígito: los productos alimentarios son un 10,8% más caros que en julio de 2022, tras el alza de medio punto conocido este viernes. ¿Por qué la tan esperada bajada de precios del súper no llega nunca?

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