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Izquierda de M-30 vs. izquierda rural: el apoyo a las políticas verdes depende del bolsillo
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NO ES LA IDEOLOGÍA, ES LA PELA

Izquierda de M-30 vs. izquierda rural: el apoyo a las políticas verdes depende del bolsillo

Un estudio de EsadeEcPol certifica que los votantes de PSOE y Unidas Podemos en las zonas rurales dan peor nota a las medidas contra el cambio climático que los de las urbes

Foto: Parque eólico en Rodeiro (Pontevedra). (EFE/Lavandeira Jr.)
Parque eólico en Rodeiro (Pontevedra). (EFE/Lavandeira Jr.)
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Los españoles están a favor de las políticas verdes... hasta que les tocan el bolsillo. Esa es la conclusión a la que llegaron los investigadores del laboratorio de ideas EsadeEcPol el pasado verano, en la primera de las tres entregas de una serie de estudios sobre las percepciones ciudadanas acerca de la transición energética. En la segunda, caracterizaron el perfil de la resistencia climática: rural y a la derecha. Y este jueves, a solo 10 días de las elecciones generales del 23 de julio, dan un paso más y cruzan ambas variables para entender cómo es el electorado de los partidos por dentro. La principal conclusión, no por intuitiva, deja de ser relevante.

La izquierda urbanita y la izquierda rural comparten valores, pero presentan importantes matices cuando se les pregunta por las cosas de comer. En este caso, por la prohibición de los coches diésel, el aumento de los impuestos a la gasolina o la instalación de parques renovables. Con muy pocas excepciones, la tendencia siempre es la misma: los progresistas que viven en municipios grandes apoyan las regulaciones para luchar contra el cambio climático con mucha más intensidad que aquellos de municipios pequeños. Incluso en algunos casos, llegan a estar a favor o en contra en función del hábitat en el que residan.

"Hay énfasis y tendencias distintivas, hay un efecto diferencial de la dimensión territorial, pero no parece haber dos Españas: una de pueblos y otra de ciudades", matiza la investigación, comandada por Jorge Galindo. Sin embargo, sí se detectan corrientes de opinión dentro del mismo electorado que las diferentes formaciones deberían tener en cuenta para modular territorialmente sus discursos en esta campaña. Sobre todo una izquierda muy ambiciosa en las políticas climáticas, pero que corre el riesgo de perder votos en las provincias más pequeñas, donde se juegan algunos de los escaños clave para formar una mayoría de gobierno.

El caso más ilustrativo es el de Sumar —una coalición de claro perfil medioambientalista—, que en este caso se corresponde con el recuerdo de voto a Unidas Podemos en las últimas elecciones generales (la encuesta emplea esta variable). Mientras que los electores urbanos de la izquierda alternativa al PSOE aprueban prohibir los coches diésel en 2025, los de las ciudades medianas y los pueblos suspenden la medida. La diferencia entre quienes residen en localidades de más de 500.000 habitantes y quienes lo hacen en municipios de menos de 50.000 es de 1,42 puntos, y llega a 1,75 en el caso de los socialistas, que desaprueban la idea vivan donde vivan.

Para el veto a los camiones diésel ocurre algo similar, aunque en este caso solo dan su visto bueno los votantes de UP en ciudades grandes. Y lo mismo sucede cuando se pregunta a los ciudadanos por el aumento de los impuestos de matriculación, que recibe un aprobado general de la izquierda que solo se trunca con el electorado rural del PSOE. Los tributos especiales a la gasolina obtienen un suspenso generalizado, pero mucho más intenso entre los simpatizantes del Gobierno de coalición en los municipios más pequeños. ¿A qué se deben estas opiniones divergentes entre el electorado de las zonas más y menos pobladas?

Muchos politólogos tendrían la tentación de afirmar que es una cuestión ideológica: los votantes rurales, incluso los de izquierdas, son menos progresistas que los urbanos. Es lo que siempre se ha dicho sobre los simpatizantes del PSOE en Castilla-La Mancha o Extremadura, por ejemplo, una suerte de socialconservadores que, según este razonamiento, no entenderían las veleidades posmodernas de la izquierda woke capitalina.

"Las brechas territoriales en torno a la transición están relacionadas con cuestiones específicas, más que con una polarización de valores"

Sin embargo, la investigación de EsadeEcPol cuestiona esta teoría: "Parece que las brechas territoriales en torno al cambio climático y la transición verde están relacionadas con cuestiones específicas, más que ser causadas por una polarización de valores o emociones". En otras palabras: no es que los ciudadanos que vayan a coger la papeleta del PSOE o de Sumar en un pueblo el próximo 23 de julio piensen diferente a sus equivalentes en las ciudades, sino que tienen problemas diferentes. Y, como tal, expresan sus preferencias por unas políticas públicas u otras.

No hace falta retrotraerse a la Francia de los chalecos amarillos, que puso en jaque al Gobierno de Emmanuel Macron para frenar un impuesto a los combustibles, para darse cuenta. Basta con fijarse en los datos de nuestro país. Aunque el principal factor que determina lo que piensan los españoles sobre los sacrificios concretos para hacer frente al cambio climático son sus preferencias políticas, las diferencias dentro de los partidos avalan esta teoría. Un ejemplo totalmente distinto, en este caso de la derecha: los votantes de PP y Vox en los pueblos están mucho más a favor de subvencionar la compra de carne de explotaciones sostenibles que los urbanos. Cuando el bolsillo se llena, no hay paguita que valga.

Los votantes de PP y Vox en municipios pequeños otorgan una mejor nota a los macroproyectos de renovables que los de PSOE y Unidas Podemos

Sin embargo, la brecha entre la burbuja de dentro de la M-30 y ese mundo rural que aún sobrevive en una de las naciones menos pobladas de Europa resulta mucho más acusada al otro lado. "Ciertamente, las diferencias más notables se encuentran entre los votantes de partidos de izquierda", destaca el informe. Con ellos, sucede lo contrario: cuando el bolsillo se vacía, no hay impuesto que valga.

Pero existe un tercer escenario que resulta especialmente revelador: la construcción de grandes parques de energías renovables. De entrada, no se trata de un hecho eminentemente negativo para los afectados, como sucede con el incremento de los tributos. Pero, al mismo tiempo, tampoco constituye un fenómeno 100% positivo, como ocurre con las subvenciones. Todo depende del equilibrio que se produzca entre la creación de riqueza y sus efectos secundarios sobre el medio ambiente y la vida de los núcleos afectados. ¿Quién gana y quién pierde?

El apoyo a estos proyectos es masivo en todos los partidos y hábitats, pero el análisis sosegado de la encuesta de EsadeEcPol alumbra un fenómeno curioso: la izquierda urbanita los puntúa mejor que la izquierda rural, y en la derecha sucede al revés. En líneas generales —la encuesta pregunta por las instalaciones en la propia localidad, la provincia, la comunidad autónoma y el Estado, con pequeñas variaciones en las respuestas—, los votantes de PP y Vox en los municipios de menos de 50.000 habitantes les otorgan una mejor nota que los de PSOE y Unidas Podemos, mientras que en los de más de medio millón son estos últimos quienes los ven con mejores ojos.

El extraño caso de Vox

Aunque el estudio no ofrece una conclusión sobre esta paradoja, los datos sugieren dos claves interpretativas diferentes en función del lugar de residencia de los encuestados. En las zonas rurales, el quid podría estar en el reparto de costes y beneficios: el votante de izquierdas sufriría —de forma objetiva o subjetiva— las externalidades negativas de las instalaciones, mientras que el de derechas primaría en su percepción el lucro personal o colectivo. En la metrópolis, en cambio, como esta cuestión se ve muy lejana, la respuesta sería mucho más ideológica: las izquierdas apoyan más las energías renovables que las derechas, especialmente en el caso de Vox, que otorga su peor puntuación en las ciudades medianas.

Foto: El Bonillo, Albacete. (Getty Images)
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Precisamente, el electorado de este partido es el que presenta unas mayores peculiaridades en sus respuestas, que lo alejan de la dinámica general. Al contrario de lo que sucede con las demás formaciones, especialmente las progresistas, los simpatizantes de la extrema derecha se muestran más condescendientes con las políticas climáticas en los pueblos que en las grandes urbes. La durísima línea del partido en este ámbito, que se desmarca del consenso generalizado a favor de las políticas medioambientales e incluso llega a dudar de la existencia del cambio climático, estaría teniendo más fuerza para moldear las opiniones de los votantes que sus propias vivencias. Las ciudades, en definitiva, están más polarizadas que el mundo rural, donde todos comporten problemas similares.

Pese a todo, los investigadores de EsadeEcPol se muestran optimistas: "No hay ninguna brecha insalvable, tampoco en políticas específicas, ninguna diferencia radical entre habitantes de uno u otro tipo de municipios. Las discrepancias entre diferentes grupos pueden ser más fáciles de abordar si se centran en aspectos concretos y tangibles en lugar de diferencias ideológicas o emocionales". Más allá de los discursos ideológicos, los partidos tienen en esta campaña una oportunidad excepcional para proponer medidas que palíen los efectos no deseados de las políticas verdes en los sectores más afectados. El mundo rural está a la expectativa. Incluidos sus votantes.

Los españoles están a favor de las políticas verdes... hasta que les tocan el bolsillo. Esa es la conclusión a la que llegaron los investigadores del laboratorio de ideas EsadeEcPol el pasado verano, en la primera de las tres entregas de una serie de estudios sobre las percepciones ciudadanas acerca de la transición energética. En la segunda, caracterizaron el perfil de la resistencia climática: rural y a la derecha. Y este jueves, a solo 10 días de las elecciones generales del 23 de julio, dan un paso más y cruzan ambas variables para entender cómo es el electorado de los partidos por dentro. La principal conclusión, no por intuitiva, deja de ser relevante.

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