"Los partidos verdes son burgueses. Les importa la política ambiental, pero no tanto la gente"
Este investigador de origen africano se ha convertido en una de las voces más respetadas entre los teóricos del decrecimiento. En su nuevo libro habla de la revolución poscapitalista
A Jason Hickel no le cuesta hablar de impulsar revoluciones, de apostar por la lucha de clases o de tener que poner el objetivo sobre los ricos. Lo hace sin miramientos, aunque su aspecto es el de un prestigioso investigador que ahora incluso cuenta con financiación de la Unión Europea para estudiar el futuro que viene y cómo evitar que el sistema se venga abajo. Este antropólogo económico nacido en Esuatini (Suazilandia) se ha convertido en los últimos tiempos en una de las caras más conocidas, sino su mayor experto, de un movimiento que no deja de ganar enteros entre los círculos verdes: el decrecimiento. Y su último libro, nombrado como uno de los libros del 2021 por el Financial Times, es un canto a un futuro en el que estas teorías lideren un planeta poscapitalista.
Miembro de la Royal Society of Arts, Hickel lleva un año como catedrático del Instituto de Ciencia y Tecnología Medioambiental de la Universidad Autónoma de Barcelona y también tiene su hueco en el Centro de Justicia Global y Medio Ambiente de la Universidad de Oslo. Ahora, desde su despacho de la UAB, compagina sus entrevistas por Menos es más. Cómo el decrecimiento salvará el mundo (Capitán Swing, 2023) con el liderazgo de investigaciones como la que financiará la Unión Europea durante los próximos seis años y que tiene como objetivo final explorar caminos hacia la economía poscrecimiento. Un apoyo institucional que, cree Hickel, muestra que todo lo que rodea el decrecimiento se asemeja a lo ocurrido con las teorías de Charles Darwin. Suponen un cambio de mentalidad histórico y difícil de digerir, pero lo acabaremos teniendo que aceptar.
En plena resaca electoral, este experto recibe a El Confidencial y no duda en atacar de frente las políticas de muchos partidos llamados verdes o de izquierdas, entendiendo que mucha gente haya dejado de votarles. Llama burgueses a los verdes, cree que hay que dar más protagonismo al mundo rural en la lucha contra el cambio climático y que esta debe partir de la narrativa de las clases. El decrecimiento, asegura, es un concepto tan amplio que debe abordarse como un cambio en la raíz del sistema. Todo lo que no empiece por proteger a la clase trabajadora de este cambio no conseguirá el objetivo final de salvar el medio ambiente y un futuro próspero.
PREGUNTA. ¿Qué es realmente el decrecimiento? Porque en el libro desmientes que este concepto vaya de un retroceso general en la economía, sino que hablas de que unos sectores deben crecer y otros caer.
RESPUESTA. Eso es. En este momento, la suposición dominante en economía es que cada sector debe crecer todo el tiempo, independientemente de si realmente lo necesitamos o no. En el mejor de los casos, esta es una forma irracional de dirigir una economía. Pero, en medio de una emergencia ecológica, es claramente una locura. Cuando se trata del bienestar humano, lo que importa no es el crecimiento agregado, sino el crecimiento de los sectores específicos que realmente necesitamos. Podemos estar de acuerdo en que necesitamos aumentar la producción de viviendas asequibles, el transporte público y la energía renovable. Obviamente, estas cosas son importantes para nuestras vidas y para el medio ambiente. Pero también podemos reducir la producción de cosas menos necesarias, como los SUV, los jets privados, los cruceros, la moda rápida o los combustibles fósiles. Debemos centrarnos en lo que es realmente relevante para nosotros y movilizar nuestra mano de obra y recursos en torno a eso, en lugar de simplemente hacer crecer la economía indiscriminadamente y esperar que esto resuelva nuestros problemas. Cosa que nunca ocurre.
P. Vale, pero ¿cómo hacemos esto? ¿Cómo se decide qué es importante y qué no? ¿Quién lo decide?
R. Bueno, creo que la democracia es muy importante aquí. En España, vivimos en una democracia política donde podemos elegir a nuestros líderes, pero no tenemos una democracia económica. Cierto. De modo que las decisiones sobre qué producir y cómo usar la mano de obra y los recursos las toma abrumadoramente el capital, que controla la producción. Y por capital me refiero a las grandes corporaciones, las grandes firmas financieras, los fondos de cobertura y el 1% que posee la mayoría de las acciones corporativas o activos invertibles. Ellos son los que determinan lo que producimos y producen solo lo que les es rentable. Es por eso por lo que obtenemos producción de cosas como SUV en lugar de transporte público. Así que realmente se trata de tomar el control democrático sobre las finanzas y la producción y organizarlo sobre lo que sabemos que es social y ecológicamente importante. Cuando democratizas las empresas y apuestas, por ejemplo, por las cooperativas, ves que se centran más en producir para el bienestar humano y el medio ambiente.
P. Pero ¿este discurso no se parece a postulados socialistas y comunistas?
R. Depende de lo que quieras decir. Cuando muchas personas piensan en una sociedad comunista, entonces piensan en una economía de mando y control autoritaria y centralizada. La historia ha demostrado que este tipo de sistemas pueden cometer errores graves. Lo importante aquí es la democracia económica. Si todos valoramos las democracias, entonces, extendamos el principio de la democracia a la esfera económica. Y no me importa cómo llames a eso, pero sabemos que en condiciones democráticas la gente organiza la producción para priorizar el bienestar y el medio ambiente en lugar del crecimiento por sí mismo. Enfatizo en ello porque el capitalismo, como lo tenemos ahora, no solo es un fracaso ecológico, también es un fracaso social.
Mira el caso de España. El 20 o el 30% de los jóvenes están en paro y viven en una completa inseguridad económica. Tienes a millones de personas que no pueden pagar una vivienda digna e incluso hay gente que tiene problemas para alimentarse, no pueden permitirse una dieta nutritiva. Es una locura que en una economía que es tan productiva y tan rica haya tanta miseria social. Y la razón es que el capitalismo organiza la producción no en torno a las necesidades y el bienestar humanos, sino en torno a la maximización de las ganancias.
P. ¿Cómo se resuelve esta situación desde la democracia?
R. Necesitamos resolver el doble problema de la crisis social y la crisis ecológica en el mismo golpe. Para conseguirlo, podemos apostar por una jugada a dos bandas. Primero hay que potenciar políticas sociales como los servicios públicos universales o garantizar que haya empleos y salarios dignos. Todo esto es para reducir la desigualdad y que todo el mundo tenga acceso a los recursos necesarios para vivir una buena vida. Tras ello, toca la otra pata: reducir las formas de producción menos necesarias. De esta manera, nadie sale lastimado. No hay pérdida de medios de subsistencia, no hay inseguridad económica de la que preocuparse. El problema es que los partidos socialistas y los partidos verdes han sido incapaces de hacer esto hasta ahora, ni siquiera han logrado objetivos básicos de la izquierda como son las viviendas asequibles y acabar con el desempleo. Esto parece difícil, pero no lo es si estás en el Gobierno. Sin embargo, han fallado en su cometido. No es de extrañar que la clase trabajadora ya no les vote.
Los partidos verdes en Europa son burgueses. Les importa la política ambiental, pero no les importa tanto la gente. No les importan las clases trabajadoras y los medios de subsistencia. Y, por lo tanto, no ven cómo sus políticas pueden afectar negativamente los medios de vida de la clase trabajadora. Necesitamos unir la política social y la política ecológica. Y esta puede ser una plataforma política muy popular porque sabemos que estas políticas como servicios públicos universales, garantía de empleo público, jornadas laborales más cortas, salarios dignos, desigualdad reducida y una economía centrada en el bienestar y la ecología en lugar de en el crecimiento continuo triunfan entre la gente.
P. Aquí mucha gente escucha la palabra decrecimiento y directamente se posiciona en contra. Y pasa también con muchas políticas ambientales, que se ven como un ataque directo al trabajador. ¿Cómo se cambia esa idea?
R. Tenemos que darle alternativas a la gente. No puedes decir que vas a poner un impuesto a los automóviles sin proporcionar transporte público alternativo que garantice el acceso a la movilidad. Y debería haber un transporte público de alta calidad, no un transporte público de mierda. La mayor parte de la gente conduce automóviles porque no tienen otra opción. Esto no es así en ciudades como Barcelona, donde hay muy buen transporte público, pero, en muchas de las ciudades más pequeñas y las áreas rurales, la gente no tiene elección. Se debe invertir en sistemas de transporte público para garantizar que las personas tengan acceso a una movilidad asequible. Es clave prestar atención a qué sistemas de aprovisionamiento alternativos se ofrecen a las personas para que no sufran algún tipo de pérdida. Piensa en la gente trabajadora a la que les quitas el coche, les dañas su casa, su sustento. Antes de hacer nada, debes garantizar que todo el mundo tenga acceso a los bienes y servicios que necesiten.
P. En España, el choque entre las políticas ambientales y los entornos rurales es claro. Muchas de sus propuestas se ven como políticas de ciudad que se imponen en el campo sin conocimiento.
R. Los partidos políticos han hecho un muy mal trabajo en esto porque son las poblaciones rurales las que más se han visto perjudicadas por algunas de las propuestas ecológicas. Por ejemplo, si hablas de reducir la producción de carne, perjudicas a muchas comunidades rurales que producen carne. Y luego vas a recibir una reacción violenta. Hay que reconocer que las poblaciones rurales quieren ser parte de esta transformación, y debemos verlos como un agente político activo en esta transformación. Están más cerca de las tierras en las que viven, entienden lo que la tierra necesita y hay que ofrecerles alternativas. Ahora, bajo el capitalismo, el capital se invierte en la producción de carne porque es muy rentable. Pero no hay razón por la que no podamos utilizar las finanzas públicas para invertir en la producción agroecológica. Dar dinero a lo que es saludable para la tierra y restaura los suelos. Y también podemos pagar a los agricultores para que realicen la restauración y reforestación de ecosistemas y la reposición de suelos. Lo que producimos en la economía depende totalmente de dónde invertimos nuestro dinero.
"La lucha ecológica es una lucha de clases en última instancia"
P. Tengo la sensación de que al final planteas todo esto como una guerra entre el capital público y el privado. ¿Es así? ¿No se puede convencer a la parte privada de pasarse a la lucha por un mundo más igualitario y que defienda el medio ambiente?
R. Creo que es una batalla entre las personas y el capital o entre, supongo que podría decir, el interés público y el capital o el 99% contra el 1%. La lucha ecologista es una lucha de clases en última instancia. Y nuestro objetivo debe ser nuevamente reclamar el control democrático sobre las finanzas e invertir en las formas de producción que sabemos que son social y ecológicamente necesarias. Ahora, eso puede tomar varias formas. Una opción es algún tipo de política industrial que pueda guiar al capital privado existente o simplemente tener un programa de finanzas públicas que invierta en formas de producción social y ecológicamente necesarias, movilizando la mano de obra en torno a eso. Lo que es crucial es el pleno empleo garantizado.
El desempleo es una escasez artificial creada por el capitalismo, no necesita existir. Y más crecimiento no acaba con el paro, como muestra muy claramente España. El país ha tenido mucho crecimiento en las últimas generaciones y el desempleo persiste, pero el paro sí se puede abolir directamente con empleo público garantizado que pueda llevar a las personas a formas de producción que son ecológica y socialmente necesarias.
P. Pero ¿es posible hacer esto en un mundo globalizado? Porque en España, que lo pones como ejemplo, muchos trabajadores deben aceptar ciertas condiciones porque las empresas dicen que, si no, el negocio no es sostenible y tendrían que llevarse la producción a otra parte. Al final, las compañías tienen mucho control, pueden cambiar de país si el Gobierno no les beneficia...
R. Es un punto muy interesante. Pero debemos tomar la iniciativa. Si el capital se niega a emplear mano de obra en buenas condiciones, las finanzas públicas pueden intervenir y hacerlo. Y piensa en cómo esto cambiaría el sector privado. Es decir, si hay trabajo público garantizado, con empleos que contribuyan a construir un futuro mejor, entonces, ¿por qué alguien trabajaría por un salario mínimo y se pondría a hacer hamburguesas para McDonald's o algo así? Se alejarían de ese tipo de trabajos. En su lugar, optarían por la opción de garantía de empleo, que es un trabajo digno, bien remunerado, importante y significativo. Las empresas privadas se verían obligadas a mejorar sus ofertas o, de lo contrario, correr el riesgo de perder personal. Por lo tanto, puede ser una herramienta muy poderosa para mejorar los estándares laborales en toda la economía. Cualquier Gobierno de izquierda en el poder debería apostar por estas políticas inmediatamente.
P. ¿Algún país o ciudad está ya haciendo algo parecido o yendo en esa dirección que marca el decrecimiento?
R. Creo que hay muchas ciudades y gobiernos y partidos políticos que han tomado estas ideas en cuenta y lo están intentando. Pero aún no vemos una implementación integral. No creo que sea necesario que los gobiernos o los partidos políticos usen la palabra decrecimiento en sus plataformas políticas. El concepto debe entenderse como parte de una transformación social más amplia que busca asegurar el bienestar en la base social y suprimir la precariedad económica. La narrativa principal debería encaminarse a mostrar que el crecimiento del PIB no importa. Ahora lo que importa son las cosas reales que estamos produciendo y si las personas tienen acceso a lo que necesitan. Tenemos que liberarnos de esta idea de que el crecimiento del PIB siempre es necesario. Claramente, no lo es.
P. ¿Y crees que la gente es capaz de ver ese discurso como algo positivo? Porque los millonarios y gente influyente como Elon Musk, Jeff Bezos o Bill Gates han defendido continuamente que el crecimiento es parte fundamental del progreso, de nuestro bienestar.
R. Esa es su narrativa, sabemos que el capitalismo requiere un crecimiento perpetuo para mantener la acumulación perpetua de capital. Para estos sectores, el objetivo no es mejorar la vida de las personas, sino maximizar sus ganancias. Ellos hablan de progreso, pero progreso no es lo mismo que crecimiento. El progreso es lo que mejora el bienestar. Y eso se puede lograr sin crecimiento. Entonces, centrémonos en las políticas que son necesarias para lograr el progreso social y ecológico en lugar de asumir que el crecimiento hace ese trabajo. No podemos dejarnos engañar por la narrativa del capital que dice que el crecimiento es lo mismo que el progreso cuando no lo es.
El decrecimiento también va de reducir el exceso de poder adquisitivo de los muy ricos. Hay una investigación reciente que mostró que solo los millonarios están en camino de gastar el 72% del presupuesto de carbono que nos queda para no alcanzar el objetivo del aumento de temperatura hasta los 1,5 grados. Este es un ataque atroz a la humanidad y al mundo, y ninguno de nosotros debería aceptarlo. Es inmoral e injusto que estemos desviando nuestra energía y recursos para atender el consumo de esta clase élite en medio de una emergencia ecológica. Así que tenemos que degradar a los ricos. Esta es una lucha de clases y creo que debería reconocerse como tal.
P. En el libro hablas bastante del mundo poscapitalista, ¿puedes imaginarlo? Porque a mí me cuesta ver mi vida en un sistema que no sea el actual, con compras, consumo, trabajos en empresas privadas a cambio de un salario, etc.
R. Hay un dicho que dice que es más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo. Pero creo que no es así. En realidad, es increíblemente fácil imaginar el fin del capitalismo porque una economía poscapitalista es en realidad muy sencilla. Tiene algunas piezas clave. La primera es dejar de mostrar el sector social básico como una mercancía. Es decir, todo lo que sean servicios públicos universales, como la educación de alta calidad, la atención médica, la vivienda, el transporte, la energía, el agua, internet, los alimentos nutritivos, los elementos básicos para vivir deben dejar de ser una mercancía igual que dejaron de serlo la salud y la educación básica. De esta manera, aseguras las necesidades humanas independientemente de las fluctuaciones en la producción agregada.
La segunda pieza es la economía privada y las empresas privadas como las conocemos. Necesitamos cosas como la cerveza, las cafeterías o los relojes. No hay razón por la que no se pueda albergar también el negocio privado en el resto de la economía, pero debería ser poscapitalista. ¿Qué es poscapitalista? ¿Cómo es una empresa poscapitalista? Es una compañía democrática. Donde hay control obrero o comunitario sobre la producción. Y, de esta manera, la producción se enfoca más, nuevamente, en lo que es necesario para el bienestar y la ecología en lugar de simplemente maximizar las ganancias. Así que no es difícil de imaginar, si alguien puede imaginar la democracia en su propio lugar de trabajo, puede imaginar una economía poscapitalista.
P. Para terminar. En el libro comparas las teorías decrecentistas con los estudios de Charles Darwin, que fueron rechazados hasta que la mentalidad fue cambiando. ¿Qué pasa si en realidad esto no ocurre esta vez?
R. La realidad es que nuestro futuro corre un gran peligro con la política gubernamental existente. Nos dirigimos a un planeta con 3,3 grados de calentamiento global para finales de siglo. Ese no es un mundo seguro para habitar. Es un mundo profundamente destructivo, peligroso y desestabilizado. Es urgente que mantengamos el calentamiento global lo más cerca posible de los 1,5 grados de subida. Y la única manera de hacerlo es con el tipo de transición que he presentado. Requiere una transición poscapitalista posterior al crecimiento. Y digo más, España debería estar a la vanguardia de esto, junto con los otros países del sur de Europa, porque estos son extremadamente vulnerables a los impactos climáticos. La sequía que se ha vivido y los incendios forestales experimentados recientemente en este país son solo el comienzo. Creo que España necesita recuperar su potencial revolucionario y liderar esta lucha. Los países del sur de Europa siempre han sido los más radicales, los más amenazados, los más revolucionarios. Y este es su momento para brillar. Pero se trata de recuperar ese potencial y construir el poder político necesario para lograrlo.
A Jason Hickel no le cuesta hablar de impulsar revoluciones, de apostar por la lucha de clases o de tener que poner el objetivo sobre los ricos. Lo hace sin miramientos, aunque su aspecto es el de un prestigioso investigador que ahora incluso cuenta con financiación de la Unión Europea para estudiar el futuro que viene y cómo evitar que el sistema se venga abajo. Este antropólogo económico nacido en Esuatini (Suazilandia) se ha convertido en los últimos tiempos en una de las caras más conocidas, sino su mayor experto, de un movimiento que no deja de ganar enteros entre los círculos verdes: el decrecimiento. Y su último libro, nombrado como uno de los libros del 2021 por el Financial Times, es un canto a un futuro en el que estas teorías lideren un planeta poscapitalista.