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Los últimos desmarques de Cristiano: la decadencia televisada del rey Sol
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NO ATRAVIESA UN BUEN MOMENTO

Los últimos desmarques de Cristiano: la decadencia televisada del rey Sol

El portugués quiso salir del Manchester United este verano, pero no encontró acomodo por más que Jorge Mendes lo intentó. Ahora sufre el mal inicio de temporada del equipo inglés

Foto: Cristiano Ronaldo, en el último partido de la Europa League. (EFE/Savvides Press)
Cristiano Ronaldo, en el último partido de la Europa League. (EFE/Savvides Press)

Lo vimos en el partido España-Portugal. Un desmarque milimétrico de Cristiano que se queda solo delante del portero y dispara como un señor normal: raso y cruzado para que se luzca el guardameta. No es gol y hace unos años lo hubiera sido casi de manera fatal. Pero en ese desmarque sobrenatural (crea un espacio que no existía, como los magos o los profetas) y su posterior fallo, están resumidos los últimos años del portugués. En el resto del partido, Cristiano es una farola en las cercanías del área que ya solo se alumbra a sí mismo. Intenta su disparo, pero se lo tapan. Llega al remate y el autobús acaba de salir. Devuelve una pared y comienza una diagonal para la que ya no tiene aliento. Busca y rebusca en los cajones del área para encontrar bisutería, algún balón que alguien se haya dejado olvidado o una postal dedicada. Nada hay. Los comentaristas hacen saña, se retuercen de alegría. Cristiano no le viene bien a su equipo, dicen. Una música que se lleva diciendo desde el 2015. Pero ahora es cierta. Ya ni siquiera sus compañeros lo buscan obsesivamente. Ronaldo es un hombre enjuto que pisa todos los lugares donde fue un Dios como si estuviera haciendo turismo. Pero no hay melancolía en él. Sigue convencido de su trascendencia y espera con ansia la siguiente jugada para demostrarlo. Ya no está en el juego, que resbala a su alrededor, y todos lo saben. Todos menos él.

Soltar ahora que Ronaldo está acabado es como decir que los asirios ya no son lo que eran. Es un hombre de 37 años sin sitio en el fútbol de élite. Como cualquier otro hombre de 37 años, llámese Di Stéfano, Maradona, Cruyff o Andrés Iniesta. Hay varias cuestiones alrededor de este asunto. La primera: ¿por qué ese regodeo con su decadencia? Respuesta: cae mal y su fútbol nunca ha gustado.

placeholder La camiseta de Cristiano, al lado de la de Maradona. (Reuters/Christian Hartmann)
La camiseta de Cristiano, al lado de la de Maradona. (Reuters/Christian Hartmann)

A petición popular, Cristiano ha entrado en su declive definitivo

A Cristiano se le mide por las estadísticas, como a un electrodoméstico. Especialmente en España y Argentina, Cristiano fue observado con suspicacia desde el principio. "A Messi se le transparenta la calle, a Cristiano el gimnasio", decía Jorge Valdano con cierto desdén. El juego del portugués era algo nuevo, nunca visto. Llegaban imágenes desde Manchester de un jugador irreal, que esprintaba sobre raíles y marcaba goles con disparos teledirigidos desde 40 metros. Luego estaba el pavoneo y su belleza de escultura griega. Incluso eso era disruptivo. Messi remitía a Maradona, pero Cristiano no tenía antecedentes. A los ingleses les fascinó desde el principio, pero aquí su fútbol parecía banal, poco sutil, únicamente espectacular, sin la hondura que se le pide a los verdaderos genios.

Y no es cierto. Cristiano es un genio y es también el futbolista más influyente del siglo XXI. Todo el fútbol de ataque de los últimos 10 años, bebe de su estela gigantesca. Las diagonales, los extremos furibundos que se meten hacia el centro. Mbappé o Halland. La rapidez y la precisión. El desmarque como religión. Todo eso lo perfecciona Ronaldo y salta al mundo entero con sus victorias atronadoras.

Pero el Cristiano sigue cayendo mal. A los columnistas, a los periodistas deportivos, a los opinadores profesionales, a las madres de la plaza de mayo y al observatorio para ley moral y las costumbres de la clase media. Nadie lo soporta, parece. Nadie, excepto los niños, que lo adoran, y las clases populares, que lo sienten como alguien suyo y que envidian su vida en el escaparate y sus escenificaciones arrebatadoras y algo horteras. Pero los niños no tienen voz y las clases populares (antes trabajadoras) solo asoman en Telecinco, de cuyos programas a ratos parece escapado el portugués.

placeholder Ronaldo se lamenta después de un partido con el Manchester United. (Reuters/Albert Gea)
Ronaldo se lamenta después de un partido con el Manchester United. (Reuters/Albert Gea)

Independiente de la clase media

Cristiano no es de clase media y lo grita a los cuatro vientos. Es un héroe de telenovela cuyo melodrama nunca se ha tomado demasiado en serio. Ahora parece una actriz de cine mudo a la que han dejado abandonada en un andén. Lleva todo el verano ofreciéndose a los grandes clubes de Europa, ya que el Manchester United se ha quedado fuera de la Champions. Nunca oculta lo que es o cómo se siente. Ya fue ridiculizado en su día por uno de los dueños del tinglado, Joseph Blatter, un hombre de traje azul marino al que la hipocresía le sienta como un guante. Dijo que el bueno era Messi, que lo de Ronaldo era arte degenerado, y todos se rieron. Se rieron las élites, que quieren proyectar un relato moral con el fútbol para tapar sus sucias intenciones. Y con Cristiano, eso es imposible.

Es el jugador que más lecciones ha recibido en la historia. Y siguen dándoselas.

La genialidad de Cristiano estaba en sus movimientos, en su estela sobre el campo, donde se podía fundar un nuevo arte marcial. Cuando una parte de su corazón atómico se estaba agotando, en sus últimos años en el Madrid, su inteligencia se afinó y se deshizo de cualquier neurosis. Cristiano siempre estaba a un pase de encontrar la portería. Una recuperación alta del Madrid era un gol sencillo de Ronaldo, tan claro como un amanecer. ¿Cómo se juzga eso si nos enseñaron que la genialidad es la gambeta? En sus primeros años en el Madrid, su genio era otra cosa. Expresionista e infantil, porque hacía lo mismo que ansían los niños al jugar: correr despavorido y arrasar las ciudades.

De aquello quedan los últimos restos y el gol, porque Cristiano, como el Cid, marcará goles después de muerto. Pero no es cierto que no sepa reinventarse. Lo hizo en el Madrid cuando Zidane —que es historia, como él— le habló mirándole a los ojos y le convenció para que guardase sus fuerzas para las inmediaciones del área, porque fuera iba a estar la sabiduría de Modric y de Kroos alimentándole. Poco después se fue del Madrid buscando nuevos retos como, por ejemplo, no ganar la Champions cada año. En la Juventus se volvió a desatar y volvió a influir en todo el campo. Pero la supernova era ya una enana blanca. Su fulgor era gélido y su peso específico infinito. Ganó ligas menores y en Champions, su camino acababa pronto. Igual que su rival a lo largo de los siglos, Leo Messi, que es un lugar —más que un deportista— que está fuera de lo humano y, por tanto, fuera de la crítica o de cuestiones mundanas como la decadencia. Pero lo cierto es que Cristiano ya no puede influir desde hace mucho en un equipo que aspira a ser el rey de reyes.

placeholder Cristiano, en una imagen reciente antes de un partido. (Reuters/Peter Powell)
Cristiano, en una imagen reciente antes de un partido. (Reuters/Peter Powell)

¿Un veterano siendo determinante?

Esta era la segunda cuestión: ¿puede un 'crack' histórico ser determinante para ganar la Champions en su ocaso? Modric y Benzemá lo están siendo, no así Cristiano y Leo Messi, desde hace al menos cuatro años. No es una cuestión de talento, entonces, ni de edad. Es adecuación al medio y Cristiano y Messi no se pueden adecuar al medio porque ellos mismos son el medio. Llevan desde los 21 años siendo los príncipes en palacios construidos a su medida. No pueden dedicar sus últimos años a limpiar las cuadras (presionar es ahora una obligación y ellos dos solo lo hicieron con Mourinho y Guardiola), ni a ser un tornillo en un engranaje que tiene otro protagonista estelar. Ni es posible ni sabrían hacerlo.

Así que no. No es posible y todos lo saben, quizás excepto algún jeque excéntrico que quiere vendernos el paraíso. Por eso Cristiano no ha encontrado sitio en los grandes de Europa y se ha tenido que quedar en el Manchester United. Una espléndida camiseta roja a la que veremos en la Europa League con el portugués jugando a ser él mismo hasta la desesperación.

Así son los mitos.

Lo vimos en el partido España-Portugal. Un desmarque milimétrico de Cristiano que se queda solo delante del portero y dispara como un señor normal: raso y cruzado para que se luzca el guardameta. No es gol y hace unos años lo hubiera sido casi de manera fatal. Pero en ese desmarque sobrenatural (crea un espacio que no existía, como los magos o los profetas) y su posterior fallo, están resumidos los últimos años del portugués. En el resto del partido, Cristiano es una farola en las cercanías del área que ya solo se alumbra a sí mismo. Intenta su disparo, pero se lo tapan. Llega al remate y el autobús acaba de salir. Devuelve una pared y comienza una diagonal para la que ya no tiene aliento. Busca y rebusca en los cajones del área para encontrar bisutería, algún balón que alguien se haya dejado olvidado o una postal dedicada. Nada hay. Los comentaristas hacen saña, se retuercen de alegría. Cristiano no le viene bien a su equipo, dicen. Una música que se lleva diciendo desde el 2015. Pero ahora es cierta. Ya ni siquiera sus compañeros lo buscan obsesivamente. Ronaldo es un hombre enjuto que pisa todos los lugares donde fue un Dios como si estuviera haciendo turismo. Pero no hay melancolía en él. Sigue convencido de su trascendencia y espera con ansia la siguiente jugada para demostrarlo. Ya no está en el juego, que resbala a su alrededor, y todos lo saben. Todos menos él.

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