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Maradona, el dios que daba mal ejemplo a los jóvenes en Argentina
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Su muerte elimina todo obstaculo a la leyenda

Maradona, el dios que daba mal ejemplo a los jóvenes en Argentina

Es imposible calibrar la leyenda del semidiós que nació en un barrio paupérrimo de Buenos Aires y regresó en junio de 1986 convertido en prócer de la patria. No pudo manejar su carácter divino

Foto: Diego Maradona, el hombre mitológico. (Efe)
Diego Maradona, el hombre mitológico. (Efe)

Hace menos de un mes, cuando Diego Armando Maradona cumplió 60 años, la revista France Football lanzó un espléndido suplemento de 44 páginas cuyo editorial se titulaba “Mito errante”. La publicación francesa no podía ser más oportuna: el futbolista más idolatrado de la historia cambiaba de década aislado en su domicilio por el coronavirus. Era una metáfora de la soledad afectiva que le acechaba recientemente: un caudillo permanentemente rodeado de masas, defendido (en teoría) por una corte más dedicada a la rentabilización de su figura que a su cuidado, abuelo alejado de su familia, un ángel caído que había crecido descalzo y cuya heroicidad de 1986 le colocó para siempre en el Olimpo de los próceres argentinos. Había tumbado a Inglaterra –sólo cuatro años después de la derrota en la Guerra de Las Malvinas– con la “Mano de Dios” y con el mejor gol de la historia del deporte más popular del planeta.

Dos semanas después de ese último cumpleaños solitario, Maradona hubo de ser intervenido de un coágulo en el cerebro. Fue el penúltimo percance hospitalario de un coloso de 1’65 que hizo todo lo posible por no llegar a anciano, conocedor de un éxito popular inigualado por ningún otro futbolista, al que la vida se le descontroló en Nápoles (otros dicen que unos años antes, en Barcelona, a comienzos de los 80), escoltado casi siempre por personajes de ninguna estatura moral que embarcaron a ‘Diego’ en un viaje del que sólo saldría, y parcialmente, en breves periodos de lucidez estable. Millones de asados fueron continuados y serán continuados en Argentina con una conversación sobre Maradona, entre tragos de Fernet con cocacola y dos bandos que sólo hoy podrán empezar a reconciliarse.

“No es fácil ser Maradona”, suele repetir Víctor Hugo Morales, el locutor que narró aquel gol para la eternidad. “Hay que haber nacido donde nació Diego y vivir la vida que ha tenido Diego”. El ‘Pelusa’ había crecido jugando al fútbol entre socavones; una década después, era un dios entre los mortales. No lo supo manejar (¿quién hubiese sabido?). Todo queda resumido en la frase que le dice el propio jugador al cineasta Emir Kusturica en un instante memorable de su documental ‘Maradona by Kusturica’: “Emir, ¿te das cuenta del jugador que nos perdimos por la droga?”

“Emir, ¿te das cuenta del jugador que nos perdimos por la droga?”

Ni los kilos de cocaína, ni el alcohol, ni las fiestas, ni los amigos de madrugada… Ni siquiera las patadas –incomparablemente más fuertes– que recibían los ‘cracks’ en aquel fútbol premoderno auparon a Maradona del pedestal del fútbol mundial. Fue la propia FIFA la que lo apartó del Mundial 1994 por sospechas de dopaje. Sin duda el momento más duro de su vida deportiva: conoció la impotencia.

“Diego en Argentina es un campeón sentimental", expresaba en conversación con este periódico hace un mes Jorge Valdano, el jugador que primero le abrazó en el Estadio Azteca aquel 22 de junio de 1986. “Y eso tiene que ver con su trayectoria, su personalidad... Y sobre todo con el partido contra Inglaterra, que marcó un antes y un después. Volvimos todos los jugadores a Argentina como ciudadanos, y él encima de un caballo blanco. Aquello lo convirtió en un semidiós…”

Luto y leyenda

Su muerte diluirá rápidamente los odios que generaban su estilo de vida o sus pasiones políticas en parte de la sociedad argentina (incluso mundial) y elimina los obstáculos a una leyenda sin comparación en el mundo del fútbol: ni siquiera Pelé tiene una iglesia dedicada a él en Brasil. El luto hará que se llamen al silencio incluso por un tiempo los que defienden a Leo Messi en el eterno debate sobre quién es más grande. Una pelea que parece (o parecía) imposible de atajar.

Pero en cuanto a trascendencia, en cuanto a quién dio más alegrías a su pueblo ejerciendo el liderazgo cuando ‘las papas quemaban’ (muchas veces con el tobillo del tamaño de un pomelo), no hay siquiera espacio para la tertulia. Aunque le diese también muchos más disgustos, durante décadas. Con Maradona se muere mucho más que un futbolista grandioso: se va, como nos dijo Valdano, el hombre que demostró que los pobres podían ganar a los ricos. Una causa. Fue amigo de todos los grandes líderes izquierdistas latinoamericanos de los últimos 40 años (incluido Fidel Castro). Su también amigo Kusturica (tuvo muchos) lo definía así : “Si no hubiese sido futbolista, hubiese sido guerrillero”. Se quedó en semidiós.

Hace menos de un mes, cuando Diego Armando Maradona cumplió 60 años, la revista France Football lanzó un espléndido suplemento de 44 páginas cuyo editorial se titulaba “Mito errante”. La publicación francesa no podía ser más oportuna: el futbolista más idolatrado de la historia cambiaba de década aislado en su domicilio por el coronavirus. Era una metáfora de la soledad afectiva que le acechaba recientemente: un caudillo permanentemente rodeado de masas, defendido (en teoría) por una corte más dedicada a la rentabilización de su figura que a su cuidado, abuelo alejado de su familia, un ángel caído que había crecido descalzo y cuya heroicidad de 1986 le colocó para siempre en el Olimpo de los próceres argentinos. Había tumbado a Inglaterra –sólo cuatro años después de la derrota en la Guerra de Las Malvinas– con la “Mano de Dios” y con el mejor gol de la historia del deporte más popular del planeta.

Diego Armando Maradona
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