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Diego Latorre: "Jugar con Maradona era algo muy grande, no tenía ningún ego con sus compañeros"
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ENTREVISTA CON EL CONFIDENCIAL

Diego Latorre: "Jugar con Maradona era algo muy grande, no tenía ningún ego con sus compañeros"

Ahora referente en los micrófonos de 'ESPN', Diego Latorre fue un futbolista capaz de hacer la diferencia en el campo allí donde jugó, llegando a ser considerado el sucesor de Maradona

Foto: Diego Latorre, ahora comentarista de éxito. (ESPN)
Diego Latorre, ahora comentarista de éxito. (ESPN)

Diego Latorre es una voz referencial del fútbol en Argentina, donde trabaja para ESPN y la Escuela de entrenadores César Luis Menotti. A finales de los ochenta, fue considerado el mayor talento de la liga argentina; destacó en Boca Juniors y llegaron a compararle con Maradona. Ya en los noventa, emigró a Europa, donde formó parte del mejor CD Tenerife de la historia y estuvo a punto de firmar por el Real Madrid, de la mano de Valdano y Cappa.

Desde Argentina, Gambetita atiende a El Confidencial para recordar su trayectoria y hablar de fútbol.

PREGUNTA: ¿Por qué Gambetita?

RESPUESTA: Por mi forma de jugar. Tenía un estilo bien argentino, llevando la pelota y gambeteando mucho. Fue el uruguayo Víctor Hugo Morales, uno de los mejores relatores de Argentina, quien me apodó así tras verme jugar en la reserva, en la cancha de Boca. Creo que lo hizo como una virtud pero también como un defecto, porque agarraba la pelota y no se la daba a nadie, abusando de mis recursos, ya que era muy chico y quería mostrarme.

Foto: 'Shooting for Mirza', la película centrada en Mirza Delibašić.

P: A los futbolistas de su estilo se les relaciona con el fútbol callejero. ¿Fue su caso?

R: Yo no tuve mucho de calle, lo que se llama calle o potrero. Mi origen es de una familia de clase media, bien acomodada, y tuve poco contacto con los potreros.

Generalmente, el futbolista en Argentina nace de la marginalidad, la pobreza, de una vida difícil, pero a mí me pasó todo lo contrario. Sin lujos, mis padres sí me llevaban de viaje a Europa o Estados Unidos dos veces por año y vivía bastante bien. Mi caso fue particular, porque ni surgí del potrero ni de una academia, me desarrollé en un barrio privado y donde destacaba mucho era en los colegios.

P: Entonces, ¿el talento es innato?

R: Hay un componente genético indudable. Las cosas no se fabrican porque juegues en un lado o en otro, pero en el potrero sí se perfecciona la habilidad. Primero porque jugás todos los días cinco o seis horas, algo que la vida actual no te permite. Hoy hay muchos peligros, te tenés que trasladar... La industria del entretenimiento también tiene muchas ofertas y el futbol solo es una de las variables.

"Generalmente, el futbolista en Argentina nace de la marginalidad, la pobreza, de una vida difícil, pero a mí me pasó todo lo contrario"

P: Era considerado el más talentoso de los jóvenes argentinos a finales de los 80, comparado con Maradona. ¿Tal era su nivel?

R: Había también mucha prensa. Cuando viene el decaimiento de Maradona, surjo yo en la primera división y entonces se hizo esa comparación inútil y marketinera de los dos Diegos que sirvió mucho a la prensa.

Aunque sí es verdad que mi primera época en Boca fue muy, muy buena. Me costó consolidarme en primera, pero supe combinar mi habilidad con el gol y eso fue determinante. Mi habilidad no se iba por las ramas, siempre intentaba hacer daño, ir al corazón del área tras la gambeta. Tenía la jugada de gol prefabricada ya cuando agarraba la pelota. Y si pasas la barrera de la gambeta burlona y tenés gol, estás en otro rango de jugador.

P: Valdano llama pequeñas sociedades a la relación natural que establecen grandes futbolistas sobre el campo. ¿Cuáles fueron las suyas?

R: Yo tenía mucha afinidad con el Chino Tapia, que jugaba de diez. Y luego con Batistuta, cuando pasa a Boca, que venía de una experiencia desagradable en el River de Passarella, que en términos futbolísticos es como pasar del Real Madrid al Barcelona.

Con Bati se cubre una carencia, la del número nueve. De hecho, cuando nos dirigía Carlos Aimar yo jugaba de nueve, un poquito tirado atrás, como si fuese un falso nueve. Y cuando vino el Maestro Tabárez hizo algunos movimientos en el equipo y me puso de segundo delantero, que era mi puesto, una especia de Kun Agüero.

Yo era un jugador que sentía jugar al lado del nueve, ya que no era ese jugador referencial en el ataque. Cuando me tiraba atrás podía hacerlo, pero como delantero. Tenía que jugar de arriba hacia atrás, no muy lejos del arco. Eso da lugar a una confusión de roles, porque muchos entrenadores me ponían de cuarto volante o de enlace y yo no era eso.

Me costó consolidarme en primera, pero supe combinar mi habilidad con el gol. Mi habilidad no se iba por las ramas, intentaba hacer daño

P: Si lo extrapolo a jugadores europeos, podría decirse que era más Raúl, un mediapunta, que Zidane, un enganche.

R: Exactamente. Era una especie de Raúl, con una gestación razonablemente buena pero menos cuota de goles que él.

Aunque lo de los goles depende mucho del equipo. Por ejemplo, en ese Boca hacia ocho o diez goles como segundo delantero porque con Batistuta hacía buena química. Él me arrastraba mucho la marca, también cuando salía de la gambeta lo tenía siempre ahí para asistirle. Fue buen ojo de Tabárez, que lo puso a él de nueve y a mí a su lado.

P: ¿Cómo es el Maestro Tabárez como entrenador?

R: En los grandes equipos, las personalidades se pueden disparar si no hay un buen contenedor de egos. Y más allá de los conocimientos específicos sobre fútbol de Tabárez, lo que tenía era un gran control de las personalidades y emociones de un vestuario así. Se nos queda lo que generaba con sus ejemplos y su prestancia dentro del vestuario.

P: ¿Recuerda alguno de esos ejemplos?

R: Recuerdo que en el primer partido de Tabárez y Batistuta, un amistoso contra Racing en verano, ya iba a jugar Bati de nueve. Yo estaba acostumbrado a llevar la camiseta número 9, estaba identificado con ella. Llevaba dos años en la primera de Boca y me había ganado un prestigio que Bati aún no tenía. Digamos que en ese momento yo era más que él.

Entonces, cuando llego al vestuario veo que mis botines están bajo la camiseta del 11, no del 9. Le digo pues al utillero que se ha equivocado, pero me contesta que la lista la pasó el entrenador y mi nombre estaba bajo la 11. Como a mí no me gustaba jugar con este número, fui a hablar con Tabárez en un costado, antes de empezar a calentar. Le dije que a mí me gustaba llevar el 9 y que ya lo tenía arreglado con Bati, que a él no le importaba. El Maestro agarra y me dice: "Acá los números los dispongo yo. Si quiere elegir un número, elija uno de la 12 a la 16". Esos eran los números de los suplentes.

Me dio a entender que quien mandaba y disponía ciertas cosas era él. Esa fue una cachetada rápida que, para mí, supuso una gran enseñanza. Me dije: 'Ojo, viene un técnico que sabe manejar circunstancias que en principio son pequeñas, pero un vestuario se convierten en grandes'.

P: Su rendimiento lo lleva a ser parte de una renovada selección argentina, tras la salida de Bilardo y la sanción de Maradona.

R: Debuté en un amistoso de Argentina contra Polonia en 1991, mismo año de la Copa América. A la copa llegué con mucha ilusión, pero algo lesionado y fatigado. Si bien jugué tres o cuatro partidos, no me sentí como me sentía en Boca.

Porque también Basile me ponía de enganche, no de delantero. Era bastante clásico y ponía cuatro defensores, tres mediocampistas, un enganche o creativo, y Batistuta con Caniggia arriba. A mí me ponía tras ellos, de lanzador, tenía que crear juego y lanzar para los delanteros.

Y además llegué estresado, debido a que había tenido conflictos en Boca por el tema de la venta a la Fiorentina. Tenía la cabeza embotada, no estaba fresco.

P: Aquella albicelete ganó dos Copas de América seguidas. Era un gran combinado, quizá algo minusvalorado.

R: Claramente. Y pierde en el Mundial de 1994 porque Maradona tiene el episodio con el control antidoping. Había tenido un récord imparable hasta la hecatombe contra Colombia. Desde que asumió Basile en 1990 hasta 1993, la selección argentina juega un fútbol exquisito y ganador.

P: Para la Copa América de 1993 usted ya no estaba en Argentina. ¿Qué sucedió con su pase al Calcio?

R: Yo llego a Italia tras haber sido dos años mejor jugador del fútbol argentino, y el último, ya sin Batistuta, máximo goleador. Pero nada más llego, con un precontrato con la Fiorentina, en lugar de un contrato, meten preso a mi representante.

Estábamos en el hotel, cuando llegaron seis carabinieri y se lo llevaron a la cárcel de Verona. Settimio Aloisio y Caliendo, que eran los representantes, habían tenido problemas de evasión fiscal por el pase de Caniggia y Troglio a Verona desde River. Quedé allí desamparado porque la Fiorentina no se quería hacer cargo de mí. Me dejaron tres meses en el hotel, no me lo quisieron pagar y tuve que hacerlo yo con ayuda de mi viejo. Entonces, ingresé por la puerta de atrás en el Calcio. Son cosas inverosímiles en el fútbol de hoy.

Dentro del lío tremendo, Batistuta convence a los directivos de que al menos podía ir a entrenar. Entonces empecé a ponerme a punto y fue justo cuando me llamó Valdano para incorporarme al Tenerife.

P: Tradicionalmente, en Europa pensamos que el fútbol europeo es de mayor nivel que el sudamericano y por ello los futbolistas emigran hacia aquí. ¿Cuáles fueron sus razones?

R: Nosotros, los argentinos, crecimos con el mito de muchos grandes jugadores que vinieron siempre a jugar y triunfar en el fútbol europeo, como Sívori, Di Stefano o Maradona. Todo eso se nos fue encarnando.

Siempre fuimos un fútbol exportador, aunque en los años ochenta Argentina no estaba tan en crisis. Íbamos a buscar la gloria deportiva, que pensábamos que estaba más allá que acá, porque se reunían los mejores jugadores y entrenadores de todo el mundo, los de mayor prestigio. En ese momento, Italia era la meca del fútbol y años después el poder lo empezó a tener España. Digamos que crecimos absorbiendo esa cultura.

P: Decía que lo requirió Valdano para España. ¿Se conocían?

R: No. A mí me conocía Ángel Cappa, que era asistente de Valdano. Él me había tenido en un sub-21 de Boca, con Menotti. Yo estaba jugando en la cancha lateral, con 15 o 16 años, y Menotti estaba entrenando en la cancha de al lado con la primera. En la práctica, Ángel me vio jugando y peguntó mi nombre. Inmediatamente me subió a entrenar con la reserva, una selección de los mejores talentos de inferiores de Boca.

Aunque cuando me firmó el Tenerife yo tenía cincuenta o sesenta goles en la primera de Boca, muchos en partidos relevantes, ya era otra coa.

P: ¿Eran Valdano y Cappa entrenadores al uso o algo distinto a lo que había en la época?

R: Ellos fueron innovadores. Yo lo noté rápidamente. En esa época había mucho temor de jugar. Se jugaba un fútbol rústico, de defensa y preponderancia de lo físico. Tal era así que, cuando ibas de visitante, había una tabla al lado que eran los puntos que cada equipo sacaba de visitante, positivos y negativos. No pesaban nada, pero simbolizaban que ganar de local era una imposición y sacar un punto de visitante era una hazaña. Entonces uno de los encantos, de las cosas más llamativas y poderosas que tuvo aquel Tenerife, era que jugaba bien y sin complejos.

Jugábamos siempre al ataque, en cualquier estadio, ya fuera el Bernabéu o el Camp Nou. De hecho, el mayor orgullo que tengo en mi carrera como futbolista, además de los goles y los títulos, está relacionado con el Barça de Cruyff y la figura de Guardiola.

P: Cuénteme, por favor.

R: En un partido, Guardiola me hizo marca personal. Cruyff ordenó a Guardiola marcarme a mí y a Bakero marcar a Redondo. Ese día jugamos un partidazo. Era el año 1994 y perdimos dos a uno porque en el Barcelona estaba Romario.

Con el marcaje de Guardiola yo recuerdo tener una radio atrás todo el tiempo. No paraba de hablar. Valdano me había dicho que me lo llevase cerca de Koeman y Guardiola no paraba de decirme: "Chaval, no te muevas del centro, no vayas a las bandas, vení, quédate acá, hostia". Así todo el partido, con la música en el oído, fue insoportable.

Se lo recordé el otro día, cuando le entrevisté para la Escuela de Menotti. Me dijo que fue de las pocas veces que marcó a un jugador hombre a hombre.

P: ¿Cómo jugaba el mejor Tenerife de la historia?

R: Con línea de cuatro atrás y cuatro en el medio: Redondo, Ezequiel Castillo, Chano y Felipe. A mí me ubicaba como entre quinto volante y segundo delantero, con Dertycia de delantero centro. Yo tenía mucha libertad de movimientos, me tiraba, entraba, salía…

Entrenábamos en base a conceptos del juego: con qué criterio vamos a juntarnos, cómo nos distribuimos los espacios, de qué manera vamos a atacar y sorprender, etcétera. Buscábamos que sucedieran ciertas cosas a partir de los atributos de los jugadores. Que el talento esté cómodo y se pueda expresar con los compañeros adecuados. Eso es lo que aplicábamos en el campo. No teníamos movimientos marcados, sino fundamentos que respetar.

Fue un equipo fantástico, que nos dio grandes alegrías. Quizá fue insignificante para el gran público, pero detrás de los grandes clubes éramos una referencia en el fútbol y nosotros lo disfrutamos mucho.

P: Salieron Valdano y Cappa y nada fue lo mismo, sobre todo para usted.

R: En aquel Tenerife sentí mucho placer, hasta que se fue Valdano. Yo era un jugador muy particular y necesitaba tener una comunicación con el entrenador, que compartiera mi sensibilidad. Necesitaba que el entrenador me entendiese y dispusiera a mi alrededor un equipo que jugase para mí y así yo poder jugar. Necesitaba tener participación frecuente en el juego, recibir la pelota en lugares determinados…

Luego vino Cantatore, que era otro tipo de entrenador, más defensivo, y me costó. A mí me costaba jugar al contraataque, correr grandes distancias o participar del juego aisladamente. Yo necesitaba un equipo de asociación.

En el Tenerife teníamos fundamentos que respetar en el campo

P: Antes de ello, ¿pudo fichar por un equipo grande de Europa?

R: Sí, claro, me querían tres o cuatro equipos de Italia. De hecho, Valdano me quiso llevar para el Real Madrid. Estuvo casi hecho. Iba a ser el cuarto extranjero en la temporada 1995-96, donde ya estaban Redondo, Laudrup y Zamorano. Pero Esnáider jugaba cedido en el Zaragoza y tuvo una pelea a trompadas con Víctor Fernández, por lo que este decretó que tenía que salir del equipo. Volvió al Madrid con el campeonato muy cercano y no pudieron hacer otra cosa. Yo ya no podía insertarme como un extranjero más, cuando ya se había hablado con los directivos, con Valdano, ya tenía el aval... Estuve a punto, a punto. Y ese hubiera sido el momento de relanzar mi carrera hacia las primeras páginas del fútbol mundial.

P: Pasó a la UD Salamanca entrenada por Lillo. ¿Cómo le recuerda?

R: Pues era un genio. Yo en esos momentos no llegaba a comprender lo que Lillo tenía en la cabeza. Mantuve charlas con él. Pero yo era un jugador más intuitivo, de interpretar por dónde llegaría la jugada. Y aquella fue mi primera experiencia con el fútbol que él quería instalar, que era más posicional. Tenía que quedarme en un lugar, no ir tanto a buscar la pelota. Para mí eso era un idioma nuevo, ya que siempre había jugado libre por todo el frente de ataque y decidiendo hacia dónde ir. No era muy obediente y disciplinado en esas cuestiones posicionales. Quizá podía lograrlo con el tiempo, pero me costó y no era el mejor momento. Seguramente no me pudo educar como él quería.

Además, tenía un equipo armado y a mí me fue difícil ingresar porque no había espacio para la adaptación y todo eran urgencias por el descenso.

P: Fue seleccionado para el partido de estrellas América vs. Europa e hizo un partido fabuloso junto a Romario.

R: Fue un deleite jugar con Valderrama, Rincón y Romario. Yo creo que cuando los buenos jugadores están en la cancha hay una conexión y un entendimiento que no depende del entrenamiento. Es una química especial entre futbolistas que nunca han jugado juntos y el entrenamiento solo la mejora.

P: El entrenador ese día fue Menotti. Para usted, "el número uno".

Al Flaco le gustaba cómo jugaba yo. Aunque nunca me dirigió, teníamos buena relación porque yo encontré en él un maestro. Manteníamos charlas, íbamos a comer, también con Cappa. No teníamos amistad pero sí una relación cercana.

En lo futbolístico, nadie explica los conceptos del juego como Menotti. Nadie. Además, cuando hablás con él sentís que te está hablando un padre, por su calidez. Menotti es una de las pocas personas en el mundo del fútbol que se dedica al ser humano, además de al juego.

Puede sonar un poco naif en la industria del fútbol, pero cuando encuentras a alguien que es más que un entrenador sientes algo especial, porque el mundo del futbol no es un refugio de gente que considere al jugador un ser humano. Esto no les importa, sino que piensan que solo es una máquina de rendimiento. Y tiene consecuencias, porque no sabes con quien hablar en los momentos de derrota. Hay mucha soledad porque sientes que te usan y te tiran permanentemente, incluso en el juicio de valor del público.

P: Vuelve a Boca y sale goleador. Coincide con el último Maradona. ¿Cómo fue en lo sentimental?

R: Como argentino, jugar con Maradona tenía un peso emocional muy grande.

Recuerdo que él regresa en un partido contra Racing que ganamos tres a dos. Yo no hice gol pero sí las tres jugadas de los goles. El tercero fue una pared con Maradona que luego le dejo en la línea a Rambert. Toda la cancha ovacionándome con la melodía: 'Olé, olé, olé olé, Diego, Diego…'.” Yo no sabía si levantar los brazos al público o no, porque estaba Maradona y me parecía irrespetuoso que me gritasen a mí Diego. Fui a abrazarlo, entonces se acerca y me dice: "Diego, boludo, levantá los brazos, festejarla que la estás rompiendo". Digamos que me dio el permiso para el festejo.

Maradona no tenía ego con sus compañeros. Él era muy consciente de lo que significaba un jugador de fútbol y un defensor acérrimo del jugador. Tenía también muy claras cuáles eran sus raíces y era quien luchaba contra los grandes poderes por los derechos de los jugadores.

P: ¿En lo técnico, aún era un gran Maradona?

R: Estaba a punto de retirarse, en un momento de clara decadencia porque ya que no le acompañaba el vigor físico. Pero lo que me pareció asombroso fue la relación que tenía con la pelota. La pelota era un desprendimiento de su cuerpo; una relación bellísima.

Lo primero era la repentización con la pelota, la forma de resolver problemas muy complejos antes de recibirla. Yo se la daba y el hacía 'tac' y la ponía en un lugar que nadie imaginaba, como si fuese magia.

Y luego la sensibilidad y el dominio. De hecho, el día de Racing, le tiro una pared fuerte para que la pelota no fuera interceptada y él, casi de espalda y sin mirar, me hace con la zurda 'tac', y me la deja delante de tres jugadores de Racing. Después del partido declaré que nunca me había devuelto una pared así, cosa que aún pienso.

R: También coincide con el primer Riquelme. ¿Se intuía el crack?

R: Justo ahí nace Riquelme. Había llegado de Argentinos Juniors, creo que con catorce años. Pero veías que no le pesaba la camiseta, aun con lo joven que era. Jugaba con una clase y una autoridad tremendas. Ponerse la camiseta en la Bombonera era para él muy natural. Jugaba con una naturalidad pasmosa, como si estuviera en el barrio. Era un diez fino e irrumpió en la primera de Boca. Ya era un crack.

A priori, ese tipo de jugador no se emparenta con la historia de Boca, que destaca más la garra, la fuerza o el empuje, sino más con la de River. Pero en realidad es un mito, como se demostró en el caso de Rojas, el de Riquelme o el mío.

P: ¿Crees que tu carrera fue acorde a tu talento o pudiste dar más?

R: Creo que podía haber llegado más lejos, sin duda. Yo era un jugador muy de inspiración y perdía constancia si no me sentía motivado por algo o alguien. Me desencantaba. Era muy pasional pero también muy racional, siempre haciéndome preguntas. Entonces, si no encontraba el entorno adecuado, los estímulos, jugaba pero no daba lo mejor de mí. Como ir a la fábrica y fichar, como un mero trámite. Por eso jugaba mejor en los partidos importantes, porque necesitaba un marco para que yo pudiera sentir que lo que hacía valía la pena.

No sé, quizá hubiese necesitado alguien a mi lado, un buen entrenador, una cancha llena, que sacara lo mejor de mí. Ya he aprendido de eso.

placeholder Batistuta y Latorre, en Boca Juniors. (Creative Commons)
Batistuta y Latorre, en Boca Juniors. (Creative Commons)

P: Se retiró en los 2000, jugando en México. Finalmente, ¿cree que hay distinciones entre el fútbol que usted jugó y el actual? ¿Hay fútbol nuevo y fútbol viejo?

R: No hay fútbol moderno y antiguo. Obviamente, hay un antes y un después de Guardiola como entrenador porque ha despertado la curiosidad en otros entrenadores. Lo único que no tiene límites en el fútbol es la creatividad en relación a la búsqueda táctica y en eso Guardiola sigue estando un paso por delante.

Pero para mí el fútbol es una continuidad, no algo lineal. Si vos ves jugar al Wunderteam o la Hungría de 1953 ya está el falso nueve, el wing izquierdo, etcétera. Veo jugar a Modric o a Kroos caminando y no puedo distinguir el fútbol viejo y el nuevo, qué sé yo. Veo a Vinícius y a Garrincha y veo lo mismo. Vivimos en otra época, pero los conceptos futbolísticos permanecen.

Diego Latorre es una voz referencial del fútbol en Argentina, donde trabaja para ESPN y la Escuela de entrenadores César Luis Menotti. A finales de los ochenta, fue considerado el mayor talento de la liga argentina; destacó en Boca Juniors y llegaron a compararle con Maradona. Ya en los noventa, emigró a Europa, donde formó parte del mejor CD Tenerife de la historia y estuvo a punto de firmar por el Real Madrid, de la mano de Valdano y Cappa.

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