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Así boicotearon a Desiré Wilson, la mejor piloto femenina de la historia de la Fórmula 1
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EN EL GP BRITÁNICO DE 1980

Así boicotearon a Desiré Wilson, la mejor piloto femenina de la historia de la Fórmula 1

Con Desiré Wilson se vivió una de esas tristes historias tan habituales de la Fórmula 1, donde jefes de equipo sin escrúpulos juegan con el esfuerzo e ilusiones los pilotos

Foto: Desiré Wilson, tratando de clasificarse para el GP de Gran Bretaña de 1980. (Wilson Motorsports)
Desiré Wilson, tratando de clasificarse para el GP de Gran Bretaña de 1980. (Wilson Motorsports)

Pocos deportes son tan dependientes de la aportación económica de sus participantes como el automovilismo. Esta situación provoca que el talento del deportista no sea lo prioritario. La acuciante falta de recursos y un terreno abonado para dar pelotazos o fraudes ha provocado, a lo largo de la historia, frecuentes prácticas empresariales de lo más deplorables. Décadas atrás, historias como la sufrida por la sudafricana Desiré Wilson fueron moneda común.

Incluso hoy en día, donde el dinero fluye por todos los sitios, los equipos tienen muy en cuenta la capacidad de los pilotos de aportar recursos económicos. Véase el caso de Felipe Drugovich, que a pesar de haber hecho deportivamente los deberes ganando el campeonato de Fórmula 2, no ha podido graduarse en la categoría máxima y se tiene que conformar con el rol de piloto de pruebas, previo pago de siete millones de dólares. Imaginen cómo debía de ser la Fórmula 1 a finales de los 70 y comienzos de los 80.

En una época que tuvo lugar después de la crisis del petróleo, la mayoría de los equipos sufrían presupuestariamente. Ni siquiera las escuderías top eran capaces de proveer dos coches igual de competitivos a sus pilotos. La norma común era tener un piloto lo más brillante posible a sueldo y tener otro competente a su lado, pero que, de forma inexcusable, aportara recursos económicos al equipo.

No era el entorno ideal para cualquiera cuyos padres no dispusieran de una amplia billetera o tuvieran un país detrás apoyando. Sin dinero, la única opción pasaba por deslumbrar en una carrera para intentar poder asentarse luego en la categoría. En aquellos años, la parrilla estaba poblada de franceses e italianos que eran indudablemente buenos pilotos, pero que, sin el respaldo económico de las empresas de su país, difícilmente habrían cristalizado sus carreras profesionales.

El dinero manda

Si tienen ocasión de observar las decoraciones en los monoplazas de aquella época, comprobarán la correlación existente entre la nacionalidad de los patrocinadores y la de los pilotos. Desiré Wilson ni tenía padres adinerados, como Nelson Piquet o Ayrton Senna, ni tenía empresas sudafricanas dispuestas a patrocinarla. O deslumbraba con su talento en la única oportunidad que dispusiese o el sueño de correr en Fórmula 1 nunca se iba a poder materializar.

Desiré ya había demostrado de lo que era capaz a bordo de un coche de Fórmula 1 el campeonato británico de la especialidad, también conocido como Fórmula Aurora. En este certamen, donde se daban cita muchos pilotos aspirantes a competir en la categoría reina, utilizaban los monoplazas que ya habían cumplido su vida útil en el Mundial. Con un Wolf-Cosworth, que en su día fuera pilotado por Jody Scheckter, Wilson logró la que hasta ahora es la única victoria lograda por una mujer a bordo de un coche de Fórmula 1.

Este logro y muchos otros buenos resultados le otorgaron a la joven sudafricana la superlicencia para poder inscribirse a un Gran Premio. Pero faltaba lo más difícil, que era el dinero para alquilar un coche lo suficientemente competitivo como para poder clasificarse para la carrera. Hablamos de una época donde se presentaban 30 pilotos en paddock y solo 24 eran admitidos en la parrilla. John Webb, el dueño del circuito de Brands Hatch en aquellos años y que siempre había sido un apoyo clave para Desiré, movió sus hilos y encontró un patrocinador para la cita inglesa del campeonato en 1980.

El coche elegido era el Williams FW07 del equipo RAM, con el que Emilio de Villota había conseguido clasificarse dos meses antes en el Gran Premio de España en décimoséptima posición. Aunque el coche era una especificación inferior a los Williams oficiales, el resultado de Villota en el Jarama demostraba que era un coche capaz de clasificar por delante de los equipos oficiales de Fittipaldi, Shadow y Ensign. Se firmó el contrato con el dueño del equipo John McDonald y Desiré quedó convocada para los test de neumáticos habituales de la época, tres semanas antes de la carrera.

Un bochornoso cambiazo

En aquellos tests, Desiré fue la gran sensación porque marcó el duodécimo tiempo más rápido de los 24 pilotos presentes. Todo pintaba bien. A pesar de no contar con los neumáticos de clasificación, había opciones realistas de formar parte de la parrilla. El coche era el mismo con el que ese año estaba ganando Emilio de Villota el Británico de Fórmula 1, fácilmente identificable por un pequeño suplemento que llevaba en el arco de seguridad. Cuando llegó el jueves del Gran Premio, sin embargo, el coche ya no era el mismo del español. Era otro chasis que en el campeonato Aurora pilotaba Eliseo Salazar. ¡Habían dado un cambiazo!

Aparentemente, todo era exactamente igual, pero algo enseguida hizo sospechar que allí había gato encerrado. Desiré, a pesar de que se le veía estar pilotando absolutamente al límite, no conseguía acercarse a los cronos marcados apenas unas semanas antes. Unas décimas pueden explicar algún pequeño fallo en la vuelta clave, pero cuando la distancia es superior al segundo está claro que la cuestión no era la piloto o sino el coche. John McDonald ya había cobrado todo el dinero por adelantado e insistía que el coche estaba en perfectas condiciones y que era exactamente el mismo que tres semanas atrás.

Pero hubo un detalle que empezó a escamar a la piloto sudafricana y su entorno. El arco de seguridad tenía ahora un suplemento mucho más pronunciado que el que tenía durante los test de neumáticos. Empezaron a cotejar fotos del campeonato británico y se dieron cuenta de que el coche que estaba pilotando era en realidad el de Salazar y no el de Villota. Al ser Desiré una habitual de ese campeonato, sabía que el chileno acababa de tener un fuerte accidente con ese monoplaza y estaba claro que no estaba bien reparado.

A medida que los equipos oficiales fueron poniendo sus neumáticos de clasificación, Desiré vio con desesperación cómo la iban sacando de la parrilla. Para más inri, vio cómo Rupert Keegan, con el otro coche del equipo, sí pasaba el corte y se clasificaba para el Gran Premio. Bastaba dar un rápido vistazo para darse cuenta, por el arco de seguridad, que Keegan pilotaba el coche de Emilio de Villota. ¿Por qué John McDonald le dio el coche bueno a Keegan y el accidentado a Wilson? Muy sencillo: Keegan acaba de encontrar un patrocinador que le iba a permitir alquilar el coche por cinco Grandes Premios más.

No fue una cuestión de machismo, sino de filibusterismo. Ante la posibilidad de estirar el chicle de su negocio, John Mcdonald le dio el coche bueno a Keegan y le dejó al malo a Wilson. Si los coches fueran exactamente iguales, como él defendía, no hubiera tenido necesidad de haber hecho el cambiazo y Desirée habría pilotado el mismo coche con el que deslumbró en los tests de neumáticos. Nos quitó la oportunidad de que debutara la que probablemente sea la mejor piloto femenina de la historia.

Pocos deportes son tan dependientes de la aportación económica de sus participantes como el automovilismo. Esta situación provoca que el talento del deportista no sea lo prioritario. La acuciante falta de recursos y un terreno abonado para dar pelotazos o fraudes ha provocado, a lo largo de la historia, frecuentes prácticas empresariales de lo más deplorables. Décadas atrás, historias como la sufrida por la sudafricana Desiré Wilson fueron moneda común.

Emilio de Villota Fórmula 1
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