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Crónica de la Bretaña ciclista, salida del Tour de Francia que empieza el sábado
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Radiografía histórica

Crónica de la Bretaña ciclista, salida del Tour de Francia que empieza el sábado

La 108ª edición del Tour de Francia iniciará el próximo día 26 de junio en la localidad de Brest y dará el pistoletazo de salida desde la mítica región de Bretaña por séptima vez

Foto: Hinault y Lemond, en su célebre subida a Alpe d'Huez en el Tour de 1986. (RTVE)
Hinault y Lemond, en su célebre subida a Alpe d'Huez en el Tour de 1986. (RTVE)

Llueve. Hace frío y llueve. Llega un viento insolente, directo desde el Atlántico. Rumor sostenido, ese ruidito que se te cuela en las orejas mientras andas en bici, ese que solo notas cuando el aire te da de cara (siempre), y que puede llegar a crisparte los nervios. Ese mismo, seguro que usted, querido lector, sabe de lo que estamos hablando. Pero aun hay más. Porque la carretera se retuerce, gira, tiene curvas. Mil recodos. Después de cada uno de ellos... el aire, otra vez. A veces golpea con fuerza, como si estuviese recién escupido desde el mismo océano. Huele a sal, vaya, viene fresco. Sonríe el ciclista. Sube, y baja, un repecho, otro más, mira, ahora una recta, me acoplo sobre la bici, oh, vaya, duró doscientos metros, otra vez ascender, quita el plato grande, qué bonito el crucero, cuidado con esta rampa, vaya asfalto más malo, puto viento.

Bienvenidos a Bretaña, capital del ciclismo francés. (Seguro que lo anterior le ha resultado familiar a más de uno. Sensaciones que te brotan directamente de las piernas, recuerdos de aquella vez que saliste a entrenar demasiado lejos y... calambres, deshidratación, Godzilla arrasando Tokyo. Oigan, quizá nunca han estado en Bretaña (se lo recomiendo, ojo), pero por aquí también tenemos espacios dignos para una misión de comandos. Todo el norte, fundamentalmente, que es lo que conozco. Se meten ustedes por el Valle de Soba y no vean qué de risas, por ejemplo).

Foto: Tadej Pogacar y Primoz Roglic, en el podio del último Tour. (REUTERS)

Pero les hablábamos de Bretaña. Capital francesa de las dos ruedas, sí. ¿Por lo del Tour? No, no, eso solo ha venido a refrendarlo. En fin, no sé si saben ustedes que el Tour empieza este año allá. De Brest a Landerneau la primera etapa, luego finales en el Mûr, en Pontivy y en Fougéres. Cuatro días, cosa seria. Solo puertos de tercera y cuarta categoría, tres kilómetros de longitud el más largo, sin superar los 300 metros sobre el nivel de ese mar que queda tan cerca. Y, sin embargo... desnivel que se acumula poco a poco en los ciclocomputadores, recodos, sendas, olor a boñiga, campos bien verdes. Joder, qué gustazo.

Grandes campeones

Capital, decíamos. Y no solo por el Tour, ¿eh?. Digamos que hay algo más. Una tradición centenaria, el recuerdo de grandes campeones, carreras por doquier. Cierta forma, sí, de mirar este bendito deporte. La tranquilidad de quien lo ha visto todo, el aire sereno de aquel que no necesita disfrazarse de imbécil para demostrar pasión. Respeto por las tradiciones propias, por esa forma particular de vivir la vida. Ni mejor ni peor, la nuestra. Y nos vale igualmente para las bicis. Vea, vea, se lo contamos si quiere. A mí me gusta el asunto, claro.

Y para hablar de todas estas cosas nadie mejor que David Guénel. David vive en Bretaña, escribe sobre ciclismo y aprecia todo esto de las fotos en blanco y negro, el escuchar a los mayores y andar rebuscando en periódicos viejos. Tanto que se lanzó a trenzar una (deliciosa) biografía sobre Lucien Petít-Breton, el primer gran ciclista de esta zona, el pionero de siempre en ganar dos Tour de Francia. Solo que no se llamaba Petit-Breton, y ni siquiera muchos lo consideraban francés. Ya ven, equívocos. Qué bien.

placeholder Lucien Petit-Breton. (Imagen de archivo)
Lucien Petit-Breton. (Imagen de archivo)

“Desde hace un siglo el ciclismo es popular aquí”, dice David. “Hay muchos clubes, muchas carreras, también hubo muchos grandes ases. Forma un poco parte de la identidad de los bretones. Hoy en día la bicicleta es algo menos seguida, claro, pero sigue siendo uno de los deportes más importantes en esta tierra, y el público que sale a ver las pruebas siempre es numeroso”. Le pregunto precisamente por eso, por la salud del ciclismo, sobre todo en categorías inferiores. Si hay allí también esta crisis enorme que tenemos en España, con cada vez menos mozucos apuntados la prueba de las fiestas patronales.

David me responde. “Aquí en Bretaña estamos comparativamente mejor que en otros sitios de Francia. Pero, aun con todo, nos pasa lo mismo... cada vez hay menos chavales. La seguridad es más complicada y las dificultades para organizar carreras mayores, lo que hace que quienes se lanzan a hacerlo sean menos. Suma a eso que los organizadores clásicos, por así decir, son personas generalmente de una cierta edad, y cuando se jubilan no tienen relevo...”

placeholder Eddy Merckx en acción en el Tour de Francia de 1969
Eddy Merckx en acción en el Tour de Francia de 1969

Pero hablar del ciclismo en Bretaña es hacerlo de él. Él. Le Blaireau. Si usted es un poco hortera le dirá “caimán”, porque aquí nunca comprendimos muy bien que a un campeón tan grande se le pusiera nombre de mustélido simpaticote. Solo que no. Que no es simpaticote, digo. Que era el más duro de su clase, el tejón. Que se puede encarar a cualquier perro por grande que sea, el tejón. Que mejor no le toques los cojones, al tejón, porque no veas qué de dientes y cómo gruñe. Eso es un tejón. Igual ahora entendemos mejor que le dijeran así a Bernard Hinault.

Nunca hubo mejor ciclista que él entre los bretones. A ver, no tiene mérito, porque a lo largo de toda la historia solo hubo otro tío mejor que Hinault, y ese nació en Bélgica, se llama Eddy y besamos el suelo que pisa. Ojo, que Guimard (otro bretón) hasta comete el sacrilegio de decir que oye, bien, que Le Blaireau podía haber sido más grande que Merckx, solo que dejaba vivir, que no lo arrasaba esa ambición desmedida del otro. Claro que Guimard se las tuvo tiesas con Eddy, así que igual hablan por su boca los malos recuerdos...

Pero, decíamos... Hinault. Era obstinado, dominante. Un punto de violencia, incluso. No hace falta que pensemos en París-Niza, cuando bajó de la bici para liarse a hostias con unos tipos en huelga que detuvieron la carrera (busquen el video, no tiene desperdicio). No, aquello fue violencia física, chulesca y barriobajera. Pero Hinault hacía otra cosa. La humillación. “Si él no quería no escapabas del pelotón”, dice Álvaro Pino. “Jamás vi a nadie con semejante control sobre el grupo”, recordaba Peio Ruíz Cabestany. “Ni siquiera Indurain”. Ni siquiera Indurain. Es la figura más perfeccionada de esta tierra. Seriedad, pocas palabras, muchos gestos. Jamás rehuir una batalla, jamás mostrar debilidad. “Cuando me duelen las piernas ataco, porque sé que entonces los otros también sufren”. Habla David. “La mayor leyenda del ciclismo bretón, sin duda, porque es pódium seguro entre los mayores ciclistas de siempre”. Un tipo absolutamente irrepetible.

La leyenda de Lucien Mazan

No el único. Ya les hablamos más arriba de Lucien Petit-Breton. Solo que no se llamaba así, sino Lucien Mazan. Pero el apodo se lo pusieron en Argentina, nada menos, que allí son muy de asignar sobrenombres. El chico vivió toda su juventud allende el Atlántico, y empezó a labrarse fama en pistas y velódromos. Como lo de Mazan era poco eufónico, y como lo más destacado de su personalidad era ese finito acento francés pues... zas. Ya está, hecho. Luego volvió a Francia, y se estableció en Bretaña, convirtiéndose en ciclista profesional (o lo que fuesen los ciclistas profesionales a principios del siglo XX). Toda una leyenda, añadimos. Dos Tour de Francia consecutivos (primero en repetir victoria), una Milán-San Remo, un Récord de la Hora, una París-Tours. También ganó etapa en el Giro de Italia. Y, año 1914, fue expulsado de esa misma carrera por una fruslería como estrangular a su director deportivo. No hasta el final, ¿eh?, casi de broma. En fin, ya ni sentido del humor hay. Lucien murió en Troyes, durante la Gran Guerra...

Foto: Mural de Bernard Hinault en el recorrido del Tour de Francia. (Reuters)

Después de la Segunda Mundial es cuando el ciclismo bretón vivió sus años más dulces. Con dos tipos totalmente distintos. Uno, Jean Robic, era feo, malhablado, insultaba todo el tiempo, hacía las delicias de los entrevistadores (siempre que no les escupiera a la cara) y desesperaba a muchos rivales. Tipo tosco, muy suyo. El típico que se pide un pippermint en la discoteca, vaya, seguro que conocen a alguien así. El otro era completamente distinto. Alto, educado, cordial. Siempre una sonrisa, siempre un toque chic. Casi, casi estrella de cine. A Louison Bobet te lo imaginar con una gabardina y un fedora. Jean Robic lleva buzo azul lleno de tierra y gorrilla sucia del “Caja Rural”. Ambos ganaron el Tour (Bobet tres veces, y otro montón de cosas), ambos son leyendas.

“Quizá Robic sea el ciclista más querido de siempre aquí”, continúa David Guénel. “Yo soy muy joven, pero por lo que me cuentan... Jean era muy, muy popular. A pesa de su carácter imposible, y de que en el pelotón no resultaba demasiado apreciado. Bobet era elegante, era amable, pero fue menos querido, sí, puede que no representase a los bretones de su época precisamente por su imagen. Robic sí, en todo y por todo. Además debes de tener en cuenta que ganó el Tour de 1947, el primero después de la Segunda Guerra Mundial, y aquella fue la carrera que tuvo más pasión, más felicidad, como dijo una vez Raphaël Géminiani. Sí, definitivamente esa Grande Boucle marcó mucho su época, y por eso Robic alcanzó la fama inmensa que tuvo.

Foto: Chris Froome, en una imagen de archivo. (Efe)

Después... Guimard. Figura preponderante, una que ha sido todo en el ciclismo. Hizo ciclocross, pista, carretera, ganó etapas en el Tour, medallas en Mundiales, se estuvo peleando con Merckx hasta que su rodilla dijo no puedo. Luego director. Amarillo en París con Van Impe, que no quería ganar, que estaba muy contento con sus premios menores. Cuatro veces con Hinault, otras dos con Laurent Fignon. Decadencia, seleccionador, polemista habitual, perejil en todas las salsas. Hubo un tiempo en que lo llamaron Napoleón, y algo de corsos tienen los bretones, vaya. Le caía bien, el apodo. Auténtico macho alfa al volante. Hinault se dedicaba a lo de andar pedaleando. Pareja irrepetible...

El regalo de un cochinillo

¿Hay más? Claro, las carreras. Tenemos algunas entre los pros. El Gran Premio de Plouay, que es la más conocida y ahora le dicen Bretagne Classic. Desde 1931 se corre. Y otra, más moderna. Vigorosa, distinta. Tro Bro Leon, auténtica rareza en la que los ciclistas combinan tramos por carretera con otros de tierra, pistas sin asfalto, incluso servidumbres por entre los predios. Les llaman ribinoù, que es una palabra en brezhoneg (el idioma propio de Bretaña, una lengua angulosa y áspera que sabe a mar y castañas recogidas en el mes de octubre) para designar cualquier camino sin su buena capa de alquitrán. Al que gana le dan un cochinillo chico, que es la mar de salado y siempre luce en las fotos. Por cierto, busquen. No chones, no, sino imágenes. Es algo realmente espectacular.

“Digamos que esta tierra no es la mejor para el ciclista”, se ríe David. “Pero a la vez nuestra orografía ayuda a que sea divertido salir a entrenar. No hay montañas inmensas que asusten a los que están empezando, pero tenemos mucha variedad de recorridos. Tampoco hay carreteras muy grandes, ni demasiadas autovías, se puede rodar con tranquilidad, sin agobios de tráfico. Y llover, llueve, sí, aunque a lo mejor es ese clima el que hace que los campeones de aquí sean un poco rudos, con fama de tener mal carácter de resultar algo taciturnos”. Como Robic, digo. “Como Robic”, vuelve a reír él.

Foto: Egan Bernal, con el trofeo de campeón. (EFE)
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Y qué significa que el Tour salga de allí, que esté tantas etapas recorriendo el suelo bretón. “Bueno, pues para nosotros es un orgullo. Se nota ya un poco de agitación, preparativos, más en los lugares por donde va a pasar la Grande Boucle, claro. Que sean cuatro días es bueno para Bretaña, pero hasta nosotros pensamos que igual resulta mucho”, bromea. “Cuándo volverá la prueba aquí después de esto. Podían haber aprovechado y pasar por los ribinoù”, se lamenta. Y de los lugares sacros para el ciclismo bretón... cuáles me señalarías.

David lo piensa. “Creo que el Mûr-de-Bretagne, una tachuela de apenas dos kilómetros pero con un principio muy duro. Por allí pasó también ese Tour de 1947 del que hablamos antes. Luego también tenemos la subida a la colina de Plumelec, donde Hinault ganó el prólogo en 1985 y se vistió de jaune. Es un espacio muy representativo para nosotros”. El primero será final de la segunda etapa en este Tour 2021. No me resisto, tengo que preguntarlo. Y, David, este año... qué. En la general... qué crees que pasará. Vuelve a pensarlo. Luego responde. “Yo creo que va a darse el mismo doblete del 2020, y con idéntico orden. Ineos es el equipo más fuerte, pero sus líderes no me ofrecen garantías. Sí, yo confío en Pogačar”.

Será allí, en ese sitio de viento y frío, de ruedas e historias, donde empiece este año la Grande Boucle. Que ustedes lo vean bien.

Llueve. Hace frío y llueve. Llega un viento insolente, directo desde el Atlántico. Rumor sostenido, ese ruidito que se te cuela en las orejas mientras andas en bici, ese que solo notas cuando el aire te da de cara (siempre), y que puede llegar a crisparte los nervios. Ese mismo, seguro que usted, querido lector, sabe de lo que estamos hablando. Pero aun hay más. Porque la carretera se retuerce, gira, tiene curvas. Mil recodos. Después de cada uno de ellos... el aire, otra vez. A veces golpea con fuerza, como si estuviese recién escupido desde el mismo océano. Huele a sal, vaya, viene fresco. Sonríe el ciclista. Sube, y baja, un repecho, otro más, mira, ahora una recta, me acoplo sobre la bici, oh, vaya, duró doscientos metros, otra vez ascender, quita el plato grande, qué bonito el crucero, cuidado con esta rampa, vaya asfalto más malo, puto viento.

Tour de Francia Bernard Hinault
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