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Y el Tour dejó de ser cosa de franceses: "Nadie podía imaginar una sequía tan grande"
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Bernard Hinault, el último de la saga

Y el Tour dejó de ser cosa de franceses: "Nadie podía imaginar una sequía tan grande"

Hay que remontarse 36 años para recordar la última vez que un ciclista francés triunfo en la gran carrera nacional... Y nadie apuesta porque cambie en los próximos tiempos

Foto: Mural de Bernard Hinault en el recorrido del Tour de Francia. (Reuters)
Mural de Bernard Hinault en el recorrido del Tour de Francia. (Reuters)

Dieciséis de julio, año 1984. Los ciclistas reptan lentamente por la llamada Ruta Napoleón. Ya ven, chauvisimo desde la primera línea, ejércitos que van a detener al corso y acaban rindiendo pleitesía, Ney bajando el sable (con lo que era Ney de llevar el sable bien enhiesto), la grandeur a borbotones. Despacito, digo, porque la jornada es larga y hay que subir Coq (¿ven?, otra referencia), Laffrey y luego L´Alpe d´Huez. L´Alpe d´Huez cuando L´Alpe d´Huez era L´Alpe d´Huez, que ahora escalan como si fuese Piedrasluengas, que van a toda leche, que ya casi ni diferencias hace. Pero esto son los ochenta, amigos, y todo resulta más recargado en colores, sudor y desarrollos.

Foto: Pedro Delgado, durante el Tour de Francia de 1987. (Archivo)

Trepan por Laffrey, digo, que es tierra de Bonapartes, pero también de Ocaña, porque allí pegó el latigazo para derrocar al belga en 1971. Corto pero pindio, apenas siete kilómetros, nueve por ciento de media, sin curvas, que las curvas son cosas de italianos. Allí, donde Eddy quiso morir, su heredero renace. O eso quiere, vaya. Bernard Hinault (muslos dóricos, humor lacedemonio) intenta volver a ser quien fue. ¿En pocas palabras? Mejor que todos. Que todos los demás, que todos los otros. Se destrozó la rodilla quince meses antes, y ahora anhela recuperar el trono, porque Elba es muy bonito pero la humedad va fatal para los huesos. Solo que no. Que aun no. A su rueda saltan, sin mucha dificultad, otros tipos. Lemond, Millar, Lucho. Y él. Laurent Fignon. Que lleva el maillot de campeón francés, que mira insolente al viejo. Más tarde, en el valle, Bernard intenta escaparse solo, remando contra el viento de cara, buscando quebrar imposibles (solo que quebró tantos en el pasado que ya ni imposibles le parecen). La respuesta de Fignon es insolente, irrespetuosa. Genial. Se echa a reír. En las curvas más arriba de Bourg d´Oisans lo adelanta. En cima, maillot amarillo. Parcial para Lucho Herrera, primero que gana Colombia. Tres franceses primero, segundo y tercero en la general (andaba ahí incrustado Vincent Barteau). En París Fignon e Hinault hacen doblete, aunque se lleven a matar y los éxitos del uno sean cicuta para el otro.

Fue la última gran actuación conjunta del ciclismo francés. De acuerdo, al año siguiente Hinault logró el anhelado quinto, pero el nivel medio ya había bajado bastante. Como es de esperar, ¿eh?, que ese 84 el asunto fue de arrasada. Seis etapas Fignon, otras seis para el resto de los galos. Renault primero por escuadras (ganaron diez parciales) y con Guimard dirigiendo a pecho descubierto, sin camisa, porque la camisa es de parguelas y unas buenas gafas de sol visten ya suficiente. Primero, segundo y séptimo en la general. Esas cosas. Punto álgido.

placeholder Laurent Fignon, ganador del Tour de Francia en 1983 y 1984. (Efe)
Laurent Fignon, ganador del Tour de Francia en 1983 y 1984. (Efe)

Tampoco era extraño. Lo del monólogo, digo. Para 1985 los franceses habían ganado nueve de los últimos once Tour (solo se colaron por allí Van Impe y Zoetemelk, dos eternos). Ese año, laureles sobre Bernard Hinault, hacía la edición número 72, y la cuenta era sencilla... 36 victorias, una de cada dos. Ya ven, digamos que el país anfitrión estaba acostumbrado regular. Por bien, digo. Francia era, sin ninguna duda, el centro mundial en esto de las bicis. Como mucho podríamos ver trono compartido con Bélgica, por aquello de las Clásicas (y de Merckx, que es un país en sí mismo, claro). ¿Quieren otro dato? Hubo que esperar hasta 1970 para que al pódium de París subiese algún ciclista de nación no fronteriza con Francia. Curioso asunto, ¿eh? Fue el sueco Gösta Pettersson, auténtica rara avis de carrera tan corta como fructífera. Luego llegó Agostinho (manos como engranajes de industria pesada, espaldas para cargar sacos, saludable barriguilla bajo el maillot, veterano de guerra colonial), y, más tarde, los yanquis. Pero durante casi un siglo... la bici tuvo tres colores. Los de París, el de la monarquía. Gracias, Lafayette. Fuiste un poco veletilla, pero esto te salió genial...

Claro, cuenten ustedes a un lemosín o a un bordelés allá por 1985 que su Francia iba a tirarse un porrón de años sin ganar el Tour. Pues se le ríen en la cara, oiga. Y con razón, añadimos. Pero si tenemos a Fignon, amigo, que se cepilla seis o siete fácil, hasta lo dijo él. Y luego Hinault, no me lo retire antes de tiempo. Y los jovencillos. Sí, el futuro pinta bien. En 1986 aun salen las cosas en condiciones. Y hasta salvamos el 87, porque destacaron Mottet y aquel extraño ente que fue Jean-François Bernard. Bernard. Bernard, que decepciona en Futuroscope, gana el Tour en Pau, lo pierde arriba de Luz Ardiden, vuelve a ganarlo en el Mont Ventoux (una de las actuaciones más epatantes de siempre), la caga un avituallamiento, arrasa en Dijon. Ya ven, tipo regular. Cómo pensar que nunca iba a subir de nuevo al pódium. Y no les digo nada del 89, porque hablar del 89 aun escuece, joder, que aquello debió cepillárselo Fignon, que era más atacante, y más carismático, y más vintage que Lemond. Pero nada...

placeholder Jean-François Bernard, quien estaba llamado a ser el ciclista francés de su generación. (Archivo)
Jean-François Bernard, quien estaba llamado a ser el ciclista francés de su generación. (Archivo)

Eso, que les cuenten ustedes a los galos allá por, adelantemos datas, 1990 que se iban a tirar treinta añitos largos sin ganar la Grande Boucle. Y queda. Mofa y risas. Ay. “Nadie hubiera imaginado que los franceses pudieran pasar una sola década sin ganar el Tour, la gente no lo hubiese creído allá por 1985”, me dice David Guénel. David es periodista especializado en esto de las bicis, y le gusta trenzarte historias que mezclan pasado y presente. Voz autorizada, entonces. “Pero es que de aquellas teníamos unos mimbres óptimos. Seguía Hinault, iba a volver Fignon, Bernard creciendo, muchos jóvenes de calidad... imposible, una sequía tan grande no se podía imaginar”.

Porque después... nada. A ver, estuvo relativamente cerca Virenque, cuando aquel Festina dirigido a medias por Bruno Roussel y Chimo Bayo. Pero entre que Ullrich andaba disfrazado de Atila y que un año más tarde al bueno de Willy Voet le dieron el alto, aparque aquí y abra el maletero, vaya, vaya, si tenemos una farmacéutico... pues imposible. Después, solo chispazos. O lejos de los mejores (ese Moncoutié que pedaleaba más elegante que usted en el spinning del martes) o cuadros de no creerse (Voeckler, plato grande, Col du Galibier).

También intentos más serios. Bardet y Pinot, principalmente, que son dos ciclistas sólidos, de calidad. Regular el primero, ciclotímico Thibaut (a quien bancamos fuertemente, claro). Dos pódiums Romain, uno para el de Lure. Y la duda. Ese 2019. Qué hubiese sido. Pregunto a David. “Yo creo que quien más cerca estuvo fue Pinot en 2019. Bueno, quien más cerca estuvo al margen de los ochenta, al margen de Hinault o Fignon. Pero Pinot... resultó el más fuerte en los Pirineos, y antes de retirarse no iba líder por un corte que hubo en las primeras etapas de la prueba. Sí, parecía que esa vez sería distinto todo. El resto... Virenque fue segundo, pero más lejos, Bardet también, hasta Péraud. Pero ninguno de ellos estuvo en posición de poner en peligro la victoria de Ullrich, la de Froome, la de Nibali”.

Foto: Bernal celebra su triunfo en Milán. (Reuters)

Entonces... causas. Cómo puede ser que la gran potencia dominadora, que además es anfitriona en la carrera más importante del año, lleve tanto ratuco de barbecho. Pero tanto, tanto que ni barbecho parece, que eso ya es un predio lleno de zarzas donde no te metes con la desbrozadora, macho. Arriesgar una respuesta única es complicado, como sucede con todos los problemas de verdad.

De primeras debemos señalar que ahora el ciclismo es mucho más internacional. Cuando Hinault vio el París ambarino por vez última los yanquis acababan de llegar, Australia quedaba lejísimos y los soviéticos no participaban (apenas) en pruebas profesionales. Qué coño, si es que hasta existían los soviéticos, ya saben. Vamos, que el ciclismo se ha mundializado, y en este período se han estrenado por los Elíseos países como Estados Unidos, Alemania, Dinamarca, Australia, Gran Bretaña, Colombia o Eslovenia (mira, también existía Yugoslavia cuando lo de Bernard). O, dicho de otra forma, hay más sitios a repartir con el mismo pastel que llevarnos al morruco.

Pero también tenemos otras causas, porque esquivar la mirada está feo. En todos los sentidos que ustedes quieran darle al asunto. Que si vagos, que si fiesteros, que si sufren poco, que si en otros lados camelan más, deja que los chavales camelen como ellos saben camelar. Habla otra vez David. “Es un conjunto de varias cosas. En los primeros años hubo mala suerte, ¿eh?, los franceses anduvieron en la pelea pero al final no ganaron. Hinault, Fignon, Bernard, hasta Mottet... estuvieron ahí. Luego ya no, luego se esfumó todo. Hinault dice que es porque a los galos no les gusta entrenar, esforzarse.” Le interrumpo. Es que nadie tan autorizado como Le Blaireau para criticar la falta de esfuerzo ajeno. David ríe un poco, y continúa. “Luego está lo del dopaje... yo creo que tuvo importancia durante otra década, más o menos. El Caso Festina causó un impacto tremendo en el país. Hubo juicios, ciclistas y directores que pasaron por cárceles... a partir de ahí las leyes se endurecieron mucho, y la persecución del dopaje se agudizó, implicando a cuerpos policiales y demás. Eso hizo que el doping, desde mi punto de vista, casi desapareciera del ciclismo francés a principios del nuevo siglo, mientras que en el resto del mundo, también en España, la política iba más por esconder los problemas debajo de la alfombra. Y, por último, también nos falta un poco de talento. Cada vez hay menos carreras amateur, en los pueblos resulta muy difícil organizar pruebas, acude un número menor de ciclistas. Mira, por los ochenta había cada domingo 150 jóvenes corriendo todas las semanas, en localidades cercanas, con muchas facilidades. Ahora si se llega a 50 ya es un éxito. Eso generaba competencia, y de ahí se podía extractar el talento. Hoy... se practica mucho menos el ciclismo, y una cosa arrastra la otra”.

placeholder Imagen del último Tour de Francia. (Reuters)
Imagen del último Tour de Francia. (Reuters)

Entonces... ¿se nota eso? Quiero decir... ¿hay voces exigiendo solución, sufre el ciclismo francés con tal orfandad de vencedores? Al menos de vencedores en París, que de los otros tiene bastantes, y hasta todo un campeón del mundo este 2021. Pues oigan, es discutible. “Hinault sí que critica, claro, pero Hinault es que tiene esa forma de ser”, dice David. “Luego Cyrille Guimard carga mucho contra la Federación, especialmente en el ámbito del ciclocross, que es lo suyo ahora. Dice que si la Federación estuviera más preparada los resultados serían mejores. Pero hay otros que callan, sobre todo los que están en las teles. Thevenet no dice nada, por ejemplo, y Jalabert tampoco”. El aficionado medio lo ve de otra forma, porque el aficionado medio siempre tiende al tremendismo. Y, aun así, matizado. “A mí no me produce ansiedad esta situación, porque me gusta el ciclismo por encima de las nacionalidades. Es una particularidad de este deporte, que va de seguir bicis más que banderas. Pero sí es verdad que cuando un francés está en posición de pelear la general del Tour se despiertan expectativas. No es una necesidad, pero sí una ilusión”. Y reflexiona. “Fíjate, si yo no recuerdo haber visto a ningún francés triunfante en París. Y en Roland Garros es peor, je.”

Terminamos. Pregunta que está flotando durante toda la conversación. Grave, pesada. Yo lo siento mucho, pero... Si a mí me chifla el maillot galo, si lo llevaba divino Jalabert. En fin, nada personal, pero debo planteártelo, David. ¿Ves alguien con posibilidades de romper este asunto? De ganar el Tour, digo. Entre los pros de ahora, entre los jóvenes, igual algún amateur que venga con buena pinta. Algo así. Sí, sí, tiene que ser francés. Guenel ríe. “No lo veo, no. En un momento dado podrían hacerle un Tour a la medida para Julian Alaphilippe, como hizo la Vuelta hace años con Purito, pero no creo que los organizadores lleguen tan lejos. Lo cierto es que no tenemos corredores que estén entre las cinco referencias a nivel mundial en montaña o crono. Bueno, Cavagna, pero es un especialista. Gaudu es interesante, pero top 5 en el Tour sería éxito para él. También hay jóvenes que asoman, pero...”

Y concluye, resumiendo la cuestión.

“Si me dices ahora que nos faltan otros cuarenta años para volver a ganar el Tour... te creo”.

Dieciséis de julio, año 1984. Los ciclistas reptan lentamente por la llamada Ruta Napoleón. Ya ven, chauvisimo desde la primera línea, ejércitos que van a detener al corso y acaban rindiendo pleitesía, Ney bajando el sable (con lo que era Ney de llevar el sable bien enhiesto), la grandeur a borbotones. Despacito, digo, porque la jornada es larga y hay que subir Coq (¿ven?, otra referencia), Laffrey y luego L´Alpe d´Huez. L´Alpe d´Huez cuando L´Alpe d´Huez era L´Alpe d´Huez, que ahora escalan como si fuese Piedrasluengas, que van a toda leche, que ya casi ni diferencias hace. Pero esto son los ochenta, amigos, y todo resulta más recargado en colores, sudor y desarrollos.

Tour de Francia Bernard Hinault Julian Alaphilippe
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