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'Club Zero': cero calorías y autoritarismo, la dieta más efectiva del mundo
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'Club Zero': cero calorías y autoritarismo, la dieta más efectiva del mundo

Casi un año después de competir por la Palma de Oro en Cannes, esta sátira de la austríaca Jessica Hausner sobre el fanatismo llega a las salas de cine

Foto: Ksenia Devriendt y Gwen Currant en un momento de la última película de la austríaca Jessica Hausner. (AContracorriente/Karma)
Ksenia Devriendt y Gwen Currant en un momento de la última película de la austríaca Jessica Hausner. (AContracorriente/Karma)

Queda patente el gusto de la austríaca Jessica Hausner -y de su coguionista, la francesa Géraldine Bajard, con quien ha trabajado en sus últimos tres estrenos- por las historias extrañas, perversas y alienadas, con un punto distópico, difícilmente clasificables y con alergia a la convencionalidad. Sin embargo, puede que esta virtud sea también su condena, ya que sus películas no acaban de entenderse bien, tampoco de catalogarse, como es el caso de Club Zero, que después de competir por la Palma de Oro en el último Festival de Cannes -hace ya casi un año- llega por fin a las salas españolas.

Club Zero era, de lejos, la película disonante de la edición, por estética y por trasfondo, de la pasada cita cannoise, una propuesta demasiado vacía de contenido y demasiado escondida tras decisiones de puesta en escena lo suficientemente cegadoras -y en momentos casi paródicas- para no dejar de ver dentro de ella. Una prueba de que no ha sido fácil para Hausner sacar adelante Club Zero es la retahíla de países que han participado en su producción -Austria, Reino Unido, Alemania, Francia, Dinamarca, Turquía, Estados Unidos, Qatar, Bosnia-Herzegovina-, siendo una producción que no parece haber costado demasiado.

No queda demasiado claro lo que ha querido hacer Hausner en Club Zero: ¿un cuestionamiento de la educación woke? ¿Una sátira en contra de la alimentación saludable? ¿Una crítica a la estulticia y manejabilidad de las clases pudientes? ¿Una advertencia sobre el regreso del nacionalsocialismo a través de los pensamientos totalitarios insertados hasta en una costumbre tan básica como la de comer? ¿Una metáfora poco trabajada alrededor de los trastornos de la alimentación?

Es complicado aventurar la respuesta cuando la película no se aparta de su premisa: en un colegio de élite, una nueva profesora, la señorita Novak (Mia Wasikowska, siempre inquietante) inicia su Club Zero, unas clases de alimentación consciente que, en realidad, ocultan una ideología fundamentalista y autodestructiva: intentan llegar al control y la depuración total del cuerpo consumiendo cero calorías. Ayuno total. Aire en boca. Cucharada de nada.

placeholder Mia Wasikowska es la señorita Novak, la nueva profesora. (AContracorriente/Karma)
Mia Wasikowska es la señorita Novak, la nueva profesora. (AContracorriente/Karma)

El cine de Hausner se preocupa mucho por un trabajo estético poderoso; desde la suntuosidad de Amour Fou (2014), pasando por la estridencia de Little Joe (2019) y ahora en Club Zero la vigilancia estricta de una paleta de colores muy marcada y limitada -amarillos, azules, grises, verdes-, de unas composiciones dominadas por las líneas rectas, sobre todo verticales y diagonales, el sometimiento de los cuerpos a los espacios y de las figuras individuales al grupo. Cada movimiento de cámara y de actores está coreografiado con una precisión patológica. Hausner se autoinflige un sistema de reglas tan férreo como el que impone a sus personajes.

El punto de partida es el siguiente: el ser humano moderno come mal y la comida procesada acabará destruyendo la humanidad. Comemos demasiado y comemos nocivo. Comemos mientras chateamos, mientras vemos la televisión, mientras andamos de un lado para otro; no prestamos atención ni a qué comemos ni cuánto ni cómo. Hemos pasado de la nutrición por supervivencia y por salud al consumo destructivo, de nosotros mismos y del medio ambiente. Este es un poco el ideario que propone la señorita Novak a sus alumnos de la asignatura de Alimentación consciente. Cambiar la forma de relacionarse con la comida. Retomar el control de sus cuerpos y sus apetitos. Club Zero parte de una premisa, como mínimo, original y en contacto con su tiempo. Sin embargo, Club Zero no propone nada más allá de dicha premisa.

placeholder Los alumnos del 'Club Zero' de la señorita Novak. (AContracorriente/Karma)
Los alumnos del 'Club Zero' de la señorita Novak. (AContracorriente/Karma)

Pero, el principal problema, es la frialdad con la que Hausner se relaciona con sus personajes, ampliada con una propuesta de interpretación robótica y desnuda de humanidad. Se entiende la intención: desproveer a los protagonistas de cualquier individualidad y calidez, y al espectador de cualquier empatía para con ellos, como objetos de estudio dentro de un experimento social. Porque los uniformes, el advenimiento de una gurú, el gusto por las líneas rectas y las formaciones de conjunto siempre retrotraen a lo mismo: a la dictadura.

Como una versión posmoderna y batiburrillo de La ola (2008), del alemán Dennis Gansel, un profesor llega a un colegio para demostrar lo fácil que sus alumnos caen en la aplicación de las ideas más extremas. Pero, en este caso, no como un ejercicio de advertencia, sino abrazando un comportamiento fanático y sectario, demostrado en ese momento de comunión ritual, cuando todos los alumnos tararean el mantra del Club Zero. Hausner añade algo de humor, que no acaba de resultar, en momentos como el que vemos a la señorita Novak convertida en un anuncio de la teletienda en sus cajas de "té de ayuno".

placeholder Otro momento de 'Club Zero', de Jessica Hausner. (ACongtracorriente/Karma)
Otro momento de 'Club Zero', de Jessica Hausner. (ACongtracorriente/Karma)

Mia Wasikowska levanta una película que, sin ella, se hubiese arrastrado lánguida y sin vida durante todo el metraje. La actriz de Stoker (2013) y Map to the Stars (2014) se crea a su alrededor un aura de misterio e incomodidad que funciona muy bien en este personaje mesiánico: con los alumnos comienza siendo dulzura y compromiso, para poco a poco ir dejando ver el lado más oscuro de una líder obsesiva y determinada a expandir su fe, que lleva aparejado el ayuno extremo. Porque cualquier sistema doctrinario se resume en un conjunto de reglas punitivas para ejercer el control sobre sus acólitos.

Sin embargo, Hausner no consigue insuflar vida al resto de personajes y solo se centra en su relación con la comida -con el ayuno, más bien-, dejando de explorar otras capas a un nivel más profundo, más allá de usarlos como instrumento para su tesis sobre los comportamientos sociales. Tampoco generan demasiada empatía los adultos, ensimismados -y profundamente necios-, unas caricaturas de una sociedad acomodada que solo percibe los riesgos cuando ya son inevitables. Club Zero también reflexiona sobre la presión grupal, que hace que una idea que en principio parece inaceptable puede acabar convirtiéndose en el centro de la vida de los miembros del grupo. Incluso si esa idea lleva inexorablemente hacia el abismo.

Queda patente el gusto de la austríaca Jessica Hausner -y de su coguionista, la francesa Géraldine Bajard, con quien ha trabajado en sus últimos tres estrenos- por las historias extrañas, perversas y alienadas, con un punto distópico, difícilmente clasificables y con alergia a la convencionalidad. Sin embargo, puede que esta virtud sea también su condena, ya que sus películas no acaban de entenderse bien, tampoco de catalogarse, como es el caso de Club Zero, que después de competir por la Palma de Oro en el último Festival de Cannes -hace ya casi un año- llega por fin a las salas españolas.

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