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'Las chicas están bien': esta historia sobre la amistad femenina es la gran sorpresa del 'indie' español
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'Las chicas están bien': esta historia sobre la amistad femenina es la gran sorpresa del 'indie' español

La actriz Itsaso Arana da el salto a la dirección con una ópera prima bellísima y delicada sobre las relaciones femeninas y la efervescencia de la creación artística (cuando esta parte del juego)

Foto: Helena Ezquerro e Irene Escolar, en un momento de 'Las chicas están bien'. (Elastica/Filmin)
Helena Ezquerro e Irene Escolar, en un momento de 'Las chicas están bien'. (Elastica/Filmin)

Cinco chicas hablando durante siete días de verano en una casa de campo. Así de somera y claramente se quita de encima Itsaso Arana nada más empezar su ópera prima, Las chicas están bien, el tener que explicar qué estamos viendo para poder, simplemente, dejarnos llevar por el embrujo mágico y el abrazo cálido de una película tan acogedora como el silencio de una noche estrellada de agosto. Disculpen la cursilería de quien escribe, pero es que la sensación que deja al salir de la proyección de esta invocación de las musas es de reconciliación con la vida, con la creación, con el arte, con uno mismo, que al final de eso trata el cine.

Itsaso Arana lleva una quincena de años dedicándose a la interpretación, pero algunos la descubrimos como la protagonista de La virgen de agosto (2019), de Jonás Trueba. Después ha puesto su impronta en proyectos tan ambiciosos como las series de televisión Dime quién soy y Los reyes de la noche, y en proyectos tan libérrimos y taumatúrgicos como Tenéis que venir a verla (2022), en la que ficción y la autoficción y el documental y el ensayo se enredan y desenredan y juegan a asombrarse y a invocarse esperando que el hechizo ocurra en pantalla. Y para que ocurra en pantalla, debe ocurrir en ese espacio infinito que desborda frente a la cámara y que nos empeñamos en constreñir y domar, cuando lo bello es dejarlo libre e irrepetible. Emboscar los instantes decisivos.

Arana, además, también ha sido miembro fundadora de La Tristura, de una forma de entender y subvertir las artes escénicas en una búsqueda de la poesía a través de la creación de "situaciones humanas", en una crítica a la sociedad del espectáculo que sigue la estela del movimiento de la Internacional Situacionista. Por eso cabía esperar en su primera incursión como directora de largometraje una apuesta radical y abierta, una película que se va construyendo a sí misma, ceñida a unos parámetros básicos mínimos —cinco mujeres, una semana, una casa— para después robarle a la realidad la unicidad del momento. Para ello es necesario un ejercicio de fe y de intimidad con un reparto entregado a la plena confianza.

Un reparto en el que, además de a la propia Arana, tenemos a Irene Escolar y a Bárbara Lennie —que han trabajado mucho juntas bajo la dirección del dramaturgo francés Pascal Rambert— y a las más desconocidas Itziar Manero y Helena Ezquerro —ambas han trabajado con La Tristura—, que aportan una agradecida fragilidad que traspasa la pantalla. En resumen: tenemos a un grupo de mujeres que buscan llegar a la expresión artística de una manera diferente, fuera de los encorsetamientos del proceso industrial. Creadoras que parecen buscar un contacto con la creación, entre lo místico y lo artesano, entre lo trascendente y lo terrenal.

placeholder Istsaso Arana se estrena como directora rodeada de su reparto. (Elastica/Filmin)
Istsaso Arana se estrena como directora rodeada de su reparto. (Elastica/Filmin)

Los créditos amanuenses de Las chicas están bien son ya una declaración de intenciones. Una mano —¿la de Arana?— escribe con una bonita caligrafía el título, los nombres de las actrices, sobre un papel de gramaje alto y textura rugosa, como aquel que venden en tiendas especializadas, como aquel que se usaba para escribir cartas de amor, cartas importantes, y para las que se practicaba la caligrafía consciente de una buscada posteridad.

Las chicas están bien comienza con la llegada de un grupo de actrices a una casa en medio del campo leonés; bajo la dirección de Itsaso —todas responden a su nombre real, puesto que ellas mismas son las médiums de sus personajes— ensayarán durante una semana una obra de teatro de época. El espectador no solo asiste al proceso creativo, a las repeticiones, a los monólogos, a la construcción de los personajes, a las dudas y a las certezas, sino cómo solo estos son posibles, de la manera que ellas conciben la actuación, a través de las relaciones y las contaminaciones que suceden entre ellas y a su alrededor fuera de escena. La fotografía de Sara Gallego, bellísima en su discreción, aporta a la película un halo de cierto romanticismo bucólico que acompaña ese espacio entre la época de la ficción que representan y el naturalismo del ahora que también representan.

placeholder 'Las chicas están bien' es tan acogedora como unas fiestas de verano. (Elastica/Filmin)
'Las chicas están bien' es tan acogedora como unas fiestas de verano. (Elastica/Filmin)

Despierta en el espectador cierto pudor el atisbo de esos fragmentos de entrega íntima y personal de las actrices a la película: el embarazo de Bárbara Lennie, responsable del emocionantísimo final; la relación de años de trabajo y amistad que se entrevé en las escenas de Lennie e Irene Escolar; las inseguridades de Itziar Manero y Helena Ezquerro, las más jóvenes del grupo. Y las conversaciones, y el juego, y cómo ambos cambian a los personajes, pero también a las personas. Y todo mezclado con las fiestas de pueblo, el calor de un atardecer de fin de verano, el hacer pis en cuclillas delante de una amiga mientras sigues hablando, los amores pasajeros y, sobre todo, la complicidad de cinco mujeres, cinco compañeras, cinco amigas que se han visto transformadas por haber hecho esta película.

Cinco chicas hablando durante siete días de verano en una casa de campo. Así de somera y claramente se quita de encima Itsaso Arana nada más empezar su ópera prima, Las chicas están bien, el tener que explicar qué estamos viendo para poder, simplemente, dejarnos llevar por el embrujo mágico y el abrazo cálido de una película tan acogedora como el silencio de una noche estrellada de agosto. Disculpen la cursilería de quien escribe, pero es que la sensación que deja al salir de la proyección de esta invocación de las musas es de reconciliación con la vida, con la creación, con el arte, con uno mismo, que al final de eso trata el cine.

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