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Diablos de los que huir y bestias a las que espantar con nabos: los rituales ancestrales de la España rural
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El ímpetu de la supervivencia

Diablos de los que huir y bestias a las que espantar con nabos: los rituales ancestrales de la España rural

En España, las celebraciones basadas en rituales antiguos dan sentido a muchos pueblos en su conjunto, y los pueblos siguen haciendo de ese estímulo una manera de entenderse

Foto: Diablos de Luzon (Reuters)
Diablos de Luzon (Reuters)

Cuando una estación llega a su fin, comienza otra: otra suerte, otra vida, otro tiempo incierto con el que las comunidades rurales dialogan. Lo han hecho siempre, y lo hacen, aunque no es necesario tal cambio porque la conversación entre la tierra y quienes la cuidan es una raíz profunda que vierte sabiduría. Pero cuando el tiempo está a punto de cambiar radicalmente, cuando la sequía da paso a la lluvia y viceversa, esa raíz se ensancha de la necesidad de las personas por ampararse en la ilusión.

El nuevo tiempo ha de ser un fruto que alimente a todos, una buena cosecha, un tiempo sin depredadores para el ganado, la tranquilidad y la satisfacción tras el trabajo. Es de ese ímpetu de supervivencia de donde nacen las fiestas, donde se celebra lo pasado pero sobre todo se hace entrega de ello para un devenir de vientos en calma.

Foto: Celebración de La vijaneira de Silió, en Cantabria. Fuente: EFE

Es un impulso tan profundo como la raíz que lo mueve, por ello pasa de generación en generación, de siglo en siglo hasta nuestros días. En España, las celebraciones rituales dan sentido a muchos pueblos en su conjunto y los pueblos siguen haciendo del estímulo una manera de entenderse. Por todo el país podemos encontrar festividades ancestrales donde las personas se entregan, como entregaban antaño sus bienes, sacrificio u ofrenda, para que perdure en la memoria del tiempo. Además de los mencionados en este artículo, estos son otros cinco rituales que se siguen celebrando en el medio rural de nuestro país:

El Jarramplas y los nabos de Piornal (Cáceres)

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Fuente: EFE

ENERO

En el interior del Valle del Jerte, los ecos de su naturaleza única han cobijado las formas más primarias de entenderse con la naturaleza. En Piornal, uno de los pueblos situados entre la sierra del norte cacereño, una fiesta guarda aquellas voces antepasadas que llamaban a los cielos para que protegiera su esfuerzo y su futuro. El Jarramplas es hoy Fiesta de Interés Turístico de Extremadura y Fiesta de Interés Turístico Nacional.

Cada 19 y 20 de enero, los vecinos y las vecinas de Piornal salen a la calle cargados de nabos para tirar a la bestia que da nombre a la celebración. Se trata de un personaje vestido con una chaqueta y pantalón de los que cuelgan una multitud de cintas multicolores cosidas a mano, con la cabeza cubierta con una máscara cónica de fibra de vidrio que tiene dos cuernos y una gran nariz que representa un ladrón de ganado.

Durante la primera jornada el ladrón con forma de animal hace un recorrido por las calles de la localidad tocando un tamboril, avisando de su llegada al tiempo que los vecinos salen para castigarle. Antiguamente le tiraban cualquier tipo de verduras y hortalizas, sobre todo patatas, pero la tradición del nabo ha ido adquiriendo fuerza.

Se trata de una de las fiestas más místicas de Extremadura, de la que no se tienen datos exactos de su origen. Es por ello que ha sido objeto de varios estudios antropológicos a lo laergo de las últimas décadas. En todos ellos destacan que la fiesta tiene un significado propio que lo acerca a otras fiestas de todo el país: el triunfo del bien sobre el mal, coincidiendo así con tantas otras de la península. Es todo un orgullo para el piornalero elegido ser designado para recorrer las calles del pueblo y sufrir la mandá.

Algunos expertos creen que proviene de la herencia de los celtas precristianos que poblaron aquellas montañas. Sin embargo, otros encuentran similitudes con la fiesta romana de Lupercalia, un rito de fertilidad celebrado en febrero que tenía que ver con la protección de los rebaños de ganado de los ataques de los lobos. Aunque también se ha planteado que podría tratarse de un ritual para expulsar la peste negra o ingluso que el “monstruo” representa a los cristianos que sucumbieron a la conversión durante la llegada de los árabes a la península.

Sea como sea, en algún momento de su historia, esta como otras muchas fiestas paganas en España y el resto del mundo fue cristianizada e introducida en las celebraciones de las fiestas católicas, pero su carácter mágico sigue dándole forma.

Fiesta de la Primavera de Almiruete

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Fuente: EFE

FEBRERO

Otra de las grandes fiestas ancestrales del carnaval en España es la Fiesta de la primavera de Almiruete. Una de las interpretaciones que sus vecinos dan a las prácticas de carácter ritual que son hoy una forma de celebración y reunión es que este carnaval es, en realidad, un aviso sobre la necesidad de despertar del letargo invernal a la llegada de la primavera.

De nuevo, el vínculo del pueblo con la naturaleza que le da sentido es el hilo conductor de máscaras, prácticas, cánticos y entrega. “La naturaleza se reinventa y comienzan a prosperar los sembrados, de los que dependen las futuras cosechas. Es necesario retomar las tareas, sobre todo las agrícolas. Por otro lado, dicen que la fealdad de las máscaras y el ruido de los cencerros ahuyentan los malos espíritus, que podían afectar negativamente el desarrollo de la vida cotidiana de personas y animales. Además, hay quien ve en ello un homenaje al oficio y vida de los pastores”, señalan desde el portal de turismo de Guadalajara.

Este carnaval está cargado de sentimiento para los habitantes, porque representa la forma de vida de quienes les precedieron. Como herederos de una conciencia de cuidado, resiliencia y supervivencia, en el Almiruete de hoy sienten la obligación de preservar con cariño, respeto y admiración esta práctica.

Así, desde las tres de la tarde,el sábado de carnaval los denominados como botargas se reunen en un lugar secreto entre a alguno de los cerros que rodean la localidad. Suele ser un lugar alejado de los caseríos y casas, como alguna antigua taina para el ganado o algún refugio de pastor al que nadie más puede acercarse mientras estas bestias de la naturaleza toman forma.

La indumentaria y el calzado son muy concretos y característicos: calzón y camisa blancos, abarcas de madera en los pies, y numerosos cencerros ensartados previamente en una cuerda de cáñamo atada a la cintura, sin olvidar la faja y el gorro blanco ni, por supuesto, el garrote. Cuando aparecen por el pueblo, además, ya se habrán cubierto la cara con la máscara o careta.

Entonces, el cuerno de toro suena por las calles, anunciando la inminente llegada de ests botargas mientras aparecen como seres de la montaña. Nadie sabe nunca de dónde llegan, porque van apareciendo por todos los caminos que conecta el pueblo con su entorno.

En su recorrido dan dos vueltas iniciales al pueblo y, en la tercera, recogen a las llamadas mascaritas, la versión femenina de los botargas, con un atuendo completamente diferente. Una vez juntos y emparejados comienzan a dar otras dos vueltas al pueblo. En la última, lanzan confeti al aire como un augurio de primavera.

Finalmente, en la plaza principal, botargas y mascaritas se descubren la cara y, tras ofrecer un trago de vino en bota al público, comienzan las carreras para hacerse con ella.

Los cucurrumachos de Navalosa

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Fuente: EFE

FEBRERO

A 1300 metros de altitud, la localidad avilense de Navalosa se mimetiza con sus casas con un entorno de montaña, almiares y granito berroqueño. De tradición principalmente ganadera que aprovecha los pastos que la envuelven, los inviernos aquí son sinónimo de capas y capas de nieve. El frío trajo a esta zona la inercia de protegerse con mantas, conocidas como pingueras, estas se siguen fabricando artesanalmente en los telares de algunas casas.

Precisamente aquellas mantas pingueras son un elemento identitario de los llamados cucurrumachos, que protagonizan la gran fiesta ancestral del municipio. Durante todo un fin de semana, en sus calles hay todo tipo de bestias ataviadas con las coloridas telas, además de otros personajes que conforman toda una narrativa rural conectada a siglos atrás.

Valentín del Peso describe la fiesta así en un documento de estudio informativo: “Guiados por el sonido de cencerros, es posible ver a varios jóvenes ataviados ‘de bonito’ por las calles de Navalosa, acompañados de amigos y familiares y con un burro, con alforjas. De los acompañantes, alguno lleva cestas de mimbre y otro una baraja de cencerros en bandolera o en las manos. El sonido de éstos anuncia a los vecinos que se acercan los quintos a pedir. En la entrega vemos de todo: huevos, aceite, leche, un pavo... y bastante menos de dinero. Poco a poco las alforjas del burro empiezan a llenarse, juntamente con las cestas y es hora de ir a descargar. Así se pasa toda mañana, zigzagueando por la roca desnuda o por el cemento de las retorcidas calles”.

Antes, los llamados quintos, ayudados de otros jóvenes y adultos, cortan un chopo de las riberas del Alberche, lo llevan a la localidad y, por la noche, lo plantan en la plaza central entre hogueras, donde habrá continuado la fiesta durante buena parte de la noche.

A las cuatro de la tarde del domingo, “se aprecia bastante actividad en algunos garajes y se empiezan a escuchar los primeros cencerros. Suelen juntarse varios familiares o amigos en una casa para disfrazarse. Ponen todos mantas pingueras, que rellenan de sacos o ropas viejas para configurar jorobas o enormes barrigas; se cuelgan a la cintura un cinturón de cencerros, se colocan máscaras con cuernos y enormes crines de animal y ya tenemos los Cucurrumachos. Bueno, les falta armarse con garrotes o coger una alforja de paja. De esta guisa salen a la calle, unos caminando hacia la plaza, otros dirigiéndose a la Casa de los Quintos para acompañarlos hasta la plaza Mayor. Al son de gaitilla y tamboril esta ruidosa comitiva, con numeroso público detrás va a llegar hasta donde se yergue el chopo plantado”.

Así comienza el momento más representativo de esta festividad: Congregados en la plaza, cada uno comienza a pulular por donde quiere, amenazando al público con los garrotes que portan. “Pronto se empiezan a configurar dos círculos: el interior, de pequeño diámetro, formado por quintos y quintas, que se agarran de las manos; el mayor, formado por las madres y otras numerosas mujeres. Estas empiezan a girar en sentido inverso al de las agujas del reloj. Es el turno de quintos y quintas, que giran en sentido contrario al de sus madres. En el interior del círculo pequeño, un personaje aislado, que camina en sentido contrario a como se mueven sus compañeros. Es el vaquilla. ¿Y los hombres mayores? Son espectadores o cucurrumachos”.

El Antruido de Riaño (Castilla y León)

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Fuente: León Ocio

FEBRERO

El carnaval de Antruido se recuperó hace relativamente poco, en 2009, pero tiene muchos más años, décadas, siglos. Antes, había estado en el olvido durante ochenta años, desde la segunda década del siglo XX. Se trata de una tradición común a todos los pueblos de la Montaña de Riaño, según recogen los documentos históricos que la nombran en localidades como Burón, Crémenes, Boca de Huérgano, Siero de la Reina, Valle de Valdeón.

Gracias a los habitantes más longevos de esta zona leonesa, a través de sus recuerdos y testimonios, la Asociación Cultural Montaña de Vadinia de Riaño pudo poner en marcha, de nuevo, el Antruido. Muchos de estos habitantes no habían olvidado ningún detalle de una festividad que formó parte de sus infancias.

Así, como señala la periodista Daniele Leoz, “la recuperación del Antruido de Riaño es un ejemplo más de la importancia que tienen las personas mayores y su participación en la dinámica social, sea por el gran valor de sus experiencias, contribuciones, conocimientos o sabiduría”.

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Fuente: León Ocio

Como apuntan desde la Asociación Cultural Montaña de Vadinia, antiguamente, todos los habitantes salían por las calles y pasaban por las casas del pueblo vestidos de zamarrones, uno de los principales personajes que comparte nombre con el mandil de lona o de cuero, con peto, que usan los segadores, como recoge la RAE. No obstante, este carnaval rural está repleto de personajes cargados de mensajes. Desde aquellos que representan a la misma población (la dama de Antruido, el ciego, la vieja) hasta otros muchos de carácter animal. Un desfile que los veteranos conocen como “la Mojiganga” y que culmina con una enorme hoguera alrededor de la que bailan las criaturas.

Aquí también se habla de suerte, de fuerzas sobrenaturales que emanan de la propia naturaleza, del bien y del mal, de la fertilidad y el futuro posible. El fuego, como señalan en la asociación, significa el cierre del ciclo tenebroso y oscuro del invierno. “Lo que se pasaba por el fuego se volvía puro y sagrado, por ello las cenizas significaban purificación al haber sobrevivido a la prueba calcinante del fuego”.

Los diablos del carnaval de Luzón (Castilla La Mancha)

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Fuente: EFE

FEBRERO

El sábado de carnaval es sábado de diablos en Luzón, un pequeño municipio de la provincia de Guadalajara, concretamente ubicado en la zona del Alto Tajo. Allí, completamente cubiertos de negro y con grandes cuernos en la cabeza, estas representaciones del diablo saltan y corren por las calles ante la atónita mirada de vecinos y visitantes.

Es así como a finales de febrero se despiertan las creencias que, como ocurre con las anteriormente mencionadas, algunos remontan a las tradiciones celtas en torno a la fecundación de la tierra, de ahí su fecha próxima a la primavera, cuando todo brota y surge la vida tras su letargo.

Aquí también comienza el ritual en un lugar secreto que solo conocen los diables y sus ayudantes. En algún punto entre las montañas, los diablos se esconden para tiznarse la piel con hollín y aceite, colocarse una gran dentadura tallada en gajos de patata y colocarse la enorme cornamenta que sujetan sobre sus rostros inciertos.

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Fuente: EFE

Pero estos diablos avisan de su llegada, porque quien avisa no es traidor. Así, una hora antes, en el pueblo suena la dulzaina, un instrumento de viento de lengüeta doble perteneciente a la familia del oboe y típico de la zona. De pronto, los diablos asoman y asustan en su camino hacia la plaza principal. Portan cencerros que suenan a su paso.

Y entonces, aparecen las mascaritas, mujeres vestidas con trajes tradicionales llenos de detalles y color y con la cara cubierta con un tul blanco abierto por pequeños agujeros en los ojos y la boca. Son las únicas a las que respetan los diablos. De hecho, si no lo hacen, llevan un bastón con el que los golpearán.

El desafío ante el mal andante impregna el pueblo hasta que llega la noche, cuando los diablos, agotados y con el rostro desdibujado, van rindiéndose poco a poco a la lucha y la defensa del pueblo. Cuando el cielo se oscurece, vuelven a ocultarse a las afueras hasta la próxima primavera.

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Fuente: EFE

Cuando una estación llega a su fin, comienza otra: otra suerte, otra vida, otro tiempo incierto con el que las comunidades rurales dialogan. Lo han hecho siempre, y lo hacen, aunque no es necesario tal cambio porque la conversación entre la tierra y quienes la cuidan es una raíz profunda que vierte sabiduría. Pero cuando el tiempo está a punto de cambiar radicalmente, cuando la sequía da paso a la lluvia y viceversa, esa raíz se ensancha de la necesidad de las personas por ampararse en la ilusión.

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