Es noticia
España va de cabeza a una guerra civil y esta es la única solución para evitarla
  1. Cultura
Hernán Migoya

Por

España va de cabeza a una guerra civil y esta es la única solución para evitarla

Si a todos los españoles nos da de repente por ponernos bravíos y decidimos votar a Bildu en tropel, sus dirigentes se verán obligados a tomar en sus manos las riendas del destino de España

Foto: Viñeta perteneciente al cómic Golpe de Estado en España de Gilbert Shelton, publicado en la revista El Víbora Especial El Golpe (1981).
Viñeta perteneciente al cómic Golpe de Estado en España de Gilbert Shelton, publicado en la revista El Víbora Especial El Golpe (1981).
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

En mis más de treinta años de vida adulta, nunca he visto a los españoles tan crispados como en la actualidad ni tan enfrentados por cuestiones de credo político.

Vale, es cierto que después de la crisis pandémica del covid y el consiguiente confinamiento, todas las naciones emergieron medio locas de ese terremoto emocional y, en lugar de apreciar más la vida y perseguir un zen interior, sus ciudadanías comenzaron a fastidiarse aún más entre sí y a sacar a chorros su odio acumulado. ¿Resultado? La irracionalidad campa a sus anchas y las desavenencias entre los extremos ideológicos explotan por igual en las calles de Estados Unidos, en las de Argentina o las de Francia.

Pero lo de España ya me deja pasmado. Jamás había presenciado una coyuntura con tantos amigos insultándose unos a otros indiscriminadamente, a lo pogo y tentetieso, enfurecidos porque los unos piensan de una manera y los otros piensan de otra. Aunque, ¿seguro que es ese el motivo?

Nunca he comprendido el odio como motor de las propias convicciones, por eso no entiendo que a veces el detonante de esas peleas —trifulcas de internet en su mayoría, sí, pero que en múltiples ocasiones traen como desenlace una aversión irreconciliable y distanciamiento definitivo entre individuos antaño íntimos— parezca más bien un cabreo demencial solo porque el tío con el que estoy enzarzándome a discutir ¡NO ODIA LAS MISMAS PERSONAS Y COSAS QUE YO!

Foto: Protesta en Madrid. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)

Lo cual, sinceramente, me parece un motivo ridículo para pelearse con alguien. En todo caso, he visto ya a demasiadas gentes que aprecio enemistadas por el simple hecho de que consideran inevitable tomar partido en bandos y, la verdad, el panorama inmediato pinta fatal. Soplan vientos de guerra civil o, como mínimo, de hostias a mansalva: yo creo que, conociendo la inmadurez de mi generación y tal como dicen que vienen las siguientes, no me extrañaría que esto acabara con una nueva contienda entre españoles, todes.

¡Tenemos que evitarla como sea! ¿Y cuál es la única manera de conseguirlo? Yo se lo digo, que para eso me pagan por escribir artículos inteligentes: ¡Tenemos todos que votar, votar en masa, sí! Pero para garantizar la paz venidera, cada ciudadano y ciudadana debe votar… ¡AL CANDIDATO QUE MÁS ODIE! Es decir, al opuesto a sus ideales. Solo así nos salvaremos de matarnos entre nosotros.

Jamás me fiaría de alguien que cota como yo

Seamos sinceros: la democracia parlamentaria es una mierda de sistema, pero es el mejor sistema que se ha inventado hasta ahora en el mundo conocido (que en mi caso no es mucho). Y no precisamente porque esté organizado de modo que todo quisque pueda votar y gane la mayoría. Que salga elegido el partido de la mayoría supone un mal deseablemente menor, porque ya se sabe que la gente vota con el culo, sobre todo si además pertenecemos a un país de zopencos como es nuestro caso. Pero lo que hace a la democracia moderna superior a cualquier otro sistema es su cinturón de seguridad: esto es, la garantía de respeto a las personas o grupos que disienten.

Ese respeto a la disensión, al opinar distinto, a saber que puedes llevar la contraria públicamente sin que nadie te vaya a callar por la fuerza, ni mucho menos a arrestar y hacer desaparecer, o a meterte en la cárcel de por vida o a quitártela pegándote un tiro o a ponértela en remojo tirándote de un avión, es la bendita suerte que nos ha otorgado el privilegio (concedido gracias al esfuerzo y sudor de un numeroso grupo de gente luchadora de la que no formé parte) de vivir en una democracia.

Y tenemos que sacarle el máximo partido a esa bendita suerte (porque casi todos somos beneficiarios casuales de ella) antes de que el sistema descarrile y nos mande a todos al abismo. Yo nunca he votado y, sin embargo, me considero más demócrata que nadie. Seguramente por eso, porque no voto. Porque respeto lo que votan los demás, pero no respetaría lo que votara el menda.

*Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí

La ventaja de las personas paranoicas como yo es que no nos fiamos de nuestro propio criterio. Yo no podría resistir la mala conciencia y los remordimientos si introdujera una papeleta en la urna, ganara mi candidato y luego su partido encumbrado se aprovechara de mi voto para cometer algún desmán. ¡Qué tortura mental para el resto de mis días!

Ni siquiera tiene que llegar a eso el dilema: habitualmente, cuando siento ganas de votar, es porque me dejo llevar por los demonios más retorcidos y viles de mis tripas, cuando me arrastra el resentimiento visceral más miserable y las pasiones más mezquinas. Entonces sí quiero votar. ¡Ah, y qué miedo me doy en ese instante! Entre ese impulso mendaz y mi cuestionamiento perpetuo de todos mis razonamientos políticos, solo atino a vislumbrar que jamás votaría lo que quiero votar, por el bien de la humanidad. O, como mínimo, jamás me gustaría que surgiera ganador el partido que yo estuviera dispuesto a votar.

Si no confío en mis propias elecciones personales, ¡cómo voy a confiar en las elecciones democráticas!

Por eso solo estaría dispuesto a votar al partido que opine radicalmente distinto de mí. Y por eso creo que, si toda la ciudadanía aplica ese mismo criterio, España se salvará de la inminente guerra.

¡Háganme caso y voten al partido que más odien!

Ventajas imbatibles de votar al oponente

A fin de cuentas, para votar hay que hacerlo con la mente fría y, por el nivelazo de los debates populares a pie de calle o teclado —equiparables en perspicacia, todo hay que decirlo, al de nuestros paladines parlamentarios—, uno no puede refrendar con su voto a su partido favorito sin hacer gala del mismo lavado de cerebro que los hinchas de un partido de fútbol. ¡Nein, nein, nein, aléjense de ese nefasto vicio de apoyar la camarilla que les representa! Pero si uno vota al partido que detesta y que en su fuero interno desearía ver borrado del mapa, eso le transforma de pronto en una persona rebosante de serenidad, tranquila, templada, que sopesa las cosas antes de hacerlas, y sobre todo desapegada de sus propios intereses.

¡Con eso ya tenemos ganada media batalla!

¿Que por qué nos salvaríamos de la II Guerra Civil Española si votamos así?

Muy sencillo: si de pronto sale victorioso el partido que hemos votado, o sea, el que no nos gusta, no haremos gran cosa a continuación por prestarle nuestro apoyo, por tanto, no nos fanatizaremos con sus mensajes populistas ni haremos oídos sordos a las denuncias seguras de corrupción en el poder contra sus líderes más señalados. Es más: todos sus votantes seremos una guardia pretoriana de la pureza democrática y de la gestión cabal, porque al haberlos votado para llevar el país a buen puerto pese a no confiar en ellos, nos convertiremos en perros guardianes que al menor error se volverán en contra del partido gobernante.

Foto: Feministas mexicanas en una imagen de archivo. (EFE/Sáshenka Gutiérrez)
TE PUEDE INTERESAR
Testimonio real y trágico: mi mujer es feminazi
Hernán Migoya

Al mismo tiempo, si los dos bandos mayoritarios nos quieren enrolar en una dialéctica agresiva que desemboque en la espiral de violencia febril que tanto tememos y que hemos de impedir, no nos implicaremos tanto: pues, al fin, sentimos que el partido que hemos votado no nos representa; y el otro no acaba de atraernos tampoco con tanta adhesión ni un cheque en blanco de fe ciega, pues por algo no lo hemos votado.

Ese desfase de ímpetu militante nos posicionará como participantes activos, pero más desapasionados, en el mecanismo de la democracia. ¡Y lo que ahora necesitamos más que un buen o mal gobierno es precisamente desapasionamiento! Es decir, despresurizar calderas.

Sin desapasionamiento, no podremos sobrevivir.

ETA (PERDÓN, ESTA) ES LA SOLUCIÓN.

¿En qué se traduce esta estrategia de voto que acabo de proponer sin siquiera reservarme el plazo de patentarla, tal es mi despegado afán filantrópico y bienhechor?

Nada más darse a conocer el golpe de Estado del obcecado Antonio Tejero en 1981, la revista de cómics El Víbora se aprestó a lanzar un valiente especial titulado El golpe, donde se incluían varias historietas de Max, Martí, Montesol, Roger, Pons, Pàmies y otros grandes artistas que mostraban así su rechazo al intento de acabar con la incipiente democracia española. Entre esas historietas se incluye una de un autor que no es español y que el tiempo ha demostrado clarividente en su tesis: me refiero a Gilbert Shelton, creador contracultural de la serie Los fabulosos Freak Brothers y que casualmente residía en Barcelona en ese período.

El cómic futurista que planteó Shelton, titulado Golpe de Estado en España, nos relata que el teniente coronel Tejero sale de la cárcel en 2011 y que, a sus 80 años, decide encabezar una nueva asonada: ¡y esta vez tiene éxito! ¿Por qué? Porque el país está tan desgajado en autonomías independientes que ya nadie quiere pertenecer a España y la población le regala las dos calles de Madrid que todavía siguen considerándose propiamente españolas.

Foto: Un joven paseando un perro. Foto: Pixabay

¡Esto lo escribió Shelton en 1981, hace cuarenta y tres años! Qué capacidad de predecir el futuro de nuestro reinito. Ahí se nota que él venía de fuera y lanzaba una mirada externa al despiezado círculo vicioso en que ya se había convertido la identidad estatal. A nadie le iba a interesar sentirse español, pero sí acurrucarse bajo el techo del estado, mientras saliera más a cuenta que rondar a la intemperie.

Ese fin puede llegar antes con una guerra, pero incluso si no se produce esta, estamos abocados a un descuartizamiento progresivo del cuerpo disímil que integra España. ¿Y cuál sería entonces el único modo de evitar ese desmembramiento irremisible? ¡Voten a quien más odien! Y, por lógica de intereses, a quien más odian debe de ser Bildu, ese grupúsculo independentista que a su vez odia el concepto de España.

Pues bien: ¡Voten como un solo hombre o una sola mujer o un/a solo/a trans a Bildu! ¡Todos, juntos, marchando decididos a las urnas, logren que Bildu se alce con la mayoría absoluta en las elecciones presidenciales!

No estoy diciendo ninguna tontería, piénsenlo a fondo: si a todos los españoles nos da de repente por ponernos bravíos y decidimos votar a Bildu en tropel, sus dirigentes se verán obligados a tomar en sus manos las riendas del destino de España. Y ahora pensemos quiénes son los políticos de Bildu: son señores nacionalistas, y, por tanto, con un sentido de la patria estupidizante y exacerbado, como el de todos los nacionalistas. Encima, se creen que son una raza superior.

Foto: Concentración en Sopuerta (Vizcaya) contra la apertura de un centro de menores inmigrantes. (Cedida)

¡Coño! Pues perfecto. España en manos de unos patriotas y que se creen una raza superior. ¿Qué podría salir mal? Puedo prometer y prometo que ese plan no nos saldrá Arana. Digo, rana.

Seamos sinceros. Con la otra raza, la anterior, que tampoco era para tirar bombas… digo, cohetes, no es que les haya ido de perlas a los españoles, más bien al contrario: yo creo firmemente que el futuro de España pasa por la renovación de sus defensores. ¡Y de sus genes! Pues marchando una de genes obelixianos, tipo mutantes de la Marvel.

¿Creen ustedes acaso que unos supremacistas con afán homogeneizador van a desestimar la posibilidad de dirigir el futuro de un territorio tan grande? ¿Qué desdeñarían esa oportunidad dorada de crear su propio imperio?

Pues eso…

Ni guerra civil ni leches. ¡España está salvada!

Solo hay que conseguir que Bildu nos gobierne.

En mis más de treinta años de vida adulta, nunca he visto a los españoles tan crispados como en la actualidad ni tan enfrentados por cuestiones de credo político.

Trinchera Cultural
El redactor recomienda