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Testimonio real y trágico: mi mujer es feminazi
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Hernán Migoya

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Testimonio real y trágico: mi mujer es feminazi

Puro karma: ¡su pareja es una influencer que odia a los hombres y aboga por un mundo de machos sin penes!

Foto: Feministas mexicanas en una imagen de archivo. (EFE/Sáshenka Gutiérrez)
Feministas mexicanas en una imagen de archivo. (EFE/Sáshenka Gutiérrez)
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Desde que lancé Todas putas en 2003, mi vida ha sido un puro calvario, al que no resultó ajeno la caída consensuada de mi antaño florido cabello. Fue aquel un libro de cuentos que concebí para parodiar las relaciones entre sexos con un ánimo satírico y cómplice. Quería hablar al corazón de miles de chicas punkies y rebeldes, hasta hoy mi principal segmento de fans. Incluso conté con una profesional fuerte y empoderada para publicar mi obra: la editora Miriam Tey. ¿Resultado? Tras editar Todas putas, Miriam pasó de mujer empoderada a mujer emparedada.

Sin embargo, reconozcámoslo: el mío fue también un libro malentendido interesadamente y, tras el subsiguiente escándalo y el ostracismo mediático al que se me relegó en España, me vi impelido a abandonar mi amada patria y a su entrañable pueblo de indescriptible nobleza, equiparable a la de sus gobernantes. Capeando las mayores adversidades, logré refugiarme de incógnito al otro lado del océano, obligado a sobrevivir a escondidas en una zona remota de un país sudamericano, como un vulgar Josef Mengele. Según el periodista y escritor Juan Soto Ivars, el mío fue el primer caso de cancelación que se dio en nuestro país: una cancela que me mantuvo en una marginación forzosa e inhabilitado para optar a premios nacionales basados en el talento puro, como el Planeta o los que se lleva Benjamín Prado.

Y pensar que cuando empecé a escribir, yo soñaba con una colección propia en Alfaguara, una columna en El País y un programa literario en La Ser (tengo muy buena voz y mis mejores amigos son amigas). Siempre aspiré a ser tan prestigioso y feo como Saramago, si bien reconozco que la segunda meta se está cumpliendo paulatinamente con la edad. Y, por qué no admitirlo, hasta he anhelado sostener en mis manos un Nobel, uno de esos que no se fuman.

Ahora, por el contrario, debo pagar auténticas fortunas a los editores para que publiquen mis cuentos, malinterpretados como sexistas y cavernarios. Claro, solo porque uno es de Ponferrada, hala, de repente todo el mundo se cree ya con derecho a sacar conclusiones. ¡Con lo aliado que yo he sido! Qué ironía: mi propia obra me ha condenado durante casi dos décadas a subsistir en el mayor aislamiento, encerrado en un gulag tropical…

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Pero esa soledad impuesta ha sido el paraíso comparado con lo que es mi vida en la actualidad… Y es que hace apenas un lustro ¡me enamoré de una feminazi!

Y ella, maldita sea mi estampa, me adoptó como su mascota.

El paraíso perdido

Yo ya me había empezado a adaptar a las condiciones particulares de mi destino latino y me animaba a salir de mi refugio para establecer abiertamente algunos vínculos de amistad. También había empezado a quedar con chicas de la capital y me fascinaba lo tradicionales que eran: todas me cedían generosamente la factura a la hora de abonar el dinero de sus cenas y hasta me permitían que me ocupase del 10% de pago adicional al camarero tras alegar que se habían dejado su monedero en casa. ¡Qué envidiosa sensación de libertad poder salir de tu hogar sin el monedero, pensaba yo! Y claro, las ayudaba aportando su parte para que no se sintieran mal por tamaño olvido.

Pero al mes, mi tercera cita "tradicional" me había dejado con los bolsillos vacíos, además de pegarme una bronca de padre y muy señor mío por atreverme a sugerirle si al menos podía ocuparse ella de la propina al camarero ("¿Cómo osas decirme eso enfrente de él? ¡Insultarme así delante del mozo, como si yo fuera una aprovechada!"). Creo que lo dijo para ponerme en mi sitio, pues algunas personas de convicciones anticuadas siguen esa estrategia, y así mantenerme sometido y sumiso a sus caprichos. No lo pude confirmar, porque tras suplicarle perdón hincado de hinojos en plena acera, paré un taxi, me subí corriendo y le pedí al taxista que arrancara a toda velocidad y no se detuviera por nada del mundo.

Así que gradué el Tinder con las preferencias adecuadas para quedar solamente con feministas, a ver si así mi economía se recuperaba un poco.

Mi amada feminazi cortapenes

Con las feministas fue mejor, porque ellas se pagaban lo suyo.

Y de este modo el azar me regaló una cita con Artemiza, también conocida como la Chica Canela, a quienes ustedes pueden seguir en su propia página de Twitter, pues es una influencer mundialmente insultad… reconocidísima.

Con ella la primera salida fue como una seda. Ambos nos dimos cuenta enseguida de que congeniábamos de maravilla, a pesar de que no estábamos de acuerdo en muchas cosas. Y eso que yo traté de ponerme de su lado: por hacerle una broma, le comenté lo bien que me caían las feministas guapas y eso la enfureció aún más. Pero no sé qué chispa surgió de ahí, tal vez nuestra química se basaba en el respeto al camino individual, aquel que no alberga miedo a reírse de los lugares comunes. Ahora todo el mundo tiene miedo a no ser convencional. En realidad, así ha sido siempre. La cuestión es que seguimos saliendo.

Foto: Bellingham celebra con los aficionados del Madrid desplazados a Manchester el pase a semifinales de la Champions. (ProSportsImages/Ian Stephen)

Tras ese primer exitoso encuentro investigué un poco sobre ella y me enteré de que realmente se consideraba feminazi. De hecho recibe tantos insultos por sus osadas declaraciones en redes, que se ha instalado una aplicación que detecta y elimina automáticamente improperios y amenazas a su integridad: ¡en una de sus polémicas más candentes el programa le borró de golpe 70.000 comentarios insultantes y agresiones verbales recibidos en solo veinticuatro horas!

Así se define en un twit: "Soy feminazi cortapenes, resentida social, defensora del lenguaje inclusivo y mi piel en realidad está cubierta de escamas". En otro twit dice esto sobre mi género: "Prefiero comer tierra que relacionarme con onvres". Así llaman las feministas radicales, creo, a los hombres: se escribe mal adrede como un modo de rebajarlos, me parece. Como yo no me considero parte de ningún grupo, ni frente ni bandera, y mucho menos hombre ni onvre, nunca me doy por aludido. Lo cual imagino que me convierte en la sonvra de un onvre.

Relación abierta

En resumen: pese a ser el autor de un libro que fue acusado en España de misoginia y que ella se ríe abiertamente de los hombres en sus redes, llevamos años como pareja y somos muy felices juntos. ¡Y cada vez estamos mejor! Tal vez nuestro sentido del humor nos salva de tratar de buscarle una explicación a nuestra extraña fórmula. Es curioso, porque nunca discutimos de esas cosas.

Por otra parte, yo sé que es bueno que ella combata el machismo. La Chica Canela denuncia en las redes todo tipo de prepotencia heteromasculina, lo cual me parece muy positivo. Y aunque no siempre estoy de acuerdo con parte de su metodología, no me voy a meter a aleccionarle. ¡Sería caer en ese paternalismo patriarcal que está denunciando! Es como si el perro de Hitler se negara de repente a ser alimentado por su amo. "¡No, perro, no!" me digo a mí mismo, "¡Que Hitler te quiere, no seas bobo y come!".

Foto: Claves para entender el poliamor. (iStock)

Además, la relación que tenemos es abierta, lo que significa que podemos disfrutar de amantes adicionales. Eso implica básicamente que yo estoy con ella y ella con un montón de gente. A veces, mientras me encuentro lavando los platos o pasándole la mopa al suelo, trae a casa a hombres mayores, porque le gustan mayores, y me dejan el piso hecho un cristo. Otras veces trae hombres veinteañeros, porque también le gustan veinteañeros, y también alborotan un cuanto. A veces trae mujeres de cualquier edad.

Yo les sirvo vino y les cuento chistes, hasta que se meten a lo suyo y entonces sigo limpiando el suelo, poniendo a lavar la ropa o lo que toque en ese momento. También les hago bocadillos de chorizo con pa amb tomàquet. Es un plato muy exótico para ella y sus invitades.

placeholder Fotografía de Migoya y Chica Canela por Carmen Atahualpa.
Fotografía de Migoya y Chica Canela por Carmen Atahualpa.

Yo es que salí de Cataluña muy preparado para la vida.

La verdad es que estoy megaorgulloso de Artemiza. Sí, tiene sus contradicciones, pero yo también, y juntos sabemos reírnos de nuestras obsesiones y prejuicios. A mí me tendrían que despellejar vivo antes de admitir que lucho por alguna causa, pero si tuviera que batirme por alguna, sería la suya. Ahora al entrar en su Twitter veo que tiene como enseña de su página un fotograma de la película Gervaise de René Clément, un filme que yo le descubrí y que pudimos disfrutar juntos, y me llena de emoción haberle podido transmitir el amor por un largometraje que muy poca gente de mi generación conoce. Y de la suya menos.

Otras veces pienso que solo está conmigo por mis bocatas de chorizo.

Pero eso también me hace sentir orgulloso.

Y hasta muy onvre.

Desde que lancé Todas putas en 2003, mi vida ha sido un puro calvario, al que no resultó ajeno la caída consensuada de mi antaño florido cabello. Fue aquel un libro de cuentos que concebí para parodiar las relaciones entre sexos con un ánimo satírico y cómplice. Quería hablar al corazón de miles de chicas punkies y rebeldes, hasta hoy mi principal segmento de fans. Incluso conté con una profesional fuerte y empoderada para publicar mi obra: la editora Miriam Tey. ¿Resultado? Tras editar Todas putas, Miriam pasó de mujer empoderada a mujer emparedada.

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