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Hernán Migoya: "Apelando a la inteligencia de tu interlocutor nunca se llega muy lejos"
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Hernán Migoya: "Apelando a la inteligencia de tu interlocutor nunca se llega muy lejos"

El escritor, víctima hace 20 años de una auténtica caza de brujas tras la publicación de su libro 'Todas putas', vuelve ahora a la carga con 'Putas os quiero'

Foto: El escritor Hernán Migoya. (Johanna Valcarcel)
El escritor Hernán Migoya. (Johanna Valcarcel)

El escritor Hernán Migoya entró a la literatura española a palos: su primer libro Todas putas, desató una cacería mediática sucia y deleznable: la editora era Miriam Tey, directora del Instituto de la Mujer con Aznar, y en los grupos mediáticos afectos a la oposición se organizó una quema pública del libro y de su autor para abrasar con ese fuego inquisitorial al PP. Desde entonces, Hernán Migoya ha seguido publicando un libro tras otro, sin pausa, mientras seguía alimentándose más bien con guiones de cómic. Suyas son, por ejemplo, las adaptaciones de las novelas de Vázquez Montalbán.

Con el paso de los años, se largó a Perú harto de cómo es el mundo de la cultura en España, y allí sigue. Hace 20 años de la publicación de Todas putas, y la editorial Dolmen ha reeditado el volumen, su secuela ( Putas es poco 2007) y el cierre a la trilogía, un nuevo volumen de cuentos perversos, divertidos y envueltos de esa curiosa honestidad de quien no tiene nada que perder: Putas os quiero. Hernán nos atiende desde Perú.

PREGUNTA. Hernán, me han contado que tu madre se ha muerto y que ahora ya no hay Dios que te calle la boca. Que callabas porque ella se preocupaba.

RESPUESTA. Ja ja, sí, pero me di cuenta de eso cuando se murió. Teníamos el miedo de los pobres y de los perseguidos republicanos, nos lo contagió nuestro tío abuelo que vio con 17 años morir fusilado a su padre delatado por un vecino del pueblo, en Posada de Valdeón (Picos de Europa). Y mi abuelo que se pasó años en el campo de concentración franquista de Fabero del Bierzo. Miedo a la delación, a que la gente sepa demasiado.

P. Pero volviendo a lo de tu madre, ¿qué ibas a decir?

P. Cuando hace tres años escribí la historia de mi familia en ‘Baricentro’, la mayor preocupación de mi madre, ya enferma, no era que su hijo tuviera diariamente pensamientos suicidas, sino que lo contara en un libro y la gente lo pudiera saber. Eso la aterraba, que tuvieran ese conocimiento. Ya digo, miedo de pobres y represaliados. Luego se murió y comprendí lo apegado que estaba a ella. Me quedé tan desolado como un Robert E. Howard o un George Michael.

P. ¿Qué es lo que querías decir y no decías? Ponme algún ejemplo.

R. Supongo que me hubiera cagado en público en los fantoches a sueldo que me quemaron en la hoguera por escribir Todas putas. Hubiera respondido como se merecían a Juan José Millás, Pilar Rahola, Lucía Etxebarría o Llàtzer Moix. Puse en mi contra a una misma tipología de carácter: individuos de esos que sólo saben fingir lo conveniente y que uno jamás querría tener a sus espaldas como compañero en un campo de prisioneros, porque sabes que te venderán por una pastilla de jabón.

P. Luego iremos con eso a fondo, pero si quieres disparar ya alguna bala contra alguno, aquí hay libertad de expresión.

R. Fue divertido oírles balar cuando Mario Vargas Llosa los llamó oportunistas, hipócritas e ignorantes en su artículo en defensa de Todas putas, publicado por El País. Los tachó de enemigos de la libertad y de conniventes con la mentalidad de los regímenes autoritarios. A Millás le debió de escocer especialmente que lo ridiculizaran en su propio diario, porque meses después todavía me dedicaba furibundos artículos tratando vanamente de humillarme.

placeholder Portada de 'Putas os quiero', de Hernán Migoya.
Portada de 'Putas os quiero', de Hernán Migoya.

P. Durante el procés, me mandaste un artículo buenísimo para publicar en este periódico. Artículo que fascinó a mi jefe, y que luego no quisiste publicar, sobre la vida del charnego. ¿Fue por ese motivo? ¿Podrías resumirme tu punto de vista?

R. Fue en parte por no perturbar a mi madre y en parte porque no me gusta definirme en público sobre la coyuntura política. Cuando alguien se define políticamente, se limita a sí mismo. En eso soy muy zen. Todos tenemos partes de izquierdas y partes de derechas y muchas veces no somos lo que nos etiquetamos. Creo que como escritor tengo la responsabilidad de no endilgarme yo mismo etiquetas, porque mi deber es fomentar y aceptar que me lea todo el mundo. Por desgracia, en esta sociedad es la manera más segura de que no te lea nadie: casi todos buscan asideros políticos en sus autores de cabecera.

P. Y el artículo venía a decir...

R. En ese artículo sólo decía que la radicalidad del nacionalismo hacía cada vez más difícil la convivencia en Cataluña. Resulta esquizofrénico tener que vivir en un país nodriza manifestando que lo odias para que tu entorno te acepte. Y como la respuesta de mucha gente, muy poco tolerante por cierto, era "si no te gusta, lárgate", he acabado haciendo eso, largándome. Como tantos otros, por cierto, pero yo me fui también de España. Para mí Cataluña y España son un país de cobardes ante la injusticia y no quiero volver.

P. ¿Por qué no quisiste publicarlo?

R. No publiqué el artículo porque no deseo hacer una punta de lanza de ese tema, no ocupa ningún tiempo en mi vida. Dejar que los nacionalismos ocupen tiempo en tu vida es concederles la victoria. Además, sólo diciendo en una entrevista que no era nacionalista ya me gané que la ideóloga independentista Empar Moliner, a quien consideraba amiga, me insultara en su columna, así que preferí no meter más cizaña. A mí me parece bien que Cataluña se independice, yo ya me fui como querían, porque no era el catalán que ellos esponsorizan.

P. A Perú supongo que no llega esta pestuza.

R. En Perú, donde vivo desde hace diez años, nadie sabe de esos pobres fanatismos y la gente está mucho más unida y es más generosa, teniendo mucho menos. Siempre me sentiré catalán y español, pero nada me haría mayor ilusión en mi vida que ser peruano. No voy a enarbolar nunca una bandera, porque todas son excluyentes, pero estaría orgulloso de que me concedieran la nacionalidad peruana. Porque es un país joven y vitalista y todavía no está condenado por la decadencia histórica a la autodisolución. O peor: a que el odio sea el único pegamento de sus comunidades.

"He visto el artículo de Regàs llamándome 'violador nato'. Hay que estar muy mal para decirlo, confundiendo ficción con autobiografía"

P. Pregunto todo esto porque en tu movida con Todas putas también te mantuviste en relativo silencio. Esos que tanto decían preocuparse por las mujeres, no pensaron jamás que tú tenías una madre. ¿Cómo lo vivió ella?

R. En su momento, hace 20 años, lo pasó mal, pero mi hermano Jean se portó muy bien y la tranquilizó, decía que todo sería bueno para mí, que el libro vendería mucho más. Ojalá yo lo hubiera visto así también, porque por mi parte estaba realmente acojonado. Mi madre me acogió las semanas más duras y esos días los viví aislado de la prensa, rodeado del calor familiar. Por eso me perdí muchos artículos sobre mí: sólo ahora he visto, por ejemplo, el de Rosa Regàs llamándome "violador nato". Hay que estar muy mal de la cabeza para lanzar una afirmación así, confundiendo un libro de ficción con una autobiografía. O ser muy mala persona, claro.

P. Y ahora, desde tu punto de vista, ¿podrías contar a tu manera y brevemente lo que pasó?

R. Nada, Miriam Tey publicó mi primer libro de ficción, que se titulaba Todas putas y que incluía cuentos satíricos y de humor negro como El violador, donde un personaje esperpéntico que le da título expone por qué prefiere violar a seducir. Poco después de la publicación del libro, nombraron directora del Instituto de la Mujer a Miriam. Algún periodista mezquino vio la conexión e inició una campaña de acoso y derribo contra ella, arrastrándome a mí de paso, como promotora de un libro de cuentos que hacía ¡"apología de la violación", nada menos! Yo siempre dije que la apología la hacía el personaje, no el autor ni su editora, pero… esa ralea sabe que apelando a la inteligencia de tu interlocutor nunca se llega muy lejos. El sensacionalismo es lo que funciona.

P. Miriam Tey merece un monumento, ¿no?

R. Miriam Tey es mi paraíso perdido como escritor. Nunca volví a encontrar un editor como ella. Poco después del escándalo se retiró de la profesión, pero jamás me negó en público pese a las presiones mediáticas y políticas, y siempre defendió mi obra con entusiasmo y una sonrisa. Si algún día hacen una película de todo esto, ella debería ser la protagonista real.

placeholder Fernando Arrabal con una edición de 'Todas putas'.
Fernando Arrabal con una edición de 'Todas putas'.

P. De hecho, le puso a Zaplana la dimisión encima de la mesa, prefirió defender tu libro que su cargo.

R. Fue una Espartaca. Defendió a un don nadie como yo, que siempre he rehuido cualquier atisbo de poder, alguien recién llegado del cómic cuando el cómic casi no se consideraba ni cultura. Yo parto de que todos los políticos están podridos. Tal vez porque a los 18 años fui a entrevistar al alcalde de mi pueblo, Barberà del Vallès, para la emisora municipal y nada más terminar llamó a la radio e hizo que me despidieran por ir a su despacho en pantalones cortos. ¡Y eso que era socialista! Por eso me da igual la ideología: nos define (y une) más el telurismo de nuestra idiosincrasia ibérica que las convicciones que proclamemos tener.

P. ¿Quién más hubo en liza?

R. Personalidades íntegras como Elvira Lindo y Rosa Montero me defendieron. O mi adorada Carla Berrocal, que coordinó una adaptación de ‘Todas putas’ a novela gráfica dibujada por quince autoras de cómic. Aunque todo nació de una polémica política, yo nunca me he arrimado a ningún interés partidista: en mí conviven lo progresista y lo libertario, y en mis redes me siguen personas de todos los colores. No quiero mayoría «afín» de ningún tipo: ni de buenistas maniqueos ni de resentidos reaccionarios. Quiero personas que sepan convivir. ¡Muerte al guerracivilismo! Lo más fácil en España es buscarte enemigos ideológicos y creerte que eres distinto a ellos.

P. Tu primer conato de represalia fue Putas es poco, la primera secuela a Todas putas. Confiesa: ¿te reíste cuando se te ocurrió el título?

R. Sí, sí, claro. Nunca oculté que la intención de ese título era hacer reír. Pero hasta que no me aseguré de salir en portada disfrazado de mujer apaleada, parodiando mi propio linchamiento público como autor, no decidí que sería el título definitivo. Tenía yo también que saber reírme de mí mismo.

placeholder Portada de la nueva edición de 'Putas es poco', de Hernán Migoya.
Portada de la nueva edición de 'Putas es poco', de Hernán Migoya.

P. Vayamos ahora atrás: a ti te fabrican en las cloacas del cómic underground. El Víbora, etc. Has dicho en alguna entrevista que el cómic underground está en peligro gracias a las ayudas del Estado.

R. No me refiero al cómic underground, sino al cómic en general. El underground está bien que esté marginado, porque ese es su elemento natural para que cumpla su función transgresora. Me refiero a que el cómic ya es un escaparate subvencionado y sólo caben los niños bonitos, los autores que babean tomándose fotos con el presidente del gobierno. Ya es un medio de interés político, ya nos miran con una lupa a ver quién es adecuado para la alfombra roja y quién no. Ya no es un medio libre. Nunca he visto tantos cómics didácticos y con una función pretendidamente social, instrumentos de moralina que reducen la inteligencia de las obras a bajo cero. Y a los que hacemos cómics de sexo y violencia o de temas controvertidos, nos esconden, claro.

P. Es lo que pasó en el cine, ¿no?

R. Exacto. Cuando denuncié en la prensa la estafa de unos productores que se embolsaban fraudulentamente unos 700 mil euros en subvenciones del Ministerio de Cultura y la Generalitat de Catalunya al multiplicar por diez el presupuesto real de un largometraje, Álex de la Iglesia me escribió para aconsejarme «como amigo» que me pensara muy bien lo que estaba haciendo, que perjudicaba a mis «compañeros» de la profesión, que cuidadín. Sólo le faltó mandarme una cabeza de caballo cortada a casa. Ahora entiendo por qué, para la crítica española, la película ‘La ley del silencio’ no es la denuncia de una mafia organizada, sino la traición de un chivato…

P. Vamos a hablar de literatura. Has tocado muchos palos y ahora vuelves al palo que yo llamo Tsui-Tsui, el de Todas putas. Cuentos grotescos, entre el terror y la risa. En cierta forma es volver a los orígenes, al cómic underground.

R. Eso me dice mucha gente, que se nota que provengo del cómic. Sí, en este volumen abundan las historias de terror, porque es lo que me nacía escribir desde la pandemia y debido al Alzhéimer de mi padre y el cáncer de mi madre. Me lo pasé genial parodiando a Jorge Javier Vázquez y todos esos engendros repulsivos de la telebasura en mi cuento Sálvate o haciéndome personaje para profanar los cadáveres de todos mis enemigos del sector literario en ‘La fiesta es para feos’.

Me entusiasmé tanto con el tono negrísimo del libro que incluso recuperé un relato escrito a los doce años, ‘…Y que cumplas muchos más’, en el que un niño gitano de un pueblo rural le pide a su padre como regalo de cumpleaños que rapte a su profesora del cole, una joven rousseauniana que cree en el b"uen salvaje", para poder torturarla y hacerle todo tipo de perrerías. Ese cuento lo adapté a cómic al inicio de mi carrera para el mejor dibujante español de mi generación, Iron, y se publicó en El Víbora y en la mítica revista estadounidense Heavy Metal. Jamás pensé que funcionara al reescribirlo casi cuarenta años después, pero quedó de maravilla. Un Stephen Kingqui.

P. Los dilemas morales de tus cuentos pueden parecer burros, pero yo hasta cierto punto veo así el mundo: le das la vuelta a la convención social y la destrozas desde la autoparodia.

R. Sí, trato de reírme de las buenas intenciones humanas cuando se basan en causas equivocadas o incluso cuando la causa es acertada, pero los medios para hacerla prevalecer son erróneos. Porque sé que a largo plazo de ese modo sólo contribuiremos al horror y a nuevas guerras y matanzas.

Hay una peli que adoro, El violinista del diablo, de Bernard Rose (el director de Candyman), donde tratan la vida de Paganini como si fuera una estrella del rock en pleno siglo XIX. En Londres lo recibe con pancartas y gritos un comité de mujeres en contra de las malas costumbres, el sexo y las drogas: quieren prohibir su actuación. Lucifer, que viaja con Paganini y está infiltrado entre las manifestantes, se siente eufórico porque esas mujeres están incitando a la irracionalidad, al caos y la violencia. Y el Diablo se siente feliz gritando y bailando al son de tanto odio.

"Nuestra misión es dinamitar, no hacer un masaje en las convicciones del lector. Yo debo hacerle cuestionar las suyas, revolverle por dentro"

P. Muchos escritores, la mayoría, hacen lo contrario. Se ponen solemnes y acaban asfaltando las convenciones sociales. Dicen que hacen lo correcto desde la altura moral.

R. Ahí sí se nota, creo, que procedo del cómic independiente. Nuestra misión como autores es dinamitar, no hacer un masaje en las convicciones del lector. Yo debo hacerle cuestionar sus convicciones, revolverle por dentro. Parece que hay pocos lectores dispuestos a aceptar ese reto. Y entonces salen ganando los escritores hipócritas que falsean todo para vender mucho. Los que impostan sensibilidad. Así funciona este mundo de falsas apariencias, pero siempre me ha pasmado que resulte tan fácil engañar a la opinión pública. Por cierto, aprovechando que más arriba mencionaba a Millás entre los Santos Inquisidores de nuestros días: imagina que te revelan que sólo uno de nosotros dos ha ido de putas. ¿Quién crees que puede haber sido? ¿Él o yo? Sería interesante averiguarlo, ¿verdad?

placeholder Hernán Migoya posando con un ejemplar de 'Putas os quiero'. (Susan Frances Campos)
Hernán Migoya posando con un ejemplar de 'Putas os quiero'. (Susan Frances Campos)

P. Dejando aparte a los que te jodieron entonces, ¿a ti el mundillo literario español hoy día qué opinión te merece?

R. Hay gente maravillosa. Hay autores sensibles de verdad como Llucia Ramis y lúcidos genuinos como Sergi Puertas. Pero suelen ser francotiradores. En lo personal me interesa la literatura de género y esa, con la excepción de Pérez Reverte, siempre es marginada. Creo que se nos nota lo miserable como sector en que nadie recuerda autores clásicos españoles de ciencia ficción, o de fantasía o de misterio. Tenemos muchos Emilios Salgaris y Julios Vernes en nuestra historia, pero casi nadie los recuerda. Se les sepulta porque, para la élite cultural española, que es muy esnob y odia lo que le gusta al pueblo, la imaginación es un concepto pueril. El catalán José Mallorquí no tiene ni un solo recordatorio oficial en Barcelona. ¡El autor de El Coyote, la saga de novela popular española más vendida del siglo XX! Se menosprecia la fantasía y la imaginación en favor del supuesto intelecto, lo que revela nuestro complejo de inferioridad como cultura. Por eso la gente se lanza aliviada a lo estadounidense. Como dije una vez, la cultura de un continente que respeta a Juan Gabriel tiene mucha más dignidad y futuro que la de un país que no respeta a Camilo Sesto.

P. ¿Es cierto que has dejado de escribir?

R. Sí, con mi nombre real sí. Tal vez vuelva a escribir, pero con pseudónimo y cuando se publique nadie sabrá que es mío. Quiero pasar el resto de mi vida leyendo novelas pulp y obedeciendo a todo lo que me ordene mi novia, una feminista de armas tomar. Los extremos se tocan. Y a menudo, se acarician.

P. Es paradójico, si quieres usar seudónimo y velos, que me hayas pedido que se publique con esta entrevista la foto que me has mandado, donde sostienes tu libro nuevo con la polla al aire. Y te lo digo como pregunta porque no sé si en la sección publicarán tal cosa. Pixelada igual… Pero allí sí que la van a ver…

R. ¡Te pasé quince, qué burgués eres que te fijas precisamente en esa, ja ja ja! Por eso añoro los años 70: a nadie le chocaría ese detalle. Me solicitaste fotografías pintorescas y originales, así que pensé que esta encajaba perfecta en tu criterio. Es una foto a la que le tengo cariño, porque es la única donde se me ve un pene decente. Siempre que he posado desnudo para fotógrafos profesionales, me sale un pene ridículo, retraído, cacahuetil. De gollete de globo. Supongo que esta lente tiene algún efecto "ojo de pez" que realza las menudencias. ¿Qué quieres? Hemingway presumía de ser un machote de cantina y yo quiero presumir de tener un pene discernible.

El escritor Hernán Migoya entró a la literatura española a palos: su primer libro Todas putas, desató una cacería mediática sucia y deleznable: la editora era Miriam Tey, directora del Instituto de la Mujer con Aznar, y en los grupos mediáticos afectos a la oposición se organizó una quema pública del libro y de su autor para abrasar con ese fuego inquisitorial al PP. Desde entonces, Hernán Migoya ha seguido publicando un libro tras otro, sin pausa, mientras seguía alimentándose más bien con guiones de cómic. Suyas son, por ejemplo, las adaptaciones de las novelas de Vázquez Montalbán.

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