Es noticia
¡Viva el conformismo! Quién querría ser escritor pudiendo limpiar váteres
  1. Cultura
Héctor G. Barnés

Por

¡Viva el conformismo! Quién querría ser escritor pudiendo limpiar váteres

Durante mucho tiempo, conformarse ha sido lo peor que alguien podía hacer. Hoy es visto como la única salida posible ante la hipertrofia de expectativas de la vida moderna

Foto: Fotograma de la película 'Perfect Days' de Wim Wenders. (A Contracorriente)
Fotograma de la película 'Perfect Days' de Wim Wenders. (A Contracorriente)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Las encuestas dicen que los niños quieren ser futbolistas o policías, y las niñas, profesoras o veterinarias. Están en la edad de no saber qué es un estereotipo. Los adolescentes estudian otra cosa: las carreras más demandadas son Medicina, Matemáticas o Ingeniería Biomédica. Estudios con salidas. Otros se meten a letras.

Observando a los treintañeros que me rodean, a veces juraría que lo que realmente anhelan es despachar menús del día, limpiar oficinas o reponer productos en un supermercado. No lo dicen con la boca muy grande, pero a veces asoman esos anhelos, como en esas quejas clasistas (por qué tiene que cobrar más una cajera de supermercado que yo, licenciado) o en ensayos como Frágiles de Remedios Zafra, que recoge el testimonio de una periodista que admite envidiar a las cajeras por tener un trabajo "concreto y mal pagado" frente al suyo, "difuso" e igual de mal pagado.

Es un sentimiento que suele emerger entre los trabajadores de la industria del conocimiento (ahora, industria de los contenidos), esos bullshit jobs que no pasaría nada si desapareciesen. Quien casi con total seguridad no lo envidia son los verdaderos trabajadores de profesiones obreras, que tal vez querrían haber tenido la oportunidad que sí tuvieron los desencantados licenciados. Siempre se desea lo que no se tiene.

Esa envidia velada nace de la observación distante de esos empleos que no satisfacen vocaciones, pero que son capaces de garantizar cierta estabilidad material, pero abarca algo más amplio: el anhelo de una vida sencilla y estable frente a la caótica existencia del urbanita moderno atrapado en trabajos de alta exigencia y consumido por sus propias y exageradas expectativas. El inconformismo nos ha traído aquí.

Décadas después de la revolución contracultural, el conformismo es un valor en alza

La conformista (Sexto Piso) de Alba Dedeu es una de las novelas españolas más excepcionales que he leído últimamente, porque es muy buena y porque no va sobre otro profesional creativo en una gran ciudad española (Madrid o Barcelona, vaya) enfrentado a un cóctel de explotación laboral, Tinder y frustraciones personales. No, trata sobre la gris vida de una asadora de pollos a l’ast a lo largo de la última década y media. Sobrevive con su marido, tiene hijos, consigue sacar adelante el negocio y hace oídos sordos a los cantos de sirena que podrían cambiar su vida. Se conforma.

Ser conformista ha estado tradicionalmente mal visto. Más desde la era contracultural de los años sesenta en adelante, en la que había que ser realista y pedir lo imposible. Hoy, décadas después, el conformismo es un valor en alza. Leí La conformista, entre otras razones, porque me interesaba ver qué posición iba a adoptar la autora respecto a su protagonista. Encontré lo que esperaba, que era lo mismo que sentía yo, porque en el fondo tengo un bagaje sociocultural semejante al de Dedeu, que vive de su trabajo como traductora. No un reproche de la poca altura de miras de la protagonista, sino una saludable admiración (casi envidia) ante su capacidad de mantener a raya sus deseos.

placeholder Alba Dedeu, autora de 'El conformista'. (Foto: Sexto Piso)
Alba Dedeu, autora de 'El conformista'. (Foto: Sexto Piso)

En una entrevista con Infobae, la autora explicaba que "a veces una persona que está vendiendo pollos se gana mejor la vida que uno que tiene un posgrado, la gente se siente frustrada". El conformismo aparece como reacción a la hipertrofia de expectativas que hemos vivido varias generaciones, desde la X.

La protagonista renuncia a los posibles rumbos alternativos que podría haber tomado su vida y, tiempo después, no se arrepiente. Estos rumbos toman, por ejemplo, la forma de esa posible infidelidad que no llega a consumarse y que el lector sospecha que no la habría hecho más feliz. En un momento en el que "la mayor parte de la gente está pudiendo estudiar lo que quiere", como dice Dedeu, resulta más apropiado no aspirar a mucho, ni laboral ni emocionalmente. Ana Iris Simón envidiaba la vida de sus padres y algunos terminamos envidiando la vida de la asadora de pollos.

El conformismo se convierte así en una resistencia vital frente a las exigencias del "tú puedes ser quien quieras", del "realízate, produce y llega lejos". Es la respuesta frente al estado mental del capitalismo tardío. El conformismo ya no es sinónimo de mediocridad (o tal vez sí, ¿qué más da?) sino la capacidad de "adaptarse a cualquier circunstancia", como reza la definición de la RAE. El conformismo es un poco budista: renunciar al deseo es acabar con el sufrimiento. Ante la frustración, conformismo.

Hay un poco de fantasía escapista para adultos superados por la vida moderna

Otro buen ejemplo de esta tendencia, como fue en su día Paterson de Jim Jarmusch, es Perfect Days, la película de Wim Wenders sobre un limpiador de retretes japonés sorprendentemente cómodo con su vida. No tiene familia, no habla mucho, apenas tiene vicios. Uno sale reconfortado de la sala, con la sensación de haber escapado un rato del estrés rutinario, sintiendo cierta ejemplaridad en la vida de ese limpiador que, sospechamos, ha tenido un trabajo exigente, una familia demandante y un estilo de vida imposible y ha terminado siendo feliz limpiando retretes y disfrutando de los pequeños placeres de la vida. Ojalá ser él.

El empleo obrero que nadie querría, limpiar retretes, se convierte así y pasado por el filtro de la extrema higiene nipona en un empleo que permite sobrevivir material y emocionalmente. El ritual diario del callado protagonista genera el confort de lo conocido frente al caos de la imprevisibilidad. No hay sorpresas en la vida del protagonista, más que elegir una canción u otra —hoy (Walkin’ Thru the) Sleepy City de los Rolling Stones, mañana Feeling Good de Nina Simone— de camino al trabajo. Las pequeñas alegrías de las que hablaba en su libro el antropólogo Marc Augé.

También lo envidiamos porque ese trabajo en apariencia inhumano permite al protagonista hacer amigos que no habría conocido de otra manera, como ese compañero lenguaraz que parece perturbar su paz de espíritu, pero al que en realidad aprecia. Incluso los obreros de Fallen Leaves, la última de Kaurismäki, nos resultan envidiables. En su caso, y a diferencia de Wenders, no porque su trabajo parezca atractivo (todo lo contrario), sino porque en él se encuentra la solidaridad de clase que ha desaparecido en los empleos modernos: cuando despiden a la cajera de supermercado por llevarse comida caducada, sus compañeras también renuncian. Aquí lo que echamos de menos no es la concreción de su trabajo, sino su capacidad para conectarnos con los demás frente a un entorno laboral ultracompetitivo que nos empuja a mirar a los compañeros como enemigos.

placeholder Con amor no está tan mal ser clase obrera. (Foto: Avalon)
Con amor no está tan mal ser clase obrera. (Foto: Avalon)

Minimalismo emocional

Tan seguro es que estas formas de vida resultan atractivas hoy, como que ninguno nos atreveríamos a dar el paso, renunciar a todo y ponernos a limpiar retretes. Más que retratos de formas de vida excepcionales, estas narraciones no dejan de tener un punto de escapismo para el adulto cargado de responsabilidad que anhela una existencia más sencilla y simple. Como toda fantasía, termina sirviendo precisamente para disuadirnos de dejarlo todo. Conformarse está bien, pero que lo hagan otros.

Mientras escribo esto, se publica un libro llamado Minimalismo emocional (Ediciones Luciérnaga), de la coach Anna Fargas. "Vivimos bajo la percepción de que la plenitud llega con la adquisición: más logros, más bienes, más relaciones", reza el libro. "Se nos ha inculcado que ciertos pilares, como tener una pareja, una familia y un empleo estable, nos garantizarán felicidad. Pero en esa frenética búsqueda de más, ¿no estaremos, sin darnos cuenta, incrementando nuestro propio sufrimiento?" Es normal que el minimalismo esté de moda como respuesta a una época de crisis perpetua en la que ya no podemos tener todo lo que desearíamos.

Tras décadas de consumismo, acumulación y abundancia se impone la rebaja de expectativas que sortee esa frustración perpetua, la de la imposibilidad de satisfacer nuestros deseos porque siempre aparecerá alguno nuevo. Por eso todo suena tan orientalista. Doblarse con el viento sin romperse. Adaptarse. Deshacerse de los deseos, que solo conducen al sufrimiento. Contentarse con los pequeños placeres de la vida, como una canción, un trago, un amigo. Sobre todo, dejar de pensar en todas esas puertas que se abrieron a realidades alternativas y por las que nunca entramos: eran espejismos.

*Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí

La profesora de un máster de literatura que pidió a sus alumnos —presumiblemente veinteañeros— que leyesen La conformista, me explicaba que para ellos, en el libro no ocurría nada. Quizá a ellos, una generación más desencantada con el trabajo, ya no les sorprenda la vida de una asadora de pollos. Quizás, porque todavía no les han pasado demasiadas cosas. Para alguien mayor, no es que en el libro no pase nada; es que pasa todo. A partir de cierta edad, la vida ya no consiste en lo que uno hace, sino en los caminos que no toma. Tiene más que ver con las cosas a las que decimos que no que a las que decimos que sí. Nos definen más los caminos que no tomamos que los que sí cogemos. Conformarse se ha puesto de moda.

Las encuestas dicen que los niños quieren ser futbolistas o policías, y las niñas, profesoras o veterinarias. Están en la edad de no saber qué es un estereotipo. Los adolescentes estudian otra cosa: las carreras más demandadas son Medicina, Matemáticas o Ingeniería Biomédica. Estudios con salidas. Otros se meten a letras.

Trinchera Cultural Libros Empleo
El redactor recomienda