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La nueva masculinidad es ser guapo y leer libros
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Héctor G. Barnés

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La nueva masculinidad es ser guapo y leer libros

Me parecen bien los guapos. Me parece bien que a la gente le gusten los guapos. Lo que me agota es intentar justificar que nos gustan los guapos por otros motivos

Foto: Enzo Vogrincic, protagonista de 'La sociedad de la nieve'. (EFE/Sofía Torres)
Enzo Vogrincic, protagonista de 'La sociedad de la nieve'. (EFE/Sofía Torres)
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Ha estado Enzo Vogrincic de gira por España rompiendo corazones e inspirando suspiros entre mujeres, gais y algún heterosexual curioso, como lo habría hecho un ídolo pop de los años 50. ¿Quién es Enzo? Enzo es Numa en La sociedad de la nieve.

En su recorrido por España, Enzo se ha personado en alguno de los templos del dilotatismo, como la Pija y la Quinqui, que tienen experiencia con la belleza masculina y la revolución hormonal: invitaron a Pedro Sánchez en un programa llamado MR. HANDSOME. Este lo han llamado HIPERVENTILANDO con Enzo Vogrincic.

Enzo pertenece a esa raza de hombres de nuevo cuño de la que también forman parte Jacob Elordi, Héctor Bellerín, Paul Mescal, Pedro Pascal y que tienen un rasgo en común: ser guapos. Por si eso no fuera suficiente, no parecen imbéciles. Una mezcla que da como resultado el simpático concepto nueva masculinidad.

A mí me parecen bien los guapos. Me parece también bien que a las personas, feas o guapas, les atraigan los guapos. Lo que me agota es la necesidad de elaborar un discurso para justificar que nos gustan los guapos. Como si esa atracción fuese tabú, y como si los beneficios que concedemos a las personas físicamente agraciadas fuesen intolerables en una sociedad democrática e igualitaria. Todo el día con la meritocracia y la desigualdad en la boca, y va a resultar que nos gustan aquellos a los que les ha tocado la lotería genética: no puede ser.

Así que el concepto nueva masculinidad sirve para justificar esas inclinaciones. Nos cuesta aceptar que nos gusta la belleza por sí misma en un mundo posfeminista, así que, como ocurre con el poptimismo (algo tendrá la música de éxito si tanto éxito tiene), le damos la vuelta a los elementos de la ecuación. Argumentamos que no nos gustan los guapos por guapos, sino que es su comportamiento lo que los convierte en bellos, aunque a simple vista sean guapos-guapos de toda la vida.

Como los argumentos esencialistas en plan "experiencia femenina" o "la urgencia masculina de", tan de moda en las redes, la intrincada reflexión sobre por qué atraen estos nuevos guapos solo sirve para maquillar que nuestros gustos son convencionales y apuntalar el estado de las cosas. No pasa nada: por pura lógica, el gusto mayoritario va a ser siempre convencional. Más absurdo es dar mil vueltas teóricas para llegar al mismo lugar que tu abuela que, cuando ve a Enzo en la tele, suelta: "Hay que ver qué guapo es este chico".

Nadie puede ser simplemente guapo: ahí entran los bolsos de Jacob Elordi

El mejor artículo, por honesto, lo publicaba Bárbara Arena en Vanity Fair: "Ambos son herederos de la vieja masculinidad, bellos de la manera más convencional posible, pero —uno a golpe de bolsos (Jacob) y otro a golpe de selfis contra el espejo (Enzo)—, los dos juguetean también en la orilla de la nueva". La clave la daba su último tuit: "Una larga diatriba para concluir que lo que pasa es que son guapos".

Hoy nadie puede ser simplemente guapo, así que ahí entran los bolsos de Elordi o los selfis de Enzo, elementos mágicos que diferencian al onvre del nuevo hombre. También el factor libro, que es extrapolable al factor bajar a hacer la compra, el factor bici, el factor llorar, el factor hablar de sentimientos, el factor "llegar puntual a los sitios", el factor llevar bigotito o pendientito o tantas otras cosas que puede hacer cualquiera, pero que realizadas por un guapo se elevan a la categoría de hazaña hercúlea.

Factores en su mayoría banales que justifican la atracción que sentimos hacia el bello de turno. En ocasiones, por no decir la mayor parte de las veces, este elemento es totalmente superficial, como las uñas pintadas: mínima inversión estética (cero inversión emocional o intelectual), máximo rédito simbólico. Compre usted un pintaúñas y sea mañana un hombre deconstruido.

placeholder Bigotito y pendientito. (EFE/EPA/Martin Divisek)
Bigotito y pendientito. (EFE/EPA/Martin Divisek)

El mejor ejemplo es el de Héctor Bellerín, desconocido para los fife e icono femenino durante su paso por el banquillo (de jugadores) del Barcelona gracias a aquel vídeo en el que contaba que se había propuesto leer a mujeres. La primera autora en la lista era la desconocida novelista underground Isabel Allende, que ha vendido más 70 millones de libros en todo el mundo. Algún hombre habrá entre ellos que no sea Bellerín.

Una mujer a la que aprecio me reprochó cuando escribí aquel artículo sobre el futbolista que no le había gustado porque parecía que me reía de él, pero es que, como hombre, me da un poco la risa. Todas esas cosas tan fantásticas que hace Bellerín también las hacen muchos hombres que conozco, menos famosos y más feos.

Esa es la conclusión más obvia, que la belleza lo sigue justificando todo y que cualquier cosa resulta mejor si la hace un guapo. O, como lo de llevar bolso, solo se le permite a quien es atractivo de nacimiento. Algunos de los discursos más populares en redes sobre nuevas masculinidades y feminidades no hacen más que pasar un filtro falsamente intelectual sobre los cánones de belleza tradicionales. Guapos de siempre que leen.

El que se hace famoso es Bellerín, no Borja Iglesias, activista, concienciado y feminista como él, pero menos agraciado

Al final, el que se hace famoso es Bellerín, no su compañero Borja Iglesias, tan activista, concienciado y feminista como él, pero menos agraciado. La otra prueba sobre el caso Bellerín me la dio una amiga que, por las razones que fuese, no conocía al futbolista hasta el otro día. Cuando se lo descubrí, su respuesta no fue “qué deconstruido”, sino "qué guapo". Primero deseamos, luego racionalizamos nuestro deseo.

Ser buenos

A los hombres hoy nos pasa lo que le lleva ocurriendo a las mujeres desde siempre: que sabemos qué no hacer, pero no tenemos mucha idea de qué hacer. Como me contaba Octavio Salazar, autor de El hombre que no deberíamos ser (título revelador), le resulta mucho más fácil encontrar ejemplos negativos para sus clases que positivos. Es un problema intentar educar a adolescentes solo con noes.

¿Vas de feminista? Aliade. ¿Lees libros? Esnob. ¿Bolsito? Mamarracho. Cuando uno no sabe muy bien qué hacer, lo que nunca falla es aspirar a ser bueno, aunque no siempre sea posible. Ser bueno y algo incluso más importante: buscar las condiciones personales y vitales que le permitan a uno ser bueno y que le impidan comportarse de forma malvada.

Habrá mucho guapo imbécil que ni ha buscado "Isabel Allende" en Wikipedia

Lo que me gustaría es que las mujeres (y los hombres) nos exigiesen a los hombres, guapos o feos, un poco más que el mínimo básico. Me da risa esa mitificación del mínimo común denominador exigible, como ser cariñoso, ser atento o ser detallista. A ratos parece que la "nueva masculinidad" se reduce simplemente a ser el agradable cirujano alemán de una película de sobremesa de Antena 3.

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Lo que me lleva a pensar en la clase de hombres con las que estas personas se han cruzado a lo largo de su vida. Supongo que habrá mucho guapo imbécil que, por no hacer, ni ha buscado "Isabel Allende" en Wikipedia.

Frente a esta visión conformista de la nueva masculinidad, hay otra opuesta, pero complementaria, que es la del retorno de la vieja masculinidad. Es lo que viralizaba Bb trickz al decir que le parece que los hombres son cada vez menos hombres y más mujeres. Lo que busca es un hombre "que vaya a la guerra, supermasculino". La joven rapera es de la opinión del Fary, a quien en aquel famoso vídeo le desagradaba el "hombre blandengue". Esa línea que une el viejo machismo con el nuevo dilotatismo.

Supongo que, tras siglos de exigencia femenina, es justo que ahora nos toque a los hombres el yugo de la belleza. Tendremos que aguantar unos cuantos años de guapos haciendo cosas normales y siendo aplaudidos como titanes. Me rindo, pero, por favor, que me ahorren los discursos intelectuales que no sirven más que para justificar nuestros impulsos y apuntalar aún más el canon. Lo nuevo a veces no es más que lo viejo con las uñas pintadas.

Ha estado Enzo Vogrincic de gira por España rompiendo corazones e inspirando suspiros entre mujeres, gais y algún heterosexual curioso, como lo habría hecho un ídolo pop de los años 50. ¿Quién es Enzo? Enzo es Numa en La sociedad de la nieve.

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