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La moda de abroncar a la gente por decir cosas razonables
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Juan Soto Ivars

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La moda de abroncar a la gente por decir cosas razonables

El hecho de que cada vez más famosos se vean envueltos en polémicas ficticias por decir cosas razonables es una señal de que el miedo a hablar ha empezado a resquebrajarse

Foto: La ministra de Igualdad, Ana Redondo, atienden a los medios de comunicación tras una reunión en el Ministerio de Igualdad. (Europa Press/Gustavo Valiente)
La ministra de Igualdad, Ana Redondo, atienden a los medios de comunicación tras una reunión en el Ministerio de Igualdad. (Europa Press/Gustavo Valiente)
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A Ana Redondo, la nueva ministra de Igualdad, le preguntaron por el juicio a Dani Alves. Dijo que la cosa está en proceso y que ella no es quién para pronunciarse mientras no se emita una resolución judicial. Eran unas palabras tan apropiadas en una ministra, tan respetuosas con la presunción de inocencia y la separación de poderes, es decir, tan inauditas para lo que había sido acostumbrado en ese cargo, que Redondo fue vilipendiada por su antecesora y lo poco que queda de Podemos. La acusaron de no ponerse de parte de las víctimas, etc.

A Rafa Nadal le preguntó Ana Pastor en la tele por la desigualdad económica en el deporte. Quiso saber también la periodista, rollo auto de fe, si él se considera feminista. Nadal devolvió las pelotas y dijo que esto depende de lo que Pastor considere "feminismo". Luego explicó que está a favor de la igualdad de oportunidades pero no de la equiparación de salarios con calzador y por cuestión de sexo. Algunas voces en redes lo acusaron, ipso facto, de machista, y salieron titulares sobre una presunta polémica suscitada por sus palabras.

A José Coronado, que ya venía calentito de los Feroz por decir que las violaciones hay que denunciarlas a la policía, le preguntaron en los Goya qué le parecía que hubiera un dirigente de Vox en la gala. José Coronado se quedó estupefacto y, tras inquirir si la pregunta iba con retranca, comentó que le parece normal que el vicepresidente de Castilla y León esté presente en un acto tan importante celebrado para más inri en Valladolid. Empezaron a sugerir en la tuitosfera de inmediato que Coronado blanquea el fascismo y que a ver si aprende de Almodóvar.

Por seguir con el cine, la actriz María Hervás estaba de promoción y, como es una mujer y hace películas, quisieron saber cuántas veces le han tocado el culo en un rodaje. Declaró ella con absoluta naturalidad que poco o nada, y que de hecho se siente agredida por el victimismo del lema "nos están matando" porque a ella, como a las que lo dicen, no la ha matado nadie y no es lícito beneficiarse del dolor ajeno. Desde el activismo digital le dijeron de todo menos "hermana, yo sí te creo".

Foto: Coronado, en los premios Feroz. (Efe Mariscal)

Similar lío se había montado semanas antes a raíz de las palabras de Carmen Maura cuando, inquirida por Mercedes Milá por estas típicas cuestiones del género que todo el mundo se siente obligado a plantear a actrices, actores, futbolistas y mediopensionistas, respondió la diva que el feminismo actual alimenta la misoginia porque demoniza al varón, como si esperase represalias, y que ella está hasta el poto de esta guerra de sexos. Algo parecido había dicho tiempo atrás, con idéntico resultado polémico, Macarena Gómez en una entrevista.

En la estela de la destrucción de Carlos Vermut, escribió un artículo Javier Gallego Crudo en eldiario.es. Allí condenaba al cineasta, pero luego argumentaba que el sexo puede ser rudo y hasta violento mientras haya deseo y consentimiento de las dos partes, porque estamos entre adultos y bla, bla, bla. El caso: esto tampoco le gustó a sus seguidores de Twitter, que lo pusieron de vuelta y media porque el sexo tiene que ser como decrete no sé qué portavoz.

Foto: Carlos Vermut, durante la presentación en 2022 en el Festival de Sitges de 'Mantícora'. EFE / Alejandro García Opinión
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En fin, son solo algunas "polémicas" recientes. Pongo "polémicas" entre comillas porque los escándalos vienen hipertrofiados por titulares de prensa suscitados por el ruidito de las redes sociales, y no sigo, aunque hay más ejemplos, porque la idea creo que ya se entiende. Todos estos casos tienen en común que un personaje público sostiene una opinión perfectamente razonable que se aparta de un dogma ideológico, y una minoría de activistas furibundos da la murga en redes sociales hasta que los medios se hacen eco.

No pasaría la cosa de pura frivolidad y cotilleo de no ser porque, en ausencia de contestación, a veces este ruido queda imperante y amedrenta al personal. Permitimos con ello que pequeñas taifas de cerebro estrecho y cejas juntas establezcan la línea entre lo razonable y lo disparatado, a base de broncas, imponiendo un falso "es que ahora la sociedad piensa así". De esta forma, en un país con la composición parlamentaria más diversa, confrontativa y fragmentada que se pueda imaginar, de pronto es como si las opciones morales fueran reducidas y unívocas.

Es como lo que pasa con la "fachosfera", que debe de ser el único imperio que no crece conquistando, sino con el retroceso de los bárbaros que se alejan por interés político de todo lo razonable tras los pasos hacia la incongruencia de Pedro Sánchez. Las espirales del silencio desatadas por este miedo a que te toque la bronca pueden ser tenaces, pero la gente no es tan idiota como a veces se le supone. Y el hecho de que cada vez más famosos se vean envueltos en polémicas ficticias por decir cosas razonables es una señal de que el miedo a hablar ha empezado a resquebrajarse. Antes, se callaban más.

Sin duda, los vientos están cambiando. El fanatismo y el chantaje emocional cada vez funcionan menos, como si les faltara gasolina. Pienso que esta cosa de sentir pavor a decir lo que piensas que ha sacudido a los famosetes desde 2014 será visto en un futuro no muy lejano como una alucinación colectiva. También causó polémicas Galileo cuando dijo que el sol no le rinde pleitesía al pedrusco intrascendente que habitamos.

A Ana Redondo, la nueva ministra de Igualdad, le preguntaron por el juicio a Dani Alves. Dijo que la cosa está en proceso y que ella no es quién para pronunciarse mientras no se emita una resolución judicial. Eran unas palabras tan apropiadas en una ministra, tan respetuosas con la presunción de inocencia y la separación de poderes, es decir, tan inauditas para lo que había sido acostumbrado en ese cargo, que Redondo fue vilipendiada por su antecesora y lo poco que queda de Podemos. La acusaron de no ponerse de parte de las víctimas, etc.

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