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El 'kitsch' y lo 'camp', dos modos de acercarse al mal gusto. Una guía para entender el presente
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María Gelpí

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El 'kitsch' y lo 'camp', dos modos de acercarse al mal gusto. Una guía para entender el presente

Sería un error pensar que el 'kitsch' se identifica con los valores tradicionales y el 'camp' con los estudios culturales, puesto que no es el contenido lo que define estas dos sensibilidades, sino nuestro modo de acercarnos a lo hortera

Foto: El actor y cantante, Jared Leto, durante la Met Gala de 2019, dedicada al movimiento 'camp'. (Reuters/Mario Anzuoni)
El actor y cantante, Jared Leto, durante la Met Gala de 2019, dedicada al movimiento 'camp'. (Reuters/Mario Anzuoni)
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¿Qué tienen en común el zorrismo del Benidorm Fest, los carteles de Semana Santa, la gala de los Goya o el neocartelismo rural con toros y catedrales en la lontananza de las últimas tractoradas? Que todos ellos se debaten entre lo kitsch y lo camp, como las dos formas, una ingenua y la otra irónica, de acercarse al mal gusto por excelencia, si es que se puede hablar de excelencia para tratar del mal gusto.

En primer lugar, hay que señalar que la actual avalancha de sucesos culturales de mal gusto viene provocada por la rapidez con la que estos deben ser asimilados por el espectador, para pasar al siguiente. Se mueven en la salvaje competencia por intentar captar la atención del público masivo, mediante estilemas de reconocimiento rápido que encajen en un paquete ideológico, porque el medio, como decía Marshall McLuhan, es también el mensaje.

Así, en palabras de Milan Kundera, "los movimientos políticos no se basan en posiciones racionales, sino en intuiciones, imágenes, palabras, arquetipos, que en conjunto forman tal o cual kitsch político".

A priori, la cosa parece fácil: El kitsch es un estilo propio del tradicionalismo, lo varonil, la patria y el eterno femenino, propio de la fachosfera, mientras que el camp es un estilo que se rinde de manera consciente a lo exagerado y artificioso, cercano al mundo gay, la cultura alternativa y los estudios de género, propios de la pujante wokesfera.

Foto: Pedro Sánchez, durante una entrevista con Ana Rosa Quintana en Telecinco. (Mediaset) Opinión
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Sin embargo, no podemos caer en este reduccionismo simplista. Sería un error pensar que el kitsch se identifica con los valores tradicionales y el camp con los estudios culturales, puesto que no es el contenido lo que define estas dos sensibilidades, sino nuestro modo de acercarnos a lo hortera, que nos repele y fascina a partes iguales.

Para saber detectar la ñoñez propia del kitsch y adoptar la actitud de distancia irónica correcta, intentando no caer en el cuñadismo del ignorante, debemos hacer un breve recorrido por la tratadística.

Foto: Foto promocional de 'La mesías'.

El kitsch, explica Clement Greenberg, es un estilo resultón y superficial, cursi sin saberlo, sentimental, inmaduro, crédulo e intolerante, como un sucedáneo del arte, que no exige nada a cambio. Es, para Walter Benjamin, la antigua complacencia burguesa encarnada en el mainstream del nuevo rico, en forma de souvenir. Para Theodor Adorno, supone una impostura, una mala imitación del buen gusto que ofrece una falsa catarsis, puesto que promete una experiencia sublime a precio de ganga.

Hermann Broch señala que el kitsch es el mal en el arte, lo que le arrastra al totalitarismo, contra el que hay que estar prevenido, cual banalidad del mal estético, puesto que hay una gota de kitsch en todo arte. Mientras que para Abraham Moles el kitsch es caer en las garras de la falacia sensual y facilona de una representación simplona del mundo, Fernando Castro añade la consideración fetichista y nostálgica del kitsch, como una expresión de la autodecepción.

Hay cosas que son claramente kitsch: Los gatitos chinos de la suerte, los enanos de jardín, las gorras de Caja Rural, los animales con ropa, los tapetes y visillos, los santitos con rebaba, la propaganda electoral, las lámparas de lava, las miniaturas, los cuadros de hotel, la música de ascensor, las figuras de Buda, los rábanos decorados en la cocina china, los pijamas de unicornio, la taxidermia, los pisapapeles, los certámenes de belleza, los Got Talent, el cosplay otaku y los calendarios con chincheta.

Sería un error pensar que el kitsch se identifica con los valores tradicionales y el camp con los estudios culturales

Sin embargo, el kitsch, como ya hemos advertido, no está en las cosas. Señala Abraham Moles que el kitsch es un estado del espíritu que eventualmente se cristaliza en los objetos y nada se libra de una posible kitschificación. Por eso, advierte Umberto Eco en su ensayo Apocalípticos e integrados que el kitsch no es un estilo, sino una actitud.

Kundera añade que el kitsch es también un subidón colectivo: "El kitsch provoca dos lágrimas de emoción, una inmediatamente después de la otra. La primera lágrima dice: ¡Qué hermoso, los niños corren por el césped! La segunda lágrima dice: ¡Qué hermoso es estar emocionado junto con toda la humanidad al ver a los niños corriendo por el césped! Es la segunda lágrima la que convierte el kitsch en kitsch". Si lo pensamos bien, ninguno de nosotros, arropados ideológicamente por los nuestros, estamos fuera de peligro de sucumbir al kitsch.

De este modo, Broch advierte que no existe el kitsch sin el Kitsch-Mensch, que no es otra cosa que el receptor que goza, como si de una experiencia única se tratara, del subidón colectivo del prime time del cuero, terciopelo rojo y bengalas de la Zorra de Nebulossa; del momentazo místico o de la indignación ante el Cristo andrógino de Salustiano, del "fresco humor" de Inés Hernand, icono choni, o de la gloriosa tractorada al estilo Christus Vincit del realismo generado por una IA gratuita que trafica con datos.

Aunque el 'kitsch' siempre son los otros, nadie está libre de caer en el abrazo ingenuo y blandengue de la emoción colectiva identitaria

Por eso, el kitsch político es propio, como advierte Kundera, de fenómenos culturales masivos, puesto que "allí donde un solo movimiento político tiene todo el poder, nos encontramos de pronto en el imperio del kitsch totalitario". Es por eso que, aunque el kitsch siempre son los otros, nadie está libre de caer en el abrazo ingenuo y blandengue de la emoción colectiva identitaria.

Aunque el camp no ha sido objeto de tanta atención, Susan Sontag, en su ensayo Notas sobre el camp, publicado en 1964, presenta una sensibilidad a modo de redención del kitsch, en el marco de las discusiones sobre la disolución entre alta y baja cultura.

Para la ensayista, el paradigma del camp es el dandismo de Oscar Wilde, adorable mamarracho seductor a sabiendas, que apuesta por el abrazo irónico de la vulgaridad como un modo de superar la náusea de la réplica inevitable, que lo acerca al concepto de Naomi Klein de consumo irónico.

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Es un culto teatralizado a lo exagerado, lo vulgar y esteticista, a lo androgino y amanerado, que Sontag sitúa históricamente en los ambientes gais de EEUU, aunque advierte que todo puede cambiar, porque todo es una cuestión de actitud. Para ella, el culto al outfit, las lámparas Tiffany, las óperas de Bellini, las películas de Scopitone, los viejos tebeos de Flash Gordon o las películas solo para hombres vistas sin lujuria, son camp, aunque todo puede cambiar si nos pilla en modo kitsch y nos atrapa la sensiblería como a incautos.

Así, debemos tener siempre presente que nadie puede escapar del todo al kitsch porque, en un momento determinado y desde cualquier posicionamiento del espectro político, podemos bajar la guardia y ser arrebatados por la emoción de la segunda lágrima de Kundera.

Siempre podremos justificarnos a posteriori, diciendo que lo nuestro era a sabiendas, para no tener que reconocer que, por un momento, sucumbimos al mal gusto.

¿Qué tienen en común el zorrismo del Benidorm Fest, los carteles de Semana Santa, la gala de los Goya o el neocartelismo rural con toros y catedrales en la lontananza de las últimas tractoradas? Que todos ellos se debaten entre lo kitsch y lo camp, como las dos formas, una ingenua y la otra irónica, de acercarse al mal gusto por excelencia, si es que se puede hablar de excelencia para tratar del mal gusto.

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