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Ana Iris Simón y el traje del emperador: ¿por qué los pone histéricos?
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Ana Iris Simón y el traje del emperador: ¿por qué los pone histéricos?

La autora de 'Feria' aprovechó un foro con Sánchez para recalcar su mensaje, que es de todo menos partidista, ante la estupefacción de los asistentes

Foto: La escritora Ana Iris Simón en la presentación de la iniciativa 'Pueblos con futuro', ante Pedro Sánchez el pasado sábado en Madrid. (EFE)
La escritora Ana Iris Simón en la presentación de la iniciativa 'Pueblos con futuro', ante Pedro Sánchez el pasado sábado en Madrid. (EFE)
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La honestidad es una aguja fina que atraviesa la piel. Esto no siempre resulta agradable. Tememos que pueda ser peligroso y por eso muchos, en un tiempo de identidades superficiales, de ideologías y modas, han desarrollado una defensa, una alergia a la honestidad. Esta se manifiesta en la capa más externa de nuestra piel, que no es la epidermis, sino la reputación. Ahí es donde detectan los demás el estigma y huyen de él como de la lepra. Ante la presencia de una cosa dicha con honestidad —sin cálculo— que pueda manchar nuestra reputación, los alérgicos se hincharán, defensivos como peces globo, y se alejarán chillando, arrastrados por la corriente de las modas del pensamiento. El cuento del traje del emperador trata de esto.

Y la escritora Ana Iris Simón es la encarnación perfecta de lo que digo. Con 'Feria', un libro que se hubiera conformado con agotar la primera edición y que ha rebasado ya la decena de millar de ejemplares, disparó una honestidad brutal: nuestros padres vivieron una vida dura, de trabajo y de crianza, en una sociedad teóricamente más atrasada que la nuestra, que, sin embargo, resulta envidiable para el precariado urbanita y estéril que somos. El capitalismo contemporáneo, que nos promete una resplandeciente independencia, se ha aliado con el activismo emancipador de izquierdas para quebrantar definitivamente nuestras posibilidades de formar familias. Al fin no somos más independientes, sino que estamos más solos.

placeholder 'Feria'. (Círculo de Tiza)
'Feria'. (Círculo de Tiza)

Bien: es solo el discurso político de un libro que tiene mucho más, y que engancha a los lectores por otras honestidades más literarias, menos incisivas: las de una mujer que examina su propia familia y su propia vida sin los complejos que hoy parecen ser obligatorios para una chica de 30 años. Sin embargo, la recepción de 'Feria' se ha inclinado más a la polémica que a la literatura. Y creo que esto habla más de España que del libro. Mi impresión, ante la histeria que produce la limpia honestidad de Simón, es que hoy todo el mundo necesita saber de qué intenta convencernos el que escribe, desde dónde nos habla y qué traición se esconde en sus páginas. Y dado que la autora se niega a aclararlo, los peces globo flotan chillando.

El discurso

El otro día, Ana Iris Simón pronunció un magro discurso de cuatro minutos ante Pedro Sánchez y demás autoridades políticas en unas jornadas sobre la repoblación de España alrededor del plan europeo de incentivos económicos. No dijo allí nada que no esté en 'Feria', pero hay mucha más gente adicta a la política que a la lectura. Su intervención se viralizó y ciertos medios conservadores se propusieron hacerle el abrazo del oso. Pintaron aquello como un ataque a Pedro Sánchez cuando no parecía ser esta la intención de la autora.

Ana Iris Simón simplemente aprovechó un foro para recalcar su mensaje, que es de todo menos partidista. Dijo que para repoblar la España vacía hay que ayudar a las jóvenes españolas a procrear sin joderse la vida, a conseguir un techo a buen precio sobre el que colocar luego, si eso, las placas solares. Dijo también que es insensato esperar de los inmigrantes lo que deberían dar los autóctonos, y hubo quien quiso ver aquí la prueba de una xenofobia que nadie que haya leído su libro se atrevería a concluir.

Ante la estupefacción del público, que tardó unos segundos eternos en arrancarse con el aplauso protocolario, Ana Iris Simón hizo gala de su honestidad para saltar sobre la barrera de nuestras guerras culturales. Su discurso es insólito porque la inercia social es poderosa. Con su barriga de embarazada apenas disimulada por el atril, repitió su enmienda a la ideología dominante, compartida por gente de izquierdas y derechas, que orbita en torno a la independencia y la emancipación. Lo que hace Ana Iris Simón es ensalzar la dependencia, que es nuestra única posición cierta, indiscutible.

Con su barriga de embarazada apenas disimulada, enmendó la ideología dominante

Hay un runrún desde que se publicó el libro. Se resume en una duda que suele adoptar el tono de una acusación popular, y que tacha de reaccionario un discurso y una autora que son, en realidad, revolucionarios. No porque ella proponga tomar el palacio de invierno, ni porque quiera quemar nuestra sociedad hasta los cimientos para construirla de nuevo, sino por el simple hecho de que la honestidad siempre es revolucionaria, más todavía en tiempos de pose y vigilancia. Tenéis delante a una mujer de 30 años con una barriga prominente que ha encadenado en su vida laboral tres ERE, que ha tenido que dejar Madrid para volverse a provincias y que, mirando sin prejuicios la vida de sus padres, saca sus propias conclusiones.

¿Encajan sus ideas con el falangismo, como se ha dicho por ahí? ¿Son ideas conservadoras, antiguas, impropias de la juventud? Bueno. Yo creía que después de la crisis de 2008 nos había quedado claro que la familia es la última red para los precarios en caída libre, el último soporte para evitar el despanzurramiento total. Creí que cuando los abuelos se convirtieron en canguros y prestamistas, cuando los desahuciados se refugiaron en casa de sus padres a muchos kilómetros de la gran ciudad, cuando la diferencia entre la supervivencia y la miseria era la nómina de los padres, al fin lo habríamos entendido. Pero está visto que no: todavía hay quien habla de la familia como si fuera una cárcel fascista. Lo que me lleva a pensar que en España, lo que falta, es psicoanálisis.

Ana Iris Simón ha sido polémica sin proponérselo porque ha delatado la desnudez del progreso, el trampantojo. No hace más que recordarnos dónde está el verdadero refugio y el verdadero sentido. ¿Suena su propuesta a retroceso? Es posible. Pero cuando las cosas han ido demasiado tiempo a toda velocidad por un camino sin sentido, no está de más parar un momento y recapacitar.

La honestidad es una aguja fina que atraviesa la piel. Esto no siempre resulta agradable. Tememos que pueda ser peligroso y por eso muchos, en un tiempo de identidades superficiales, de ideologías y modas, han desarrollado una defensa, una alergia a la honestidad. Esta se manifiesta en la capa más externa de nuestra piel, que no es la epidermis, sino la reputación. Ahí es donde detectan los demás el estigma y huyen de él como de la lepra. Ante la presencia de una cosa dicha con honestidad —sin cálculo— que pueda manchar nuestra reputación, los alérgicos se hincharán, defensivos como peces globo, y se alejarán chillando, arrastrados por la corriente de las modas del pensamiento. El cuento del traje del emperador trata de esto.