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El problema de los hombres nunca fueron las mujeres sino otros hombres
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El problema de los hombres nunca fueron las mujeres sino otros hombres

El trabajo de investigación 'Las masculinidades en la España del siglo XIX' refleja los cambios sociales y políticos del siglo y cómo afectaron al concepto de masculinidad (ayer y hoy)

Foto: Duelo en el Bois de Boulogne. (Godofrey Durand, 1874)
Duelo en el Bois de Boulogne. (Godofrey Durand, 1874)

El último duelo en España fue en 1906. Entre dos periodistas en Zaragoza: Juan Pedro Barcelona y Benigno Varela. El primero escribía en El Heraldo de Madrid; el segundo en El Evangelio. Habían discutido a través de varios artículos en los periódicos hasta que acabaron a tiros. Barcelona murió y el otro acabó procesado, pero absuelto. Después de aquello, unos cuantos que ya eran mayoría —sobre todo procedían del ámbito de la izquierda ideológica y del catolicismo— decidieron que la virilidad se dirimiera de otras maneras menos sangrientas. Y así estos duelos —que no otros— quedaron prohibidos.

Este dato lo cuentan las profesoras Darina Martykanova (Universidad Autónoma de Madrid) y Marie Walin (Universidad de Poitiers) en el interesante trabajo de investigación Las masculinidades en la España del siglo XIX, publicado por la editorial de la Universidad de Sevilla y que podría dar perfectamente el salto a cualquier editorial comercial de no ficción. En él desbrozan los diferentes tipos de masculinidades —nunca hubo una sola forma de ser hombre— que existieron hace un par de siglos, cómo cambiaron con respecto a las de épocas precedentes y qué podemos vislumbrar todavía en el siglo XXI. Un estudio apasionante porque pone el foco totalmente en los hombres y deja más de lado a la mujer, que se ha estudiado bastante más desde ámbitos universitarios.

Y como sucede con los duelos, que se pusieron muy de moda en el XIX —resurge porque era una manera de marcar clase con respecto a otros hombres, ya que eran los hombres de la aristocracia y burguesía los que se batían creándose así una masculinidad de élite—, el trabajo incide en que el hombre siempre se ha definido más por su confrontación con otros hombres que con las mujeres.

placeholder 'Las masculinidades en el siglo XIX'
'Las masculinidades en el siglo XIX'

"Es verdad que se dan las dos cosas. Con respecto a las mujeres establecen un dominio intelectual y emocional. A esto se le ha prestado más atención. Pero nosotras queríamos estudiar más las dinámicas entre los hombres, que sí se han estudiado desde la homosexualidad y el racismo, pero nosotras pretendíamos abarcar más facetas. Sobre todo en un siglo en el que empiezan a triunfar los discursos de la igualdad. De ahí que resurgiera el duelo porque quedaban excluidos los hombres que se consideran por debajo los hombres que no son dignos de enfrentarse", explica Martykanova a El Confidencial.

Un siglo de grandes cambios

El XIX fue un siglo de grandes cambios en cuanto a las ideas. Se hacen fuertes los conceptos de igualdad, libertad y fraternidad, el nacionalismo y el constitucionalismo. Y esto afecta a la masculinidad, ya que se produce una crisis en la relación jerárquica entre los hombres en varias direcciones. Por un lado se refuerzan las camaraderías —es toda esa idea de la soberanía nacional y de la igualdad de los hombres—… pero, por otro se intensifican las diferencias. Es curioso el efecto que tuvo la exaltación de la igualdad.

"Surgen nuevas justificaciones de las desigualdades. La desigualdad ahora ya no es algo natural, pero hay mucho interés en perpetuarlas entre los hombres por lo que aparece el discurso de clase, el meritocrático que justifica la jerarquía a través de la diferencia en el mérito. Eso también genera muchos cambios", apostilla Martykanova. También les afecta a las mujeres. De hecho, antes del XIX no se recalcaba que las mujeres no podían entrar en determinados sitios, pero a partir de esta centuria sí comienzan a aparecer reglamentos en los que queda explícito.

Con respecto a los hombres, en el XIX va desapareciendo la figura del sirviente —no así la sirvienta— "ya que cualquier hombre aprovechaba cualquier oportunidad de otro trabajo, incluso en una fábrica. El obrero era mucho más prestigioso que el sirviente, que vivía en casa de otros hombres y eso se vivía de forma muy humillante para otro hombre porque era incompatible con su autonomía y con su hombría. De hecho, los sirvientes estaban excluidos del sufragio. Un sirviente en el siglo XIX no era un hombre pleno. Eso choca con la nueva masculinidad que tenía mucho que ver con tener una autonomía política y ser un ciudadano vigilante", afirma la profesora.

"El uso del concepto de la igualdad es bueno para romper cadenas, pero también se usa para justificar desigualdades"

Precisamente, un hombre muy prestigioso en el XIX era el que se dedicaba a los asuntos públicos. Es la era de los políticos y los funcionarios que tanto aparecen, por ejemplo, en las novelas de Galdós. Como explica la profesora, "los hombres que se sometían a los reyes eran menos hombres. Empieza a pisar fuerte la noción del hombre activo en la vida pública. Pasa mucho en España, Francia e Italia: el hombre de éxito es el orador interesado en los asuntos comunes. Era una forma de demostrar su capacidad de superar el egoísmo, que es otra noción que se pone en boga".

Hay conceptos que hoy casi han desaparecido de la conversación, pero hace algo más de un siglo eran puntales de toda tertulia y que siempre dicen mucho de las sensibilidades de una época. En el XIX eran el pundonor y la gloria. "Era muy masculino mostrar amor por nociones abstractas como la patria, la nación, la ciencia, y al mismo tiempo la búsqueda de la gloria. Buscar reconocimiento de tus pares mediante una acción desinteresada orientada hacia el bien común que podía ser el campo de batalla o el científico. Los científicos también eran vistos como soldados", describe Martykanova.

Racismo y sexualidad

Pese a las nociones de igualdad, había hombres que estaban en lo más bajo del escalafón y a quienes no se les permitía lo mismo (junto con las mujeres). "Es lo que pasa siempre, que los discursos de clase y género están llenos de trampas. Las contradicciones hacen un concepto más flexible y adaptable para justificar cosas como las jerarquías", sostiene la investigadora. Por ejemplo, con respecto a la mujer se esperaba que no leyera demasiado, que no se interesara por las cuestiones importantes (como la política), pero a la vez si estaba todo el día mirando vestidos era una frívola. "El uso del concepto de la igualdad es bueno para romper cadenas, pero también se usa para justificar desigualdades". Ocurría con los intelectuales cubanos o filipinos, quienes se daban cuenta de las trampas del discurso de la civilización, pero no lo denunciaban y se seguían esforzando por demostrar que eran capaces por integrarse en la sociedad (pese a estar condenados de antemano).

Después estaban las políticas de la sexualidad, que afectaban a hombres y mujeres. A estas últimas —y en algo que dos siglos después no ha cambiado— se les censuraba el sexo compulsivo y las múltiples parejas, cosa que no ocurría con los hombres. Incluso Isabel II tuvo entre sus máximas críticas su deseo sexual, según se apunta en el libro. También le sucedió a María Antonieta en Francia. Por el contrario, ni Alfonso XII ni Alfonso XIII recibieron este tipo de escarnio. Era la época en la que los hijos bastardos no causaban ningún rechazo social, más bien al contrario.

placeholder El hombre público gozaba de gran prestigio. Aquí Abraham Lincoln en 1863
El hombre público gozaba de gran prestigio. Aquí Abraham Lincoln en 1863

En relación a los homosexuales, el libro indica que hay que tener en cuenta que en el XIX la categoría de homosexual no existía como concepto identitario, aunque empieza a fraguarse. Se podía criticar la práctica de la sodomía, pero eso no era la identidad de un hombre. "Por otro lado, hasta avanzado el siglo XX la idea del hombre que penetra está bien vista, aunque sea a otro hombre. Lo que no está bien es ser penetrado, pero penetrar era muy macho. Tampoco estaba bien visto una relación amorosa consentida entre dos hombres, pero un hombre adulto en lo que hoy veríamos como abuso de un chico joven, aunque estaba penado no se veía como poco viril", revela la investigadora.

"En el XIX la categoría de homosexual no existía como concepto identitario"

Los modales afeminados también causaban rechazo, pero no así el refinamiento. Era más problemático parecer un bruto, ya que esto te asemejaba con un hombre rústico y eso sí te bajaba puestos en el escalafón social. El único peligro para el hombre del XIX en este sentido era ser visto como una mujer, pero sí se aplaudían modales educados, aunque paradójicamente la violencia (como se ha visto con los duelos) no estuviera penada.

"Precisamente, esto cambió mucho en el siglo XX. En parte porque el monopolio de la violencia lo tiene el Estado, las fuerzas de seguridad, el ejército. La violencia física individual empieza a estar deslegitimada y solo se ve bien en ciertos microcosmos", mantiene la profesora a quien le causa estupor que ahora en el XXI estén volviendo conceptos como la violencia intrínseca en los hombres para su uso individual: "En el XX después de la II Guerra Mundial se impone una noción de civilización que prescinde de la violencia física para hombres. Que ahora haya una nueva reivindicación de la violencia como algo inevitable es nuevo porque antes sí se veía bien la violencia colectiva, por ejemplo la lucha armada por la descolonización o independencia de los pueblos, pero la individual estaba muy deslegitimada".

placeholder El hombre refinado del XIX.
El hombre refinado del XIX.

Otra transformación que han sufrido las masculinidades en los últimos siglos tiene que ver con lo físico. En el XIX no había un ideal para el hombre —sí para las mujeres, como siempre—, de hecho, el musculoso no se estilaba nada. Eso cambió en el XX y sobre todo el XXI lo que se advierte con la introducción de nuevos lenguajes —la tableta de chocolate—: el hombre entra en la tiranía del físico (aunque, una vez más, más en comparación entre otros hombres).

También les empieza a afectar otra cuestión: en la España del XIX el trabajo no era un pilar de la masculinidad entre las élites. Un hombre rentista no tenía ninguna necesidad de buscar trabajo, no lo hacía y tampoco buscaba eufemismos. "Ahora se llaman empresarios porque no está bien visto decir que son rentistas. Esto también ha cambiado mucho", completa la investigadora.

Pero hoy como ayer, incide Martykanova, no existe un solo tipo de masculinidad y ni siquiera habría una dominante. "Es importante ver la pluralidad de masculinidades que existieron. No hubo una ideal y las otras fueron denostadas sino que en cualquier época siempre han existido masculinidades socialmente aceptadas y otras menos", ratifica. Todo depende, muchas veces, de la mirada de otro hombre.

El último duelo en España fue en 1906. Entre dos periodistas en Zaragoza: Juan Pedro Barcelona y Benigno Varela. El primero escribía en El Heraldo de Madrid; el segundo en El Evangelio. Habían discutido a través de varios artículos en los periódicos hasta que acabaron a tiros. Barcelona murió y el otro acabó procesado, pero absuelto. Después de aquello, unos cuantos que ya eran mayoría —sobre todo procedían del ámbito de la izquierda ideológica y del catolicismo— decidieron que la virilidad se dirimiera de otras maneras menos sangrientas. Y así estos duelos —que no otros— quedaron prohibidos.

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