Es noticia
Así se quedó Pérez Galdós a las puertas de un Nobel en una España de Caín y Abel
  1. Alma, Corazón, Vida
Destrozar un pais desde dentro

Así se quedó Pérez Galdós a las puertas de un Nobel en una España de Caín y Abel

El escritor, a la altura de grandes como Tolstói o Zola, retrató con meticulosidad una España decadente y, sin embargo, en sus últimos momentos fue olvidado y maltratado

Foto: Galdós, por Joaquín Sorolla. (Cedido)
Galdós, por Joaquín Sorolla. (Cedido)

"La lógica española no puede fallar. El pillo delante del honrado; el ignorante encima del entendido; el funcionario probo debajo, siempre debajo".

Benito Pérez Galdós

La orfebrería literaria del que probablemente sea el mejor representante de los escritores de la corriente realista en España, el ilustre y desamparado don Benito Pérez Galdós, no se puede definir con palabras ordinarias, pues su altura fue inconmensurable. Era un escritor estratosférico. Este nominado en 1912 para el Nobel fue objeto de las invectivas más obscenas de los cavernícolas de Atapuerca. Qué cierto es aquello de que si vienes a nacer a España has de venir llorado.

Quien denunció hasta el hartazgo los problemas sociales del momento, describiendo los conflictos cotidianos, tanto los referentes a la historia doméstica como de los más triviales sucesos del intramundo familiar, definió con un notorio afán de objetividad y meticulosamente la España de la decadencia, las zancadillas de los más rancios y la putrefacción del clero en un momento en que el país necesitaba oxígeno y ventanas abiertas para encarar el futuro. Tras las dos revoluciones agrícola e industrial en Europa que se solaparon en el último tercio del siglo XVIII y el XIX, nosotros, seguíamos comiendo con las manos y ya se sabe, piedra que no rueda coge musgo.

Don Benito definió con un notorio afán de objetividad y meticulosamente la España de la decadencia y la putrefacción del clero

En el momento en que escribanos de nivel tan espectacular como Lev Tolstói, Emile Zola o Dickens están en el "candelabro", en España amanece este tímido canario, que más que cantar, nos sume en la tristeza de una depresión existencial tan infinita como una cinta de Moebius; sin salida, con la angustia de no encontrar respuesta al porqué de tantas derrotas, miseria y falta de futuro; como si el fracaso fuera un gen adherido con 'superglue' a nuestra binaria masa encefálica.

Llama la atención lo que ocurre cuando un país no tiene un proyecto común e ilusionante y en consecuencia el factor humano desencadena el conflicto primando el egoísmo de algunos individuos frente a las necesidades del grupo. Ese fue el gen del mal que se impuso en la relación fratricida entre Caín y Abel, escenario en el que lamentablemente estamos muy entrenados y que desde hace siglos preside la filosofía de esta nuestra nación herida como esa nave en la que no se sabe si un día estamos en la secuencia del camarote de los hermanos Marx ('Una noche en la ópera') o el motín de la Bounty, si convivimos en un 'kindergarten' o, por el contrario, somos 'hooligans' de piñón fijo; difícil conducir tanta potencia con el freno de mano echado. El único árbitro capacitado ya tiene bastante sobre sus espaldas.

(Y volviendo al meollo de la cuestión, hay que decir que nadie como don Benito Pérez Galdós entona ese fúnebre 'mea culpa' con tan sentido dolor como lo hace él).

Las 46 novelas históricas (Episodios Nacionales) que desgranan a una España en descomposición desangrándose de espaldas a la evolución que embridaban los países del norte, nos revela el trágico diagnóstico que todos miramos de reojo y no queremos abordar por la magnitud del reto. En la tramoya de esta magistral obra, obra ante la que se rendirían los académicos suecos, se reconoce a un Caín reencarnado, alma negra de la profunda psique hispana.

En la tramoya de 'Episodios Nacionales' se reconoce a un Caín reencarnado, alma negra de la profunda psique hispana

En la emblemática 'Fortunata y Jacinta' las dos caras de Jano, encarnadas por dos mujeres de clases sociales antagónicas en las postrimerías del siglo XIX, enfrentan, una de forma ingenua a la par que temperamental frente a otra, Jacinta, vivo retrato de la hipocresía impostada de los altos valores cristianos prostituidos por el autoengaño y el postureo de una clase social ajena a los problemas de los de abajo.

La forma en que su enorme humanidad y capacidad de disección psicológica de la conducta humana refleja la conciencia de su tiempo y la fiel descripción de las costumbres de la época hacen del que probablemente sea un icono de la literatura española (después de Cervantes, por supuesto) el mejor retratista de la idiosincrasia española.

Es probablemente, después de Cervantes, el mejor retratista de la idiosincrasia española

Frases tozudas e incontestables que eluden discretamente el alto vuelo del culteranismo para tomar tierra en realidades más amargas nos señalan el lado más humano de este titán de las letras. Quien dijo algo tan lapidario como "Más sabe el que vive sin querer saber, que el que quiere saber sin vivir", o esta otra tan sesuda que así reza; "La religión, entiendo yo, es el ropaje magnífico con que visten la nada para que no nos horrorice…".

Este décimo hijo de una prolífica madre embutida en un destino de corsés y condenada a ser una mera reproductora, fue amante de Emilia Pardo Bazán, probablemente una de las mujeres más brillantes de su época, ella tenía más registros que octavas un piano. Las conversaciones entre ambos debían de ser de un nivel paranormal, así como las pequeñas cornadas que la aristócrata gallega le pegaba discretamente al luminoso literato.

Por aquel entonces la capital estaba en ebullición, un sinfín de oportunidades se abrían ante este pensamiento revolucionario; las tertulias de los cafés, el imponente Ateneo con su espíritu de libertad y oponente natural del sistema, el Teatro Real y sus bulliciosos mentideros; los latidos de la historia de España eran vibrantes a la par que sombríos.

Foto: Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán, en un fotomontaje. (Getty / Archivo da Real Academia Galega)

En la noche de San Daniel, un día de abril del año 1865, unos disturbios ensangrentaron a causa de una felonía de una reina que le faltaba un gramo para el kilo. Isabel II —como dicen los asturianos—, tenía una buena pedrada. Como no estaba ni estuvo nunca en sus cabales, le dio un arrebato y se puso a expoliar el patrimonio nacional, ella, autocomisionista, se reservaba ni más ni menos de aquel atropello un 25% de los beneficios. A la sazón, Emilio Castelar, catedrático de la Universidad Central, había sido destituido por publicar un artículo muy crítico en contra de esta barbaridad —una más en su derramada conduct—a y por consiguiente fue destituido de su cargo. Entonces se armó un pollo importante.

Montalbán, que era el rector del centro, se opuso rotundamente a cumplir la orden. Los estudiantes se encerraron en el claustro y se pusieron en huelga de hambre, además de echar docenas de huevos a la fuerza pública desde las ventanas. Galdós se salvó por la campana vestido de barrendero; un hacha el ilustre escribano. Pocos meses más tarde, el fusilamiento en público de los sargentos de Artillería del Cuartel de San Gil, en 1866, por unas reivindicaciones de justicia elemental, los llevaría a la tapia de la plaza de toros, dejando su natural sensibilidad, quizás, herida de muerte. Era un hombre muy alto y su sombra de poeta le perseguía sin cesar.

Se acusó a este extraordinario literato de ser un plumilla sanguinolento y revolucionario

Cuando ya el año 1912 se abría al tiempo, los cutres cavernícolas de Atapuerca enviarían un escrito con 500 firmas a la embajada sueca en Madrid al objeto de desacreditar al alto representante de las letras de nuestro país ante la academia en Estocolmo. Se acusó a este extraordinario literato de ser un plumilla sanguinolento y revolucionario, menoscabando las altísimas opciones que le acercaron en todo momento al máximo galardón literario. Los de la caverna impidieron que este maestro de maestros recibiera un galardón harto merecido. Pero España era, es y será así… Que se puede esperar de una institución que premió a un asesino en serie con un Nobel, a un presidente de la misma nación con otro (ambos de la paz) y que le negó a Tolkien el pan y la sal.

Pobre, muy mermado físicamente y con una atroz soledad pisándole los talones, vivió sus últimos años los latigazos de la muerte que lo fueron doblando hasta postrarlo. Benito Pérez Galdós, con la vista muy deteriorada y en la indigencia, sostenido por las colectas de sus amigos, hacía tiempo que había arrojado la toalla. En aquella sociedad mal rematada, fratricida, cainita, con un voraz Saturno siempre sediento de venganza, una indiscutible referencia desaparecía de a poco.

Hoy nos queda el recuerdo de un hombre íntegro e intachable, un faro de potentes destellos en un escenario poblado de ciegos

Hoy nos queda el recuerdo de un hombre íntegro e intachable, un faro de potentes destellos en un escenario poblado de ciegos. Con las primeras luces de un día temprano del primer mes del año 1920, en medio de una brutal ventisca, un agudo grito de dolor rasgó la madrugada, se marchaba un grande de España.

"La lógica española no puede fallar. El pillo delante del honrado; el ignorante encima del entendido; el funcionario probo debajo, siempre debajo".

Isabel II Historia de España Premios Nobel
El redactor recomienda