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'Desde el frente': bienvenidos al parque de atracciones de la Segunda Guerra Mundial
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'Desde el frente': bienvenidos al parque de atracciones de la Segunda Guerra Mundial

Netflix ha estrenado esta serie documental de seis episodios de alrededor de 45 minutos que ofrece imágenes coloreadas desde primera línea, una experiencia inmersiva de un conflicto que ya parecía agotado cinematográficamente

Foto: Un momento del Desembarco de Normandía. (Netflix)
Un momento del Desembarco de Normandía. (Netflix)

Las voces radiofónicas en distintos idiomas sirven como puerta de entrada a este viaje en el tiempo hasta 1939 que propone La Segunda Guerra Mundial: desde el frente, un exhaustivo trabajo de buceo en los archivos fílmicos de todo el mundo que se ha convertido en una serie de seis capítulos disponible en Netflix y en los que la experiencia de identificación y de traslación del espectador al campo de batalla es mayor de la que nunca ha ofrecido un documental. "Esta es la historia de la Segunda Guerra Mundial, sobre cómo fue en realidad", comienza la voz en off del actor John Boyega (El despertar de la fuerza). "Sabremos lo que se siente al estar volando durante el ataque de los kamikazes, entraremos en los tanques de la División Panzer nazi, acompañaremos a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos durante la liberación de París y estaremos junto al Ejército Rojo soviético en el asalto a Berlín", promete.

Y es que este trabajo minucioso de colorización y de montaje de imágenes —la mayoría parecen planos subjetivos— es un ejercicio de transferencia sensorial sorprendente incluso hoy, cuando la guerra se narra en presente continuo y desde dentro, cuando desde Ucrania y Palestina asistimos a la muerte desde la barrera. Todas las imágenes de la serie son reales, aunque se han ido combinando —mezcla de diferentes momentos de la guerra— para reforzar la experiencia inmersiva. Y aquí se plantea la duda de si los creadores han sacrificado el rigor histórico por el espectáculo. ¿Hasta qué punto es lícito el truco para construir la idea?

La serie británica, que cuenta con la ayuda del British Film Institute, sigue la estela de otros documentales históricos a partir de archivo coloreado, como España dividida: la Guerra Civil en color la producción francesa Apocalipsis: la guerra de los mundos (1945-1991), disponibles ambas en RTVE Play. Ocho investigadores de distintas nacionalidades han rastrillado en más de medio centenar de archivos —desde el Museo de la Guerra Imperial de Londres al Museo del Levantamiento en Varsovia, desde el Instituto Luce de Roma hasta la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, pasando por los archivos de Gaumont, Pathé, NBC, Getty, BBC...— para rescatar cientos de minutos de metraje de cámaras empotradas en primera línea: asistimos a la explosión de portaaviones, podemos ver los cartuchos de las balas apiladas contra el cristal en la cabina de un piloto que sobrevuela la línea Maginot, en Francia, o lo rústico de los pedales con los que maneja la nave, o cómo se aposta el tirador, tumbado en el suelo del avión.

Las imágenes recuerdan levemente al documental de Serguéi Loznitsa Historia natural de la destrucción, estrenado en el Festival de Cannes y disponible en Filmin, pero lo que en el trabajo del director ucraniano es expresionismo y casi abstracción, con planos de la destrucción de los bombarderos de la RAF en ciudades como Dresde que parecen flores brotando en una extraña contradicción de la belleza de la destrucción, en La Segunda Guerra Mundial: desde el frente, el color y la concreción del montaje ancla el metraje mucho más en lo real y el ahora. La mirada de un soldado en blanco y negro es la mirada de un soldado muerto. En color, podría ser nuestro vecino, nuestro padre, nuestro hermano. Podríamos ser nosotros. "Podría ser yo".

La serie aplica las herramientas y los códigos de la ficción —el tipo de montaje— para dar emoción, cercanía y punto de vista a unas imágenes que se grabaron con la idea de servir de registro de la realidad o, como mucho, como propaganda. Es inevitable pensar qué hubiesen hecho directores como John Huston, John Ford, William Wyler, Frank Capra o George Stevens con un material como este, cuyo principal problema es la ausencia de foco y de una voz, una historia con la que empatizar, más allá de la espectacularidad de las imágenes.

placeholder Desfile de los aliados en París. (Netflix)
Desfile de los aliados en París. (Netflix)

Para intentar enmendarlo, el director de la serie, Rob Coldstream, que ha hecho gran parte de su carrera dentro de la cadena pública británica Channel 4, ha reunido también testimonios de participantes en la contienda, no solo en el frente, sino también en la resistencia. Las experiencias de Julian E. Kulski —un polaco que formó parte de la resistencia desde los 12 años y que escribió el libro de memorias Legacy of the White Eagle— o Hans Werk, uno de los últimos miembros vivos de las Juventudes Hitlerianas que, posteriormente, se unió a las SS, o John Luckadoo, un veterano de 101 años que pilotó un bombardero, el último superviviente de la Eight Air Force, son algunas de las voces que, en primera persona, aportan esa primera persona con la que acompañar el punto de vista subjetivo del metraje. Sus voces son las únicas que aportan algo de humanidad y reflexión a la espectacularidad de las imágenes, lo que plantea si el director ha buscado convertir el trauma bélico en un pequeño parque de atracciones que emule la realidad virtual.

Y es que ahí radica el problema de La Segunda Guerra Mundial: desde el frente; que la propuesta sensorial haya matado la reflexión necesaria sobre un conflicto que vive los ecos hoy en día con conflictos a la puerta de Europa. Por un lado, resulta muy interesante poder adentrarse en los fragores de la batalla desde una narrativa casi hollywoodiense de explosiones y movimiento desde el salón de casa, sabiendo además que las imágenes nacen desde una retórica puramente documental para ir construyendo su narrativa a través del montaje. Pero, por otro lado, las imágenes sin reflexión se convierten en un mero entretenimiento para los sentidos que no trasciende del puro deleite de un sucedáneo de primera persona, un chute de adrenalina sin tener que limpiar el uniforme de tierra, muerte y excrementos.

Cabe preguntarse si, como sociedad del espectáculo, hemos vaciado de sentido hasta la gran tragedia moral universal, si al final la búsqueda de las experiencias ha aletargado todo tipo de visión crítica, la necesidad de convertirlo todo en una serie para el disfrute o, peor, para simplemente pasar el rato. Como en un videojuego, se acorta la distancia entre realidad y ficción y, cuanto más se busca la empatía desde la subjetividad, más se pierde la misma. La serie de Netflix es fruto de un trabajo ingente de documentación, pero también responde a un concepto distópico en el que la representación adquiere más valor que los hechos. Una serie concebida para ver con palomitas y manta, un trasunto precocinado de la realidad.

Las voces radiofónicas en distintos idiomas sirven como puerta de entrada a este viaje en el tiempo hasta 1939 que propone La Segunda Guerra Mundial: desde el frente, un exhaustivo trabajo de buceo en los archivos fílmicos de todo el mundo que se ha convertido en una serie de seis capítulos disponible en Netflix y en los que la experiencia de identificación y de traslación del espectador al campo de batalla es mayor de la que nunca ha ofrecido un documental. "Esta es la historia de la Segunda Guerra Mundial, sobre cómo fue en realidad", comienza la voz en off del actor John Boyega (El despertar de la fuerza). "Sabremos lo que se siente al estar volando durante el ataque de los kamikazes, entraremos en los tanques de la División Panzer nazi, acompañaremos a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos durante la liberación de París y estaremos junto al Ejército Rojo soviético en el asalto a Berlín", promete.

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