Hablan los 'negros' de los políticos: "Somos como terroristas; solo reportamos a la cúpula"
De día, ostentan trabajos como periodistas o escritores con obra propia. De noche, ayudan a nuestros dirigentes a escribir sus biografías. Así funciona este trabajo, siempre en la sombra
Un día, a Morocho* le cayó entre manos un encargo. Venía de parte de un amigo suyo, que no podía hacerse cargo, así que se lo pasó a este periodista freelance. Un alcalde, ya retirado de la política, quería contar su historia en un libro. "Yo le planteé hacer una especie de gran reportaje", una no-ficción al estilo americano donde sus opiniones y los hechos estuvieran entreverados. "Entonces empezó a ponerme pegas. ¡Pegas de lugareño, del tipo 'hay que mencionar a este porque se portó bien conmigo, y elogiar al propietario de tal comercio, amigo de toda la vida'! Yo dimití", creativamente hablando. "Es decir, me limité a adecentar lo que él iba manuscribiendo y cobrar unos honorarios".
La experiencia de Morocho no es, en absoluto, inédita en este peculiar sector de escritores secretos, que ha vuelto a ponerse de relieve esta semana con la publicación de Tierra Firme, el último libro del presidente Pedro Sánchez que, como el anterior Manual de Resistencia, tiene a Irene Lozano como arquitecta principal de sus frases.
"He hecho desde libros de políticos y empresarios a otros de influencers o gente de la cultura", explica Schwartz*, otro hombre de letras que compagina una obra propia publicada bajo su nombre real con esta otra faceta, menos lustrosa pero que paga las facturas. "La actividad que hay detrás de esa palabra, 'negro', que ya es hasta políticamente incorrecta, sigue teniendo un vacío de sentido", reflexiona. "Yo a veces uso escritor profesional, en inglés ghost writer funciona, pero en español 'escritor fantasma' no queda bien: nos falta la palabra para terminar de normalizar esta cosa".
Como profesional literario, Schwartz ha trabajado de distintas formas, ha hecho libros para políticos o empresarios y también para influencers o gente de la cultura. "En muchos casos te contacta la editorial y te entrevistas con el autor", prosigue. "Lo más usual es quedar con ellos y entrevistarlos, pero en un caso concreto, con un influencer, este me mandaba audios de WhatsApp contando sus historias, cada capítulo era un audio de 20 minutos, y yo lo convertía en un capítulo narrativo".
Las experiencias son variopintas y dependen mucho de quién realiza el encargo, en ocasiones pueden ser incluso agradables. "Hubo un político que me contrató directamente, tuve mucha suerte", recuerda Schwartz. "El primer día me dijo: 'Te preguntarás por qué te he contratado precisamente a ti: porque eres todo lo contrario a mí, eres joven e ideológicamente lo contrario'. Me pareció muy agudo por su parte, no quería contar su historia solo para los suyos, sino trascender ese nicho. No es lo más habitual, pero él buscaba a alguien que le hiciera de contrapeso".
Aquel encargo estuvo, además, sorprendentemente bien pagado. "Más de 10.000 euros", recuerda. "Aunque también fueron varios meses". Otras veces ha hecho el trabajo por una cuarta parte de eso.
Vales por lo que callas
"Es un negocio en el que tu valor se multiplica en función de tu discreción", explica Bruno* para solicitar un anonimato que, en su opinión, no sería necesario en el mundo anglosajón, donde no hay máscaras en el negocio de los ghost writers. "Aquí, que te escriba un libro alguien parece que es hacer trampas". A veces, su aportación a libros de políticos y empresarios ha figurado en forma de reconocimiento explícito. En otras ocasiones, su nombre aparece oculto en los agradecimientos, un guiño para el lector atento. Lo más frecuente es que no quede huella de su paso. Le parece lógico. "Mientras me paguen bien, no tengo necesidad de figurar".
Su implicación en los distintos proyectos editoriales ha sido variada: escribirlos desde la primera hasta la última coma hasta algo aún peor, reescribir libros "muy mal escritos" por completo, pasando por dar forma a anotaciones previas del autor. "Lo más habitual es que te den un borrador o unas pautas muy básicas, lo mejoras, lo embelleces y le das coherencia, bien con conversaciones o con reuniones informales", explica.
"He escrito libros que el que los ha firmado no los ha leído", bromea. En una ocasión, uno de esos políticos para los que había trabajado negó durante una entrevista que se hubiese definido de determinada manera en su biografía... cuando así aparecía en sus páginas. "¡Ni se la había leído!"
"He escrito libros que el que los ha firmado no los ha leído", cuenta uno de estos autores
Nero* colaboró en alrededor de diez libros cuando era freelance. Su grado de implicación variaba: por lo general, no se trata de escribir un libro de principio a fin, sino más bien "redactar lo que me han contado". "A veces he estado presente en una conversación entre dos personas y la transcribo", explica. "Otras ocasiones aportas más sobre la estructura, en otros casos está muy claro y eres simplemente un mentor en segundo plano ayudando a editar y aportando alguna idea".
Para él, no se trata de un trabajo de investigación, sino de ordenamiento y asesoría. "Yo no me considero autor: escucho, grabo y redacto sin ponerlo en cuestión, si me cuentan una mentira la pongo como tal", explica. "No es mi trabajo hacer periodismo, sino redactar". Su experiencia con estas celebridades es muy parecida: se muestran inseguras al principio, pero a medida que el libro toma forma, se dan cuenta de que son mucho más capaces de hacerlo de lo que pensaban.
A Bruno le divierte el boom de los empresarios o políticos con libro —"porque parece que si no tienes uno, no eres nadie"—, que le ha garantizado una continuidad en sus encargos: "Es llamativo el prestigio que tiene publicar un libro, recuerdo un CEO que quería sacar uno porque el CEO de la competencia había editado un libro y me pidió un ángulo, cualquiera, el que fuera".
No están en el negocio por el dinero
Los ghost writers reconocen que no se trata de un trabajo demasiado bien pagado (más o menos, como cualquier otro encargo editorial) y que sirve más bien para complementar ingresos, hacer contactos o acceder a figuras que de otra forma resultarían inaccesibles. "El mercado tiene el tamaño que tiene, si te pagan de más es porque eres de su confianza", explica Bruno. Sus últimos encargos han rondado los 5.000 euros, pero en otros casos se quedaban en los 1.000. Nadie vive de hacer de negro literario en España.
Son contratos similares a los de un autor novel, con el problema de que no reciben royalties. "Si se venden un montón o se hacen traducciones a otros idiomas o una película, te da igual, porque no ves nada", añade Nero. Como las células de un grupo terrorista, los ghost writers sospechan quiénes pueden ser otros ghost writers, pero no lo saben con total seguridad. Pueden estar charlando en una fiesta con alguien de quien sospechan que ha trabajado de negro, pero no es de buena educación intentar confirmarlo. No hay una Asociación de Escritores en la Sombra.
"El mercado de los escritores fantasma es opaco, no es muy visible, somos como células terroristas que no tenemos conexión entre nosotros y solo reportamos a la cúpula", señala Nero. "Puedo intuir quién es, pero nunca resulta claro", añade Bruno. Por lo general, la petición viene del editor de turno que confía en el trabajo (y la discreción) del negro, a quien confía repetidamente distintos encargos. En otras ocasiones, vienen de mano de un empresario o un político a quien le han recomendado, o de consultoras que se dedican a ello. "Hay un momento en que tienes un nombre en el sector y te llega por boca oreja".
En España hay un gran secretismo sobre el nombre de estos ayudantes, algo que no ocurre en el mercado anglosajón. J.R. Moehringer, el autor de las biografías de André Agassi o el Príncipe Harry, cuyo nombre no aparece en la portada de los libros, ha dado entrevista a medios como The New Yorker, presentándose abiertamente como el "negro". En España, hay una mezcla de transparencia, como en el caso de Pedro Sánchez e Irene Lozano, cuya aportación está recogida en el propio libro (y nunca se ha intentado ocultar) hasta un código de silencio que nadie se atreve a romper porque supondría salir de esa rueda en la que no hay tantos nombres.
"El mundo del libro, frente a otros como el del cine, tiene todavía un fetiche con la autoría y una visión muy poco industrial del producto", dice Manuel Guedán, editor en Lengua de Trapo. "Mientras que en el cine todos sabemos que Casablanca pasó por las manos de cuatro guionistas, que hay gente encargada de rematar los diálogos o todo puede cambiar en posproducción, con el libro, y sobre todo en España, sigue habiendo esta cosa autoral". Para Guedán, "por supuesto, hay libros que lo son, pero también hay otros que tienen una estructura más industrial, donde intervienen muchas manos y no pasa nada; el problema es cuando se intenta mantener una ficción de que no es así, que tal futbolista o celebridad ha escrito ese libro, y no es verdad. En el mundo anglosajón son más pragmáticos y reconocen que hay un famoso que cuenta su libro y abajo sale el nombre del periodista. Aparece más pequeño, pero también importa".
Ninguno de ellos le da demasiada importancia a la autoría, porque coinciden en que los libros no son suyos, así que nunca la disputarán. "Para mí, los libros son de quien los firman, en el mercado anglosajón es algo habitual", reconoce Bruno. "Mucha gente lo mira de manera capciosa: si el libro de Pedro Sánchez lo ha redactado Irene Lozano, es porque no sabe escribir, lo acusan de farsante, pero no lo es, salvo que te escriban un libro entero y solo pongas la firma", añade Nero.
Un mercado para valientes
Las cifras que suele mover el mercado de los libros de políticos raramente son espectaculares, salvo casos contados, como Política para adultos, de Mariano Rajoy, que despachó más de 100.000 ejemplares y que supone una excepción entre los libros de presidentes: fue editado por Plaza & Janés, sello de Penguin Random House Mondadori, mientras que el resto de libros de expresidentes han caído bajo el paraguas de Planeta, el otro gran grupo editorial. Con ellos, el expresidente editó En confianza durante su primera campaña electoral, y decidió buscar un cambio de aires.
"Generalmente los políticos escribían un libro para presentarse y otro para despedirse o vengarse: quieren dar su versión de los hechos porque saben que, al final, los historiadores van a leer eso", dice Ignacio Peyró, actual director del Instituto Cervantes de Roma y que célebremente escribió muchos discursos para el expresidente. No, sin embargo, sus libros, que fuentes editoriales atribuyen al puño y letra de Rajoy, sin intermediarios. "Siempre bromeaba diciendo que Rajoy, de no haber sido político, habría sido un gran escritor de discursos", dice el escritor. "Sé que todo el mundo se lo tomaba intelectualmente como de risa, el lector del Marca, y no diré que se pasara las noches repasando a Tocqueville o Petrarca, pero sin duda era una persona muy formada, no era ningún necio y desde luego sabía redactar, una característica de la que mucha gente hoy no puede presumir, por mucho que sepan escribir".
"Los libros son del que los firma, aunque yo le haya ayudado", afirma un 'negro' literario
Peyró cree que los periodistas son perfectos para hacer este tipo de trabajos, precisamente porque "tenemos una vanidad autoral limitada, yo le he puesto las comas a media España, y cuando me tocan algo a mí, pues chico, tampoco escribo en mármol", bromea. El autor de libros como Pompa y Circunstancia también tuvo otras labores de este tipo antes de servir al entonces presidente, y aunque la omertà prevalece en estos casos, conserva alguna anécdota que es oro puro: "Algo que me enorgullece mucho es que la primera Tercera de ABC que escribí fue bajo el nombre de un personaje ilustre, aún pasarían diez años hasta que pude escribir otra con mi propia firma", algo que sucedió en 2019, siendo ya director del Cervantes de Londres, cuando publicó Un Rey de España en Windsor.
No hay demasiadas subastas, señalan fuentes del sector editorial, y muchos de los precios que se pagaban estaban "totalmente fuera de mercado", aunque ahora las cifras se han atemperado; es otro momento para el sector editorial. José Bono señaló en su día que había cobrado "algo más de 800.000 euros" por los tres volúmenes de sus memorias. Según ABC, José María Aznar recibió 1.220.000 euros de Planeta por seis libros, alrededor de 200.000 por volumen. Anticipos muy difíciles de recuperar desde el punto de vista estrictamente económico, pero donde también se incluyen intangibles como el prestigio de editar a un expresidente.
Peor funcionan los libros de antiguos ministros y segundas espadas de la política. Algunas excepciones mediáticas son el ya citado Bono o Miguel Ángel Revilla, un personaje difícil de acceder que edita en Espasa por su confianza en la editora Ana Rosa Semprún. También Cayetana Álvarez de Toledo con Políticamente indeseable (Ediciones B), un libro jugoso por sus críticas al PP de Pablo Casado, o los volúmenes de Manuela Carmena que precedieron su llegada a la alcaldía de Madrid. Una decepción inesperada es la de Esperanza Aguirre, que escribió sus libros con la ayuda de Virginia Drake y ni siquiera en su apogeo de popularidad consiguió vender demasiado.
Thinking Heads ha ayudado a publicar más de un centenar de libros y su filosofía es que el libro "siempre forma parte de una estrategia de liderazgo para trabajar el posicionamiento del líder", como explica Romero-Abreu. "Es un activo más para el posicionamiento dentro de una estrategia más grande, además de lo que pueda aportar a la discusión social". Están los libros manifiesto político, como los de Barack Obama; las memorias, que no tienen demasiada tradición en España, aunque para Romero-Abreu deberían ser casi "una obligación"; y los libros hechos "durante", como el de Pedro Sánchez.
"Es como una sesión de fotos: se le maquilla y se le viste, pero sigue siendo él"
"Hay más honestidad de la que pensamos", coinciden fuentes editoriales. Para el presidente de Thinking Heads, en España el tabú es mayor, en parte, por la legislación, ya que en nuestro país el derecho de autor es inalienable. Pero él utiliza el ejemplo de una sesión de fotos. "Se recurre a maquilladores, estilistas o una iluminación concreta para que salga bien, pero el personaje sigue siendo él, aunque salga favorecido", explica. "Con los libros es parecido, no dudo que en el libro del presidente no haya un gran componente de él. Son piezas que apoyan al proceso de lanzamiento, pero las ideas son suyas".
No se trata de la obra de un académico, sino de alguien que ha adquirido conocimiento por la experiencia. "Cuando queremos que esas personas compartan sus experiencias vitales y su oficio no es escribir, pero su testimonio tiene valor, es normal que les ayuden profesionales; no es que llegue uno y le escriba el libro, hay un trabajo en equipo", concluye Romero-Abreu. Sin embargo, el tabú sobre los escritores fantasmas en España aún no ha desaparecido y sigue siendo un arma arrojadiza habitual para descalificar al adversario.
Falta mucho para que alguien como Irene Lozano pueda dar una entrevista a El Confidencial explicando cómo escribió Manual de resistencia o Tierra firme, pero se van dando pasos hacia la transparencia de la que sí gozan en la esfera anglosajona. El pasado 28 de noviembre, el BOE confirmaba como director del Departamento de Discurso y Mensaje del Gabinete de la Presidencia del Gobierno a Jesús Javier Perea, anteriormente Secretario de Estado de Migraciones y que ahora se encargará de supervisar, cuando no escribir él mismo, las alocuciones del presidente. El speechwriter, antes un oficio puramente fantasmal, ahora tiene galones.
*Como el lector habrá adivinado, Morocho, Bruno, Nero o Schwartz son todos sinónimos de "negro", el término más habitual para definir a quien se encarga de escribir un libro para otra persona. Todos ellos son personas absolutamente reales que, para este artículo, han declinado ofrecer su nombre a cambio de contar sus peripecias escribiendo páginas para que otro las firme.
Un día, a Morocho* le cayó entre manos un encargo. Venía de parte de un amigo suyo, que no podía hacerse cargo, así que se lo pasó a este periodista freelance. Un alcalde, ya retirado de la política, quería contar su historia en un libro. "Yo le planteé hacer una especie de gran reportaje", una no-ficción al estilo americano donde sus opiniones y los hechos estuvieran entreverados. "Entonces empezó a ponerme pegas. ¡Pegas de lugareño, del tipo 'hay que mencionar a este porque se portó bien conmigo, y elogiar al propietario de tal comercio, amigo de toda la vida'! Yo dimití", creativamente hablando. "Es decir, me limité a adecentar lo que él iba manuscribiendo y cobrar unos honorarios".
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