Es noticia
Esa gente que cambia de pareja cada seis meses porque se aburre
  1. Cultura
Héctor G. Barnés

Por

Esa gente que cambia de pareja cada seis meses porque se aburre

Dejamos libros a medias, series sin terminar, el plato a medias y las relaciones cuando nos aburren. En la Sociedad de los Comienzos repetimos inicios sin llegar al fondo de las cosas

Foto: Pareja temporada otoño-invierno. (Reuters/Yves Herman)
Pareja temporada otoño-invierno. (Reuters/Yves Herman)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

He mirado mi pila de libros por leer y me he dado cuenta de que, en realidad, la mayoría están leídos; eso sí, a medias. El marcapáginas suele asomar por algún punto intermedio del océano de páginas, generalmente más cerca del puerto de salida que de la orilla de llegada. En algún momento de esa travesía, decidí que había tenido suficiente y pasé a otra cosa. La mayoría son ensayos, pero también hay alguna que otra novela. Da igual, el sentimiento es el mismo: "Ya sé de qué va". Una aburrida familiaridad que me empuja a buscar otra cosa.

Hace poco hablaba con el periodista Sergio Fanjul de los librocachistas, esa gente (investigadores, profesores, libreros) que raramente termina un libro porque seleccionan lo que les interesa para hacerse una idea y dejan el resto. Algo que se extiende a otros campos: las estadísticas de las plataformas de streaming muestran que mucha gente presiona stop tras los primeros diez minutos. El periodismo se basa, precisamente, en saber que el lector nunca va a pasar del segundo párrafo. Si entonces no has contado lo que querías contar, probablemente nunca se vaya a enterar.

Así que me aplicaré el cuento: cada vez tengo más claro que vivimos en la Sociedad de los Comienzos, adaptando el afortunado término que emplea la escritora Anne Helen Petersen en la última entrega de su newsletter. La autora de No puedo más (Capitán Swing) cita una conversación entre Don Draper y la doctora Faye Miller en la cuarta temporada de Mad Men, cuando le dice que solo le gusta "el principio de las cosas". Hoy todos somos Don Draper porque estamos programados para disfrutar de los inicios y evitar los finales. Conozco, de hecho, a alguien que nunca llegó a ver el último capítulo de la serie para vivir siempre con la sensación de que no había terminado.

Se dice que vivimos en la sociedad de la novedad, pero creo que más bien lo hacemos en la Sociedad de los Comienzos. El ejemplo canónico es el del enamoramiento, que tiene la capacidad excepcional de ser cada vez muy parecido pero a la vez diferente. Una paradoja que genera entre algunos una especie de adicción que les lleva a repetir el mismo proceso de subidón de adrenalina y dopamina cada seis meses, el tiempo en el que ese efecto se desvanece de mano con la pasión y el misterio y el aburrimiento entra en escena. Por eso hay quien cambia de pareja con el ritmo de las estaciones, para estar constantemente enamorado.

Repetir inicios una y otra vez nos permite esquivar la tristeza de los finales

De ahí la fascinación por Rosalía y el tipo de los tatuajes o el ciclo infinito de novios de Taylor Swift. La cantante americana es una versión moderna del mito de Sísifo, obligado a empujar cada día una roca cuesta arriba que caía antes de llegar a la cima. La diferencia es que a todos, a ella incluida, cada vez nos gusta más ser Sísifo. Por eso hay tanta gente obsesionada por repetir inicios una y otra vez, porque nos permite esquivar el aburrimiento de los segundos actos y la tristeza de los desenlaces. Las comedias románticas no suelen ir de finales, sino de inicios, porque es más fácil saber cómo comienzan las cosas que cómo terminan.

Vivimos en una Sociedad de los Comienzos, entre otras razones, porque nos han acostumbrado a ello. Resulta muy evidente en los libros de ensayo anglosajones, donde uno puede leer veinte páginas y hacerse una idea bastante buena de lo que van a contar las 300 restantes. En la economía de la atención lo más importante es el inicio, los primeros párrafos, la primera secuencia o el arranque de la canción. Luego ya veremos cómo terminamos, como pensaron en algún momento los creadores de Perdidos o Juego de tronos, dos series con grandes arranques y olvidados finales que, como en esas relaciones amorosas que caducan a los pocos meses, prometían mucho más que lo que podían ofrecer.

placeholder Lo importante es el principio (porque vaya final). (HBO)
Lo importante es el principio (porque vaya final). (HBO)

Los oyentes de Spotify pasan una cuarta parte de las canciones durante los primeros cinco segundos. Como DJ, yo mismo nunca pincho una canción que no empiece por todo lo alto; nada de largas intros. Los principios nos dan una falsa sensación de conocimiento, de que abarcamos mucho. Son una buena inversión temporal porque eliminan la redundancia. Se decía de Godard que no es que hubiese leído mucho, sino que había leído muchas contraportadas de libros. La Sociedad de los Comienzos se alimenta de nuestra incapacidad para mantener la atención.

Rodeados de estímulos, vivimos muchos principios y casi ningún final. Lo normal es que nos dejemos cosas a medias, porque tenemos mucho donde elegir: la comida en el plato, las series a mitad de temporada, los videojuegos cuando nos aburren, las parejas sin saber hasta dónde podríamos haber llegado. ¿Cuántas veces hemos dicho eso de "este plato está bien en el primer pinchazo, pero te cansas rápido?" Por eso los economistas nos dicen que es preferible compartir, porque picar es un montón de comienzos y pocos finales.

Nos cuesta aguantar los silencios, las repeticiones, la recurrencia. No hay momento más revelador que esa primera vez en la que tu pareja te dice el primer "eso ya me lo contaste ayer" porque no se te ocurría nada nuevo de lo que hablar. Toda relación es un proceso de descubrimiento que nunca se acaba. Pero, en ocasiones, hay quien tiene la sensación de que se lo sabe todo pasados seis meses.

Cuando sabemos cómo funciona el mecanismo del reloj, pasamos a otra cosa

Yo también, claro, sufro esa enfermedad. Me pasa incluso con la ficción. Empecé a leer fascinado Arséne Schrawuen, el tebeo de Olivier Schrauwen, que me transportó a un tórrido mundo tropical entre lo sexual, lo pesadillesco y lo paradisíaco. Me ha costado terminarlo, porque pronto esa extrañeza se convirtió en familiaridad. Era un mundo raro, pero conocido. Creo que la mayoría no leemos novelas o vemos películas y series por saber cómo acaban, sino por sumergirnos en un universo que a diferencia del que vivimos no sabemos cómo funciona. Cuando abrimos el reloj y empezamos a entender cómo funciona el mecanismo, cuando somos capaces de anticipar las reacciones de nuestra pareja, nos aburrimos. Y a empezar otra vez.

Viviendo muchos inicios para evitar el fin

Hoy me obligo a llegar a los finales para curarme de esa enfermedad de los inicios y descubrir qué me habría perdido de haber bajado antes del barco. Me llevará tiempo, me aburriré y me costará, me repetiré que los últimos metros son siempre los más complicados, tendré la sensación de estar desperdiciando mi tiempo y de perder el coste de oportunidad de haber hecho cualquier otra cosa, pero intentaré llegar hasta el final.

El problema es que los finales son tristes porque nos recuerdan a la muerte, y vivimos en una sociedad que no tolera ni la tristeza ni la muerte, ni el tedio ni la falta de estímulos. Que vive a base de subidones de dopamina y de desvíos de atención, de estímulos puntuales y promesas que nunca llegaremos a saber si se cumplirán. No es casualidad que quien sea recriminado sea el mujeriego y promiscuo publicitario Don Draper, porque no hay otra industria donde los comienzos sean tan importantes como la de la "publi". La promiscuidad, al fin y al cabo, es vivir comienzos sin parar.

placeholder Don Draper, deconstruido. (Reuters/Kevin Lamarque)
Don Draper, deconstruido. (Reuters/Kevin Lamarque)

Hoy parece que la madurez es la acumulación de experiencias, no la profundidad de las mismas: como me dijo alguien alguna vez, parece que ha vivido más quien ha tenido veinte relaciones de medio año que quien ha tenido una de diez. De lo que no era consciente esa persona es de que el primero no ha pasado la primera pantalla del videojuego, que quizá se ha limitado a repetir la misma experiencia una y otra vez con pequeñas variaciones. Que nunca se adentró en la profundidad del bosque, pretendiendo repetir ese inicio donde todo es sencillo y fácil.

Porque solo al alcanzar el cierre que propician los finales podemos dar sentido a las cosas. En la Sociedad de los Comienzos nunca llegamos a ese momento en el que le damos significado a lo vivido, porque nos hemos cansado de ello antes, porque hemos abandonado antes de saber qué quería decir. Nos quejamos de que vivimos en un mundo sin significado, arbitrario y ambiguo, pero solo al final del camino descubrimos qué nos había llevado hasta ahí. En los finales hay una profundidad que nunca se encuentra en los comienzos.

He mirado mi pila de libros por leer y me he dado cuenta de que, en realidad, la mayoría están leídos; eso sí, a medias. El marcapáginas suele asomar por algún punto intermedio del océano de páginas, generalmente más cerca del puerto de salida que de la orilla de llegada. En algún momento de esa travesía, decidí que había tenido suficiente y pasé a otra cosa. La mayoría son ensayos, pero también hay alguna que otra novela. Da igual, el sentimiento es el mismo: "Ya sé de qué va". Una aburrida familiaridad que me empuja a buscar otra cosa.

Trinchera Cultural Relaciones de pareja Poliamor
El redactor recomienda