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En España va a haber más perros que niños, ¿y qué?
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Héctor G. Barnés

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En España va a haber más perros que niños, ¿y qué?

El discurso natalista apocalíptico se lleva las manos a la cabeza ante el aumento del número de perros, pero es la consecuencia lógica de determinados cambios sociales y económicos

Foto: ¿Símbolo de la decadencia de Occidente o simpático cánido? (Reuters/E. Gaillard)
¿Símbolo de la decadencia de Occidente o simpático cánido? (Reuters/E. Gaillard)
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Hace casi una década, entrevisté a uno de los grandes filósofos españoles vivos a propósito de su entonces último libro, que trataba sobre la domesticación de los humanos en la sociedad moderna. A medida que avanzaba la conversación, me iba dando cuenta de que en realidad lo que le preocupaban eran los perros. Concretamente, su humanización, y más concretamente, que sus dueños les vistiesen con ropitas ridículas. El filósofo volvía al tema una y otra vez, como una obsesión recurrente.

Creo que ha sido la única entrevista que no he llegado a transcribir. Tras terminarla, me pregunté hasta qué punto le podía interesar al lector un artículo que en su mayor parte iba a versar sobre cómo la moda canina estaba destruyendo Occidente, sobre todo cuando el libro contenía ideas mucho más interesantes. Colgué el teléfono aquel día con la sensación de que el agudo filósofo había escrito todas aquellas páginas simplemente para quejarse de algo que le molestaba mucho: que los perros lleven jersey. No me extrañó, por lo tanto, que en otra reciente entrevista con él, diez años después, el titular volviese a tratar sobre perros.

De todos los signos del fin del mundo (demográfico, moral, social) que suelen esgrimir los apocalípticos, el de la invasión de los perros frente a los niños quizá sea el más ridículo. Una crítica que suele englobarse bajo el término "mascotismo", que en sentido estricto se refiere a retener a animales salvajes en un entorno doméstico, fuera de su hábitat natural, pero que por lo general suele emplearse para criticar la humanización de los animales domésticos que, supuestamente, parecen valer más que los humanos.

La crítica al "mascotismo" es algo que une a la derecha y a la izquierda: los primeros, desde esa visión de la debacle demográfica que une lo religioso con lo económico (¿quién te va a pagar la jubilación?) en un engrudo natalista; los segundos, de una vertiente en ocasiones más rojipardista, porque lo identifican como una de las perversiones que ha generado el capitalismo neoliberal. Hasta Santiago Alba Rico tiene un artículo en el que aborda el tema del "mascotismo", eso sí, de forma menos gruesa que otros pensadores.

"El animalismo es una forma sofisticada de misantropía", dice Alejandro Pérez Polo

Akal acaba de editar Tú no eres especial, un ensayo del politólogo Alejandro Pérez Polo, cuyo subtítulo ya alude directamente al tema: Mascotas, selfies y psicólogos, los tres caballos del apocalipsis del individualismo moderno. El autor dedica un capítulo a los perros, a los que proporciona cualidades casi omnipotentes: tener perro responde "a mandatos hedonistas, individualistas, egoístas que configuran el ethos del neoliberalismo", escribe. También, "el animalismo es una forma sofisticada de misantropía". "Si queremos una existencia plana, infantil y vacía, optaremos por los gatos y los perros, que jamás nos fallarán", añade.

El autor clasifica a los animales junto a otros síntomas de la destrucción de lazos colectivos como los tatuajes, los libros de autoayuda, los viajes a la India, la comida vegana o las bebidas light. Lo hace con un tono admonitorio semejante al de la derecha natalista, según el cual nos hemos convertido en egoístas vanidosos incapaces de renunciar a nosotros mismos en aras de lo colectivo. Cita al Papa, que recriminó a una feligresa que le pidió bendecir a su animal que "muchos niños pasan hambre y usted está con el perrito". La mirada se dirige hacia el egoísmo de estos mascotistas, y no tanto a las razones que nos han llevado hasta una situación que muchos interpretan como negativa por defecto, sin darse cuenta de que el rol que juegan los animales es muy distinto al de hace unas décadas. En definitiva, que los tiempos han cambiado.

placeholder Por favor, qué majo. (Reuters/Jon Nazca)
Por favor, qué majo. (Reuters/Jon Nazca)

Ahí está, en mi opinión, el gran punto ciego de estos discursos: que siempre se centran en lo moral (en la moral de los demás) y obvian los factores económicos, políticos y sociales que lo explican, y que proporcionan explicaciones menos apasionadas. En otras palabras, que haya más perros y menos niños es la consecuencia de varios cambios sociales que han operado sobre nosotros, y no al revés, como si la abundancia de animales (o recurrir al psicólogo, o hacerse selfies) fuese la consecuencia del narcisismo de nuestras sociedades.

Porque en realidad, como me han explicado alguna vez varios sociólogos, no está tan claro que los perros sustituyan a los niños. Es más, si atendemos a los datos, hay mascotas en hogares de toda índole. Muchos de ellos (un 21%) están formados por parejas con hijos. Es bastante frecuente que la familia adopte o compre un perro para que el niño aprenda a relacionarse y respetar al Otro, con un ser que no es de su especie, pero que también requiere atención, cariño y cuidados. Aunque el hogar donde hay más mascotas es el de la pareja sin hijos (un 49%), el hogar unipersonal con animal es minoritario (un 9%).

Los expertos suelen incidir en que, más que una sustitución, las mascotas en los hogares son un paso intermedio antes de formar una familia o sirven para atenuar la soledad (no la provocan). No se puede entender el boom de los animales domésticos sin entender cambios determinantes de las últimas décadas, como la expansión de la vida urbana, la reducción del tamaño de los hogares, la dificultad para formar una familia o acceder a una vivienda en propiedad, el retraso en la emancipación de los jóvenes, la incorporación de la mujer al mercado laboral o el teletrabajo. Es una cuestión sociológica y económica, no filosófica.

Individualista es mantener que hay que tener hijos para mantener las pensiones

Es más, ese razonamiento que sugiere que tener mascotas es el reflejo de nuestro individualismo, pasa por alto que hay mucha gente que adopta un perro precisamente para estar rodeado de otras personas. En una interesante investigación, el profesor Pedro Tomé, antropólogo del CSIC, mostraba cómo, durante el confinamiento, una de las épocas más duras de la historia reciente, y en la que más segregados vivimos, el perro se convirtió en la excusa para relacionarse entre los vecinos de barrios como el de la Estrella, en Madrid. Los animales domésticos no nos separan, nos unen.

Mejor un perro bien cuidado que un niño dejado de lado

A mí, sinceramente, me parece que la abundancia de perros es el mero reflejo de determinada modernización social (con sus pros y sus contras) y no tanto el apocalipsis, ya que muestran que somos capaces de integrar otra clase de seres en nuestra vida de manera desinteresada. Lo que ha cambiado, afortunadamente, es la censura del maltrato sistemático a determinados animales, como ocurría con los galgos. Lo que sí me era terriblemente individualista y egoísta es esa visión utilitarista que solía existir de los animales en el ámbito rural, a veces reducidos a meras herramientas que se abandonaban cuando no daban más de sí.

Esa visión utilitarista es uno de los temas que la filósofa estadounidense Martha Nussbaum aborda en Justicia para los animales (Ediciones Paidós), la némesis perfecta de esos discursos natalistas escandalizados por la abundancia de animales. La autora recuerda en la introducción del libro algo que los críticos del "mascotismo" suelen pasar por alto, que es que durante el último medio siglo hemos aprendido muchísimo sobre los animales gracias a la ciencia. Por ejemplo, poseen una visión subjetiva de la realidad y sienten emociones casi sociales, como la pena o la empatía. Esas que, según los antimascotistas, los animales no son capaces de experimentar.

placeholder Marta Nussbaum, autora de 'Justicia para los animales'. (EFE/Robin Holland)
Marta Nussbaum, autora de 'Justicia para los animales'. (EFE/Robin Holland)

Individualista, capitalista y utilitarista es considerar que hay que tener más hijos para mantener el sistema de pensiones o la estructura económica tal y como la entendemos. No hay nada que nos una más con los demás, incluidos con otros seres humanos, que aceptar la responsabilidad de cuidar a un animal, de acompañarlo y de dejar que nos acompañe, de garantizarle una vida feliz, de compartir su felicidad con el resto de la familia, amigos y desconocidos con los que nos cruzamos en el parque.

Todo esto lo escribe alguien que nunca tendrá perro porque les tiene alergia. Alguien que, de hecho, de pequeño sufría un miedo atroz a esos animales, por razones que nunca llegué a entender. Pero mejor eso que la gente que prefiere hacer pasar sus manías por teorías, que ignora la realidad social y las complejidades humanas para vestir de filosofía lo que no son más que manías. En muchos casos, la herencia de un pensamiento de otra época y de otra clase de sociedad. Para decir que no te gustan los perros, no hacen falta tantas alforjas.

Hace casi una década, entrevisté a uno de los grandes filósofos españoles vivos a propósito de su entonces último libro, que trataba sobre la domesticación de los humanos en la sociedad moderna. A medida que avanzaba la conversación, me iba dando cuenta de que en realidad lo que le preocupaban eran los perros. Concretamente, su humanización, y más concretamente, que sus dueños les vistiesen con ropitas ridículas. El filósofo volvía al tema una y otra vez, como una obsesión recurrente.

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