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Esa gente que deja de creer en el amor cuando dos famosos se separan
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'TRINCHERA CULTURAL'

Esa gente que deja de creer en el amor cuando dos famosos se separan

Lo bueno y lo complicado del amor es que cada pareja se inventa a sí misma, pero nuestra obsesión por mirar a los demás nos lleva a un círculo vicioso sin fin de ilusión y desencanto

Foto: Rosalía en plena actuación, Suiza. (EFE/EPA/Di Nolfi)
Rosalía en plena actuación, Suiza. (EFE/EPA/Di Nolfi)
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Estuve a punto de escribirlo en su día, pero preferí no hacerlo, porque tengo miedo a sonar como el amargado que a veces soy: todo el rollo del compromiso entre Rosalía y Rauw Alejandro, por mucho que admire a la cantante, me sonaba impostado, exhibicionista, un amor de cara a la galería diseñado por una agencia de marketing que utilizaba esa discutible idealización del amor ajeno para viralizar un producto musical.

Rosalía decía a su prometido en un programa de televisión que "había perdido la fe en la masculinidad, pero fue conocerte y eso cambió" y la respuesta en redes fue: "Ojalá tener lo que ellos tienen" (suspiro).

Si nos decepcionan las rupturas de los demás es porque nos recuerdan a las nuestras

Si lo hubiese escrito, hoy podría decir que ya lo dije. Pero aquí lo que importa no es tener la razón, sino cómo en un momento en el que en teoría somos más maduros sentimentalmente que nunca, sabemos a qué podemos aspirar en el amor y a qué no, que el amor no puede redimir a nadie que no se haya redimido antes a sí mismo, en el que el feminismo ha puesto en cuestión las opresiones del amor romántico, hemos caído en una rueda de idealización y decepción que se pone a girar cada vez que una pareja de famosos rompe.

A mí el tal Rauw me sigue pareciendo más o menos el mismo trozo de carne con ojos que me parecía hace unos meses. Lo llamativo es su repentina caída en desgracia tras su elevación a los altares, consecuencia de la proyección en dos desconocidos de todas esas mochilas emocionales que arrastramos. Si nos decepciona tanto una ruptura, una infidelidad o un desencuentro ajeno, es porque nos recuerda a los nuestros propios.

De igual manera que el amor idealizado que presentaba el videoclip de Beso era tan aspiracional como soñar con una casa con piscina, un ascenso laboral o un viaje a un destino exótico ("quiero lo que ellos tienen"), la ruptura de esa relación idealizada nos devuelve a esa gris realidad en la que todos somos vulnerables, falibles, mentirosos, inseguros y en la que torpedeamos nuestras relaciones sin que lleguemos a saber muy bien por qué.

Quizá porque la gran tragedia del amor es que el deseo siempre es de otra cosa, siempre preferiremos la imagen ideal que nos hemos hecho de otra persona (y que la desilusionante realidad aún no ha desmentido) que esa imagen decepcionante que provoca la fricción, tras ver el lado que no nos gusta de los demás.

El "ojalá tener lo suyo" se convierte en "yo dejo de creer en el amor"

Por eso la respuesta es tan agresiva, cercana a la rabia, el desprecio y la venganza, porque rompe con esa imagen esculpida a base de filtros de belleza de una relación que, como todas las relaciones, oculta al exterior sus desencantos. Así que el "ojalá tener lo que ellos tienen" se ha convertido en "yo dejo de creer en el amor", "todos son iguales" o "si hasta ellos lo han dejado, ¿quién no lo va a dejar?".

Mensajes que no dejan de ser el reverso de aquella idealización tóxica al olvidar que lo bonito y complicado del amor es que cada relación inventa sus propios misterios, límites y potencialidades. Por eso es tan inútil tomar como modelo amores o amistades ajenos, porque solo puede conducir a la frustración cuando nos damos cuenta de que cada pareja triunfa a su manera pero todos fracasamos igual.

Sin embargo, identificamos el amor moderno con esos alardes románticos que nos hemos acostumbrado a observar e incluso difundir y que han pasado a formar parte de ese repertorio de cosas fotografiables que son el amor. La sorpresita en casa al volver del trabajo, el poema escrito en un cuaderno a la espera de ser descubierto, el selfie en la cama revuelta. La fotografía haciendo kayak en Tailandia y el "por muchos años más de locuras" tras una cena en la Tagliatella.

La diferencia con la comida en el restaurante de moda o el festival de música del verano es que el amor no es fotografiable, así que tenemos que retratarlo a través de esos tópicos que los famosos han viralizado, en versión low cost. Pero el amor suele conducirse la mayor parte del tiempo en complicidades invisibles, gestos insignificantes para la mirada ajena, pero cargados de significado para quien los entiende, instantes inesperados de sintonía completa. Solo de vez en cuando nos apetece hacernos una foto para convertir en visible lo invisible. Tampoco se nos puede reprochar.

La maldición de las parejas perfectas es que el resto proyecta sus ilusiones en ellas

Esa mitificación de las relaciones ajenas conlleva la subestimación de las propias, porque uno conoce sus rincones oscuros pero hace lo posible por ocultarlos de los demás. Es la diferencia entre Rosalía y Rauw Alejandro y los protagonistas de Poquita fe, entre la cultura de la celebridad que apela a nuestro deseo de vivir un amor perfecto y la triste realidad de un viernes por la noche comiendo magdalenas en el sofá, agotados.

Con lo bien que estaban y lo dejaron, te has enterado, qué habrá pasado, cómo ha podido ocurrir, qué pena. La maldición de las parejas perfectas (y a mí me han dicho muchas veces que la mía lo era) es que sientes cómo los demás proyectan sus esperanzas y anhelos en ti y, claro, tienes que estar a la altura. Pero cualquier pareja, incluso la mejor, puede romper, y ni siquiera tiene que hacerlo por ninguna buena razón.

Ilusiones y decepciones

Hay algo de pesadilla distópica en la forma en que mucha gente ya había reparado en la ruptura de Rosalía y el otro señor antes de que se anunciase. Bastaba con bucear un poco en sus redes sociales, ver algún vídeo de conciertos recientes y reparar en aquello que estaba pero ya no está para darse cuenta de que algo pasaba. Es una pesadilla porque cuando el amor idealizado se despliega de forma exhibicionista, la pareja está obligada a emitir sin parar signos de su amor para sortear toda sospecha. Pero uno nunca puede estar a la altura de sí mismo.

Aunque lo finjamos, en el amor no pensamos en Eva Illouz sino en Shakira

En realidad, nos puede pasar a cualquiera. Publicaciones borradas, unfollows sospechosos, likes que antes se daban y se dejan de dar, interacciones que antes eran frecuentes y que dejan de serlo, son los signos que vamos dejando y que muestran que algo se ha roto. De igual forma que en el siglo XXI todos somos productores de contenido, esa hipervisibilidad de todos los aspectos de nuestra vida provoca que quien quiera, pueda averiguar sin mucho esfuerzo los detalles de nuestra vida personal y profesional.

En la cultura de la celebridad todos imitamos a los famosetes porque al fin y al cabo la gente no se enamora siguiendo las reflexiones sociológicas de Eva Illouz sino las canciones de Sebastián Yatra o los despechos de Shakira, según el caso. Son las narraciones en las que nos reflejamos y que nos permiten interpretar nuestros sentimientos, nuestras aspiraciones y decepciones. Las que nos dejan soñar que podemos tocar las estrellas y descubrir que cuanto más cerca del Sol volamos, más fácil es quemarse.

Quizá esta tensión resuma cómo vive mucha gente el amor hoy, como una sucesión de ilusiones y decepciones sin fin en la que aspiramos a algo imposible de conseguir y nos desengañamos al ver que no es tan inalcanzable siempre y cuando rebajemos nuestras irrealizables expectativas. Por eso nos gusta tanto el amor idealizado, porque es tan imposible que no nos podemos sentir mal si no lo alcanzamos. O como tuiteaba Rosalía citando a Lacan, "el amor es dar lo que no tenemos a alguien que no lo quiere".

El otro día, Laura Escanes publicó un vídeo en el que Álvaro de Luna le cantaba en pleno escenario Todo contigo, una canción dedicada a su relación: "Yo quiero darte mi amor toda mi vida, toda mi vida". La respuesta, "ojalá tener lo que ellos tienen". Las ruedas de la idealización y la decepción han vuelto a ponerse a girar. Dentro de unos meses sabremos cuánto ha durado exactamente "toda mi vida".

Estuve a punto de escribirlo en su día, pero preferí no hacerlo, porque tengo miedo a sonar como el amargado que a veces soy: todo el rollo del compromiso entre Rosalía y Rauw Alejandro, por mucho que admire a la cantante, me sonaba impostado, exhibicionista, un amor de cara a la galería diseñado por una agencia de marketing que utilizaba esa discutible idealización del amor ajeno para viralizar un producto musical.

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