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¿Le gustaría tener acceso a los recuerdos de los demás a cambio de que vean los suyos?
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¿Le gustaría tener acceso a los recuerdos de los demás a cambio de que vean los suyos?

La escritora Jennifer Egan imagina una tecnología para conservar memorias y compartirlas en 'La casa de caramelo', una de las diez mejores novelas de 2022 para 'The New York Times'

Foto: La escritora Jennifer Egan. (Van Hattem)
La escritora Jennifer Egan. (Van Hattem)

Imagínese un bonito y brillante cubo en cuyo interior pudiera almacenar todos y cada uno de sus recuerdos y sumergirse en ellos cuando le apeteciera. Fantástico, ¿verdad? Solo habría un pequeño problema: también los demás podrían acceder a sus memorias y, en última instancia, a su yo más profundo, a su esencia, a su inconsciente. Al fin y al cabo, ¿no somos la suma de nuestros recuerdos? "El recuerdo es el diario que todos cargamos con nosotros", en palabras de Oscar Wilde.

La aclamada escritora estadounidense Jennifer Egan (Chicago, 1962) ha imaginado cómo funcionaría esa gigantesca base de datos colectiva de recuerdos. Lo hace en La casa de caramelo (Salamandra), una vibrante novela declarada por The New York Times uno de los diez mejores libros de 2022 y que, aunque se puede leer de manera independiente, es la continuación de El tiempo es un canalla, el libro con el que en 2011 Egan ganó el premio Pulitzer.

placeholder Portada de 'La casa de caramelo', la nueva novela de Jennifer Egan.
Portada de 'La casa de caramelo', la nueva novela de Jennifer Egan.

Mandala, liderada por una especie de Mark Zuckerberg negro, es la compañía que en La casa de caramelo ha creado esa nueva tecnología, apta solo para mayores de 21 años. La herramienta ha sido bautizada como Aprópiate del Inconsciente y además de permitir externalizar los recuerdos y revisitarlos cuando uno desee, cuenta con una función adicional que acaba revelándose esencial: la Conciencia Colectiva. Porque cuando un usuario sube a la nube sus recuerdos, eso le permite acceder como si viera una película a las memorias de todo el resto del mundo, vivo o muerto, que haya hecho lo mismo. "¿Y quién podría resistirse a acceder a la conciencia colectiva a cambio de un precio tan ínfimo como permitir que indaguen de manera anónima en la nuestra?", como dice uno de los personajes de La casa de caramelo.

"Este año he cumplido 60. Será cosa de la edad, no lo sé, pero de pronto empecé a pensar en cosas que habían ocurrido hace décadas, en gente que había conocido hace años, en las personas con las que estuve cuando siendo adolescente viajé por Europa, en un chico que conocí en un concierto… ¿Qué habría sido de ellos? No había manera de encontrarles, ni siquiera a través de las redes sociales", nos cuenta Jennifer Egan por videollamada. "Se me ocurrió que estaría bien escribir sobre una tecnología que te permitiera conservar recuerdos y compartirlos. Una amiga de mi infancia murió; yo ya no estaba en contacto con ella ni con su familia y pensé en lo mucho que me gustaría pasarle mis recuerdos de ella a sus seres queridos. Fueron ese tipo de preguntas, las que me llevaron a imaginar esa herramienta", subraya.

"Hoy ya tenemos muchas formas de saber lo que realmente piensa la gente, pero ¿queremos saberlo? Puede ser muy doloroso", advierte Egan

Charlene, uno de los personajes de La casa de caramelo, usa por ejemplo la tecnología para bucear en los recuerdos de un viaje que su padre hizo con unos amigos. Cuando su padre murió, Charlene autorizó la difusión anónima e íntegra de su conciencia en el colectivo. A cambio, eso le permite buscar recuerdos por fechas, horas y coordenadas geográficas. Así, localiza los recuerdos de los tres amigos que un día de junio de 1965, cuando ella tenía 6 años, acompañaron a su padre a un bosque cerca de Eureka, en California, para visitar a unos bohemios que allí cultivaban marihuana. Ni ese bosque existe ya ni vive ninguno de los cuatro amigos que entonces lo visitaron. Pero gracias a la nueva herramienta, puede bucear en sus recuerdos de ese viaje.

A Egan le ha divertido imaginarse esa tecnología, pero no le gustaría que existiera en realidad. "Debemos tener cuidado. Hoy ya tenemos muchas formas de saber lo que realmente piensa la gente, pero ¿queremos saberlo? Puede ser muy doloroso. Yo tengo por ejemplo una regla: nunca miro lo que dicen en Amazon las personas que han leído mis libros. A veces pueden ser brutales y no, no quiero saberlo. Además, no escriben eso para mí, lo escriben para ayudar a otras personas que leen libros. Si decido leer eso, estoy eligiendo entrar en los pensamientos de una persona y puede ser doloroso. ¿Por qué querría hacerlo?", se pregunta.

placeholder La escritora Jennifer Egan. (Van Hattem)
La escritora Jennifer Egan. (Van Hattem)

Sin duda, el poder vagar por los recuerdos propios y por los extraños vericuetos de las mentes ajenas conlleva ciertas ventajas: permite resolver decenas de miles de crímenes, erradica casi totalmente la pornografía infantil, reduce los casos de Alzheimer y de demencia senil y ayuda a averiguar el paradero de multitud de personas desaparecidas.

Guerrilla de resistencia

Pero en La casa de caramelo también hay quienes se resisten a almacenar sus recuerdos y a compartirlos con los demás, personas que todavía sienten un extraño apego por su intimidad y que consideran sus memorias como algo estrictamente privado, personas que quieren seguir teniendo secretos. Llega incluso a surgir una especie de guerrilla, Mondrian, para ayudar tanto a quienes desean preservar sus memorias en su cerebro y solo para ellos mismos como para echar una mano a quienes en algún momento aceptaron descargar sus recuerdos en la nube y ahora quieren dar marcha atrás. Los seguidores de Mondrian hablan de libertad frente a vigilancia; los partidarios de la nueva tecnología, de colaboración frente a exilio.

"Siempre que hay una nueva tecnología hay cierta resistencia, siempre hay gente que no quiere participar, y lo quería reflejar en el libro", explica Egan, quien se declara ajena a las redes sociales. "Me aburren".

Sin embargo, Egan es consciente de que las nuevas tecnologías tienen un impacto. "Desde el cine a la televisión, pasando ahora por las redes sociales, todo ello tiene un profundo impacto en la experiencia de ser seres humanos. Pero no sé exactamente cuál es ese impacto. Por otro lado, también creo que básicamente somos los mismos, que no hemos cambiado mucho, que hay una parte privada de la experiencia humana que no puede ser violada. Las redes sociales están cambiando el modo en que vivimos, están cambiando cómo gastamos nuestro tiempo, pero ¿están cambiando quienes somos? Es difícil de decir. En las ficciones del siglo XIX se creía que la gente no podía cambiar. Y probablemente sea verdad".

"Yo tengo mucha fe en los seres humanos. Somos capaces de grandes cosas, de resolver problemas complicados"

Pero ¿podría tratarse de una premonición y surgir en breve en la vida real una tecnología similar a la que se narra en La casa de caramelo? Al fin y al cabo, Jennifer Egan incluía entre los personajes de su novela Look at me (2001) a un terrorista que fantaseaba con hacer saltar por los aires el World Trade Center de Nueva York, y justo unos meses después tuvo lugar el 11-S. "No, no soy clarividente. Simplemente, respondo a las mismas fuerzas culturales a las que todos nos enfrentamos, igual que hacen los terroristas o los inventores", destaca la escritora.

En cualquier caso, y en contra de lo que pudiera parecer, La casa de caramelo no es una distopía. Y eso que su título alude al famoso cuento de Hansel y Gretel de los hermanos Grimm (ya sabe: dos hermanos que encuentran en el bosque una casita de chocolate en la que vive una anciana que resulta ser una malvada bruja) y actúa como una señal de peligro ante las nuevas tecnologías. Pero no es solo eso. "El título me gusta porque funciona de varios modos. Tiene el punto icónico, casi mitológico. Pero a mí también me gusta el caramelo. Y, además, en Estados Unidos a veces se llama a la droga caramelo, y en este libro hay mucha adicción", revela Egan. "No me interesan las distopías, no sé por qué. Respecto a las nuevas tecnologías, mucha gente piensa que solo pueden ir mal. Pero yo tengo mucha fe en los seres humanos. Somos capaces de grandes cosas, de resolver problemas complicados. Y ahora tenemos que ser geniales, porque o resolvemos el problema del cambio climático o desapareceremos".

Imagínese un bonito y brillante cubo en cuyo interior pudiera almacenar todos y cada uno de sus recuerdos y sumergirse en ellos cuando le apeteciera. Fantástico, ¿verdad? Solo habría un pequeño problema: también los demás podrían acceder a sus memorias y, en última instancia, a su yo más profundo, a su esencia, a su inconsciente. Al fin y al cabo, ¿no somos la suma de nuestros recuerdos? "El recuerdo es el diario que todos cargamos con nosotros", en palabras de Oscar Wilde.

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