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No hables de tu pueblo si no quieres que se te llene de turistas
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Héctor G. Barnés

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No hables de tu pueblo si no quieres que se te llene de turistas

Antes presumíamos de nuestro lugar de origen, pero cada vez es más frecuente que lo ocultemos para que no se ponga de moda y se llene de turistas destructores

Foto: Obviamente, Tudela. (EFE/Mikel Arilla)
Obviamente, Tudela. (EFE/Mikel Arilla)
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"Las fiestas de Villarriba son las mejores". "No, no, las de Villabajo son mucho mejor". "No, te digo yo que Villarriba". "Qué va, Villabajo". "Villarriba". "Villabajo". "Villarriba". "Villabajo".

Hace no tanto tiempo, incluso ayer mismo, lo habitual era presumir de pueblo porque en el fondo era presumir de uno mismo. De tus raíces, de tu familia, de tu propia identidad. Así que le dábamos la tabarra a la gente con nuestro pueblo, ese que debía visitar si quería saber lo que era bueno de verdad. Cada localidad tenía algo de lo que presumir: una gastronomía, una fiesta, una iglesia. Por definición, un pueblo estaba olvidado, así que había que hablar de él siempre que hubiese ocasión.

Este año he percibido otra tendencia totalmente opuesta: la de ocultarlo. Una amiga me contaba que se resistía a dar el nombre de su pueblo cuando le preguntaban por él porque no quería que se empezase a llenar de turistas y que dejase de ser un paraíso natural para convertirse en otro destino turístico rural más.

Algo parecido le ocurría a otra amiga, que no publicaba las ubicaciones de los destinos de su viaje a Grecia para que no se llenasen de gente, como ya había ocurrido en otros destinos masificados. Hay más, como esos tuits que intentan disuadir de forma irónica a los turistas de que acudan a determinadas localidades españolas. Aquí no, que te mandan a la cárcel. Circulen, no hay nada que ver en Valencia.

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Habrá a quien le suene elitista, pero en el fondo es otra de las paradojas de esa gran paradoja que es el turismo de masas moderno, la de viajar por todo el mundo sabiendo que ese desplazamiento contribuye a la destrucción ambiental y económica de los destinos que visitamos.

Un buen día descubrimos que ya no podemos vivir en el lugar en el que vivíamos

Cada vez tenemos una conciencia más clara del efecto que causa el turismo en nuestros propios lugares de origen, especialmente en nuestro país, sobre todo en nuestro país. Como dice Jorge Dioni, "la materia prima de España es España". Una materia prima que va devorándose poco a poco a medida que el rodillo del turismo y la construcción arrasa con todo.

Al principio, el turismo llegaba sobre todo a las grandes ciudades monumentales. Luego empezó a arrasar con el litoral, de la Costa del Sol a Baleares pasando por Benidorm, lugares que pasaron de ser pequeños pueblos que vivían de la agricultura y la pesca a convertirse en monstruos irreconocibles para sus antiguos habitantes, pesadillas arquitectónicas que han terminado destruyendo no solo el paisaje y su medio ambiente, sino también las expectativas vitales de sus habitantes que un buen día descubren que ya no pueden vivir en el lugar donde siempre han vivido.

placeholder El filósofo Glenn Albrecht, creador del concepto 'solastalgia'. (CC/Halans)
El filósofo Glenn Albrecht, creador del concepto 'solastalgia'. (CC/Halans)

Ana Geranios describe a la perfección en Verano sin vacaciones. Las hijas de la Costa del Sol (Piedra Papel Libros) cómo el boom del turismo en la costa de Málaga pasó de ser una bendición para sus habitantes por las posibilidades laborales (y de diversión) que ofrecía a una pesadilla, al elevar los precios y convertir un entorno idílico en una máquina de hacer dinero a costa de sus habitantes, que ya casi ni pueden pagarse una casa en su pueblo de origen.

El filósofo Glenn Albrecht acuñó el término solastalgia, la "añoranza del hogar en el hogar", para referirse a esa sensación de sentirse extranjero en tu propia casa. Aunque utilice el ejemplo del pueblo indígena Hunter de Gales del Sur, devastado por la construcción de minas a cielo abierto, también puede aplicarse al turismo. Cada vez más españoles, especialmente los que se criaron en la costa o en determinados barrios del centro de las ciudades, sienten más solastalgia al ver cómo sus lugares de origen se han convertido en decorados para turistas.

Un día aparece una casa rural, y al siguiente está el pueblo lleno de domingueros

Los ciclos del turismo son los del capitalismo colonial y su hambre implacable: descubrir un lugar, identificar su riqueza, esquilmarla hasta la última gota y abandonarla cuando ya no quede nada que aprovechar. Los turistas hacen lo mismo cuando empiezan a esquivar los lugares saturados de otros turistas como ellos y se lanzan a buscar destinos alternativos, esos destinos cuyos habitantes ahora borran sus nombres de los carteles para evitar llamar la atención.

Secretos a la vista de todos

¿A quién deberíamos hablar entonces de nuestros pueblos? La clave probablemente se encuentre en que no trascienda demasiado de forma online, donde cualquier cosa puede viralizarse de un día para otro y encontrarnos, porque ha salido en un artículo cualquiera, con qué miles de personas se han dado cuenta de que necesitan pasar su domingo en Peralejos de las Truchas.

placeholder Fotos en la instagrameable Brihuega. (EFE/Fernando Villar)
Fotos en la instagrameable Brihuega. (EFE/Fernando Villar)

Esta clase de proceso era más común, como hemos dicho, en la costa, porque durante mucho tiempo el sol y la playa fueron el principal reclamo para guiris con ganas de enrojecerse al tinto de verano y locales con dinero en el bolsillo que les permitía comprarse un apartamentito en la playa. Sin embargo, es cada vez más común en los pueblos del interior, esos grandes olvidados. Un buen día aparece una casa rural, y luego otra, y de repente una recomendación en una guía, y más pronto que tarde te encuentras con que tu pueblo está de moda.

No deja de ser otra manifestación de la cultura del eventillo, esa que nos ofrece cada fin de semana algo distinto que hacer y que hacemos sin saber muy bien por qué, la que genera de un día para otro, necesidades que no teníamos. Así, los vecinos de Brihuega se encuentran con que tienen la localidad llena de fanáticos del color lavanda, a lo que municipios del resto de España se suman intentando conseguir que les caiga algo de la pedrea de ese Gordo sin darse cuenta de que la saturación solo beneficia a unos pocos y perjudica a muchos.

No hay un lugar de España que esté a salvo de la solastalgia

Perjudica a todos esos que un buen día se dan cuenta de que su infancia se ha transformado en un producto, que ya no reconocen el lugar donde se criaron y que tal vez ellos mismos han contribuido a esa destrucción. Esto ocurre en la costa, en los pueblos, pero también en los barrios gentrificados y en el centro de la gran ciudad, donde antes vivían personas y ahora solo hay alojamientos turísticos. No hay ningún lugar donde uno esté a salvo de sufrir solastalgia. Entonces mejor guardar silencio. Quizá sea mejor que la España vaciada no se llene de golpe.

"Las fiestas de Villarriba son las mejores". "No, no, las de Villabajo son mucho mejor". "No, te digo yo que Villarriba". "Qué va, Villabajo". "Villarriba". "Villabajo". "Villarriba". "Villabajo".

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