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Cristina Pedroche, un posparto con derroche
  1. Cultura
Galo Abrain

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Cristina Pedroche, un posparto con derroche

La presentadora, tres semanas después de dar a luz, publicó en redes unas imágenes en las que lucía un cuerpo divino que, según ella, era solo producto del esfuerzo y la dedicación. El jarro de agua fría ha sido imparable

Foto: Cristina Pedroche en sus redes sociales presumiendo de figura. (Instagram)
Cristina Pedroche en sus redes sociales presumiendo de figura. (Instagram)
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La tripita tersa. El culito firme. La piel morena. Los pechos de nube. Cristina Pedroche está, dos semanas después de parir, mejor que tú tras dos años de detox y gimnasio tres veces por semana. ¿Acaso es magia de lo que hablamos? ¿Le tiró los trastos al maligno y este le dio sus atractivas bendiciones? No. Cristina, por más que venda la moto de la autosuperación, solo tiene un truco. Se llama: dinero.

La marimorena que se ha montado con la presentadora vallecana tiene su origen en un tuit. En él se la ve luciendo su cuerpo postparto como si se tratara de una exhibición de culturismo. Hasta aquí todo bien. Cristina, no nos engañemos, está rica con avaricia, y vive de estar rica con avaricia y vive de que los demás veamos lo rica con avaricia que está y de que muchas mujeres quieran estar así de ricas con avaricia. Vamos, que lo suyo es ir de rica y avariciosa.

La metida de gamba ha sido el texto que ha acompañado a las imágenes. "3 semanas y dos días de posparto/ Aquí no hay suerte ni milagros, hay mucha preparación antes y durante el embarazo/ Vida saludable, deporte, comida sana y meditación". Yo no he sido madre, ni creo que me vaya a embarazar (desde crío, Schwarzenegger en Junior me dejó tocado). Pero de haberlo estado las palabras de Pedroche, seguro, me habrían puesto la sangre al punto de ebullición. Y lo más gracioso es que no tengo ni por qué explicarlo. La sobrada, para cualquier terrícola con menos de seis ceros en el banco, se saborea sola.

¿Vida saludable, deporte, comida sana y meditación? La hostia, Cristina, lo que ya le cuesta a la mayoría hacer sin tener una metafórica bolsa de canguro con sorpresa colgando del brazo día y noche, fardas tú de resolverlo entre berridos, insomnio, malabarismos laborales y una posible depresión por agotamiento… Oh, espera, claro, lo de los malabarismos laborales y la resolución de las incómodas lides de la maternidad a ti te tocan en un margen privilegiado. Y, ojo, no digo que debas pedir disculpas por ello, pero sí tomar conciencia de tu particularidad.

Creo que el patinazo de la presentadora está, como es costumbre, en el discurso. La lengua es una amante caprichosa, capaz de planchar una alfombra hacia la cumbre o taladrar un agujero hasta el fango. Por eso hay que respetarla, humillarla cuando es conveniente, pero sobre todo medirla mucho. Cristina Pedroche podría haber evitado zambullirse en semejante berenjenal tan solo adaptando el mensaje. Si en vez de "aquí no hay suerte ni milagros", hubiese escrito: "Tengo mucha suerte de contar con el milagro de mi situación", arrea, la recepción hubiese sido bien distinta.

La cagada, porque no tiene otro nombre, reside en la generalización solemne de sus palabras. No en el cuerpo que tenga la chanza de poder lucir, ni en que lo haga. Ese "aquí no hay suerte ni milagros" hace indirectamente partícipe a todas las madres de España, independientemente de su situación socioeconómica. Porque, efectivamente, lo de Cristina es una suerte y un milagro, nada más sea porque representa solo al 1% de la población.

Estoy seguro de que no había en Cristina Pedroche atisbo alguno de maldad. Mala sangre ninguna. Seguro. Vivir en una pompa donde te desentiendes de la realidad te aleja de ella. Para bien, porque la realidad suele ser una mierda, para mal, porque a lo que quieres hacer un guiño a quienes viven en ella tartamudeas idioteces como esta. Las influencers deberían, de tanto en tanto, y aunque les suponga un esfuerzo más allá de su onanismo superficial, pisar la tierra para darse cuenta de que no pueden mostrarse como ejemplos cuando solo pueden ser ejemplos para ellas mismas. O para las cuatro gatas sexypijas que gozan de esas dos cotizadas joyas que te da el dinero: tiempo y libertad.

También es cierto que en la empresa de hacer de la esperanza y la envidia un negocio, cuanto más lejos estés de la realidad mejor. A mí se me caería la jeta de vergüenza si estuviese vendiendo filetes de Kobe que, en boca ajena, solo pueden ser carnaza de impresora 3D antes destinada a la frustración y la paranoia, que a saciar. Entiendo, por tanto, que, en pro de su beneficio económico, se polaricen lo más oscuras posible las lentes para mirar el mundo sobre el que levitan.

Porque el optimismo cruel de Cristina es esa pirueta inocente, pero dura, que acaba mandando al pastillero de Eskatimana a más de una

Hay quien alegará que confundir la excepción de Pedroche con lo popular es como colarse en una cámara de pruebas nuclear y esperar salir con el cuerpo del Doctor Manhattan. La sugestión puede ser, no obstante, un virus muy perro y escurridizo, capaz de infiltrarse inesperadamente en las mentes más precavidas. Al final, incluso si lees entre líneas, puedes llegar a hacer una hoguera con tu autoestima. Terminar preocupándote antes por tu físico que de tu hijo. Porque el optimismo cruel de Cristina es esa pirueta inocente, pero dura, que acaba mandando al pastillero de Eskatimana a más de una.

A quienes son reflejos de influencia en la población no está de más reclamarles un puntito de responsabilidad. El sentimiento de desbanco que puede inundar a una mujer quien, por mucha meditación que haga, ve su tripa como un mapa a relieve de los Pirineos, cabe ser brutal. Incluso lejos de la pasta, el cuerpo es una lotería. Hay fofisanos que no perderán el buche hasta que no condenen su vida a cincelar los abdominales, y otros podrán rebozar el pan en queso chédar cada comida y seguir manteniendo cuerpo de boli BIC. No se puede hacer una norma de todo.

Vale que Cristina Pedroche ponga por delante en sus declaraciones, a posteriori, que ella habla solo de su caso. "Yo soy yo y mis circunstancias", que decía Ortega, pero cuando tu labor pasa por hacer de tu circunstancia un baile de exhibicionismo al que le plantas un cartel con reglas motivacionales, has de estar preparada para que la gente se pique. Y no vengo yo aquí a justificar las palanganas de mensajes odiosos que se han vertido sobre ella. A esos puerta y unas pirulas de aquilea concentrada.

Foto: Así regulará Francia la actividad de los ‘influencers’ gracias a esta ley (zinkevych para Freepik)

Por otro lado, iba a tenerlo chungo de todas formas. Hubiese puesto lo que hubiese puesto, la gente se le habría tirado al cuello. De haber salido con un cuerpo escombro desahuciado de atractivo, no habrían faltado garrulos echándole en cara su, por otro lado, más que justificada, degradación física. Aunque, todo sea dicho, su trabajo es hacer ruido y que su nombre suene, cosa que habría logrado de cualquier forma. Cristina, monetizando un cuerpo de maniquí o la crudeza habitual del embarazo, salía a ganar.

Supongo que ser madre me parece una tarea ya lo suficientemente complicada per se, como para andar teniendo que compararse. Pero ese es el trabajo de las/los influencers; que te compares, que los imites, que aspires a ser igual —incluso aunque lo tuyo sea postear escarnios; confiesa amiguito, que tu rabia hiede a envidia malsana—. Pero hay cosas como el parir y sus delicias en las que, si no te vas a callar, ¿qué menos que vigilar lo que dices?

Ah, y a toro pasado, ahuecar los victimismos, por favor. Nada de lloriqueos desde la torre de marfil. Un chantaje que pienso, por fortuna, cada vez se cree menos gente…

La tripita tersa. El culito firme. La piel morena. Los pechos de nube. Cristina Pedroche está, dos semanas después de parir, mejor que tú tras dos años de detox y gimnasio tres veces por semana. ¿Acaso es magia de lo que hablamos? ¿Le tiró los trastos al maligno y este le dio sus atractivas bendiciones? No. Cristina, por más que venda la moto de la autosuperación, solo tiene un truco. Se llama: dinero.

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