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Origen e historia de las vacaciones: ¿cuándo empezamos a viajar por placer?
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De turismo al pasado

Origen e historia de las vacaciones: ¿cuándo empezamos a viajar por placer?

Aunque parece que llevamos yendo a la playa o a la montaña toda la vida para descansar y divertirnos, realmente es una costumbre relativamente nueva que despuntó hace menos de un siglo

Foto: Fuente: iStock
Fuente: iStock

En el condado asturiano de Carreño, entre los municipios de Xivares y Candás, se alza imponente una ciudad de vacaciones fantasma. Como símbolo de otro tiempo en el que todavía las vacaciones no existían como tal, el cabo de Perlora rezuma belleza e inquietud a partes iguales, pues sus casas residenciales, edificadas en 1952 por el sindicato vertical del franquismo con el objetivo de congratular a los obreros que trabajaban en la minería y la siderurgia asturiana, se alzan todavía imponentes, resistentes al paso del tiempo, tal vez esperando que en cualquier momento alguien las llene de asueto y tranquilidad veraniega. Las hierbas crecen altas y muchas de sus fachadas están pintarrajeadas. Un detalle curioso es que no se encuentran separadas por vallas, lo que imprime un posible espíritu de comunidad o al menos de confianza entre aquellos que algún día las poblaron.

placeholder Una de las muchas casas de Perlora Ciudad de Vacaciones. (Europa Press)
Una de las muchas casas de Perlora Ciudad de Vacaciones. (Europa Press)

Este vestigio del turismo español vetusto y primario hace que nos preguntemos si nuestras clásicas ganas de hacer las maletas todos los veranos y salir pitando son realmente genuinas o vienen impuestas, ya sea por nosotros mismos, la moda, la industria del espectáculo o, en definitiva, la cultura de nuestra época. De hecho, Perlora Ciudad de Vacaciones fue pensada para hacer turismo cuando ni siquiera la palabra ‘turismo’ se usaba en España. Sí, hace medio siglo no había un término para designar a eso que ahora mismo encabeza el título de un ministerio y cuyas cifras económicas ocupan tantos ceros en nuestro PIB nacional.

Lo cierto es que la palabra “turista” en sí no designa nada. Los viajes pueden cambiar y alterar nuestra personalidad, carácter e incluso nuestra forma física, como vienen a decir todos esos eslóganes de campañas turísticas, pero en realidad “turista” como concepto de “alguien que realiza turismo”, no es ni una profesión, ni una manera de ser, ni un atributo que se es más o se es menos.

Foto: Arranque de la EBAU en Murcia, el pasado 1 de junio. (EFE)

Tal y como lo definen José M. Faraldo y Carolina Rodríguez-López, profesores de la Universidad Complutense de Madrid, en su excepcional ‘Introducción a la historia del turismo’ (Alianza Editorial, 2013): “Somos turistas cuando voluntariamente nos ponemos en ese papel, reservamos un hotel, compramos un billete de avión, tenemos como objetivo conocer una ciudad, queremos descansar en una playa lejana. Pero ‘turista’ es también una etiqueta que se nos pone desde fuera: nosotros podemos pensarnos especiales, diferentes, descubridores, viajeros, pero para el indígena de, pongamos, Toledo, no somos más que uno de más de los muchos turistas que pasean por las calles de su ciudad y toman fotos de la Catedral o el Alcázar”.

Dos conceptos

Si hacemos un repaso a la etimología de la palabra ‘turismo’ tenemos que remontarnos al griego ‘tornos’ y al latín ‘tornus’, términos que se usaban para designar un movimiento de ida y vuelta, según explican los dos académicos anteriormente citados. Por otro lado, la palabra ‘verano’ y su fuerte connotación ociosa se remontan a la Edad Media, y guarda una estrecha relación con su traducción árabe de aquella época, ‘sayf’, que inicialmente significaba ‘cosecha’ pero a lo largo del tiempo evolucionó hacia el concepto de ‘Razia’ para aludir a los saqueos que solían realizarse en verano a las cosechas de los agricultores.

Todos los jóvenes con grandes aspiraciones debían realizar el 'Grand Tour' para entender la política, la realidad social y la economía del mundo

Un apunte necesario y muy curioso sobre el término ‘verano’ es el que ofrece Alex Rayón Jerez, vicerrector de Relaciones Internacionales y Tranformación Digital de la Universidad de Deusto en su blog personal: “Antes de la Revolución Industrial, cuando la base de la economía era la agricultura, la recolección de los alimentos se realizaba en verano”, explica. “Se buscaba que participaran el mayor número de personas en ella, de ahí también el término ‘hacer el agosto', dado que el agricultor obtenía el resultado por todo lo que había trabajado durante el año. Una vez que la industria empezó a dominar las economías desarrolladas, ‘hacer el agosto’ era más difícil. Básicamente, ya no había tantas personas disponibles, dado que se dedicaban a trabajos más beneficiosos para ellos, en fábricas o talleres. Así, y dado que la agriculura había que mantenerse por cuestiones tan esenciales como comer, había que detener la producción industrial, al menos parcialmente, para que esos empleados fueran a echar un cable para recoger las cosechas”.

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Portada de 'Introducción a la historia del turismo' de José M. Faraldo y Carolina Rodríguez-López.

¿Qué ocurre una vez llega la industrialización y los trabajos del campo pierden vigencia e importancia? Aparecen las fábricas y la producción industrial, y con ellas aparece la figura de un ente político que tendrá mucho peso y relevancia en los años posteriores: los obreros. Nacen los primeros movimientos sindicales y con ellos la exigencia de adoptar unas condiciones de trabajo dignas a la par que un derecho al descanso. Además, la invención de infraestruras de transporte como el ferrocarril hicieron mucho más fáciles y rápidos los desplazamientos, lo que contribuyó a un nuevo turismo de masas que al principio explotaro las clases altas de la sociedad (burguesía, nobleza y aristócratas) para luego extenderse al pueblo llano a medida que los trabajadores fueron ganando derechos.

El 'Grand Tour' romántico

Pero antes de la llegada del turismo de masas en la Edad Contemporánea, merece la pena reparar en un concepto dee viaje que nació a mediados del siglo XVII y perduró hasta bien entrado el siglo XIX. Lo que Faraldo y Rodríguez-López en su libro denominan 'el Grand Tour', "un tipo de viaje que se identifica con el placer y el aprendizaje" que emprendían "jóvenes de toda Europa, sobre todo británicos, situados en las capas media y alta de la sociedad" que "asimilaron la experiencia viajera como parte de su formación". Tal y como suena, parece que estos muchachos fueron el antecedente histórico del programa Erasmus del que disfrutan tantos estudiantes europeos en la actualidad. "Se entendía que, una vez finalizado el período formativo académico, y antes de entrar de lleno en la edad adulta, lo que solía significar formar una familia, la planificación y la experiencia de un viaje serviría para cerrar la etapa educativa combinando estudio y esparcimiento", explican los autores.

"Pocas actividades turísticas tienen tanto que ver con la contemplación de la naturaleza como las estancias en los complejos balnearios"

Hay que tener en cuenta que hasta entonces los viajes se realizaban con un sentido o propósito religioso, como por ejemplo las peregrinaciones por el Camino de Santiago en el mundo cristiano o a La Meca en la esfera musulmán. "Hay una cierta filosofía común entre los Grand Tour y el programa Erasmus, sí", admite Carolina Rodríguez-López a El Confidencial. "Hay diferencias, por supuesto: a los primeros solo podían acceder élites británicas que podían costear que el joven estuviera viajando un año entero o más por Europa, sobre todo a Italia. Ahora, en cambio, los programas Erasmus, pese a la escasa dotación económica, están abiertos a todos los alumnos, no son solo para la aristocracia. Pero la filosofía sí que la comparten, pues además de ser viajes de formación también se buscaba que el sujeto se relacionara con hijos de las familias más reconocidas de Francia o Alemania. Si el joven quería hacer una carrera profesional se buscaba que accediera a los contactos".

El término 'Grand Tour' es acuñado por primera vez en el libro 'The Voyage of Italy', del sacerdote católico inglés Richard Lassels, el cual fue publicado en París en 1670. Así, este autor enumera los cuatro ámbitos que este tipo prototurístico de viaje guardaba: un lado intelectual (para conocer la cultura y el arte de otros países europeos tan repletos de obras artísticas como Italia o Francia, dos de sus países favoritos para realizar este tipo de travesías), social (relacionarse con personas de interés de otros países), ético (el viaje visto como una oportunidad para instruirse en valores morales) y político (en las formas de gobernar). "Todos los jóvenes con grandes aspiraciones debían realizar lo que denominaba Grand Tour con el objetivo de entender la política, la realidad social y la economía del mundo", recalcan Faraldo y Rodríguez-López.

Felipe II: ¿el primer Erasmus de la historia?

Se sospecha que uno de nuestros personajes históricos más ilustres, Felipe II, rey de España durante la segunda mitad del siglo XVI, ya hizo un Grand Tour antes de que estos comenzaron a popularizarse entre la clase alta estudiantil europea. Fue su padre, Carlos I, quien apremió al joven príncipe a salir de su casa de Valladolid con 21 años de edad para embarcarse en un periplo de tres años de duración hasta Bruselas. La travesía "debía servir para que Felipe II completara su formación, conociera a sus súbditos, descubriera el placer del viaje y contactara con otros gobernantes europeos", explican los autores de 'Introducción a la historia del turismo'.

placeholder Un retrato de Felipe II realizado por Antonio Moro en 1557.
Un retrato de Felipe II realizado por Antonio Moro en 1557.

"Incluimos ese apartado sobre Felipe II porque, ante la tesitura de gobernar un espacio geográfico tan inmenso, busca de alguna manera conectar con otros gobernantes, acercarse a los lugares donde hay conocimiento, entablar diálogo con sabios europeos...", comenta Rodríguez-López. "No hay muchos detalles que permitan conocer cómo se preparó ese viaje aunque sí sabemos que el emperador envió al duque de Alba a Valladolid para que gestionara los preparativos", escriben en 'Introducción a la historia del turismo'. "Una vez salió de Valladolid, la comitiva llegó a Montserrat el 11 de octubre, se detuvo tres días en el monasterio y el 14 llegó a Barcelona. Allí el príncipe se alojó en el palacio de Estefanía de Requesens y en su honor se celebraron varias fiestas". Así comenzaba la travesía del heredero al trono, por todo lo alto.

"Los principales objetivos habían sido cubiertos: como futuro gobernante, Felipe había ampliado enormemente sus horizontes, y como joven había disfrutado, pulido sus gustos estéticos y enriquecido su formación. En definitiva, su periplo recogía las premisas vitales que, más tarde, formarían parte reconocible del Grand Tour", mencionan los autores en el libro. Sin duda alguna, los Grand Tour guardan muchas semejanzas con los programas y becas Erasmus de la actualidad. Y en este caso, resulta divertido especular con que el primer gran alumno Erasmus, antes incluso de que se inventara el concepto de Grand Tour, fue el joven príncipe Felipe II.

Foto: Felipe II (Wikipedia)

Pero en los Grand Tour, como en las becas Erasmus, no todo el mundo sabe aprovechar la oportunidad para extraer un conocimiento personal o profesional de la experiencia. Más de un estudiante, fuera del siglo XVII o del XXI, sentiría que el único objetivo del viaje residía en la más pura diversión. Tanto es así que Faraldo y Rodríguez-López recogen en su libro un fragmento del gran economista Adam Smith en su libro 'La riqueza de las naciones', en el que se queja de la actitud de ciertos jóvenes, como la tipica monserga 'boomer' de nuestra época.

"Se dice que nuestros jóvenes suelen regresar de sus viajes muy mejorados", escribe Smith. "Un joven que se marcha al extranjero a los 17 o 18 años, y que vuelve a casa a los 21, lo hace con tres o cuatro años más a sus espaldas y en una etapa en la que es muy difícil dejar de mejorar mucho en tres o cuatro años. En sus viajes habitualmente adquiere algún conocimiento de una o dos lenguas extranjeras, aunque un conocimiento que rara vez es suficiente parar permitirle hablarlas o escribirlas correctamente. Por lo demás, normalmente vuelve a casa más engreído, menos escrupuloso, más liberttino y menos capaz de dedicarse seriamente al estudio o al trabajo que lo que estaría si hubiese pasado ese período breve en su propio país. Al viajar tan joven, al despilfarrar en la disipación más frívola los años más preciosos de su vida, lejos de la vigilancia y del control de sus padres y familiares en lugar de consolidar y confirmar cualquier costumbre útil que su educación anterior haya podido suscitar en él, necesariamente la debilita o liquida. Solo el descrédito en que están sumiéndose las universidades pudo popularizar una práctica tan absurda como la de viajar a una edad tan temprana. Al enviar a su hijo al extranjero, un padre se libera al menos de algo tan desagradable como que su hijo holgazanee, sea desatendido y se arruine ante sus propios ojos".

El higienismo y los balnearios: "tomar las aguas"

Regresando al punto de partida de cómo nació la industria turística en el siglo XIX, a la llegada del ferrocarril y la conquista de derechos por parte de los trabajadores también se le une un fenómeno que comienza a coger muchísima fuerza y que perdura hasta nuestros días: el higienismo. Evidentemente, los gobernadores de las grandes ciudades industriales que no paraban de crecer en dimensiones y población se vieron obligados a implementar cambios en el estilo de vida de las masas, sobre todo de los obreros de las fábricas los cuales contaban con una salubridad pésima, para evitar plagas y enfermedades infecciosas que en siglos anteriores habían desatado verdaderos apocalipsis.

"Toda esta red de balnearios surgen a raíz de la experiencia de vivir en ciudades industriales en las que ya se había impuesto la prisa cotidiana, la contaminación o los horarios de trabajo"

"Hay una necesidad de encontrar espacios para dedicarlos el culto al cuerpo", explica Rodríguez-López. "Esto viene de muy lejos, de cuando los romanos iban a las termas, pero toda esta red de balnearios europeos surgen a raíz de la experiencia de vivir en ciudades industriales en las que ya se había impuesto la prisa cotidiana entre sus habitantes, el trabajo pautado por horarios... y hay miedo a la contaminación y a las enfermedades derivadas de vivir en grandes urbes. Había miedos ancestrales a pandemias y peste. Habría que estudiar si después de la gripe española de hace justo un siglo se intensificó la visita a los balnearios, así como si al final de esta pandemia también habrá una demanda diferente al viaje de placer, si nos interesa ir a un sitio donde nos curen, nos cuiden y nos mimen un poco más".

placeholder El 'resort' más grande de Europa Central alrededor del 1900, Karlsbad, localizado en Alemania.  Por él pasaron invitados históricos famosos como Goethe, Karl Marx, Wagner o Mozart. (iStock)
El 'resort' más grande de Europa Central alrededor del 1900, Karlsbad, localizado en Alemania. Por él pasaron invitados históricos famosos como Goethe, Karl Marx, Wagner o Mozart. (iStock)

Al principio, evidentemente, solo podían acceder a los balnearios las clases más altas y distinguidas, pero con el paso de los años y el nacimiento del turismo de masas, estos centros comienzan a popularizarse. ¿A quién no le apetece un buen chapuzón para relajar los músculos, limpiar las impurezas y contaminación de las herrumbrosas ciudades o refrescarse del intenso calor de verano?

"Pocas actividades turísticas tienen tanto que ver además con la contemplación de la naturaleza", indican Faraldo y Rodríguez-López pensando, uno imagina, en el turismo de mar o de montaña de nuestros días, "como las estancias en los complejos balnearios". El primer gran balneario modernó se instaló en Inglaterra y rápidamente la moda se extendió a Francia, Bélgica o Alemania. En aquella época, los aristócratas y miembros de la burguesía, sus primeros clientes, se referían a las vacaciones en uno de estos lugares como "tomar las aguas". Al principio, tenían una función terapéutica, ya que les ayudaba a limpiarse la suciedad y las heridas, y pronto una incipiente industria del entretenimiento los llenó de teatros, salas de baile y conciertos. Más adelante, los balnearios llegaron a tener hasta casinos en su interior.

En primera línea de playa

¿Cómo nació el turismo playero que tan popularizado está en nuestros días? "Una vez institucionalizada la moda de los balnearios, comenzaron a proliferar también los primeros baños de mar", indican los profesores. "Surgieron así una serie de puntos geográficos especialmente atractivos: Biarritz en Francia, donde veraneaban Napoleón III y su esposa; la Riviera francesa, y poco después, también la costa italiana del Adriático". Pero fue concretamente de nuevo en Inglaterra y a mediados del siglo XVIII cuando esos primeros turistas empiezan a abandonar los balnearios de las ciudades costeras del sur del país como Brighton para darse unn buen chapuzón en aguas saladas.

Otra de las primeras zonas que vivió un inusitado auge de los viajes por turismo en Europa fue la costa mediterránea francesa, la Costa Azul, que a día de hoy ostenta fama de ser un destino vacacional elitista por ciudades como Niza o Cannes. Pocas cosas tienen una explicación casual o aleatoria en la historia, y esta tampoco es una de ellas. Las clases medias empezaron a llenar los balnearios ingleses y franceses, así como las líneas de costa, por lo que la aristocracia de la época tuvo que buscar localizaciones para su disfrute privado y exclusivo.

"Enseguida estos espacios comenzaron a ser frecuentados por las clases medias, lo que supuso que la nobleza británica se alejara de ellos y descubriera la Costa Azul francesa"

"El gusto por este tipo de turismo se dio una vez que se habían construido complejos y urbanizaciones exclusivos junto al mar: hoteles, casas de huéspedes, restaurantes, salones de baile, teatros y bibliotecas", explican Faraldo y Rodríguez-López. "Enseguida estos espacios comenzaron a ser frecuentados también por las clases medias, lo que supuso que la nobleza británica se alejara de ellos y emprendiera el descubrimiento de la costa francesa del Mediterráneo. A principios del siglo XIX aquello aún suponía un viaje de más de dos semanas, pero una vez se difundió el ferrocarril el tiempo de desplazamiento se acortó considerablemente. A partir de 1830 los complejos turísticos de la Costa Azul fueron extremadamente populares para los viajeros ingleses".

El auge del turismo playero

¿Y en España? ¿Cuáles son los primeros destinos turísticos costeros por los que se empieza a interesar la clase alta de la época? El primer enclave fue la playa de la Concha en San Sebastián. Resulta que era el verano de 1845, tal y como narran los académicos de la Complutense en el libro, y la reina Isabel II sufría una enfermedad cutánea que le recomendaron curar acudiendo a uno de los balnearios próximos a dicha playa donostiarrra.

"La creación de los primeros clubs náuticos obedece a la necesidad de los más acaudalados de distinguirse de las clases populares y su recreo"

"La aristocracia se citaba en los grandes balnearios, formando un gran circuito de sociabilidad y encuentro entre las élites, y justo después de la burguesía adinerada, que lo que buscaba era ocupar los mismos espacios que ocupaba la aristocracia", asevera Rodríguez-López. "El turismo de masas llega cuando a los obreros se les reconoce el derecho al descanso y se les permite acceder a esos espacios de ocio. Poco a poco se va observando la presencia de las clases populares a los balnearios más próximos a las localidades en las que vivían y a las playas, sobre todo las del norte de España. Y observamos una reacción en los tradicionales usuarios bastante notable".

placeholder La Playa de la Concha en San Sebastián, una de las primeras en estar destinada a la explotación turística. Sin duda, una de las más bonitas playas de Europa. (iStock)
La Playa de la Concha en San Sebastián, una de las primeras en estar destinada a la explotación turística. Sin duda, una de las más bonitas playas de Europa. (iStock)

Así es como la ciudad vasca comenzó a convertirse en "el punto de destino del veraneo real", algo que "se iría consolidando a lo largo del siglo XIX". También se le unieron las localidades costeras de provincias como Vizcaya, Guipúzkoa y Santander, y el mar comenzó a verse no ya como una fuente de extracción de recursos o una enorme extensión de agua sobre la que navegar, sino también como un punto neurálgico del ocio, del descanso y del divertimento veraniego. La costa andaluza también vivió por estas fechas un gran auge, sobre todo las playas de Cádiz o de Málaga.

"En el momento en el que los obreros empiezan a ir a la playa por la tarde, se empiezan a crear espacios exclusivos para los burgueses o aristócratas que siempre habían estado yendo allí", puntualiza Rodríguez-López. "Por ejemplo, empiezan a cobrar la entrada de acceso o a marcar la arena para hacer una división entre clases. Y luego había otras que se reservaban enteramente para las clases populares". Por otro lado, la creación de los primeros clubs naúticos que hoy en día son tan familiares obedece a esa necesidad de los más acaudalados de la sociedad de distinguirse de las clases populares y su recreo, cuyos espacios antes solo eran suyos. "¿Cómo hago para seguir teniendo un espacio exclusivo? Así nacieron este tipo de clubs".

El turismo antes y después del franquismo

Ya en épocas más cercanas, después de la Guerra Civil y tras la derrota de Alemania e Italia en la Segunda Guerra Mundial, España se queda aislada internacionalmente bajo la dictadura de Francisco Franco, un general fascista al que no le agradaba nada la algarabía y el esparcimiento que representaba el turismo. Y mucho menos los extranjeros. Por no hablar de la cantidad de exiliados republicanos que había en Francia y Latinoamérica que produjo que cualquier intento de abandonar el país fuera visto como sospechoso.

"El régimen franquista hacía gala de su nacionalismo y despreciaba a los extranjeros pese a ser consciente de los beneficios económicos que traían"

"Los turistas estaban obligados a gastar a diario una cantidad relativamente grande de dinero o se veían obligados a rellenar y firmar agobiantes formularios en cada hotel y pensión", explican Faraldo y Rodríguez-López. "La infraestructura hotelera y gastronómica no había mejorado y la vigilancia de la Iglesia sobre las costumbres era 2omnipresente. El régimen hacía gala de su nacionalismo y despreciaba a los extranjeros pese a que era consciente de los beneficios económicos que podían traer". Pronto, esto cambió. Con los años 50 y 60 y el crecimiento económico del país así como su apertura al exterior fomentaron que la industria turística en España comenzara a despuntar, tanto nacional como internacionalmente.

Fue gracias a la labor de los diplomáticos españoles en el extranjero que supieron vender un sistema político mucho menos represivo de lo que era a los foráneos y la imagen de una España avanzada económica y socialmente, los responsables de que se firmaran tratados y convenios con ciudades como Nueva York, en 1954, para ofrecer facilidades aduaneras entre ambos países. Los franceses también fueron de los primeros interesados en venir a España de vacaciones, firmando y aprobando el convenio de París en 1956 que implicaba la aceptación total de los vuelos chárter de pasajeros y turistas.

Foto: Viajeros bohemios en Barcelona (Josep Maria de Sagarra)
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"En 1953 se aprobó el Plan Nacional de Turismo con el objetivo de convertir el negocio turístico en un negocio nacional y alcanzar la cifra de dos millones de visitantes al año", aseguran los académicos. "Para conseguirlo, se debían facilitar los trámites burocráticos en la frontera, mejorar el tránsito interno de turistas, mejorar la infraestructura de transportes, aumentar la capacidad hotelera, aumentar la propaganda exterior y crear una escuela superior de hostelería para formar a los futuros directores de hoteles".

No hay mejor forma de terminar este reportaje que con la definición de este plan turístico prehistórico a estas alturas de la historia, pues desde entonces hasta ahora, la actividad económica veraniega de nuestro país reúne estas mismas características: facilidad para viajar tanto dentro de España como por la Unión Europea, uno de los mejores sistemas de transportes del mundo (la invención del Talgo y luego posteriormente el AVE), una ingente cantidad de kilómetros cuadrados dedicados a superficies hoteleras y, sobre todo: sol, playa y buena comida. ¿Puede haber un país mejor que España al que viajar en verano?

En el condado asturiano de Carreño, entre los municipios de Xivares y Candás, se alza imponente una ciudad de vacaciones fantasma. Como símbolo de otro tiempo en el que todavía las vacaciones no existían como tal, el cabo de Perlora rezuma belleza e inquietud a partes iguales, pues sus casas residenciales, edificadas en 1952 por el sindicato vertical del franquismo con el objetivo de congratular a los obreros que trabajaban en la minería y la siderurgia asturiana, se alzan todavía imponentes, resistentes al paso del tiempo, tal vez esperando que en cualquier momento alguien las llene de asueto y tranquilidad veraniega. Las hierbas crecen altas y muchas de sus fachadas están pintarrajeadas. Un detalle curioso es que no se encuentran separadas por vallas, lo que imprime un posible espíritu de comunidad o al menos de confianza entre aquellos que algún día las poblaron.

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