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Felipe II, Isabel de Inglaterra, la Gran Armada y el comienzo de la leyenda negra
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HISTORIA

Felipe II, Isabel de Inglaterra, la Gran Armada y el comienzo de la leyenda negra

Se reedita el libro de Geoffrey Parker y Colin Martin, 'La Gran Armada' (Planeta), una de las obras más extensas y completas de la mayor derrota naval militar de la historia de España

Foto: El desastre de la Armada Invencible.
El desastre de la Armada Invencible.

En plena mitad del siglo XVI, Europa vivía una intensa pugna entre los principales soberanos por mantener sus posesiones, fronteras, por acrecentarlas, adquirir reputación y gloria. Los objetivos del hombre del Quinientos estaban perfectamente definidos y dos eran las principales potencias que se disputaban el glorioso honor de ser la primera: la monarquía hispánica e Inglaterra. Dos monarcas, Felipe II de Habsburgo e Isabel I Tudor, reina por derecho, llenaban sus días y noches en una constante obsesión por derrocarse mutuamente.

En el año 1588, un despliegue militar sin precedentes para la época sufrió una de las mayores derrotas de la historia naval española y Felipe II, el orgulloso monarca que había puesto sus mayores expectativas en la Grande y Felicísima Armada, vio cómo esta fracasaba en su intento de invadir Inglaterra. Cientos de barcos hundidos daban una enorme derrota a las aspiraciones del monarca y una dulce victoria a una reina que jamás se doblegó ni ante los suyos ni ante los adversarios.

placeholder El rey Felipe II en un cuadro de Tiziano del año 1551.
El rey Felipe II en un cuadro de Tiziano del año 1551.

Geoffrey Parker, uno de los mejores historiadores del siglo XVI y XVII, catedrático de la Ohio State University, publica una completísima revisión junto a su colega Colin Martin de su famosa obra La Gran Armada (ed. Planeta, 2023), probablemente el libro que mejor narre lo que realmente sucedió a la mal llamada Armada Invencible.

El contexto histórico

Felipe II había articulado el ataque desde dos flancos, de un lado por mar, zarpando la mayor parte de la flota desde A Coruña, Asturias, Santander y Vizcaya, y de otro por tierra, desde las posesiones de Países Bajos. No se había gestado tal magnánima empresa para invadir Inglaterra. El objetivo era otro: expulsar del trono a Isabel I Tudor, la principal y mayor enemiga del monarca español. Enemigos porque ambos se disputaban el control del Atlántico, enemigos porque uno era el adalid del catolicismo y la otra la representación del anglicanismo (protestantismo). Recuerde el lector que Isabel I era la hija de Enrique VIII y la infeliz Ana Bolena (que murió decapitada por su marido).

Isabel ni siquiera había nacido para reinar. En primer lugar, porque tenía un hermano varón y, en segundo lugar, porque también tenía una hermana mayor que ella, María Tudor, hija de la primera esposa de su padre, Catalina de Aragón, y, en tercer lugar, porque, cuando su madre fue ejecutada, Isabel había perdido todos sus privilegios, incluido, claro está, el de princesa heredera. Pero la historia funciona a veces de esta manera y, como la que sería siglos más tarde su sucesora en nombre, Isabel II de Reino Unido, Isabel I de Inglaterra, sorteó todos los obstáculos y ocupó el trono. Ambas, por cierto, de una manera longeva y muy satisfactoria.

placeholder La reina Isabel I. (Retrato de Darnley)
La reina Isabel I. (Retrato de Darnley)

Resulta harto complicado e imposible de resumir en un artículo la complejísima personalidad tanto de Felipe II como de Isabel I. Sí se pueden citar someramente aspectos vitales de los reinados de cada uno, momentos que conformaron sus personalidades y determinaron sus actos. A los personajes de la historia hay que asomarse teniendo en cuenta siempre el tiempo en el que vivieron. La mitad del XVI aúna muchas y diversas situaciones. El avance del Imperio otomano por el Mediterráneo quitando el sueño a toda la cristiandad, la Contrarreforma poniendo en jaque a protestantes, luteranos y católicos con sus respectivas guerras y tratados de paz. Por supuesto, el nacimiento de los virreinatos en las nuevas tierras americanas con el consiguiente avance del comercio con las Indias que tiene una lógica y normal proyección en la economía europea, en las importaciones y exportaciones. Y, desde luego, la explosión cultural del XVI, que es el siglo del Renacimiento, el descubrimiento de la imprenta, un despertar a una nueva era, la Moderna, que deja atrás la larga etapa Medieval (que no oscura a pesar de la fama de tal que posee). Muchas veces, se cae en la tentación de obviar la parte cultural que tanto importa y afecta cuando se analizan etapas como la del Quinientos. Aunque estamos hablando de una población mayoritariamente analfabeta, la imprenta posibilitó la expansión, por ejemplo, en los Países Bajos, de textos contra el catolicismo.

placeholder Portada del libro 'La Gran Armada', de Geoffrey Parker y Colin Martin.
Portada del libro 'La Gran Armada', de Geoffrey Parker y Colin Martin.

Todas estas complejidades lógicamente van a marcar los caracteres de ambos monarcas. Su historia primero de “amistad” y después de odio encarnizado ha sido motivo de múltiples estudios dentro de los principales historiadores. Algo lógico si tenemos en cuenta que fueron los dos máximos exponentes del poder de la época.

Según el historiador Manuel Fernández Álvarez: “En sus principios, Felipe II había sido el gran protector de la reina inglesa, temeroso de que Francia tratara de desplazarla del trono de Londres, relevándola por su aliada María Estuardo, en principio la esposa del rey francés Francisco II (y católica)”.

Pero las cosas casi nunca salen como uno las planea, y para Felipe II esta máxima también se cumplió. Su protegida, en términos coloquiales, “le salió rana”, y la que podría haber sido una firme aliada se convirtió en justo lo contrario por una cuestión puramente religiosa. Recuerden, estamos en el siglo XVI, donde la religión lo vertebra todo. Al menos, se usa como excusa para organizar cualquier gesta militar, especialmente la lucha por la ampliación o conservación de las fronteras.

Isabel I, la reina Virgen

Isabel I, Tudor, hija del responsable de la ruptura de Inglaterra con Roma, Enrique VIII, y de su segunda esposa, Ana Bolena, fue afianzándose en un trono que jamás quiso compartir con un marido. Pronto entendió que los mejores aliados los tenía en casa (aunque con cautela), y enseguida se convirtió en una firme defensora del protestantismo del norte de Europa, muy especialmente de los calvinistas holandeses, recuerden, zona perteneciente a la monarquía hispánica. El enemigo en casa. La historia de Isabel I se ha estudiado de manera profusa por muchísimos historiadores. Es, sin duda, una figura de lo más interesante por varias razones. La primera porque es poco común en el XVI que una mujer sea reina por derecho de lo que comienza a ser una gran potencia. La segunda, su mencionada negativa a contraer matrimonio.

La razón de ser de cualquier dinastía siempre ha sido la continuidad y, para lograrla, la mejor vía es el matrimonio, gracias al cual nacen los hijos legítimos. La aversión de la monarca al matrimonio fue tal que le trajo no pocos problemas dentro de su propia corte.

Las razones por las que nunca quiso contraer matrimonio probablemente tuvieran dos fundamentos, pero el más importante sería el de no tener que compartir su poder con un marido teniendo en cuenta que, aún a pesar de ser ella la reina titular, el papel de la mujer en el XVI todavía no alcanzaba cotas de poder como el actual. La otra razón quizá pudo ser un temor bastante normal a tener que enfrentarse a partos que la llevarían a la muerte. En cualquier caso, Isabel tomó las riendas de su vida y trazó el destino de su país de una manera absolutamente inteligente sentando las bases de una potencia que duraría hasta el siglo XIX, de la misma manera que un siglo atrás los bisabuelos de Felipe II, los Reyes Católicos, habían asentado las suyas con el descubrimiento de América y un sistema de matrimonios de sus hijos magistralmente bien perpetrado. Empezaba una nueva era, una nueva hegemonía donde, por cierto, la parte de los corsarios ingleses tiene mucha miga.

La ejecución de María Estuardo

Si Isabel tuvo frentes abiertos fuera de sus fronteras, no menos importante fue el que mantuvo en el norte de la isla, Escocia, por entonces reino independiente. Allí también reinaba una mujer, María Estuardo. Los escollos que presentaba María para la reina Isabel eran dos: uno, que era católica, y dos, que la facción católica inglesa la consideraba la legítima heredera al trono de Inglaterra. María era hija de Jacobo V Estuardo y de Margarita Tudor, hermana mayor de Enrique VIII, padre, a su vez, de Isabel I. María no solo era Estuardo, sino que, además, era Tudor. Aunaba así dos dinastías. Isabel sabía perfectamente que su prima hermana era una gran amenaza para la estabilidad de su reinado y trono, por lo que se mostró siempre intransigente y severa con todo lo que tuviera que ver con los derechos de la corona.

placeholder María Estuardo.
María Estuardo.

La antecesora en el trono inglés, María Tudor, hermana por parte de padre de Isabel (e hija de Catalina de Aragón), había restablecido el catolicismo en Inglaterra, y ahora Isabel hacía justo lo contrario: restablecer el anglicanismo situándolo en un término medio entre el protestantismo y el catolicismo.

En 1560, los calvinistas escoceses recurrieron al socorro de la monarca inglesa, quien vio una gran oportunidad para ofrecer refugio a María en Inglaterra. Un refugio envenenado que se convirtió en prisión. En 1587 y tras pasarse media vida escapando de ser asesinada, María fue condenada a muerte por su prima Isabel y decapitada.

La furia de Felipe II contra Isabel I

La ejecución de María Estuardo daba por finalizada, en teoría, la pretensión al trono de los Esturado y, por supuesto, abría la espita de la ira del rey Felipe II. Además de esta ejecución, los piratas ingleses al servicio de Isabel I atacaron en 1588 las costas gallegas bajo el mando de Francis Drake (la ciudad de A Coruña fue valerosamente defendida por María Pita, hecho que los coruñeses recuerdan con orgullo cada mes de agosto dedicándole todo el mes a la heroína con sus fiestas). Los ingleses no parecían tener fin, y Felipe II comenzó a preparar su armada, la mal llamada Armada Invencible. Su nombre real es la Gran Armada: 130 buques, 30 embarcaciones de apoyo, 8.000 marinos, 20.000 soldados a los que se unirían los 100.000 hombres que esperaban en Flandes bajo el mando de Alejandro Farnesio. Nada podía salir mal; sin embargo, todo salió peor.

Los españoles planearon los ataques en los desembarcos mientras que los británicos lo hicieron para luchar en alta mar. Las tropas inglesas tenían buques más ligeros, cañones de mayor alcance. Y algo con lo que Felipe II no contó: la furia del mar, que hizo que sus barcos no pudieran soportar los envites de los elementos. La Gran Armada fue derrotada. Y ahí nació, probablemente, una gran enemistad entre ambas naciones.

De la historia de la rivalidad de ambos monarcas, surge en buena parte (que no en toda) la leyenda negra que desde entonces acompaña la gloriosa historia de la monarquía hispánica. Gloriosa porque, pese a la gran derrota, Felipe II logró una gran expansión en América, además de ser un gran defensor de las artes dentro de las fronteras de España

Isabel murió el 24 de marzo de 1603, comenzando ya el siglo XVII y, en lo que parece una broma del destino, antes de cerrar los ojos para siempre y puesto que no tenía descendencia, nombró heredero a Jacobo, hijo de la decapitada María Estuardo. Este rey subió al trono como Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia unificando así ambos reinos.

Cinco años antes de fallecer Isabel, lo había hecho su gran enemigo, Felipe II, después de una larga agonía de casi tres meses postrado en una cama en sus aposentos del Monasterio del Escorial, su gran obra.

De la historia de la rivalidad de ambos monarcas surge en buena parte (que no en toda) la leyenda negra que desde entonces acompaña la gloriosa historia de la monarquía hispánica. Gloriosa porque, pese a la gran derrota, Felipe II logró una gran expansión en América, además de ser un gran defensor de las artes dentro de las fronteras de España. Su reinado no fue menos tranquilo que el de su padre, Carlos I, tuvo que enfrentarse a numerosos frentes dentro y fuera de sus fronteras, pero definitivamente puede decirse que ha pasado a la historia como uno de los mejores monarcas que España (monarquía hispánica, entonces), ha tenido.

*Gema Lendoiro es periodista y doctoranda en Historia Moderna por la Universidad de Navarra

En plena mitad del siglo XVI, Europa vivía una intensa pugna entre los principales soberanos por mantener sus posesiones, fronteras, por acrecentarlas, adquirir reputación y gloria. Los objetivos del hombre del Quinientos estaban perfectamente definidos y dos eran las principales potencias que se disputaban el glorioso honor de ser la primera: la monarquía hispánica e Inglaterra. Dos monarcas, Felipe II de Habsburgo e Isabel I Tudor, reina por derecho, llenaban sus días y noches en una constante obsesión por derrocarse mutuamente.

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