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Sorolla: el pintor de la luz… y del contraluz
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Sorolla: el pintor de la luz… y del contraluz

El centenario de la muerte del artista valenciano reanima el interés de la casa-museo y de las exposiciones que evocan a un artista cuya popularidad permanece vigente

Foto: Aspecto de la exposición 'Sorolla ha muerto, viva Sorolla', en la casa-museo del pintor en Madrid. (EFE/Borja Sánchez Trillo)
Aspecto de la exposición 'Sorolla ha muerto, viva Sorolla', en la casa-museo del pintor en Madrid. (EFE/Borja Sánchez Trillo)

Le decepcionaría a Joaquín Sorolla observar el gigantesco edificio de ladrillo que se yergue a la vera de su palacete en la calle Martínez Campos. Y no solo por el tamaño de la molicie, sino porque el condominio en cuestión neutraliza la luz que el maestro valenciano había concebido para iluminar la pérgola acristalada donde había instalado su taller de pintura.

Puede visitarse el templo como si el artista se hubiera marchado ayer, aunque la experiencia se resiente de la oscuridad. No termina de amanecer del todo en el Museo Sorolla. La casa del pintor. Y el museo exhaustivo que el propio artista legó al Estado español en sus voluntades testamentarias.

Tiene sentido mencionarlas en 2023 porque nos encontramos en el centenario de su fallecimiento. Y porque la exposición concebida al efectoSorolla ha muerto, viva Sorolla— enfatiza los detalles necrológicos. No ya la fotografía que Alfonso hizo en Cercedilla para inmortalizar al difunto, sino la mascarilla mortuoria que esculpió su compadre Mariano Benlliure.

placeholder La máscara mortuoria de Joaquín Sorolla que esculpió Mariano Benlliure. (EFE)
La máscara mortuoria de Joaquín Sorolla que esculpió Mariano Benlliure. (EFE)

Puede que Joaquín Sorolla hubiera muerto antes de 1923. Que lo hubiera hecho tres años antes, cuando el diagnóstico de una hemiplejía supuso que dejara de pintar, hasta silenciarlo. Se entiende así mejor el interés simbólico del cuadro que ocupa el altar mayor de la pérgola (1920). Un retrato inacabado de Mabel Rick, la mujer de Ramón Pérez de Ayala. Y la prueba de que Sorolla podría regresar en cualquier momento para terminarlo. De hacerlo, tanto le sorprendería la mole de ladrillo como le agradaría la popularidad de su pintura. Y la devoción de los turistas nacionales y extranjeros que frecuentan el jardín mediterráneo y la casa-museo.

Foto: Detalle de 'Iidilio en el mar' de Joaquín Sorolla. (EFE)

La dejó perfectamente organizada el pintor valenciano. Y no solo por el valor cuantitativo que identifican las 1.200 obras, sino por las circunstancias cualitativas. Sorolla homologó su propia colección. Estableció el canon de su pintura. Y entregó al Estado una suerte de mausoleo luminoso.

No por la luz que entra —y no entra— desde fuera, sino por la que trasladan o emiten las propias pinturas. Una España optimista y costumbrista caracterizada por el añil y el blanco, pero también expuesta a las inquietudes artísticas del maestro. Caben muchos Sorollas en Martínez Campos. Y se observa la imantación de las vanguardias, de tal manera que la visita al château madrileño denota sus peripecias en el impresionismo, el posimpresionismo, el luminismo y hasta los devaneos en el art nouveau.

Pintó lo que quiso y cuanto quiso

Le fueron bien las cosas al maestro. Nada que ver con el mito romántico de la absenta. Ni con las buhardillas inhóspitas de Montmartre. Más todavía cuando los viajes a Londres y a Nueva York consolidaron su fama de retratista y de pintor atmosférico. Se hizo millonario Sorolla gracias al trabajo, el talento y la fertilidad. Y adquirió un estatus de independencia que le permitió pintar lo que quiso y cuanto quiso, aunque cuesta trabajo comprender su obra sin la brisa y el sol del Mediterráneo.

Es el argumento de una exposición temporal que el propio Museo Sorolla dedica a la relación con el litoral levantino. Podría haberla comisariado cualquiera de los expertos de la casa, pero ha sido una buena idea depositarla en la mirada y el criterio de Manuel Vicent. Sabe de lo que escribe el novelista valenciano. Y define la pintura de Sorolla no desde los presupuestos técnicos ni estrictamente pictóricos, sino desde una mirada sentimental y poética. Decía Vicent que a la exposición hay que venir con bañador y toalla. Y que tiene sentido cruzar la cuarta pared, sumergirse en las pinturas, con la sal en los labios y el temple del oleaje en las entrañas.

placeholder Tres personas contemplan la exposición 'Sorolla ha muerto, viva Sorolla'. (EFE)
Tres personas contemplan la exposición 'Sorolla ha muerto, viva Sorolla'. (EFE)

“Conocía la obra de Sorolla por haberla vivido incluso antes de ver sus cuadros. Llegué a ella a través del mar y el sol de mi infancia. Sorolla es para mí la literatura de la luz, la vida aperreada de los pescadores, la dicha de los niños desnudos bañándose con el sol dentro del cuerpo, la contradicción entre la tragedia y el placer”, escribe Vicent a propósito de las radiaciones.

Sorolla es el pintor de la luz, nos enseñaban en el colegio. Y nos enseñaban menos que también era el pintor del contraluz. Lo demuestra la composición fotográfica de los retratos recurrentes en que aparece su mujer. Que fue la musa y la gobernanta. Y la protagonista insólita de un cuadro goyesco cuyo trazo más abrupto evoca las analogías con la duquesa de Alba.

placeholder Foto del cuerpo sin vida de Sorolla y su necrológica. (EFE)
Foto del cuerpo sin vida de Sorolla y su necrológica. (EFE)

Admitía Sorolla la devoción al pintor —Goya— que acaso menos se le parece, aunque no hubo magnetismo superior del que ejerció Velázquez. Por eso tiene sentido asomarse al taller de la casa. Y recrearse en la reproducción fotográfica del retrato de Inocencio X. Está en blanco y negro, pero la ausencia de cromatismo no contradice el misterio velazqueño. Y la búsqueda del grial que persiguió el artista valenciano: alcanzar a pintar lo que no se ve.

Le decepcionaría a Joaquín Sorolla observar el gigantesco edificio de ladrillo que se yergue a la vera de su palacete en la calle Martínez Campos. Y no solo por el tamaño de la molicie, sino porque el condominio en cuestión neutraliza la luz que el maestro valenciano había concebido para iluminar la pérgola acristalada donde había instalado su taller de pintura.

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