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'María Luisa': soledad, deseo y poliamor en la tercera edad
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'María Luisa': soledad, deseo y poliamor en la tercera edad

Juan Mayorga regresa a la autoría y dirección con esta obra que protagoniza Lola Casamayor y que se puede ver en el Teatro de la Abadía de Madrid hasta el 21 de mayo

Foto: Juan Mayorga escribe y dirige 'María Luisa' en el Teatro de La Abadía. (Javier Naval)
Juan Mayorga escribe y dirige 'María Luisa' en el Teatro de La Abadía. (Javier Naval)

Todas las semanas, el mismo y único acontecimiento: María Luisa merienda con su amiga Angelines todos los jueves, de seis a ocho de la tarde, en la misma cafetería. Se ponen al día, hablan de sus cosas, se toman un café y un bollo y cada una vuelve a su casa. Cerca de esa cafetería hay un local al que solo entran parejas, un local con una puerta plateada y entornada por la que se cuela la música. Y es muy posible que cuando María Luisa llegue a su portal y suba los 42 escalones que hay hasta su piso, un cuarto, recuerde esa puerta y esa música y sienta que tiene un deseo, un deseo enorme, un deseo que, de pronto, ocupa muchísimo espacio: el deseo de bailar, que no es otro que el deseo de estar viva.

María Luisa no recuerda la última vez que bailó y seguramente no lo sepa, pero hay una canción de Xoel López que habla de ella y que solo suena en la cabeza de quien escribe. Dice: "Yo solo quería que me llevaras a bailar y que me hablaras de la vida, de lo malo y lo bueno, quizá. Yo solo buscaba melodías para escapar y que me amaras suavemente". Esa canción, y esto tampoco lo sabe María Luisa, habla también de todo eso que se va a desencadenar en su vida después de añadir varios nombres en el letrerito de su buzón porque así, dice su portero, los cacos pensarán que vive con más gente y quizá descarten la idea de robar en su casa. Porque María Luisa vive sola, tan sola como Angelines, tan sola como ese 13,4% de personas que sufren de soledad no deseada en España, un porcentaje que nutren más mujeres que hombres. Pero María Luisa no es una mujer triste ni dependiente: es disfrutona, hace su vida y lo que no tiene, lo imagina. Y de eso va esta obra, del deseo como motor vital y de la imaginación como antídoto contra la soledad, y se llama como su protagonista, María Luisa, escrita y dirigida por Juan Mayorga y estrenada en el Teatro de La Abadía. En el reparto: Lola Casamayor, Juan Codina, Juan Vinuesa, Juan Paños, Paco Ochoa y Marisol Rolandi.

Un general, un poeta y un caballero

María Luisa escribirá en su buzón dos nombres —Emerson Azzopardi y Benito Beckenbauer— y días después añadirá un tercero, el de Juan Olmedo. Lo hará por recomendación de su portero (Paco Ochoa), un hombre bueno y servicial, preocupado por la oleada de robos a ancianas que hay en el barrio. Un hombre tan preocupado por su vecina como el portero real que le contó a Mayorga, mientras ambos veían a sus hijas jugar al baloncesto, que había aconsejado eso mismo a una mujer de su finca para que los cacos no supieran que vivía sola. "Luego me enteré de más gente que lo hace, incluso personas que fingen una conversación cuando llaman a la puerta...", explica Mayorga, "me impresionó y me causó zozobra la fragilidad de las personas que viven solas, y lo injusto que es que escondan su soledad para ser menos vulnerables". Y ese gesto, esa acción de añadir nombres a un cartelito será el punto de partida de esta historia que, como gran parte de la obra de Mayorga, vuelve a girar sobre el poder del lenguaje, en este caso, "el poder de los nombres propios".

placeholder Hace mucho que María Luisa no baila. (Javier Naval)
Hace mucho que María Luisa no baila. (Javier Naval)

Porque después de tunear el cartel de su buzón, María Luisa (Lola Casamayor) entra en su casa, se sienta en su sofá de dos plazas, se descalza, busca algo que ver en la tele, se da por vencida, la apaga y escucha una voz a su espalda que le dice: "Estoy preparando una gran acción. Voy a poner este país a tus pies. Pero te lo voy a entregar bien limpito. Voy a encarcelar a 10.000". Es Beckenbauer (Juan Codina), un general latinoamericano sin acento y con vocación golpista. Tras él, Azzopardi (Juan Paños), poeta joven y de culto, conocido solo en su país, Malta, añade: "Soy una casa llena de habitaciones vacías".

¿Y si lo que imaginas también te defrauda?

Y es entonces cuando María Luisa comienza su aventura y saldrá a la calle en mitad de la noche y viajará en metro con estos dos señores y en el vagón tirará del freno de mano porque no lo ha hecho nunca y romperá la luna de un escaparate para robar un pañuelo rojo y llamará a su amiga Angelines (Marisol Rolandi) para hablarle de cómo ambos compiten por su amor y su amiga le seguirá el rollo pero le preguntará si no se ha metido en una secta. Y es entonces también cuando dejaremos de ver a una mujer sola para ver a una mujer que desea porque su aventura tendrá "una fuerza enorme: el deseo de amar y ser amada. María Luisa es una persona mayor que no ha renunciado a desear y creo", explica Mayorga, "que lo que nos sostiene vivos es el deseo y esta es una obra sobre el deseo, sobre el deseo como fuerza mayor de la vida".

Beckenbauer ayuda en casa, es atento, habla todo el rato con alguien a quien llama ‘el coronel’ y que nunca vemos y todo lo vive como el hombre de acción que es; Azzopardi no hace nada, habla solo y se pasa las horas escribiendo un poema infinito que recita sin parar. María Luisa quiere ir a bailar y no lo consigue, se cansa de estos dos señores y añade un nuevo nombre al letrero de su buzón, el de Juan Olmedo (Juan Vinuesa), un caballero español de los de toda la vida, un tipo que se sienta a su lado en el sofá y le pregunta: "¿Nos hemos tomado la pastilla de las nueve?". Después, hará con ella ejercicios con el pie mientras ven la tele. La vida al límite.

placeholder Otro momento de 'María Luisa'. (Javier Naval)
Otro momento de 'María Luisa'. (Javier Naval)

María Luisa imagina y crea a esos tres hombres pero es posible que lo imaginado no esté a la altura de lo que desea y se sienta defraudada. Y quizá sea esta la idea más brillante de esta obra porque esos tres hombres responden al deseo de María Luisa, han sido creados por ella, pero al mismo tiempo toman sus propias decisiones, son independientes y es entonces cuando Mayorga nos dice que nuestra imaginación tiene vida propia y puede rebelarse contra nosotros. Pero esa decepción puede ser de doble dirección, y eso también está en esta obra, porque quizá ella tampoco esté a la altura de los deseos de quienes ha imaginado y esos hombres fantasearán con que hable en francés, sea más alta o tenga una farmacia: "Aquí parece que solo importa cómo quiere ella que seamos nosotros. Pero ¿se pregunta María Luisa cómo queremos nosotros que sea ella?", dicen en escena Azzopardi, Olmedo y Beckenbauer.

Entre la realidad y el deseo, un enjambre

Mayorga, que juega con los límites entre lo real y lo imaginado como ya hiciera en obras como El Mago, imprime a este montaje un aire que recuerda a Pessoa y sus heterónimos (sus autores ficticios que imaginaban y escribían ficciones), pero también hay ecos de Shakespeare cuando María Luisa/Lear pregunta a sus tres pretendientes/hijas cuál de ellos la quiere más o de Borges, cuando Raúl, el portero, construye con fregonas y cubos unos muñecos que se convertirán en los dobles de Beckenbauer, Azzopardi y Olmedo. Mayorga reconoce, por su parte, cierto espíritu cervantino en su texto que se evidencia cuando "el propio Olmedo menciona un texto del Quijote, el Discurso de las armas y las letras, y uno podría vincular si quiere al poeta y al militar con ese discurso, invocado precisamente por un personaje que parece que viene del siglo XVII”. Cervantes, a quien Mayorga define como el “gran maestro moral” que “nos enseñó a mirar con compasión a cada ser humano” y a “morder sin hacer sangre”.

Pero además de Borges, Pessoa, Cervantes y Shakespeare, también está el propio Mayorga en escena, en la piel de su álter ego, ese poeta joven llamado Azzopardi que lleva en su bolsillo una libretita como las que el autor usa habitualmente para apuntar cualquier idea o frase, un poeta que dice buscar “la palabra que salve” y que todavía intenta, “aunque solo sea una palabra, decir algo realmente”. Un poeta que dirá “quiero no ser uno, quiero ser enjambre, yo y mi contrario quiero ser”, versos que Mayorga incluyó en su volumen Teatro para minutos, publicado en 2020 por La Uña Rota (editorial que también publicará María Luisa), y al que Olmedo, en escena, acusará de plagio.

Ritmo irregular y falta de imaginación

María Luisa es el primer texto que Juan Mayorga firma y dirige desde que fue nombrado director artístico del Teatro de La Abadía en febrero de 2022, un texto que supera, y mucho, al de Amistad, dirigido por José Luis García Pérez y estrenado en las Naves del Español el pasado mes de enero. Mayorga habla del deseo y la soledad de las personas mayores (y no solo) y de la potencia transformadora de la imaginación y las palabras, y lo hace con una escritura inteligente, poética y juguetona, pero la puesta en escena no está a la altura del texto.

Alessio Meloni firma una escenografía que define tres espacios: los buzones y dos sofás, el de María Luisa y el de Angelines. Dos sofás blancos, de dos plazas, idénticos, uno frente al público y otro de espaldas a él. El resto de espacios —las escaleras, las calles o el metro— se resuelven con cambios de luz y el movimiento de los actores, y es aquí cuando empiezan los problemas porque los actores de la obra tienen tan marcados algunos gestos, y son tan pobres, que acaban resultando cansinos: María Luisa repite la acción de subir las escaleras de su casa una y otra vez (hasta que, de pronto, deja de hacerlo) o se agarra a una barra sobre su cabeza cada vez que sube al metro, como si no fuera suficiente el ruido del traqueteo del vagón o su cuerpo que se tambalea.

placeholder Lola Casamayor, Juan Codina y Juan Paños, en 'María Luisa'. (Javier Naval)
Lola Casamayor, Juan Codina y Juan Paños, en 'María Luisa'. (Javier Naval)

Demasiado ingenuas, demasiado pobres esas acciones (y otras muchas) tan marcadas por el director del montaje, que imprime a la obra un ritmo muy irregular, a trompicones, con escenas ágiles interrumpidas por silencios y la no acción de actores con mucha experiencia, con trayectorias brillantísimas que, sin embargo, a veces parecen no saber qué hacer en escena. Y a eso se añade que hay algunos momentos, que intuimos de significado poderoso, que no se entienden, como ese en el que María Luisa observa por su ventana que la calle está tomada por soldados, "jovencísimos y todos zurdos", una escena deslavazada, que no se explica, que se pierde sin saber qué ha querido contarnos su autor.

A María Luisa le faltan ritmo y punch, le falta audacia y esa misma imaginación de la que Mayorga dota a sus personajes, interpretados por un reparto formidable —Codina, Casamayor, Vinuesa, Paños, Ochoa y Rolandi—, y que esperamos se logre cuando la obra esté más rodada, menos marcada.

'María Luisa'. Autoría y dirección: Juan Mayorga. Intérpretes: Lola Casamayor, Juan Codina, Juan Vinuesa, Paco Ochoa, Juan Paños y Marisol Rolandi. Hasta el 21 de mayo en el Teatro de La Abadía.

Todas las semanas, el mismo y único acontecimiento: María Luisa merienda con su amiga Angelines todos los jueves, de seis a ocho de la tarde, en la misma cafetería. Se ponen al día, hablan de sus cosas, se toman un café y un bollo y cada una vuelve a su casa. Cerca de esa cafetería hay un local al que solo entran parejas, un local con una puerta plateada y entornada por la que se cuela la música. Y es muy posible que cuando María Luisa llegue a su portal y suba los 42 escalones que hay hasta su piso, un cuarto, recuerde esa puerta y esa música y sienta que tiene un deseo, un deseo enorme, un deseo que, de pronto, ocupa muchísimo espacio: el deseo de bailar, que no es otro que el deseo de estar viva.

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