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Los porteros de las fincas de lujo y sus "irascibles" vecinos
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un mercado laboral que desaparece

Los porteros de las fincas de lujo y sus "irascibles" vecinos

Los conserjes de los viejos inmuebles del centro de la capital cuentan sus trucos en su relación cotidiana con sus "señoriales" vecinos y se comparan con los estibadores

Foto: Un hombre limpia una oficina. (iStock)
Un hombre limpia una oficina. (iStock)

Plácido es un hombre pequeño y esférico. La cabeza, casi calva pero cubierta con un trío de pelos largos, negros y pegajosos, también es redonda. Está sentado en un banco, al sol. “El chiscón se me hace muy pequeño, me agobia”, confiesa con una sonrisa. Es hombre de campo, de un pequeño pueblo toledano. Lleva un traje gris y una camisa azul claro, pero sin corbata. Es el conserje de una de las fincas de la calle María de Molina, en el distrito de Salamanca, en Madrid, uno de los de mayor renta de la capital: “Son barrios de categoría y por eso estoy yo aquí”.

Los porteros de los barrios céntricos son, según un portavoz del Sindicato de Empleados de Fincas Urbanas, “españoles y de cierta edad”. También se pueden agregar otras características que el guardián de la calle Lagasca 105 cumple a la perfección: discretos, administradores de información y muy respetuosos “manteniendo las distancias con los vecinos”, según explica este hombre en la pequeña habitación que ocupa. Un espacio casi por entero cubierto por una antigua mesa de despacho inglesa y cuyas paredes están recubiertas de calendarios religiosos. “Llevo más de media vida en esta casa”, explica el hombre de traje verde clarito, “y casi todos los vecinos son los mismos que cuando entré. Los hay más charlatanes y cercanos y otros menos dados a las confianzas, pero uno aprende a tratar con todos y saber mantener las distancias”, explica con un tono de voz muy suave. Se niega a decir su nombre y se limita a sonreír. En su inmueble, por cierto, se ubica el despacho profesional del polémico abogadoEmilio Rodríguez Menéndez.

Una categoría delicada es el "quejica crónico", pero "es menos peligroso de lo que parece porque se queja de cara y es directo"

Los porteros dividen a su clientela en varias categorías. “Los de difícil trato”. Sobre esta clase afirman que “son los más peligrosos por la sencilla razón de que no son catalogables y en cualquier momento te la pueden jugar”. Esta clasificación se subdivide entre “el quejica crónico”, que “aunque parezca peligroso no lo es tanto, porque se queja directamente a ti y no te pone verde por la espalda” y el “chismoso”, que “intenta captar adeptos para ponerlos en tu contra”. También te puede tocar uno de “los irascibles”. Para estos se recomienda “mantener la calma y tratarlos con educación”.

Plácido, con casi treinta años de oficio en la misma casa, se ríe abiertamente cuando oye hablar de estas categorías que ha recopilado la Asociación de Porteros y Conserjes. “Los conozco y he conocido de las tres clases”, comenta. “Recuerdo uno que me perseguía cada dos por tres para saber dónde estaba y también me afeaba que no llevase el uniforme”, rememora. “Lo arreglé poniendo cartelitos en la garita. ‘Estoy acá, estoy allá’...sabía que a algunos de los sitios, como el cuarto de basuras, no iba a venir a buscarme, así que aprovechaba para irme al bar de la esquina a tomar una caña”.

Lo saben todo

Los porteros se llevan bien con los del bar de la esquina. Incluso con los de los bares de varias esquinas más allá. Eso es así “porque casi todos los conserjes del barrio somos amigos y el bar siempre cae en algún portal en el que conocemos al responsable de la finca”. La unidad entre estos profesionales es muy importante. Pero lo más importante es “la información”. Lo saben todo de cada vecino y ese conocimiento sirve para que haya que tener “mucho cuidado con nosotros”. La labor del portero es mantener a tres quintas partes de la comunidad contenta. De ese modo, se garantizarán en las juntas su renovación. “Somos un poco como los de la estiba”, confiesa Plácido, que se jubilará dentro de dos años y tiene previsto colocar a uno de sus hijos en el puesto.

Lo cierto es que cada vez hay menos porteros y más conserjes. Las comunidades de vecinos han descubierto que poniendo en alquiler la antigua vivienda del portero pueden pagar a una empresa de servicios y ahorrarse mucho dinero. Pero en los distritos del centro de la capital, especialmente Salamanca y Chamberí, sigue habiendo muchos. “Son zonas más tradicionalistas y prefieren contratar ellos directamente a que les coloquen a alguien muy precario de una empresa grande. Y sí, también porque los prefieren de nacionalidad española”, explican desde el sindicato. Una organización de trabajadores con unos 1.000 afiliados y que se queja de no tener convenio colectivo desde 2003.

Tienen su convenio prorrogado desde 2003 porque "no tenemos patronal con la que negociarlo", se lamentan desde su sindicato

“Esa negociación está siempre parada porque no tenemos patronal con la que discutirlo”, comenta su portavoz, resaltando la paradoja de que su salario base es de 604 euros, “muy por debajo del Salario Mínimo Interprofesional”. En ese mismo convenio eternamente prorrogado se contemplan los “extras” por sacar la basura o hacer otros arreglos. Se supone que solo en la Comunidad de Madrid hay 22.000 personas trabajando en el sector, aunque este es muy amplio e incluye a quienes ocasionalmente se ocupan de la limpieza de zonas comunes o hacen trabajos de jardinería.

Extras vecino a vecino

Pero esos “extras” que el convenio prorrogado detalla con céntimos incluidos es mejor “negociarlos vecino a vecino”, según confiesa Plácido. Él tiene bastantes acuerdos privados con los vecinos. Si les hace determinadas cosas les cobra aparte. “A algunos un fijo de 30, 40 o 50 euros, depende”. Por eso, entre otras cosas, es difícil que un portero se detenga mucho a contar las particularidades de su oficio. Cada pacto es privado y conviene que no lo sepa otro vecino.

La figura del portero de fincas se comenzó a regular mediante un real decreto en 1908 y el nombramiento de cada uno de ellos debía ser refrendado por el Gobernador Civil en las capitales de provincia o por el alcalde en las demás ciudades.

Plácido es un hombre pequeño y esférico. La cabeza, casi calva pero cubierta con un trío de pelos largos, negros y pegajosos, también es redonda. Está sentado en un banco, al sol. “El chiscón se me hace muy pequeño, me agobia”, confiesa con una sonrisa. Es hombre de campo, de un pequeño pueblo toledano. Lleva un traje gris y una camisa azul claro, pero sin corbata. Es el conserje de una de las fincas de la calle María de Molina, en el distrito de Salamanca, en Madrid, uno de los de mayor renta de la capital: “Son barrios de categoría y por eso estoy yo aquí”.

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