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De la Lisboa de Pessoa a la Alcarria de Cela: los mejores libros de viajes
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De la Lisboa de Pessoa a la Alcarria de Cela: los mejores libros de viajes

El escritor Manuel Rico reúne en el libro 'Letras viajeras' sus reseñas de más de 40 libros con lo mejor de la literatura de viajes publicada en España en las últimas décadas

Foto: Primera edición de 'Viaje a la Alcarria' (1948)
Primera edición de 'Viaje a la Alcarria' (1948)

En la primavera de 1946 un alto y joven Camilo se apeó en Guadalajara del tren al que había subido en la madrileña estación de Atocha. Compró unos bizcochos borrachos cerca del Palacio del Infantado e inició una de las más célebres pateadas viajeras de la historia de la literatura. Aquellas pobres tierras de trigo, matorral y zarzas no ofrecían 'a priori' nada en particular más allá de haber servido de escenario unos años antes a una gran batalla de la Guerra Civil. Pero el libro de Camilo José Cela transformó lugares poblados de moscas, mozas casaderas resignadas, hortelanos y lavanderas en territorio mítico enaltecido con una prosa castellana inolvidable. También con una sombría visión de la condición humana...

Lo afirma el poeta, escritor y crítico Manuel Rico (Madrid, 1952) en 'Letras viajeras' (Gadir, 2016), su indispensable colección de reseñas de los mejores libros de la literatura de viajes: "El discapacitado, el tullido, el pobre, la criada, el viejo, el torpe, son tratados con una prosa intensa, bien trabada, como erratas de la Humanidad, como material sobrante. Ahí advertimos una visión elitista cuando no señoritil y autoritaria muy del gusto del régimen franquista. Porque la mirada de Cela es, sin embargo, amable, conciliadora con quienes representan la belleza, o el poder, la capacidad económica o la solvencia de un título: mozas que lavan en el río, tenderos, alcaldes, guardias civiles, médicos".

La de 'Viaje a la Alcarria' es una de las más de 40 recensiones de la literatura universal de viajes que Manuel Rico reúne en este libro centrado especialmente en las ciudades y pueblos ibéricos pero con incursiones en la Lisboa de Pessoa o la Provenza de Peter Mayle. De la celda de Veruela del tísico Bécquer al camino de Santiago de Cees Nooteboom pasando por las Hurdes de Unamuno, la Soria cantarina de Antonio Machado o las tierras segovianas de Dionisio Ridruejo.

Foto: Dionisio Ridruejo

Fondas, cantinas y aldehuelas

"Recuerdo aquellos 'viajes' con la imaginación en tardes de verano en mi casa familiar en un barrio periférico de Madrid. Con Unamuno, olía los bosques de la sierra de la Peña de Francia, en Salamanca, o sentía el bochorno del sol implacable de algún pueblo de Castilla al mediodía, o el fresco, oloroso a cuero y a madera, de alguna casa solariega con zaguán en sombra de algún capítulo del libro de Azorín, o el frío matinal en la estación de Atocha cuando Camilo José Cela se dirigía, al amanecer, al tren de madera que habría de llevarlo a Guadalajara, primera estación de su viaje inmortal".

Las primeras lecturas viajeras de Manuel Rico encendieron la mecha de todas las demás. Leer, viajar a través de la lectura y dar fe de lo leído con el fin de propiciar nuevos viajes imaginados, tal fue la actividad a la que el escritor se aplicó entre 2011 y 2016 en una revista digital de viajes cuyos textos reproducen ahora las páginas de 'Letras viajeras'. Porque "en la palabra de los otros he encontrado realidades conocidas convertidas en nuevas realidades. En mi palabra, un instrumento para gozar de ellas y para transmitir ese gozo a los lectores". Gozo y también informaciones impagables.

Por ejemplo: el descubrimiento de las ruinas de un fantástico monasterio cisterciense casi desconocido, el de Bonaval, en Guadalajara, de cuya celebración entre romántica y gótica nos habla un libro de Rubén Caba sobre las caminatas del Arcipreste de Hita. O saber de Calaceite, una aldea de la Matarraña aragonesa en donde coincidieron durante dos años, en refugio de libros y amistades, autores del 'boom' latinoamericano como José Donoso, Vargas Llosa, García Márquez y Carlos Fuentes. Y qué decir de la sorprendente noticia de la visita de John Dos Passos a la Mancha profunda deteniéndose en quijotescas fondas, cantinas y aldehuelas.

La sierra del poeta olvidado

La sierra del Guadarrama despliega encantos ocultos para el dominguero ocasional, paisajes semidesconocidos que se extienden desde Somosierra hasta Rascafría y el monasterio del Paular, recobrados en la obra perdida del poeta de principios del siglo XX Enrique de Mesa. En sus 'Andanzas serranas' hallamos "un mundo pequeño y protector" de cabreros y potros salvajes sobre los que arrecia la nieve y el temor al lobo. Un viaje espacial y lingüístico, en cuyas páginas brotan las palabras como arroyos: majuelos, endrinos, colodras, aprisco, eriazo, añojal, garniel, tovalera, cenceño, nevero...

Además de desvelarnos secretos como el de la sierra del poeta olvidado, Manuel Rico celebra las querencias viajeras de los grandes de nuestras letras

Pero además de desvelarnos secretos viajeros como el de la sierra del poeta olvidado, Manuel Rico celebra también las querencias viajeras de los grandes nombres de nuestras letras. Como la afición por el sur de Juan Marsé, los cuadernos del Duero de Julio Llamazares, la melancólica Lisboa de Fernando Pessoa o esa joya obligatoria para las muchedumbres que cada año toman el camino de Santiago que firma el escritor holandés Cees Nooteboom. Y sin olvidar el santo y seña de nuestros libros de viaje patrios, los que firmó Dionisio Ridruejo.

Porque, recuerda Rico en su introducción, "aunque hayamos visitado determinados paisajes o ciudades, aunque las conozcamos a fondo por haber vivido en ellas durante un tiempo, cuando leemos un libro, o una pieza literaria en la que se cuenta el recorrido de un determinado escritor por esos lugares, volvemos a vivir nuestra experiencia. Filtrada por la mirada del escritor, enriquecida por perspectivas nuevas, que se mezclan con nuestros recuerdos, nuestra mirada y nuestra memoria hasta fundirse con la apuesta narrativa o poética del autor".

En la primavera de 1946 un alto y joven Camilo se apeó en Guadalajara del tren al que había subido en la madrileña estación de Atocha. Compró unos bizcochos borrachos cerca del Palacio del Infantado e inició una de las más célebres pateadas viajeras de la historia de la literatura. Aquellas pobres tierras de trigo, matorral y zarzas no ofrecían 'a priori' nada en particular más allá de haber servido de escenario unos años antes a una gran batalla de la Guerra Civil. Pero el libro de Camilo José Cela transformó lugares poblados de moscas, mozas casaderas resignadas, hortelanos y lavanderas en territorio mítico enaltecido con una prosa castellana inolvidable. También con una sombría visión de la condición humana...

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