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'La belleza y el dolor': sexo, disidencia y la crisis de opiáceos en el documental favorito para los Oscar
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'La belleza y el dolor': sexo, disidencia y la crisis de opiáceos en el documental favorito para los Oscar

La documentalista Laura Poitras —ganadora del Oscar en 2015 por 'Citizenfour', la película protagonizada por Edward Snowden— vuelve con un retrato íntimo y subversivo de la fotógrafa Nan Goldin

Foto: La fotógrafa Nan Goldin es la protagonista de este documental ganador del León de Oro en Venecia. (Elastica/Filmin)
La fotógrafa Nan Goldin es la protagonista de este documental ganador del León de Oro en Venecia. (Elastica/Filmin)

Sexo, drogas y punk. Aunque las drogas, al principio recreativas, pasaron a ser necesarias para paliar los dolores y se convirtieron en la pesadilla de la fotógrafa Nan Goldin y de millones de pacientes estadounidenses. La belleza y el dolor es un documental firmado por la estadounidense Laura Poitras ganadora del Oscar en 2015 por Citizenfour, el documental sobre Edward Snowden—, pero, sobre todo, es el documental de Nan Goldin, que con su voz rocosa y poética pasa de objeto de la narración a sujeto narrador, con el mismo peso —o más— que Poitras. Consciente, la directora prefiere que su cámara se desvanezca, que sea un mero aparato para registrar la potencia de la lucha de Goldin.

Ganador del León de Oro de Venecia —algo inhabitual para un documental; el primero fue Sacro GRA en 2013—, La belleza y el dolor —que también opta al Oscar este fin de semana— representa la victoria de la primera —la belleza— sobre el segundo —el dolor— a partir del periplo vital de Goldin, una biografía marcada por una historia intrafamiliar convulsa, una juventud marginal en el Nueva York queer y underground, su reconocimiento en los círculos de la fotografía artística y, finalmente, su activismo contra la familia Sackler, los dueños de Purdue Pharma, después de haberse enganchado a sus opioides de prescripción médica y de haber sobrevivido a una sobredosis de fentanilo.

La crisis de opiáceos en Estados Unidos se ha convertido en una emergencia sanitaria y ha desnudado una trama en la que la farmacéutica Purdue Pharma, las agencias de control de los medicamentos y los médicos han actuado en connivencia para enriquecerse a costa de la salud de los pacientes. Documentales como El crimen del siglo (2021), de Alex Gibney, series de ficción como Dopesick (2021), de Danny Strong, y libros como El imperio del dolor (2021), de Patrick Radden Keefe han puesto en contexto las cifras que apuntan a más de dos millones de estadounidenses enganchados a la oxicodona —una medicación que se utiliza para tratar dolores intensos y que es más adictiva que la heroína— y alrededor de 100.000 muertos anuales a causa de sobredosis derivadas. Tras varias denuncias de las víctimas, y en previsión que acabarían frente a la justicia, los Sackler se declararon en bancarrota en 2019, a pesar de que los beneficios de la empresa entre 2008 y 2010 fueron de alrededor de 10.000 millones de dólares, pero un juez del tribunal de quiebras los condenó a indemnizar a las víctimas con un total de 4.500 millones de dólares.

Hasta hace poco, el apellido de la familia Sackler coronaba las salas de exposiciones de algunos de los museos más famosos del mundo, la prueba de su mecenazgo e implicación con el mundo del arte y, al mismo tiempo, un lavado de imagen y enjabonado de prestigio social. Y es la negativa a exponer su trabajo en uno de estos museos lo que vehicula la historia de La belleza y el dolor. Dividido en dos líneas temporales y emocionales; la primera alrededor del pasado de Goldin y la segunda centrada en su odisea judicial para llevar a los Sackler frente a los tribunales. Poitras no busca engarzar ambas historias de una manera sutil y simbólica, sino que busca bucear en las profundidades de una fuerza disidente tan anómala como la de Goldin. Y no es necesario conocer su trabajo o su papel dentro de la escena contracultural neoyorquina desde los setenta. La personalidad magnética de la fotógrafa llena la pantalla.

placeholder Otro momento de 'La belleza y el dolor'. (Elastica/Filmin)
Otro momento de 'La belleza y el dolor'. (Elastica/Filmin)

A través de sus fotografías y su relato, Goldin nos transporta hasta una familia judía suburbial de clase media del Washington de los 50. Una relación tensa con los padres. Un secreto de familia. Una hermana mayor que entraba y salía constantemente del psiquiátrico, a la que la madre tachaba de loca por su conducta sexual y su rebeldía. Goldin propone una relectura del término locura en una sociedad represiva y misógina que utilizaba la Psiquiatría como excusa para marginar y encerrar a mujeres disidentes del estereotipo impuesto. Porque el debate sobre las relaciones de poder entre hombres y mujeres es una constante a lo largo del filme. Goldin se pone a sí misma como ejemplo: como hija, como novia, como prostituta, como artista, como camarera. Los hombres siempre en la búsqueda del control y las mujeres —y ella— persiguiendo esa independencia, esa libertad.

Una joven Goldin decidió ir en busca de su propia familia a la escena underground de Nueva York, donde conoció a muchos como ella, huidos de familias disfuncionales y dominantes que encontraron el arte como válvula de escape y de expresión, y que también redefinieron el concepto de belleza: lo raro, lo diferente, lo imperfecto, también es bello. Frente al objetivo de la cámara, diseñadores, cantantes, actrices, modelos, camareras, aspirantes a todo ello, homosexuales, transexuales, bisexuales y todo lo que la sociedad considerase entonces un desecho. Goldin utiliza sus —arrebatadoras— fotografías y vídeos para capturar su intimidad y la de los que la rodean. Y lo convierte en arte. Porque, ¿qué es el arte? ¿El arte está en el objeto mirado o en el ojo que mira? Las imágenes espontáneas de fiestas y polvos —incluso de sus ojos amoratados después de que su novio de entonces le pegase una paliza— empiezan a llegar a las galerías de arte y su nombre a ser reconocido.

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Otro momento de 'La belleza y el dolor'. (Elastica/Filmin)

La belleza y el dolor también traza un paralelismo entre la crisis de salud que provocó el sida y la actual epidemia de opiáceos. El prejuicio moral que ralentizó la toma de conciencia social en el caso del VIH —al fin y al cabo, era un problema de putas y maricones— se reproduce hoy en el caso de la oxicodona —quienes se enganchan son unos drogadictos, la adicción es una cuestión individual—. Precisamente, es en el poder del colectivo donde pone el acento Poitras, sobre todo en el último tramo del documental. La directora consigue conjugar la emoción de la voz narradora de Goldin y el poder evocador de sus instantáneas de una forma extrañamente efectiva con la documentación del proceso judicial de su asociación, PAIN (Prescription Addiction Intervention Now) —que viene a traducirse como Receta, Adicción, Intervención, Ahora—, más bien en forma de crónica, registrando las reuniones de los denunciantes, y la preparación del caso, que busca, además de las indemnizaciones, que las instituciones artísticas dejen de financiar sus colecciones con dinero manchado. Y al igual que los vídeos de Goldin, lo que busca Potras es llegar a la verdad de la forma más cruda y natural. Una de las escenas más sobrecogedoras tienen lugar en una pantalla de ordenador, una prueba de la desconexión y la falta de remordimientos de los Sackler respecto a aquello de lo que se les acusa.

El documental de Poitras y Goldin es una reivindicación del poder colectivo, pero también de la fuerza individual. Ambas corrientes confluyen en la fotógrafa, símbolo del tesón y la búsqueda de la justicia, de la necesidad de dar voz a los marginados, a los despreciados, a los renegados. De encontrar la belleza incluso en el dolor.

Sexo, drogas y punk. Aunque las drogas, al principio recreativas, pasaron a ser necesarias para paliar los dolores y se convirtieron en la pesadilla de la fotógrafa Nan Goldin y de millones de pacientes estadounidenses. La belleza y el dolor es un documental firmado por la estadounidense Laura Poitras ganadora del Oscar en 2015 por Citizenfour, el documental sobre Edward Snowden—, pero, sobre todo, es el documental de Nan Goldin, que con su voz rocosa y poética pasa de objeto de la narración a sujeto narrador, con el mismo peso —o más— que Poitras. Consciente, la directora prefiere que su cámara se desvanezca, que sea un mero aparato para registrar la potencia de la lucha de Goldin.

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