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Brendan Fraser gana el Oscar: cómo el 'sex symbol' desapareció para renacer como 'La ballena'
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95.ª EDICIÓN DE LOS PREMIOS

Brendan Fraser gana el Oscar: cómo el 'sex symbol' desapareció para renacer como 'La ballena'

A finales de los 90, se convirtió en uno de los actores con más proyección en Hollywood gracias a 'La momia'. Pero algo se truncó en el camino. Ahora vuelve como ganador del Oscar a mejor actor

Foto: Brendan Fraser, en un momento de 'George de la jungla'. (Disney)
Brendan Fraser, en un momento de 'George de la jungla'. (Disney)

Son los ojos. Igual de azules, aunque parecen más pequeños. Pero incluso a pesar de la tristeza que transmiten, todavía se puede reconocer en ellos a la estrella que fue a finales de los noventa, cuando tenía el mundo a sus pies. En La ballena, de Darren Aronofsky, Brendan Fraser, el otrora apolíneo sex symbol de la generación millennial, se mueve con dificultad debajo de kilos de látex y capas y capas de efectos por ordenador mientras interpreta a Charlie, un profesor de Literatura que imparte clases online porque no puede salir de su pequeño apartamento debido a su sobrepeso mórbido. La respiración agónica, la forma de comer extremadamente ansiosa, el caminar lento y pesado de un hombre encerrado en su cuerpo. Ya no hay los abdominales, ni el pelo liso y brillante que fueron su marca personal. Nada, salvo los ojos, delatan al que fuera mito adolescente absoluto gracias a películas como George de la jungla (1997), en la que se pasa la mayor parte del metraje vestido con taparrabos, o la trilogía de La momia (1999), que lo convirtió en forro para carpetas.

Parece que a Fraser Hollywood intentó convertirlo en algo que no era y que ha tenido que desaparecer del mapa para reaparecer reconvertido en sí mismo. Ahora, con 54 años y tras ganar un Oscar por su papel en La ballena, Fraser quizás pueda reconciliarse con una trayectoria que en los últimos diez años ha pasado por su momento más bajo, sobreviviendo a base de infrapapeles y alejándose cada vez más de la imagen de galán simpático y torpe sobre la que cimentó su carrera. Quizás por las primeras elecciones de su filmografía, por esa vis cómica bobalicona y ese marketing empeñado en explotar su físico, a Fraser nunca lo tomaron en serio, ni siquiera en sus trabajos dramáticos, poniéndose delante de Ian McKellan en Dioses y monstruos (1998) o Michael Caine en El americano impasible (2002), ni en sus incursiones insistentes en el teatro.

Ahora, con algo más de peso, algo menos pelo y mucha experiencia acumulada, Fraser no siente que esté volviendo de entre los muertos. "Los altibajos ocurren. No sé si soy un testamento vivo de la cosa dándose la vuelta, en el sentido de que esto sea una resurrección para mí, porque yo siento que siempre he estado aquí, que no me había ido. Si alguien ha querido deshacerse de mí, que no lo sé, tendrá que esforzarse un poco más, porque no me amilano fácilmente". Cuando ya nadie apostaba por Fraser como protagonista, Aronofsky —experto en recuperar a ídolos en horas bajas, como a Mickey Rouke en El luchador (2008)— lo llamó para un papel con el que podía conectar a través de esa arcadia perdida. En el personaje de Charlie se detecta esa tristeza de alguien resignado, alguien que ha tirado la toalla. Probablemente, su fracaso siempre según los parámetros de Hollywood haya sido su liberación.

placeholder Brendan Fraser y su novia, Jeanne Moore, celebran el premio del Sindicato de Actores. (Reuters)
Brendan Fraser y su novia, Jeanne Moore, celebran el premio del Sindicato de Actores. (Reuters)

Brendan Fraser se puso por primera vez delante de las cámaras en 1991, en La última apuesta, película protagonizada por River Phoenix y Lili Taylor. El personaje de Fraser era, simplemente, el Marinero 1. "Me dieron un traje de marinero —a mí y a otros chicos— e hicimos una escena de pelea a puñetazos. Así conseguí mi carné del Sindicato de Actores y 50 dólares extra por el trabajo como especialista, porque me tiraron encima de una máquina de pinball. Creo que me hice daño en una costilla, pero pensé: está bien, puedo soportarlo, puedo hacerlo otra vez, si me lo pides la rompo, ¿quieres que lo repita?".

Un año después, en 1992, Fraser consiguió su primer papel coprotagonista en El hombre de California, una comedia absurda sobre un grupo de frikis que encuentran enterrado en su jardín a un hombre de Cromañón. Fue el primer indicio de que podía explotar su vis cómica. Pero ese mismo año también participó en Private School, la cantera de donde salieron Matt Damon, Ben Affleck, y Chris O'Donnell, y que lo colocó en el radar de los ejecutivos de Hollywood que buscaban nuevas remesas de futuras estrellas. Unos lo consiguieron, otros se quedaron en el camino.

En otra entrevista con Insider, ya en 2022, recordó cómo la dieta que siguió en George de la jungla le provocó pérdidas de memoria. "Me depilaban entero, me ponían aceite y no podía comer nada de carbohidratos", recordó. "Conducía a casa después del trabajo y tenía que parar a comprar algo de comer. Un día que necesitaba dinero fui al cajero y no me acordaba de mi número pin, porque mi cerebro estaba empezando a fallar".

placeholder Brendan Fraser y Rachel Weisz, en una imagen de 'La momia'. (Universal)
Brendan Fraser y Rachel Weisz, en una imagen de 'La momia'. (Universal)

En una entrevista en 2018 con GQ, Fraser fue más incisivo. "Creo que lo estaba intentando demasiado, lo que, de alguna manera, era destructivo. Cuando hice la tercera parte de La momia en China —fue en 2008— podía seguir adelante gracias a las vendas y al hielo. Me ponían bolsas de hielo y almohadillas que usan los ciclistas de mountain bike, porque eran pequeños y ligeros y se podían esconder debajo de la ropa. Me tuvieron que hacer una laminectomía [una operación para arreglar las hernias discales]. Pero las lumbares no aguantaron, así que me la tuvieron que repetir un año más tarde". Aparte, le tuvieron que reemplazar parcialmente la rodilla. Tuvo varias almohadillas comprimidas. Le tuvieron que reparar las cuerdas vocales. Durante siete años anduvo entrando y saliendo de los hospitales.

Mientras su estrella decaía en la franquicia de La momia, que a cada entrega recaudaba menos dinero y tenía que recurrir a un reparto algo más desconocido, Dwayne Johnson, The Rock, adelantaba a Fraser por la derecha. Los dos habían coincidido en El regreso de la momia (2001), donde Johnson, en su primer papel de cine, se enfrentaba como villano a Rick O'Connor. Paradójicamente, Johnson ha acabado ocupando el lugar que Hollywood le tenía reservado en un principio a Fraser, ese héroe de acción y aventuras para toda la familia, con la mezcla infalible de un físico poderoso y una sonrisa franca. Johnson es, además, el actor mejor pagado de Hollywood desde hace ya un tiempo.

En 2003, Fraser protagonizó Looney Tunes, de nuevo en acción, una comedia al estilo de Space Jam en la que hacía el papel de su propio doble, un vigilante de seguridad en Warner que acaba enfrentándose al actor —o sea, a sí mismo— en una pelea. Las críticas fueron terribles, lo que inclinó todavía más el tobogán de su carrera hacia el ostracismo. Y ese mismo año, tuvo lugar uno de los mayores puntos de inflexión en su trayectoria.

placeholder Un momento de 'Looney Tunes' (2003). (Warner)
Un momento de 'Looney Tunes' (2003). (Warner)

Como cuenta en GQ, en el verano de 2003, el actor acudió al almuerzo organizado por la Asociación de la Prensa Extranjera en Hollywood —la encargada de entregar los Globos de Oro— en el Beverly Hills Hotel de Los Ángeles. Cuando Fraser abandonaba el hotel, Philip Berk, quien había sido presidente de la Asociación, se acercó a darle la mano. "Su mano izquierda dio la vuelta y me agarró el culo, y uno de sus dedos me tocó en el perineo y empezó a moverlo". "Me sentí enfermo. Me sentí como un niño. Sentía que tenía un nudo en la garganta. Pensé que me iba a poner a llorar". Cuando Fraser lo denunció públicamente, Berk lo acusó de habérselo inventado. "Tuve depresión. Me culpaba a mí mismo y me sentía fatal", ha explicado el actor en más de una ocasión. De hecho, a pesar de que su papel en La ballena le valió una nominación a los Globos de Oro, se negó a acudir a la gala el pasado enero.

En 2006, Fraser estuvo también en la lista de posibles para convertirse en el nuevo Superman del milenio. Al final fue Brandon Routh, otra víctima de la maldición de Clark Kent que no ha podido echar a volar su carrera, estancada en pequeños papeles en series y poco más. La última década ha sido difícil para Fraser. Se divorció en 2009. Su exmujer, Afton Smith, le pidió 900.000 dólares al año como pensión alimenticia para sus tres hijos. El mayor de ellos, además, padece un trastorno del espectro autista. Su madre murió. Y sin papeles relevantes, Fraser ha ido desapareciendo del foco público.

Con el Oscar a mejor actor, Fraser ha completado el viaje del héroe que tanto gusta en Estados Unidos. Habrá resurgido como un símbolo del país de las segundas oportunidades que, paradójicamente, lo que más detesta y penaliza es el fracaso. Fraser ha rehecho su vida junto a la productora Jeanne Moore. Y, por fin, ha demostrado que su registro como actor no se limita al dominio de las bufonadas, como también les tocó en su momento a Adam Sandler o Steve Carrell. Fraser regresa, aunque él piense que no se ha ido. Esperemos, eso sí, que no vuelvan a romper el juguete otra vez.

Son los ojos. Igual de azules, aunque parecen más pequeños. Pero incluso a pesar de la tristeza que transmiten, todavía se puede reconocer en ellos a la estrella que fue a finales de los noventa, cuando tenía el mundo a sus pies. En La ballena, de Darren Aronofsky, Brendan Fraser, el otrora apolíneo sex symbol de la generación millennial, se mueve con dificultad debajo de kilos de látex y capas y capas de efectos por ordenador mientras interpreta a Charlie, un profesor de Literatura que imparte clases online porque no puede salir de su pequeño apartamento debido a su sobrepeso mórbido. La respiración agónica, la forma de comer extremadamente ansiosa, el caminar lento y pesado de un hombre encerrado en su cuerpo. Ya no hay los abdominales, ni el pelo liso y brillante que fueron su marca personal. Nada, salvo los ojos, delatan al que fuera mito adolescente absoluto gracias a películas como George de la jungla (1997), en la que se pasa la mayor parte del metraje vestido con taparrabos, o la trilogía de La momia (1999), que lo convirtió en forro para carpetas.

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